Baudelaire. Carta a Apollonie Sabatier

Leemos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, una carta que Charles Baudelaire envía a Madame Sabatier en 1857, cuando Las flores del mal habían sido llevadas a juicio. Apollonie Sabatier era un año menor que Baudelaire y mantenía un salón literario en la Rue Frochot, en la actual Place Pigalle. Allí se enamoró de ella. Era 1852. Un año más tarde, de modo anónimo, le envió dos poemas, “Réversibilité” y “Confession” que aparecerían luego en Las flores del mal. El método se repite en 1854, ahora con tres sonetos. En esta carta, Madame Sabatier se entera finalmente de haber inspirado algunos versos del poeta francés.

 

 

 

 

 

CARTA DE BAUDELAIRE A APOLLONIE SABATIER

 

Sólo un mes después de publicar Les Fleurs du mal, en julio de 1857, Baudelaire y su editor, Poulet-Malassis, serán llevados ante los tribunales por considerar al poemario de una “naturaleza inquieta y desequilibrada”, en palabras del fiscal real Pierre Ernest Pinard (quien también habría sostenido el juicio en contra de Madame Bovary y Flaubert unos cuantos meses antes, en enero de 1857). Tras el juicio, siete poemas de Baudelaire serán censurados, a causa de “la flagrante presencia de lesbianismo y sadomasoquismo, así como faltas a la moral”; esta censura durará casi cien años, hasta 1948. La carta aquí traducida es la súplica de Baudelaire a Apollonie Sabatier para que interceda por él ante la corte, a unos días de ocurrir el juicio. Sabatier, considerada una de las principales figuras de la vida de salón y la bohemia parisina de mediados del XIX, habría auspiciado reuniones con las figuras más emblemáticas de la vida artística de aquel entonces: Flaubert, Nerval, Gautier, Sainte-Beuve, Doré, Manet y, por supuesto, Charles Baudelaire, intercambiaron entre los muros de Sabatier muchas de las ideas que reformularían no sólo la poesía, sino todo el arte decimonónico.

 

 

 

18 de agosto de 1857

Querida señora,

¿No ha creído, ni por un momento, que podía olvidarme de usted, verdad? Desde el instante en que salió el libro, le he reservado una copia especial y, si el garbo de éste no es digno de usted, la culpa no es de mi creación, sino del encuadernador, a quien le solicité me proporcionara algo mucho más fino.

¿Creería usted que los sinvergüenzas (me refiero al juez, al abogado) se han atrevido a condenar, entre otras piezas, dos poemas escritos para usted, mi querida ídolo (“Tout entière ” y “A celle qui est trop gaie ”)? Este último siendo el mismo poema que el venerable Sainte-Beuve declaró el mejor del volumen.

Esta es la primera vez que le escribo con mi verdadera caligrafía. Si no me encontrase tan abrumado por asuntos de negocios y cartas (el juicio es pasado mañana) aprovecharía esta ocasión para pedirle perdón por tantos atrevimientos infantiles y tontos. Pero de todos modos, ¿no ha encontrado usted venganza suficiente, sobre todo a través de su hermana menor? ¡Oh, qué pequeño monstruo! Se me heló la sangre cuando, al conocernos aquel día, se echó a reír de mí y me dijo: “¿Sigue enamorado de mi hermana y aún le escribe esas magníficas cartas?”. Me di cuenta, por principio, de que cuando había querido ser discreto lo había hecho muy mal y, más tarde, que su rostro encantador ocultaba una naturaleza poco caritativa. Los bribones “se enamoran”,  pero los poetas “idolatran” y su hermana no se encuentra del todo preparada para comprender las verdades eternas, considero.  

Así que permítame, a riesgo de resultarle divertido, renovar estos votos que tanto han divertido a aquella pequeña desquiciada. Imagine usted una mezcla de ensueño, simpatía y respeto, junto con mil atrevimientos infantiles, llenos de seriedad, y tendrá entonces una vaga idea de algo muy sincero que me siento incapaz de definir con mayor precisión. 

Olvidarla está más allá de mis capacidades. Se dice que han existido poetas que viven toda su vida con la mirada fija en una imagen atesorada. De verdad creo (pero estoy demasiado involucrado) que la fidelidad es un signo de genialidad. Usted es más que una imagen con la que sueño y aprecio, usted es mi superstición . Cuando hago algo particularmente estúpido, me digo a mí mismo: “Dios mío, ¿y si ella se entera?” Cuando hago algo bueno, me digo a mí mismo: “¡Esto es algo que me acerca a ella, en espíritu!”    

¡Y la última vez que tuve la alegría (enorme, a mi pesar) de encontrarme con usted! ¡Porque no tiene usted idea de cuan cuidadosamente he intentado evitarla! Me dije a mí mismo: “Sería extraño si este carruaje la estuviera esperando, tal vez sea mejor que tome otro camino”. Y después: “Buenas noches” con esa voz amada cuyo tono me encanta y me desgarra al unísono. Me fui, repitiendo durante todo el viaje: “Buenas noches”, tratando de emular su voz.

He visto a mis jueces el jueves pasado. No diré que no son hermosos. Son abominablemente horrendos y sus almas deben parecerse a sus rostros. Flaubert tenía a la emperatriz de su lado. Yo no tengo a ninguna mujer que me apoye. Y la extraña idea de que quizás usted, a través de sus conexiones y utilizando canales que podrían resultar complejos, pudiera hacer que un pensamiento sensato penetre en sus gruesos cráneos se ha apoderado de mí desde hace algunos días. 

La audiencia es pasado mañana, el jueves. Los nombres de los monstruos son:

Presidente DUPATY

Abogado del Estado PINARD (peligroso)

Jueces 

DELESVAUX

DE PONTON

D’AMECOURT NACQUART   
   
                     
                 

 

Juzgado Sexto de Competencia. 

Quiero dejar a un lado todos estos triviales asuntos. Recuerde que alguien piensa en usted, que los pensamientos de una persona nunca son triviales en manera alguna y que ésta le guarda un poco de rencor por su maliciosa alegría.

Le suplico ardientemente que, en lo sucesivo, guarde para usted todo lo que aquí le confío. Es usted mi Compañía y mi secreto. Es esta intimidad, donde durante tanto tiempo he respondido a mis propias preguntas, lo que me ha hecho lo suficientemente valiente como para usar este tono tan familiar con usted.

Adiós, querida señora, beso sus manos con toda mi devoción.

P.S.: Todos los versos entre las páginas 84 y 105 le pertenecen. 

 

 

 

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