Poemas enfermos. Texto de Andrea Rivas

Andrea Rivas (1991) vuelve sobre algunos poemas que tienen por fundamento la enfermedad. ¿Cómo decir el padecimiento del cuerpo enfermo? La lectura de Enrique Lihn, Minerva Margarita Villarreal, Victoria Guerrero, Óscar Santos y Abigael Bohórquez acompaña su reflexión. El texto hace parte del volumen de ensayos Cuadernos de poesía panhispánica (LAR, 2018). Andrea Rivas es autora del libro de poemas Pertenecerme entera (Círculo de Poesía Ediciones, 2019).

 

 

 

 

 

Poemas enfermos del nuevo siglo: sobre la enunciación

 

Ya en el romanticismo era común encontrar escritos donde la enfermedad era el tema central, o al menos un tema al que se dedicaban largas páginas con numerosas descripciones sobre mujeres famélicas sufriendo desmayos, pueblos arrasados por las pestes y la tuberculosis, trágicas muertes de mujeres jóvenes y hermosas a causa de enfermedades desconocidas, o el desencantado cuadro de ancianos que padecen enfermedades grotescas. No es entonces una novedad hacer estudios sobre un cuerpo de estudio que esté enfocado en los sujetos enfermos dentro de una época específica, sin embargo está claro que con el cambio de tiempo y los avances en el campo de medicina, la percepción que se tiene de las enfermedades también ha sufrido variaciones. Susan Sontag en el primer capítulo de Illness and its Metaphors explica las formas de percepción de las enfermedades más mitificadas en los siglos XIX y XX:

 

Two diseases have been spectacularly, and similarly, encumbered by the trappings of metaphor: tuberculosis and cancer. The fantasies inspired by TB in the last century, by cancer now, are responses to a disease thought to be intractable and capricious (5)[1].

 

Quizá es por esto que luego de estudiar numerosos poemas donde la enfermedad es el eje central temático, encontramos que precisamente prima en la escritura poética el cáncer. Esto no significa, lógicamente, que la gente, en este caso los poetas, no padezcan o no perciban en su entorno otras enfermedades —pensemos en todas aquellas que surgen de la vida moderna, de su urgencia, la velocidad con que el hombre ha de reaccionar ante su propia existencia: la colitis, las enfermedades psiquiátricas, gastritis, los padecimientos del sistema nervioso—, pero sí que por una razón u otra deciden no escribir tan a menudo al respecto de estas otras enfermedades, se obvian estos temas como parte del ser cotidiano y no se busca con la misma recurrencia profundizar en ellos para volverlos objetos poéticos. Pensemos lo extrañas que suenan éstas palabras en un artículo crítico: uno no espera encontrar la palabra “colon” insertada de pronto en una disertación sobre poesía contemporánea. Hay elementos del cuerpo que, veremos con Sontag, parecieran ser menos dignos de ser escritos. Y cuando se escribe respecto a estas otras enfermedades, hemos encontrado poemas donde preponderan metáforas con una carga quizá menos disfórica y un pathosmucho menos trágico que el que suscitaría manteniendo como eje temático al cáncer o al SIDA.

Tal es el caso del poema “Las verdaderas fatigas del diario” (2017), de Minerva Margarita Villarreal, donde se presenta a una madre que con discurso irónico versa sobre su incapacidad de ser madre debido a la migraña que padece, y que, sin embargo, conducido por un hilo de ironía, consigue que la enfermedad parezca más bien el pretexto para llamar a los hijos “Ángeles que Dios expulsaría” y buscar la reunión con un yo solitario, copia de la mujer del siglo XIX que dice:

 

No puedo dejar
la pasta de los libros mientras mis hijos pelean en el patio:
hojas oler, ojos esquivar.

 

Así, más adelante, la voz lírica de este poema hará una transición de la voz decimonónica de los versos anteriores a una que se sitúa burlesca en el siglo XX equiparando elementos de la cultura popular con sus hijos:

 

Dentro de mí zumban sus juguetes:
el Hijo del Santo contra el Vampiro Canadiense.
Octagón es besado por la princesa y convertido en sapo.
¡Oh, astros del cuadrilátero, aparten esta semilla de migraña!

 

En poemas como éste la enfermedad ―que vista desde el punto de vista médico, si bien no es algo que atente contra la vida en cuanto a que conlleve un latente peligro de muerte, sí es una enfermedad que afecta de manera crónica el día a día de quien la padece― parece ser reducida a algo momentáneo, molesto, pero cotidiano. La enunciación aquí no presenta una complejidad mayor: hay un yo lírico, el yo-madre, que sorprende al lector por su desprecio hacia los propios hijos pero que sigue un patrón muy claro donde el aquí y ahora se limita a declarar yo, madre, estoy aquí dentro de un cuerpo adolorido, ahora que los niños juegan.

En cambio, en cuanto comenzamos a adentrarnos en el tema de enfermedades como el cáncer, la dinámica comunicativa extratextual, es decir, la manera en que éste elemento rebasa sus propios límites en tanto elemento textual para convertirse en un objeto pragmático y semiótico vinculado con otros discursos propios de la enfermedad, da un cambio absoluto y quizá sea por la condición de intratables y caprichosas, que Sontag menciona, que de inmediato adquieren un tono de misterio, de solemnidad. A diferencia de lo que se enuncia en el poema de Minerva Margarita Villarreal, no encontramos poemas donde aparezcan sujetos líricos que comparen la calvicie con algún personaje cómico o construya metáforas burlescas en torno a la enfermedad, las imágenes para hacer tangible la enfermedad son siempre oscuras y, más aún, la plasticidad de la lengua se ensombrece también con sonidos solemnes y repetitivos. Dentro de la esfera extratextual, el lector en muchos casos no se sentirá impulsado a leer y releer estos textos sino que los tomará con la intención de colocar una barrera entre sí y el discurso, unos guantes anti-contagio que servirán para que el texto no termine de entrar en su piel, como si de cierta manera, la dimensión homopática del discurso, en términos de Antonio Rodriguez, transvasara más allá de su estatuto de discurso fictivo y se instaurara como algo empírico y real.

Del modo que sea, en este tipo de poemas podemos notar varias características que parecen ser compartidas en muchos casos: por un lado, el desdoblamiento del enfermo con cáncer ocurre en repetidas ocasiones, mimetizando la reproducción misma de la enfermedad ―la reproducción anómala y arbitraria de células―. Poemas como “¿Quién de todos en mí?” (1996) del chileno Enrique Lihn, dejan ver a un sujeto que mientras enuncia su padecimiento se proyecta en muchos otros sujetos que viven dentro de sí y que sufren la enfermedad junto con él mismo, o en otros términos, un locutor, en términos de Oswald Ducrot, que mediante de desprendimientos sinecdóquicos de su propia subjetividad construida en y por su discurso, manifiesta varias gradaciones de sí mismo, varios matices en calidad de enunciadores, complejizando así la idea de un sujeto compacto, multiplicándolo.

“¿Quién de todos en mí es el que tanto / teme a la muerte?”, es la pregunta con la que parte para hacer una enumeratio de todos los “yo” que se desdoblan a partir del sujeto enfermo y que manifiestan individualidades con distintas posiciones respecto a la idea de la muerte: aparecen silenciosos, los “yo” que, dice la voz lírica, “lucharán valerosamente” contra la muerte, los que “se rendirán”, los que son llamados “traidores” puesto que “le iluminarán” el camino hacia la muerte ―donde entendemos que son las que desean la muerte, a diferencia de las que le temen; finalmente el yo aparece personificado como Yorick ―aquel bufón cuyo cráneo es desenterrado por el sepulturero en Hamlet―.

 

Estará Hamlet que se sube a la cabeza
con mi cráneo de pobre Yorick en su mano enguantada
recitando las tonterías de siempre
De estos movimientos contradictorios puede esperarse la tempestad, y también, la calma
que mutuamente se anuncian
Pero esta rama seca que invade el bosque
esta réplica de la muerte hecha de palo.

 

En estos versos podemos percibir la materialización de la replicación: la reiteración de fonemas vibrantes y sibilantes, y luego la afirmación de su propia esencia: “esta réplica de la muerte hecha de palo”. El locutor se confunde: si bien enuncia todas sus cualidades, sus posibilidades de ser varios dentro de un solo cuerpo —materializado como el cráneo de pobre Yorick, la imagen de la muerte porque en resumen “yo” ya es aquello a lo que le teme—.

Victoria Guerrero repite el patrón: Guerrero en el libro Cuadernos de quimioterapia (contra la poesía)(2012) lo hace material por medio de personajes representados como cabezas, a modo de un guion teatral, que recriminan a la voz lírica sus intentos por ser poeta siendo mujer, pero además y en el fondo, le recriminan estar enferma:

 

Así hablaban ellas
Cuchicheaban a mis espaldas
 

Cabeza 1:
Estamos cansadas de tanta Poesía

(…)

Cabeza 2:
 
Escribes como una perra
Eres una malparida ―eso me han dicho
Invocas a dioses malos malignos dioses
Que se presentan cada noche bajo tu cama

 
Me supuran las heridas

¡Cómo me supuran las desgraciadas!

 

Sin embargo, a pesar de las recriminaciones de estos enunciadores cabeza, éstos no dejan de ser sino una sinécdoque, al igual que en el poema de Lihn, de la sujeto enferma, otros “yo” no materiales que, más bien, viven en ella y se vuelven materiales a través del discurso, se desdoblan para dar cuenta de su sentir y pensar desde distintos ángulos. El discurso del locutor es amplio  y, en él, los distintos “yo” se atacan, se dispersan, discurren en temas variados pero concluyen y se unen siempre en la misma cosa, la falta de voz, pero una falta de voz que juega al oxímoron: el locutor es quien menos habla, así manifiesta su manera de callar, así vuelve tangible su perspectiva femenina, su querer hablar y no hacerlo, sin embargo da la voz a los enunciadores que son ella y que sí pueden hablar, que contradicen su queja por la falta de voz, éstos se replican de manera exacerbada de la misma manera en que lo hace la enfermedad, el cáncer, la voz así brota de manera —aparentemente— desordenada, se construye, se queja, destruye al locutor con su discurso pero no deja de ser parte de ella. Y finalmente, coinciden todas y no dejan de  hablar su propia enfermedad:

 

Nos rodean la media palabra y la enfermedad
Los versos sublimes no nos han llevado a nada
Y esto hay que decirlo
No se ha salvado una sola vida con ellos.
 

Óscar Santos en el poemario Chernóbil (2011), replica el patrón: compuesto por una serie de poemas de distintos sujetos —niños— con enfermedades ocasionadas tras el accidente de Chernóbil, genera una proliferación de voces: voces infantiles que no entienden su padecimiento, voces de adultos que intenta explicarlo y voces de locutores alejados de la situación de enunciación. En el caso de Chernóbil, pareciera que, a pesar de tratarse de muchos sujetos, en realidad se hablara de uno: un sujeto que conforma a la humanidad.

 

Escuché decir que los mismos vientos que mueven al cosmos son los que me mantienen fijo al mundo. Que existe algo microscópico que me ha atravesado el cuerpo y me ha dejado clavada para siempre en la infancia. No comprendo eso que dicen. Lo único que sé es que este lugar no deja de crecer y tengo miedo. Miedo de que algún día, al despertar, me vea envuelta en una sábana enorme y mamá no pueda ya encontrarme.

Ainagul Aksuatsky: 6 años, dejó de crecer desde los 3.

El fragmento anterior es uno de los poemas del libro. De esta manera muchos nombres con sus edades irán manifestándose y acumulándose como enunciadores dirigidos por un locutor que pocas veces aparece pero que deja que los discursos se dispongan uno tras otro para dejar cuenta de su existencia. A diferencia de los poemas anteriores donde el cáncer es declarado, aquí la enfermedad —que no es una sola— se omite y se pasa al terreno de lo puramente descrpitivo. En ninguno de los poemas hay acciones conjugadas, pero hay temores del futuro “Lo único que sé es que este lugar no deja de crecer y tengo miedo” dice el enunciador de este poema. Y será esta la consigna a repetirse. De acuerdo a Sontag el cáncer es una enfermedad que suele buscar lo secreto, el ocultamiento (9) pues es una enfermedad que se considera obscena: no ataca solo a las partes que en el romanticismo se creían nobles, aquellas relacionadas con los pulmones —pues éstos involucran el aliento—, sino que, en gran medida, ataca a aquellas partes del cuerpo que dan vergüenza: las vicerales. Y si bien en Santos no tenemos total certeza del tipo de enfermedades padecidas por los sujetos enunciados, sí podemos concordar con lo establecido por Sontag también desde la poesía: el mal no es un hecho explícito, es escondido mediante el discurso, es reprimido por las voces que hablan en el poema y que, en el caso de Victoria Guerrero y de Enrique Lihn culpabilizan al sujeto corpóreo que la padece. Abigael Bohórquez en Poesida hará lo propio: en el poema Slogan buscará la replicación de un discurso sobre el SIDA donde la vox populi hablará culpabilizando y satanizando al enfermo, no será la culpa señalada solo por el “yo” enunciador, sino que múltiples voces fuera del sujeto hablarán para condenar:

 

Y, fue que, un día, el “BUEN” vecino
estrenó la película, como un trigal en llamas:
“AIDS IS COMING / AIDS IS HERE:”
y uno ya no volvió a poder ser
la familia de hierba de Walt Whitman:
―¿me celebro a mí mismo y me canto a
mí mismo?―
“because to die for AIDS is different
from what any one supposed.”
(…)
y ai’nos vamos, carnal
haciéndonos poquitos,
esfúmate, pass bye
no chingues, puta muerte,
(…)
porque todo estaba tiempo de la pasión,
y convivimos la cintura del canto,
y no conocíamos piedras en el camino;
pero hubo días en los que fuimos
los únicos culpables
de esta vieja batalla
recientemente concluida
 

Vemos aquí cómo, a diferencia de en los casos del cáncer, el tono del poema no tiende en todo momento hacia la oscuridad: el discurso se manifiesta por medio de elementos retóricos que hacen pensar en movimiento, velocidad, encarna voces populares “y ai’nos vamos, carnal”, pero también con elementos translingüísticos[2] que a su vez son narradoras de la situación del “yo”: “AIDS IS COMING, AIDS IS HERE”.

 

Sontag discusses her views on the male homosexual culture prior to AIDS, saying that they had embraced the 1970s sexual culture of freedom. The view that all sexually transmitted diseases were easily curable had led to a mentality of getting what one wanted whenever one wanted it, and this was completely ended with the emergence of AIDS. Sex was suddenly viewed as a potential suicide or murder (Robinson, 1989)[3].

La aparición de una enfermedad incurable contraída por tener relaciones sexuales justo en el apogeo de la libertad sexual y del propio cuerpo hace que las mentalidades vuelvan a su antigua moral conservadora, señalando a la diversidad sexual, primordialmente a la masculina, y creando a su vez la metáfora de la plaga, la peste. La comunidad homosexual de pronto aparece como portadora de la plaga, de aquella enfermedad terrible e incurable que llega como castigo por sus excesos y libertinaje. El comportamiento del SIDA refuerza el estigma: la idea del contagio aislará al enfermo y generará una repetición de patrones de contagio.  Así, Bohórquez recupera la idea socialmente construida de la plaga y llena el poema de reiteraciones de la frase en inglés: “AIDS IS COMING / AIDS IS HERE”, contagiando a las palabras en todos sus niveles de enunciación: el slogan se inserta de modo de que no hay modo de escapar de él. El fenómeno de repetición entonces ocurre al igual que en el cáncer, pero con fines retóricos distintos: aquí la enfermedad aparece constantemente señalando el inminente peligro de contagio y no como réplica de la materialidad de la enfermedad.

En los casos mencionados prima la metáfora donde la subjetividad se divide: “yo enfermo” no siempre equivale a “yo”, a veces es otro, otro culpable, desagradable, ajeno y que sin embargo sigue formando parte del mismo sujeto. Cabría preguntarnos si en estos casos donde prima el miedo por la vida misma, no son las metáforas ya existentes ―aquellas que perviven dentro de la psique de las sociedades y que se transmiten por medio de la cultura misma― las que dictan al poeta las tan arraigadas ideas de misterio, culpa y silencio. No obstante, no cabe duda de que este sujeto disperso y enfermo tiene un gran parecido con el sujeto actual: los poetas crean metáforas que se adelantan a su tiempo. Lo dice Marshall Mcluhan en Understanding Media“The artist is the man, in any field, scientific or humanistic, who grasps the implications of his actions and of new knowledge in his own time. He is the man of integral awareness[4]” (80), en este caso, el hombre que entiende las implicaciones de las enfermedades de su tiempo: la separación del yo, la reproducción anómala de células que se vuelve tangible en el discurso mediante la duplicación de discursos y subjetividades. El sujeto del siglo XXI (y finales del XX) es uno al que se le exige cumplir múltiples papeles en una sociedad, que mediante las tecnologías crea subjetividades alternas y dispares, habla desde muchos “yo” que experimentan, a la vez, miedos, certezas, apatía y, en resumen, una permanente disociación de voces: parece ser entonces que sus enfermedades se le parecen, las enfermedades, al menos, que se consideran para ser insertadas en el discurso poético que opta por la generación irregular de sonidos, versos, figuras e imágenes y que no son sino desprendimientos sinecdóquicos en múltiples niveles del sujeto lírico enfermo.

 

 

 

Referencias

Antonio Rodriguez, Le Pacte Lyrique — Configuration discursive et interaction affective, Bruselas , Philosophie et Langage, 2003. Impreso.
Bohórquez, Abigael. “Slogan”. Poesía reunida e inédita. Sonora: Instituto Sonorense de Cultura, 2016. Impreso.
Guerrero, Victoria. “11/02”. Documentos de barbarie (Poesía 2002-2012). Lima, Paracaídas Editores, 2013. Impreso.
Lihn, Enrique. “Quién de todos en mí”. Diario de muerte. México, Práctica Mortal, 1996. Impreso.
Mcluhan, Marshall. Understanding Media. Florence, USA, Routledge, 2001. Impreso.
Santos, Oscar. Chérnobil, Mantis-Universidad Autónoma de Nuevo León, Guadalajara, 2011.
Sontag, Susan. Illness as Metaphor and AIDS and its Metaphors. Nueva York: Picador, 1990. Impreso.
Villarreal, Minerva Margarita. “Verdaderas fatigas del diario”. Antología general de la poesía mexicana. Juan Domingo Argüelles. México: Océano, 2017. Impreso.
 

 

 

Notas

[1] “Dos enfermedades han sido espectacular y similarmente encumbradas por los atavíos de la metáfora: la tuberculosis y el cáncer. Las fantasías inspiradas por la TB en el último siglo, por el cáncer ahora, son respuestas a una enfermedad que se cree intratable y caprichosa”. (Ésta y todas las traducciones son del autor).

[2] Incluso podríamos hablar de un guiño el descort en esta manifestación de múltiples voces disímiles.

[3] “Sontag discute su vision de la cultura homosexual masculine previa al SIDA, diciendo que antes de la década de 1970 habían adoptado la cultura de la libertad sexual. La idea de que todas las enfermedades de transmisión sexual eran fácilmente curables había llevado a una mentalidad de querer lo que uno quisiera cuando lo quisiera, y esto terminó por completo con el surgimiento del SIDA. El sexo repentinamente era visto como suicidio potencial o asesinato”.

[4] “El artista es el hombre, en cualquier campo, científico o humanista, que aprehende las implicaciones de sus acciones y del nuevo conocimiento de su propio tiempo. Él es el hombre de conciencia integral”.

 

 

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