El poeta y ensayista Miguel Ángel Martínez Barradas propone una lectura en la que la palabra, vista como un símbolo de sabiduría, vuelve sobre la literatura de Homero y de Virgilio. Publicó el libro de poemas La pared del laberinto: ceniza y destierro (BUAP, 2014).
Alcanzar el fruto desde la raíz
Resulta siempre pertinente, al realizar cualquier labor discursiva, comenzar desde el inicio; aún Homero lo hace en la Ilíada a pesar de utilizar el recurso retórico de aquello que está in media res, pues el inicio al que el aedo se refiere no es al de la guerra de Troya, sino al del sufrimiento de Aquiles; y Virgilio con su Eneida no se aleja de la misma idea de comenzar desde el umbral, no ya del nacimiento de Eneas, sino de la destrucción de su patria (notemos, en este sentido, que para los grandes poetas épicos clásicos el origen está en el dolor emanado de una realidad ingobernable). En consecuencia, y fieles a estos términos, vamos a hablar desde el principio, desde el inicio, esto es desde la creación del mundo.
En Génesis 2:19-20 podemos leer: «Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él.». Unos versículos antes, concretamente en el séptimo, la Escritura dice: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». En este par de citas son abundantes los símbolos análogos al don de la vida: en el versículo siete están el polvo de la tierra y el aliento en la nariz; en los versículos decimonoveno y vigésimo también aparece la tierra, pero acompañada ésta de la evocación (nombre, palabra, enunciación). Un hilo conductor se encarga de otorgar un κόσμος (kósmos/orden) a la Creación: el verbo (la acción); soplar y llamar. Jehová le sopla su aliento al hombre, a su vez, éste llama a los animales para que sean algo en el mundo material.
Pensar que es el verbo (la acción) el que anima a la materia obligatoriamente nos remite al Evangelio de Juan que, en su capítulo primero, versículo uno, dice: «Ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος, καὶ ὁ λόγος ἦν πρὸς τὸν θεόν, καὶ θεός ἦν ὁ λόγος»; San Jerónimo lo rescata afirmando: «In principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum». Y la versión Reina-Valera (1960) nos aclara su sentido así: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». La comparación entre el griego, el latín y el español nos permiten entender que es la acción la fuerza que da vida, puesto que incluye en sí misma al movimiento y a la transformación (Santo Tomás, en sus Quinque vitae –Las cinco vías–, fundamentó la existencia de Dios en un motor inmóvil que produce movimiento y cambios), sin embargo, es evidente que cuando San Jerónimo sustituye “λόγος” con “Verbum” no sólo no es fiel al texto antiguo, sino que trastoca por completo su sentido, pues si bien la voz griega de Juan es entendida como “palabra”, ésta lo es en cuanto a que posee un sentido filosófico implícito relacionado con el pensamiento y la inteligencia; mientras que la voz latina de san Jerónimo es equiparable única y literalmente a una “palabra” carente de esencia filosófica.
Λόγος tiene su origen, su etimología, en el indoeuropeo leḡ (recoger con discernimiento) que a su vez dio el verbo helénico λέγω (aquello que se selecciona, se junta y se ordena, pero siempre relacionado con el yo); por su parte, la voz Verbum (incluida por san Jerónimo) está muy alejada del sentido de λόγος, pues su etimología no está en el indoeuropeo leḡ, sino en el protoindoeuropeo “werh” (“palabra” o “decir”), que los griegos adoptaron como εἴρω (atar) y que después transformaron en ῥῆμα (palabra); tanto el griego ῥῆμα como el protoindoeuropeo werh significan “palabra”, pero siempre en el sentido de nombrar, como lo hace Adán, y no de introducir inteligencia, como lo hace Jehová.
Aprovechando que hemos vuelto al capítulo segundo del Génesis, pero manteniéndonos en el mismo tenor de las dobles connotaciones verbales, leíamos que Jehová sopla y Adán nombra, aquí surge una pregunta obligada: ¿Es el acto de soplar equiparable al λόγος, mientras que el de llamar lo es al Verbum? Propongamos una variante: ¿Cuándo Jehová sopla en la nariz de tierra del hombre, acaso está imprimiendo, además de aire, pensamiento e inteligencia; mientras que Adán, al nombrar a los animales (sus hermanos, pues también y como él fueron formados con la tierra), únicamente lo hace para distinguir los unos de los otros mediante la palabra? ¿En este sentido, cuando se busca la raíz de las palabras se realiza un viaje de regreso a la llamada adámica o al soplo divino? Responder lo anterior es innecesario por ahora como, también, imposible. Sin embargo, si bien hasta ahora hemos sido testigos de las enormes diferencias entre el λόγος y el Verbum, es preciso indicar que son semejantes en tanto que ambas voces dotan de algo a aquello en lo que son introducidas.
El λόγος es intangible y apunta a la transmisión de la esencia, mientras que el Verbum pertenece al reino de lo material y de las formas, éste dota de atributos tangibles a aquello de lo que forma parte. Λόγος y Verbum, no es fortuito, apelan a un principio generador, al de la esencia y forma de las cosas (la realidad posee una dimensión doble), sin embargo, al ser éste un principio jerarquizado tiene sus efectos útiles sometidos al entendimiento del enunciador y aquí es en donde la etimología adquiere una explicación aún más compleja, pues si bien Jehová crea considerando aquello que siempre ha sido, Adán nombra a las cosas en relación al uso y forma de las mismas; a este último tipo de etimologías adámicas se les conoce como etimologías asociativas, pues su origen y explicación considera los usos, formas, sonidos, texturas, olores, sabores y experiencias de las cosas para explicar el origen de sus nombres.
Para demostrar esto apartémonos parcialmente de los textos genésicos y evangélicos para centrar nuestra atención en dos poetas mayores de la tradición clásica, Homero y Virgilio, quienes, bajo la norma del hexámetro dactílico, nos legaron tres narraciones fundamentales para comprender la cultura occidental: La Iliada, La Odisea y La Eneida, cuyos héroes principales, respectivamente, son Aquiles, Odiseo y Eneas; saber el origen mitológico (aquí aparece, nuevamente, el λόγος) de cada uno, pero también el etimológico, es una labor imprescindible para quien almacene en sí mismo un espíritu filológico.
¿Qué significan los nombres (y veremos cómo éstos están fundamentados en el nombramiento adámico) de los tres héroes antes mencionados? Vayamos como siempre uno debe de andar, ordenada y armoniosamente, y comencemos con Aquiles, quien es nombrado desde el inicio de la Ilíada como un hombre que sufre de ira. Él es hijo del rey Peleo y de la nereida Tetis, y su nombre en voz griega es Ἀχιλλεύς, derivada de ἄχος (angustia o dolor) y λαός (gente, pueblo); Aquiles, en este sentido es la personificación del dolor, y es, según Homero, el sufrimiento del pueblo, pues cuando se resiste a luchar son los aqueos quienes padecen; por el contrario, cuando Aquiles toma las armas y se lanza al campo son los troyanos quienes padecen la angustia de la muerte, pues la espada de Aquiles es, como la realidad, ingobernable.
Sin embargo, no es únicamente él quien lleva en su nombre, en su etimología, al sufrimiento, también su compañero de armas, Odiseo, es partícipe de una raíz funesta, según nos deja ver el mito que pone a Sísifo, rey de Éfira, como su padre, mismo que por haber caído en impiedad es odiado por los dioses; Odiseo, como hijo de Sísifo, es el “hijo del odio” y su etimología así lo sustenta, pues su nombre está relacionado con el verbo ὀδύσσομαι (odiar), del cual se extrae el sustantivo Ὀδυσσεύς, que evolucionó a Ὀλυσσεύς (nótese el cambio de la delta por la lambda) y que en latín fue adoptado, por una evidente deformación, como Ulixes, es decir, Ulises.
Y mientras que en un bando el sufriente Aquiles y el odiado Odiseo luchaban por entrar a Troya, dentro de los muros de esta portentosa ciudad estaba un no menos desafortunado guerrero llamado Eneas, hijo de Afrodita (de ἀφρός: espuma, lluvia, nube) y de Anquises (de quien todavía se debate si era un noble o un plebeyo); Eneas debe su nominativo a la voz griega Αἰνείας, creada con la expresión αὶνóν ἄχος (terrible dolor) dicha por su madre cuando lo vio nacer.
Siglos después, durante la Edad Media, la etimología de Eneas fue emotivamente discutida, llegando a la explicación temporal de que la raíz de su nombre estaba en las palabras “Ennos” (habitante) y “Demás” (cuerpo), que juntas dan Ennaios, es decir: lo que habita un cuerpo mortal, plena referencia al λόγος del que hablábamos en un inicio y que es preciso retomar para cerrar nuestra reflexión en torno a las etimologías.
En Génesis 2: 20-25 y en 3: 1-7, después de que Adán termina con su tarea de otorgarle un nombre a los animales, Jehová lo induce a un sueño profundo para extraerle una costilla y formar de ésta a la mujer, quien en el Capítulo Tercero escucha a la serpiente y decide comer del fruto prohibido, haciéndolo de la misma manera Adán y abriéndose sus ojos de inmediato a la Verdad. ¿No son acaso los símbolos del sueño profundo, de la mujer, de la serpiente y del fruto analogías variadas de la Verdad que el árbol prohibido contiene en sí, árbol que fue nombrado por Jehová y cuyo fruto no es más que el λόγος? ¿De qué lado estamos nosotros, del de los héroes griegos que desconocen su destino por ignorar la etimología adámica de sus nombres; o del de los primeros hijos genésicos que en su nariz todavía respiran el soplo divino?
Entender a la palabra como un símbolo de sabiduría, semejante a un crisol alquímico, es forzoso para quien anhela en su vida la libertad, pues es precisamente ésta el fruto que brota de las raíces del lenguaje, de un lenguaje que todavía no hemos terminado de entender, pues seguimos negándonos a vernos desnudos, frente a frente, como la pareja primigenia que por su desobediencia fue condenada al exilio. En el principio fue la palabra; en el ahora somos nosotros ofrendando nuestra lengua al tiempo.
Bibliografía impresa
- Chantraine, Pierre. Dictionnaire étymologique de la langue grecque : Histoire des mots. París. Klincksieck. 2000
- Dain, A. y Chantraine Pierre. Introducción a la estilística griega. México. UNAM. 1995.
- La Ilíada. Edición de Emilio Crespo Güemes. Madrid. Gredos. 2014
- La Odisea. Edición de Manuel Fernández Galiano. Madrid. Gredos. 2014
- Nueva Biblia de Jerusalén. Nueva Edición Manual. Bilbao. Desclée de Brouwer; 2009.
- De Sevilla, Isidoro. Etimologías. Madrid. Biblioteca de Autores Cristianos. 2004
- La Eneida. Edición de José Luis Vidal. Madrid. Gredos. 2016
Bibliografía digital
- Wiktionary
- Etimologías de chile