Leemos poesía italiana. Leemos “Al padre” y otros poemas de Salvatore Quasimodo (1901-1968) en la versión del poeta y traductor argentino Fermín Vilela.
El 21 de diciembre de 1908, a tres días de la navidad, un terremoto sin precedentes asoló las ciudades italianas de Messina y Regio di Calabria, en Sicilia. Ambas ciudades estuvieron, prácticamente, cerca de la desaparición. Según Angelo Grifasi, sismólogo de la ciudad de Palermo, al menos el 91% de las estructuras de Messina fueron destruidas o sufrieron daños irreparables y unas 75.000 personas resultaron muertas, tanto en la ciudad como en los suburbios. Tres de los supervivientes a esta catástrofe fueron Clotilde Ragusa, Gaetano Quasimodo y su hijo, Salvatore, quien muchos años después le escribiría un poema al padre, al cumplir éste los noventa años.
Salvatore Quasimodo (1901-1968), conocido simplemente como Quasimodo, fue uno de los poetas más importantes del siglo XX italiano. Después de trasladarse, a los dieciocho años, a la ciudad de Roma, su precaria situación económica lo llevó a ejercer diversos oficios mientras escribía, traducía y frecuentaba los círculos literarios romanos durante pleno fascismo, ideología política a la que se opuso durante toda su vida. El trabajo de Quasimodo, fundido en un lenguaje minimalista y simbólico, proponía imágenes crudas, sacadas de un sueño pictórico en el que el yo poético parecía tan sólo oficial de espectador. La influencia de poetas como Arghezi, Virgilio, Catulo o E.E. Cummings –a quienes tradujo entre los años 30´ y 50´– se haría sentir mediante se iba desarrollando su obra, que al día de hoy abarca más de diecinueve libros de poesía, comenzando con Aguas y tierras, sus poemas escritos entre 1920 y 1929.
Miembro de la escuela hermética italiana, Quasimodo atravesó distintas etapas en su escritura. El salto más progresivo se daría, posiblemente, una vez terminada la guerra: después de la censura del régimen mussoliniano, su trabajo trazaría un camino profundamente social, enfocado en las consecuencias de posguerra que no distaban, dicho mal y pronto, de las de Grecia antigua. Esta última afirmación se refleja en los primeros tres versos de su poema Maratón, que fue dedicado –junto a Minotauro en Cnosos y Eulisis– al mundo griego.
En 1959 recibió el Premio Nobel de Literatura y el título Honoris Causa por las Universidades de Harvard y Messina. Falleció en Milán en 1968, donde residía hacía más de treinta años como docente en el Conservatorio Giuseppe Verdi.
Fermín Vilela
Al padre
Donde sobre el agua violácea
estaba Messina, entre cables arruinados
y escombros vos recorrés las vías
y agujas con tu boina de gallo
isleño. El terremoto agita
desde hace dos días, es un diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestras noches caen
en los vagones mercantiles y nosotros ganado infantil
contamos sueños polvorientos a los muertos
destrozados por los fierros, masticando almendras
y manzanas disecadas. La ciencia
del dolor puso verdad y filos
en los juegos del llano de malaria
amarilla y enferma, hinchada de barro.
Tu paciencia
triste y delicada nos robó el miedo,
fue lección de días unidos a la muerte
traicionada, a la humillación de los ladrones
atrapados entre los restos y ajusticiados en la oscuridad
por la fusilería de los desembarcos, una cuenta
de números bajos que resultaba exacta,
concéntrica, un balance de vida futura.
Tu boina de sol andaba por ahí
en el poco espacio que siempre te dejaron.
También a mí me racionaron las cosas
y llevé tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
El rojo aquél en tu cabeza era una mitra,
una corona con alas de águila.
Y ahora en el Águila de tus noventa años
quise hablar con vos, con tus señales
de partida coloreada por la linterna
nocturna, acá desde esta rueda
imperfecta del mundo,
sobre una plenitud de tapiales cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia
en donde todavía estás para decirte
lo que antes no pude –difícil afinidad
de pensamientos- para decirte, y no nos escuchan sólo
las cigalas del Biviere, agaves lentiscos,
como el campesino dice a su patrón:
“Bésole las manos”. Eso, nomás.
Oscuramente fuerte es la vida.
Al padre
Dove sull´acque viola
era Messina, tra fili spezzati
e macerie tu vai lungo binari
e scambi col tuo berretto di gallo
isolano. Il terremoto ribolle
da due giorni, é decembre d´uragani
e mare avvelenato. Le nostre notti cadono
nei carri merci e noi bestiame infantile
contiamo sogni polverosi con i morti
sfondati dai ferri, mordendo mandorle
e mele dissecate a ghirlanda. La scienza
del dolore mise veritá e lame
nei giochi dei bassopiani di malaria
gialla e terzana gonfia di fango.
La tua pazienza
triste, delicada, ci rubó la paura
fu lezione di giorni uniti alla norte
tradita, al vilipendo dei ladroni
presi fra i rottami e giustiziati al buio
della fucileria degli sbarchi, un conto
di numeri bassi che tornava esatto
concéntrico, un bilancio di vita futura.
Il tuo beretto di sole andava su e giú
nel poco spazio che sempre ti hanno dato.
Anche a me misurarono ogni cosa,
e ho portato il tuo nome
un po´ di piú in lá dell´ odio e dell´ invidia.
Quel rosso del tuo capo era una mitria,
una corona con le ali d´aquila.
E ora nell´ Aquila dei tuoi novant´ anni
ho voluto parlare con te, coi tuoi segnali
di partenza colorati dalla lanterna
notturna, e qui da una ruota
imperfetta del mondo,
su una piena di muri serrati,
lontano dai gelsomini d´Arabia
dove ancora tu sei, per dirti
ció che non potevo un tempo –dificile affinitá
di pensieri- per dirti, e non ci ascoltano solo
cicale del biviere, agavi letischi,
come il campiere dice al suo padrone:
“Baciamu li mani”. Questo, non altro.
Oscuramente forte é la vita.
No he perdido nada
Todavía estoy acá, el sol gira
a mis espaldas como un halcón y la tierra
repite mi voz en la tuya.
Y vuelve a empezar el tiempo visible
en el ojo que redescubre la luz.
No he perdido nada.
Perder es ir más allá
de un diagrama del cielo
a lo largo de movimientos de sueños, un río
lleno de hojas.
Non ho perduto nulla
Sono ancora qui, il sole gira
alle spalle come un falco e la terra
ripete la mia voce nella tua.
E ricomincia il tempo visibile
nell’occhio che riscopre la luce.
Non ho perduto nulla.
Perdere è andare di là
da un diagramma del cielo
lungo movimenti di sogni, un fiume
pieno di foglie.
Visible, invisible
Visible, invisible
el carretero en el horizonte
entre los brazos del camino llama,
responde a la voz de las islas.
Tampoco yo voy a la deriva,
en torno gira el mundo, leo
mi propia historia como guardián nocturno
en las horas de la lluvia. El secreto tiene márgenes
felices, estratagemas, atracciones difíciles.
Mi vida, habitantes crueles y sonrientes
de mis caminos, de mis paisajes.
no tiene manijas en las puertas.
No me preparo para la muerte,
conozco el principio de las cosas,
el final es una superficie en donde viaja
el invasor de mi sombra.
Yo no conozco las sombras.
Visibile, invisibile
Visibile, invisibile
il carrettiere all’orizzonte
nelle braccia della strada chiama
risponde alla voce delle isole.
Anch’io non vado alla deriva,
intorno rulla il mondo, leggo
la mia storia come guardia di notte
le ore delle piogge. Il segreto ha margini
felici, stratagemmi, attrazioni difficili.
La mia vita, abitanti crudeli e sorridenti
delle mie vie, dei miei paesaggi,
è senza maniglie alle porte.
Non mi preparo alla morte,
so il principio delle cose,
la fine è una superficie dove viaggia
l’invasore della mia ombra.
Io non conosco le ombre.