Charles Baudelaire visto por Octavio Paz

En algún sitio, Octavio Paz escribe que, respecto a Baudelaire, le interesaba más el personaje que el poeta. Su obsesión fue siempre ser un poeta moderno y reconoce al autor de Las flores del mal como el primero entre los poetas de la Modernidad. ¿Cómo lo leyó? ¿Qué opinión tiene Paz sobre Baudelaire? ¿Cuál es el sitio que le otorga Paz al francés en la tradición de la poesía de Occidente? Leemos aquí algunos fragmentos de distintos ensayos y entrevistas de Paz en los que piensa a Charles Baudelaire. 

 

 

 

 

 

Charles Baudelaire visto por Octavio Paz

 

La tradición moderna es una especie de triángulo: William Blake, Novalis, Baudelaire. La corriente de Baudelaire (y Nerval) se prolonga y transforma en la obra de los tres fundadores de la poesía moderna: Rimbaud, Lautréamont y Mallarmé. (“Octavio Poesía y metafísica”. Entrevista con Maria Embeita)

 

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“Simpatía; intuición; inteligencia; comprensión; y lo más difícil, gracia. Tal vez parezca excesiva esta enumeración. No veo cómo, sin estas cinco condiciones, pueda de veras leerse a Baudelaire…”. (En Fernando Pessoa. “El desconocido de sí mismo”.)

 

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Baudelaire es uno de los primeros que se inclina con “ánimo filosófico”, como él mismo dice, sobre los fenómenos espirituales que engendra el uso de las drogas. Es verdad que muchas de sus observaciones vienen de Thomas de Quincey y que, ya antes, Coleridge decía que la composición de uno de sus poemas más celebres se debía a una visión producida por el láudano (…) pero ni De Quincey ni Coleridge, me parece, intentaron extraer una estética y una filosofía de su experiencia. Baudelaire, en cambio, afirma que ciertas drogas intensifican de tal modo nuestras sensaciones y las combinan de tal suerte que nos permiten contemplar la vida en su totalidad. La droga provoca la visión de la correspondencia universal, suscita la analogía (…) La visión de Baudelaire es la de un poeta. El hachís no le reveló la filosofía de la correspondencia universal ni la del lenguaje como un organismo animado, dueño de vida propia y, en cierto modo, arquetipo de la realidad: la droga le sirvió para penetrar más profundamente en sí mismo. (“Conocimiento, drogas, inspiración”)

 

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Para Baudelaire la poesía es correspondencia y analogía: conocimiento. (“Poesía e historia: Laurel y nosotros“)

 

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Baudelaire hizo de la analogía el centro de su poética. Un centro en perpetua oscilación, sacudido siempre por la ironía, la conciencia de la muerte y la noción de pecado. Sacudido por el cristianismo. (Los hijos del limo)

 

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Entre el lenguaje del universo y el universo del lenguaje, hay un puente: la poesía. El poeta, afirma Baudelaire, en el traductor. El traductor universal y el traductor del universo. (“Conversación con Octavio Paz”. Entrevista con Edwin Honig)

 

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El primero que advirtió la oposición entre las drogas y el vino fue Baudelaire: “El vino exalta la voluntad; el hachís la aniquila. El vino es un estimulante físico; el hachís un arma del suicida. El vino nos vuelve benévolos y sociables; el hachís nos aísla”. Descripción pérfida pero no exenta de verdad: el vino es social, la droga es solitaria; el primero enciende los sentidos, la segunda excita la fantasía. Es lástima que Baudelaire no se haya aventurado a deducir las consecuencias de su distinción. (“Conocimiento, drogas, inspiración”)

 

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En las visiones de Baudelaire triunfa el mal, con su cortejo de vampiros y demonios. No es fácil saber si esas imágenes son hijas de un espíritu enfermo o las formas del remordimiento. (La llama doble)

 

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Los europeos que han escrito con mejor gusto sobre el gusto son los franceses, sobre todo los prosistas del siglo XVIII y algunos poetas del XIX, como Baudelaire. (“Kavya. Poesía sánscrita clásica”)

 

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El Romanticismo está condenado a redescubrir el barroquismo. Eso fue lo que hizo en la época moderna, antes que nadie, Baudelaire. (“Una literatura transplantada”)

 

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¿Qué edad tiene la modernidad? Baudelaire encontró una respuesta a un tiempo críptica y profunda, que engloba a la política y a la técnica pero solo para condenarlas en una reprobación teológica: la modernidad no se mide por los progresos del alumbrado de gas sino por la disminución de las señas del pecado original. Para él, la democracia era una superstición, el culto insensato al número; el progreso, una superchería diabólica y una pendiente que terminaba en un precipicio. (“La ciudad y a literatura”)

 

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Todos los poetas de nuestra época, desde el periodo simbolista, fascinados por esa figura [la modernidad] a un tiempo magnética y elusiva, han corrido tras ella. El primero fue Baudelaire. El primero también que logro tocarla y así descubrir que no es sino tiempo que se deshace entre las manos. (“La búsqueda de presente”)

 

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Solo Baudelaire y unos cuantos después de él se atrevieron a mirar de frente e interrogar a las sombras. (“Conversación con Octavio Paz. Entrevista con Roberto Vallarino”)

 

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En la edad moderna los poetas han sido críticos y en muchos casos, de Baudelaire a Eliot, es imposible separar la reflexión de la creación, la poética de la poesía. (“Literatura y crítica”)

 

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En la época moderna tenemos a Coleridge y sobre todo tenemos a Baudelaire. No pensamos nada de lo que pensamos en arte, sobre poesía, sobre la modernidad sin Baudelaire. (“Conversar es humano” Entrevista con Enrico Mario Santí)

 

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Cuando la historia y la poesía riman, esa coincidencia se llama, por ejemplo, Whitman; cuando hay discordia entre una y otra, la disonancia se llama Baudelaire.

 

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La rebelión de Baudelaire es una especie de simulación circular, una representación; no se transforma en una causa ni abraza en su protesta a la desdicha de los otros. Exaltación de su singularidad humillada, es la contrapartida del dios tiránico. La rebelión del poeta es una comedia en la que el yo juega contra el poder sin jamás decidirse a derribarlo. Baudelaire no quiere ni se atreve a ser libre; si se atreviese de verdad, dejaría de verse como un objeto, cesaría de ser esa cosa vista alternativamente con desprecio y ternura por el Padrastro cruel y la Madre infiel. Su rebeldía forma parte de su dandysmo. El poeta quiere ser visto. Mejor dicho, quiere ver que lo vean: la mirada ajena le da conciencia de sí y, simultáneamente, lo petrifica. (Corriente alterna)

 

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En la segunda mitad del siglo XIX surgen aquí y allá tímidas manchas de verdor: Bécquer, Rosalía de Castro. Nada que se compare a Coleridge, Leopardi o Hölderlin; nadie que se parezca a Baudelaire. (“El caracol y la sirena: Rubén Darío”)

 

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Baudelaire y sus grandes descendientes dan una conciencia –quiero decir: una forma significativa– al romanticismo; además, y sobre todo, hacen de la poesía una experiencia total, a un tiempo verbal y espiritual. la palabra no sólo dice al mundo sino que lo funda –o lo cambia. El poema se vuelve un espacio poblado de signos vivientes: animación de la escritura por el espíritu, por el ánima. (“El caracol y la sirena: Rubén Darío”)

 

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(…) la modernidad , tal como la definió Baudelaire hace más de un siglo, es la pasión por lo singular. (“Una de cal…”)

 

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No sé si podría vivir mucho tiempo en París. Me asusta la dispersión del espíritu y la prostitución del alma. Todo lo que dijo Baudelaire de París es verdad. (Cartas a Tomás Segovia)

 

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¿Cómo no recordar que, según Baudelaire, el poeta se distingue por tener experiencias innatas? Con esto quiso decir, sin duda, que el poeta vive tanto con la imaginación como con los sentidos y la razón. El poeta no necesita haber vivido para sentir y saber, aunque sea fugaz y oscuramente, qué es la vida. (“Joaquín Xirau Icaza”)

 

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Pensé en Libertad bajo palabra como una arquitectura que, en sus divisiones espaciales, reflejase la corriente temporal. Me inspiré en Baudelaire y en los grandes libros de poemas de la tradición moderna. (“Genealogía de un libro: Libertad bajo palabra“. Entrevista con Anthony Stanton)

 

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El fantasma –sea el del espíritu del muerto que regresa o la imagen que inventa nuestro deseo– es uno de los ejes de la poesía de Baudelaire. En Mon coeur mis à nu cita un soneto anónimo del XVII que atribuye a Maynard o a Racan y que podía haber sido escrito por él. Traduzco esos alejandrinos franceses en versos castellanos de once sílabas, sin rima, como una suerte de contrapunto fúnebre y libertino del soneto de Sor Juana. Son dos momentos de la misma tradición:

 

Soñé anoche que Filis, de regreso,
bella como lo fue en la luz del día,
quiso que yo gozase su fantasma,
lueo Ixión abrazado a una nube.
Se deslizó en mi lecho murmurando,
ya desnuda su sombra: “Al fin he vuelto,
Demón, y más hermosa: el reino triste
donde me guarda el hado, me embellece.
Vengo para gozarte, bello amante,
vengo por remorir entre tus brazos”.
Después, cuando mi llama se extinguía:
“Adiós –dijo–, regreso entre los muertos.
De joder con mi cuerpo te jactabas,
hoy jáctate de haber jodido mi alma”.

 

(Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe)

 

 

 

 

 

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