Cancha de arcilla. Los poemas en prosa de Miguel Ángel Zapata

Miguel Ángel Zapata (Piura, 1955) ha publicado recientemente en Perú el volumen de poemas en prosa Cancha de arcilla (Summa, 2021) dentro de la colección Primavera Poética que dirige Harold Alva. Zapata ha publicado numerosos libros de poesía en Argentina, España, Perú y México. Actualmente es profesor principal de literaturas hispánicas en la Universidad de Hofstra, Nueva York. Rosella Di Paolo comenta el libro y, entre otras cosas, señala que Zapata ” no solo opta por un género rebelde como es el poema en prosa, sino que también se rebela contra la tradición o el acartonamiento para llevarlos hacia la sorpresa, la belleza y la sensualidad”.

 

 

 

 

 

Evoluciones en Cancha de arcilla. Poemas en prosa de Miguel Ángel Zapata

 

 

                                               En el momento en que el tenista lanza magistralmente
su bala, le posee una inocencia totalmente animal

                                                                                      César Vallejo

 

 

No podría decirse que Miguel Ángel Zapata sea un hombre inmóvil. Sus viajes por distintas ciudades del mundo dicen lo contrario: Piura, Lima, Nueva York, Colorado, California, Madrid, Barcelona, Florencia, Venecia… aparecen en sus poemas. Sin embargo, también es un hombre inmóvil. Alguien que se asoma a su ventana, que observa su patio con el árbol y los geranios, que mira el canario en la jaula o a la iguana de Casandra en su terrario y se conduele; alguien que también está atado a la pizarra de sus horas de clases o que juega tenis en una cancha de arcilla.

Cancha de arcilla (Lima: Summa, 2021) se titula el libro que reúne los poemas en prosa de Miguel Ángel Zapata, y en las primeras páginas encontramos una suerte de arte poética sobre este género que Miguel Ángel ha desarrollado, por ejemplo, en El cielo que me escribe (2002) y en Imágenes los juegos (1987/2013). ¿Cuál es la relación entre una cancha de arcilla y un poema en prosa?

El poema en prosa es díscolo, capaz de juntar de modo inesperado prosa y poesía. El poema en prosa extiende sus alas de un lado a otro de la página con total libertad. No le interesa ceñirse a la delgada cintura de los poemas tradicionales. Solo obedece una regla: la musicalidad, como vemos aquí no solo en el perfecto ritmo de los poemas, sino en la alusión a músicos como Chopin, Haydn, Albinoni, o a instrumentos musicales como el laúd, el chelo, el rabel o el violín, o el mismo canto de las aves.

Aun cuando el tenis observe reglas, y aun cuando la cancha se halle estrictamente delimitada, ella nos invita a la libertad, al gozo del juego: allí dentro corremos, giramos, saltamos, damos golpes con el frente y el revés de la raqueta, y vencemos o perdemos con sudor, con miedo o alegría. Nuestras evoluciones en el piso de arcilla o en el aire son como una danza en la que aceleramos el paso o volamos tan libres como en los poemas en prosa. En el tenis no manda el azar, sino el empeño. En los poemas en prosa ocurre lo mismo.

He mencionado palabras como volamos y alas. Quizá sea tiempo de nombrar el ave por el que el poeta siente predilección. Me refiero al cuervo, ese “canario esculpido con carbón”. El cuervo podría traer la carga enigmática de Edgar Allan Poe (enigma que es siempre la poesía, aun la más transparente). Enigmática y tanática para decirlo de una vez. Pero en la mirada de Miguel Ángel el cuervo, su cuervo, tiene un “pico jovial”, erótico, a diferencia del célebre cuervo de Poe, cuyo pico maligno se clava simbólicamente en el corazón del enamorado, y tanto, que lo hace gritar: “¡Quita el pico de mi pecho!”.

Vemos entonces que Miguel Ángel no solo opta por un género rebelde como es el poema en prosa, sino que también se rebela contra la tradición o el acartonamiento para llevarlos hacia la sorpresa, la belleza y la sensualidad, porque la vida es también eso, como subraya él mismo una y otra vez. Es así como su cuervo aparece trasmutado en una criatura musical, libre e incluso erótica. En otro poema una muchacha trota con agilidad entre las tumbas y el poeta le otorga a la muerte una dimensión vital. En otro, se habla del cielo azul o celeste de Lima, a contrapelo del cielo blanco atribuido hartamente a nuestra capital. Ejemplos así aparecen a montones, pero no quiero dejar de mencionar uno en particular, uno muy sorprendente: aquel en el que una mesera acercándose con las copas de vino se convierte en la súbita visión de la poesía. Y ante ella el poeta calla.

Sabemos que Marco Polo, mercader veneciano existió en la Edad Media, y que viajó hasta el Lejano Oriente, pero no sabemos si es cierto todo lo que relató en El Millón o El libro de las maravillas.

Siglos después en Ciudades invisibles (1972), Ítalo Calvino llevó a un imaginario Marco Polo a recorrer ciudades imaginarias, cada cual más rara que la otra, pero cuyas correspondencias simbólicas con nuestras propias ciudades son innegables. Se trata de ciudades que no vemos de buenas a primeras… pero que están allí.

Mientras leía los poemas en prosa sentía que de algún modo Miguel Ángel estaba metido en el pellejo de ese Marco Polo porque la maravilla podía irrumpir en su imaginación mientras iba en avión o en tren por el mundo, o al asomarse a su ventana, salir a su patio, a las calles, al campus…

Precisamente, en “Los canales de piedra”, Miguel Ángel rinde homenaje a Marco Polo. En su visita a Venecia él deseaba conocer la casa del viajero, pero como la encontró cerrada le tomó una fotografía a los geranios de su balcón. La ventana tantas veces aludida en los poemas de Zapata “saluda” ahora al balcón de Marco Polo. Una suerte de guiño, de justicia poética.

Entonces leemos: “Marco me decía que no permaneciera por mucho tiempo en ninguna parte del mundo”. Desde la familiaridad de llamarlo Marco, hasta ese consejo de moverse siempre, de no permanecer atado a una ciudad o a algunas personas es cumplido por Miguel Ángel, quien en sus poemas le da vueltas al mundo real y al mundo subjetivo de un modo fantástico: “A veces imagino ciudades, como tú, una ciudad dentro de otra, una plaza es mejor que todos los rascacielos del mundo”, y así página a página leemos deslumbrados que hay pingüinos que dan saltos en inglés, ventanas en medio de la calle, álamos que dejan caer sus hojas como monedas ensangrentadas, bosques que son cuchillos, pájaros que alteran el color del cielo, pianos que se van hasta adentro de un río, astillas de la luna que se clavan en la ventana… Y gracias al arte de Miguel Ángel todo ello lo vemos y lo creemos a pie juntillas. Porque todo es posible de ver en estos poemas, todo es visual, plástico. No por nada el autor admira la pintura, y lo patentiza también en sus vívidas alusiones a Paul Klee, Edvard Munch, Bacon, Goya…

Algo hay del asombro que recompone el mundo con los ojos alucinados de los niños, algo entonces del largo celuloide (¡5 metros!) de Carlos Oquendo de Amat, o del Martín Adán invitándonos a su casa de cartón, o de Calvino conduciéndonos por sus ciudades invisibles.

Hijos y amigos, bosques y jardines, nieve y sol, mujeres amadas y mujeres de paso, canarios y cuervos, paseos a pie, en bicicleta, en tren… se suceden con gracia ante nuestros ojos.

Bienvenidos a estos distendidos, flexibles y bellos poemas en prosa, a estos mundos anchos y ajenos, a estos íntimos patios y canchas de arcilla en los que Miguel Ángel Zapata nos permite entrar para jugar y hallar la maravilla a todo lo que dé la imaginación…

                                                                                                                         Lima 18. VI. 2021

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