Julia Cecilia Montes Torres conversa, a propósito de las Iluminaciones de Arthur Rimbaud, con Marco Antonio Campos en torno a una especie de poética de la traducción. Esta entrevista, dice Montes Torres, “permite ahondar en la visión traductora de Marco Antonio Campos para explicar sus decisiones de traducción en Las Iluminaciones“. Campos ha traducido más de veinte libros de poesía (Baudelaire, Trakl, Rimbaud, Cardarelli, Artaud, etc.).
LAS ILUMINACIONES DE RIMBAUD
La traducción nos permite ampliar nuestra visión acerca de la ciencia, la literatura y del mundo. Sin embargo, el acto de traducción también está permeado por la propia visión del traductor, lo cual amplía las lecturas que se proponen de los textos traducidos, sobre todo en literatura. Ejemplo de ello es la poesía de Arthur Rimbaud que, a pesar de los casi ciento cincuenta años de su escritura, sigue dando de qué hablar y ha sido ampliamente traducido e interpretado por miles de estudiosos.
Esta entrevista permite ahondar en la visión traductora de Marco Antonio Campos para explicar sus decisiones de traducción en Las Iluminaciones, el segundo poemario más importante de Arthur Rimbaud, después de Una temporada en el infierno, también traducido por Campos. Además de estos dos poemarios, ha vertido a nuestra lengua libros de poetas franceses como Charles Baudelaire, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Blaise Cendrars, de poetas belgas de lengua francesa como André Doms y Marc Dugardin y a importantes poetas quebequenses como Émile Nelligan, Gatien Lapointe, Gaston Miron y Paul-Marie Lapointe.
Julia Montes: ¿Cuál es el principal propósito que tiene usted al traducir?
Marco Antonio Campos: Quiero advertirle que yo, salvo grandes excepciones, sólo he traducido poesía. Tengo más de treinta libros publicados que he traducido del alemán, del portugués, y sobre todo del francés y del italiano, que es donde me desenvuelvo sin tantas limitaciones. Busco ante todo traducir lo que me apasiona, me entusiasma o me gusta, como serían entre otros, Rimbaud, Baudelaire, Trakl, Ungaretti, Cardarelli, Drummond de Andrade, entre otros.
JM: ¿Cómo concibe la traducción como práctica en el mundo editorial?
MAC: Yo me considero esencialmente traductor de poesía. Si se refiere a la poesía, no es sólo muy necesaria para su publicación, sino fundamental. Pero desde los años ochenta de los libros de poesía, casi el 100%, sólo tiene cabida en México en pequeñas editoriales, como El Tucán de Virginia, Ediciones sin Nombre, Monte Carmelo, La Otra, Círculo de Poesía, Valparaíso México o en las universidades, principalmente la UNAM, la UAM, la Universidad de Nuevo León y últimamente la Universidad de Querétaro, o en pequeñas editoriales de provincia. Los editores de poesía –muy buenos, buenos, malos o regulares- suelen ser también poetas. La que tiene el stock de poesía de más alta calidad en México es El Tucán de Virginia.
Pero esto no es sólo un problema mexicano; se da prácticamente en todo occidente. A las editoriales comerciales la poesía les merece un total desprecio. No venden, y por tanto, no entran en el mercado. Desde los años ochenta hubo un punto de inflexión y casi todas las editoriales comerciales publican las más de las veces novela o temas políticos candentemente actuales. Es raro, salvo el caso de las vacas sagradas, que publiquen cuento, ensayo, crónica. Aun el Fondo de Cultura Económica se ha hecho a un lado este sexenio en la publicación de poesía. Una lástima.
Si hay algo deficitario económicamente en la traducción literaria es la poesía. Desde hace tiempo no sólo es difícil publicarla, sino las editoriales ni siquiera pagan.
JM: ¿Bajo qué propósito realizó la traducción de Iluminaciones para Ediciones El Tucán de Virginia? ¿Qué propósito o proyecto editorial se buscaba satisfacer en aquel entonces?
MAC: Para el centenario del fallecimiento de Rimbaud, es decir, la primera edición es de hace treinta años. Busqué hacer también un detallado prólogo que la explicara, claro, hasta dónde es posible explicarla. Yo no vivía en el país y no vi el proceso de edición del libro y a los correctores en aquel 1991 se les fueron un buen número de erratas, y algunas modificaban el sentido. Me enojé mucho. La corregí de nuevo para la segunda edición de 2017 pero ya no quise revisarla. En todo trabajo trato de hacer una buena tarea. Como autor uno puede equivocarse y la culpa es de uno; pero me parece una falta de ética destruir a otros. Si veo que no puedo mejorar un libro en una traducción o al menos hacer una tarea parecidamente digna, prefiero no hacerlo. No me atrevería, por ejemplo, después de José Emilio Pacheco a traducir “El barco ebrio”, bellísima versión, aun con todas las libertades que se tomó.
Me decidí a traducir las Iluminaciones en aquel 1991 pensándola para el centenario, pero también como complemento de la traducción que había hecho de Una temporada en el infierno. Quiero decirle que el libro que verdaderamente me ha apasionado de Rimbaud, desde mis diecinueve o veinte años, el que me influyó en ese entonces y desde ese entonces, fue este último. Una temporada en el infierno debo haberla leído unas ciento cincuenta veces, y la publiqué por primera vez, en 1974, en una traducción deficiente, la volví a corregir, y la publiqué en 1979 en Premià, que corrió con un éxito inesperado. Se publicaron varias ediciones. En alguna posterior tiene nuevas enmiendas. A Rimbaud lo leí durante décadas, pero desde hace unos quince años se ha salido de mis libros de cabecera, salvo cuando retomé las Iluminaciones para corregirla y dársela al editor que me la pidió.
Debo confesarle que Rimbaud me fue también un modelo vital: me influyó especialmente a lo largo de los años su ejemplo de gran caminador y su insaciable sed de recorrer países. Por ejemplo Iluminaciones tiene numerosas huellas de sus viajes por Inglaterra, Bélgica y Alemania de los primeros años de la década de los setenta del siglo XIX. Es claramente un libro de viajero. Su buen amigo de Charleville, Ernest Delahaye, el único que le quedó en la ciudad, decía con buena intuición que Rimbaud “escribía caminando, o más bien caminaba murmurando”. En marche-murmure.
JM: ¿Bajo qué criterios estilísticos tradujo Iluminaciones?
MAC: Uno simplemente trata de adaptarse al estilo del poeta traducido y ser lo más fiel en los sentidos y los ritmos que hay en los poemas, es decir, hacer una traducción literal, que no quiere decir de ningún modo, palabra por palabra. Tratar de recuperar, hasta donde es dable, ecos, resonancias, sombras, reflejos, sugerencias, insinuaciones, murmullos, susurros… Cuando es muy arduo conseguir en español la música y el sentido originales de la lengua fuente me ha servido mucho el consejo de Paul Valéry sobre la traducción: por medios distintos llegar a fines semejantes. Pero siempre, en el caso de los poetas mayores, nuestras versiones serán inferiores a los poemas originales. Por eso Paz tituló a sus trabajos “Versiones y diversiones” y José Emilio Pacheco “Aproximaciones”. Me gusta que Paz haya puesto también la palabra “diversiones”: da un sentido lúdico a la traducción.
La traducción se reinventa en cada generación y a veces múltiplemente. Por eso hay tantas traducciones en cada generación de los poetas mayores. En el siglo XX hay cientos de traducciones –excelentes, muy buenas, regulares o malas- de Rilke, de Eliot y el griego Cavafis. En la cuestión de la traducción literal de quien me he sentido más cerca es de Eduardo Lizalde. En los casos de Paz, Pound o Ungaretti, por ejemplo, se toman demasiadas libertades en sus idiomas con los poemas que traducen, que yo, en mis versiones, sería incapaz de tomármelas: los poemas deben ser al máximo de su autor y no de su traductor.
JM: ¿Qué elementos estilísticos de Rimbaud fueron el eje principal de su traducción?
MAC: Los que utilizaba Rimbaud. Tratar de recobrar a veces imágenes de asombro infantil, fulguraciones, instantes mágicos, descripciones urbanas o de la naturaleza… Por eso Verlaine tituló al libro Iluminaciones: hay en el libro a menudo clarores y fulgores. Pero la verdad es un libro deslumbrante pero muy difícil, con momentos abstrusos o ilegibles muy arduos de resolver al verterlo a nuestra lengua.
JM: ¿Tuvo oportunidad de revisar traducciones previas del libro, ya sea en español, en inglés o alguna otra lengua?
MAC: Sólo cotejé la del buen poeta cubano Cintio Vitier; desgraciadamente no son pocas las veces que se equivocó en la traducción. Me da pena decirlo, porque uno, en estos casos, quisiera que le gustara y elogiarlo porque es tan ardua y poco apreciada la tarea de la traducción de poesía. La única que vez que conversé con él en Ciudad Universitaria –debe haber sido a mediados de los años setenta- fue sobre su traducción de las Iluminaciones y se ve que estaba muy entusiasmado con el resultado. Era un hombre vital, simpático. Pero siempre se agradece que la traducción sea hecha por un poeta: mediano, bueno, grande o extraordinario. Alfonso Reyes fue un buen poeta, pero su mejor poema, una traducción extraordinaria, en el cual rescata todo la alta emoción de la épica, son las nueve primeras rapsodias de la Ilíada.
JM: ¿Qué percepción tiene acerca de la escritura de Rimbaud y su traducción?
MAC: Rimbaud es uno de los cuatro o cinco poetas esenciales en mi vida. He escrito muchísimo de él: ensayos, cuentos, poemas, crónicas… Como en el caso del peruano Vallejo, están tan integrados al alma, que cuando leo textos suyos, me parece que ya son tan parte mía, y sin embargo, como en toda gran poesía, no podría descifrar su misterio. Podría decirle con René Char: “Si yo supiera lo que es Rimbaud, sabría lo que es la poesía, y no tendría por qué escribirla”.
JM: ¿Cuáles fueron las mayores dificultades de traducción en los poemas “Mística” y “Noche histórica”?
MAC: Yo creo que son dos bellas alucinaciones, sobre todo “Noche histórica”, pero el lenguaje no es tan complejo como en otros poemas. Comprenda que es difícil decirle cómo traduje un libro hace treinta años y cómo he traducido más de veinte libros después. Pero si los leo ahora y los veo en su conjunto línea por línea en este 2021, motivados por su insistencia, me parece que están correctos, que cada línea se corresponde, que los dejaría así . La sintaxis y la puntuación no suelen ser iguales en francés y en español, y menos lo era para Rimbaud; por ejemplo, él ponía palabras al final que debían ir para nosotros al principio. Abundaba en guiones, en signo de admiración, en comas…
JM: ¿Algo que quisiera añadir?
MAC: Agradecerle su amable lectura.