Leemos dos poemas de Hugo Gutiérrez Vega (México, 1934-2015). Fue poeta, traductor y ensayista. En 1976 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. Fue embajador en Grecia. Estos poemas pertenecen al volumen Los soles griegos (1989). Gutiérrez Vega llegó a Grecia en 1988 y vivió ahí durante siete años. Marco Antonio Campos recuerda que “la poesía de Hugo Gutiérrez Vega tiene siempre el oleaje de las lecturas y los matices de las huellas de la experiencia, pero esto se volvió más notable en el caso de su paso griego, donde al ir adentrándose en ciudades, en pueblos y villorios de la porción continental y de las islas del Jónico y del Egeo (…) encuentra sutilezas y aristas que traslada a su escritura y la vuelve más compleja y honda”.
Iglesia en el campo
En medio de este campo de higueras
la cúpula blanqueada resucita
la historia de Bizancio sin oro, sin mosaicos,
íntimo y campesino.
La veladora tiembla y deshace los rasgos
de un San Antonio adusto.
La viejecita inclina
la cabeza de humo,
los gólgotas le cruzan
el pecho desolado.
Un San Antonio pálido
y ningún pantocrátor.
La iglesia entre higueras
y su cúpula blanca
son un punto perdido,
una voz silenciosa,
un camino truncado,
un rezo y un olvido.
Una higuera en Pendeli
Hay en el monasterio de Pendeli
una robusta higuera,
bajo la cual se sientan los viejos
no para matar el tiempo
sino para detenerlo.
La vida les ofrece
ya muy poco:
su cuerpo se va desgajando,
una niebla constante
se ha apoderado
de sus ojos.
Sienten el olvido
y llevan en sus manos rugosas
todo aquello
que no pudieron hacer.
Pero hay cierta alegría
difícil de definir
en sus voces
de cerámica rota,
hay algo en sus risas prudentes
y en su minuciosa manera
de contemplar a los que pasan.
¿Una vida cumplida?
¿Una resignación tan alta
como las ramas de la vieja higuera?
No lo sé, pero el misterio
de estas vidas que se van
no tiene una total tristeza.
Entre las rugosidades de la higuera
se mueven las luces inexplicables
de una postrera alegría
y hay en esta ancianidad
una carga de vida,
una última y deslumbrada salpicadura
de la fuente de la gracia.