Poesía peruana: José Antonio Mazzotti

Se publicó recientemente El zorro y la luna. Poemas reunidos 1981-2021 (Axiara Editions) del poeta peruano José Antonio Mazzotti (Lima, 1961). En 2018 recibió el Premio Internacional de Poesía Jose Lezama Lima, convocado por Casa de las Américas, debido a “una trayectoria poética singular en el ámbito hispanoamericano”. Mazzotti es especialista en Literatura Colonial. Actualmente es profesor en Tufts University.

 

 

 

 

 

Los amores imposibles, los poemas

 

Mientras te duermes vas oyendo a tus espaldas
     una puerta que se cierra sin hacer ruido
piensas en un amor imposible de citas clandestinas
     y perros que te siguen en la noche
y descubres que un amor y un poema son lo mismo
     al fin y al cabo
y son lo mismo al fin y al cabo el poema y la puerta
     que se cierra
sin hacer ruido y son lo mismo esa puerta que se cierra
     y un amor imposible que hace ruido estrepitosamente
y tienes que escribir el poema
                       escribir el poema
                       escribir el poema
                                                          a como dé lugar.

 

 

 

 

 

Abdominal

 

Llueve por todos los vitrales, llueve
y el canto del nogal anaranjado
se bate tras la luna del gimnasio,
y el farol que secciona
el rabo de los roedores
pinta sus señas con un brazo
bajo el techo:
al principio es el agua que se filtra
mojando el chor en pleno centro
y el clavo de Cristo va emergiendo
a medida que un ojo se perfila:
la nariz y la boca por debajo
y el otro ojo de pronto
y un manto de cabellos que desciende
y es el techo del gimnasio más brillante
que el fuego del nogal y de la luna:
rostro de la Madonna en las esferas
del ágil corazón que lo recuerda.

Y le hago reverencias.

 

 

 

 

Interdicciones con el Inca

 

Qué extrañeza al conocer a los marqueses, tus tíos,
sintiendo de veras el desdén que se les dedica 
a los de tu calaña, mala sombra, diciendo,
de unos aventureros de rapiña, alturados
sin mayor lustre, retoños en indias promiscuas, que ahora llegan
a reclamar dudosos heroísmos.

Allí y sólo allí
te encontraste de pronto ante el espejo, hijo de reyes y de los mayores poetas
reducido al polvo de forjarse una honra con el brazo, hasta que el brazo
se resolvió en una fina extremidad
que fue más poderosa que todas las macanas
y alabardas, el vuelo de la mano con la inteligencia 
del halcón, el sonido de los precipicios
como un animal de plata
y un puente que se desteje en la memoria
y que comienzas a trenzar iluminado
por el triángulo perfecto del Salqántay.

“Y así me llamo yo a boca llena, y me honro con ello”, decidiste 
y fue como salir de las tres cuevas, aliviado
de unos dolores de costado, de unos paños 
que llegaban por el mar
en medio de botellas, pesando sobre tu cama
como los crucifijos que te perseguían, noche a noche, alucinando
el encuentro con los primos, condiscípulos, abuelos
y la sabiduría de esperar al Sol en los solsticios, celebrando
juntos el paso de las estaciones, tal como se figuraban
tus autores favoritos. ¿Dónde empezó la realidad? ¿Creaste todo o todo
fue así como te lo contaron, destilando el batallar de las olas sobre las conchas
como el mar que se enloquece para lamer la costa, o la palabra
que soporta los estantes del Imperio? 

Villorrio de Montilla. Verano de 1571. Ya de vuelta
rasguñas unos libros con la pluma
adiestrándola
a dirigirse como el rayo sobre el árbol preciso, a ordenar
una por una las naciones, los refranes
y los versos que cuentan el origen de la lluvia
y “sus idolatrías”, que por eso
muestran más limpio su rastro de felino, y su esperanza
que se reparte como plumas de los cóndores, 
en pérfido arco iris
uniendo al noble padre con la madre silenciosa.

Hatun Qusqu, Ancha Llaqta, Sumaq Llaqta, un centro colorido o, como expresabas, 
otra Roma en su Imperio, para que te entendieran
los que confiaban en la majestad de tus palabras, 
único territorio con el que te compensaron
una vida de servicio y la feroz humillación
de que vendieran a tu madre y con tu madre
toda la grandeza de los Incas.

“Así me incliné a vindicar los nombres mancillados
desde estos rincones de soledad
y de pobreza, martilleando
como los pájaros guaneros otro Imperio, contemplando
cómo un rebaño de llamas 
en campos de zafiro pace estrellas”.

 

 

 

 

Sakra Boccata
21

 

Huele el viento a espuma del Atlántico
La sombra se articula como un rumor extranjero
De campanadas al compás del río
Una extraña picazón le raspa los pies a la ciudad
El Ciego deambula
Preguntando por el otro es el tiempo
     de los Vientos Árticos
Y el Hada Cristalina que toca con su vara erecta
Cuanto en piedra en barro en polvo
Se le tiende y lame
Es el tiempo de la alfombra mágica del último rosal
     el que aún tiene
La yema relumbrante de las cortaduras
Las pasiones secretas y las interrumpidas
Las miradas profundas que por un instante
Arrojan su deseo por la lengua
Es el tiempo es el tiempo —el Hada proclama—
Pidiendo que le rasguen las propias vestiduras
Con las arañas de un pincel

Así
Mirábanle y mirábanse alterados
Cubierto el mundo de doradas hojas de crujidos

Y colas acolchadas reventando

En la punta las flores encarnadas
Y al centro las agujas retorciéndose

 

 

 

 

Lincoln Memorial

 

De lejos y en las fotos parecen tus rasgos un portento de Miguel Ángel.

No es así tu mirada pétrea.

Eres más como las columnas casi acartonadas
     que ascienden del rociado resplandor del agua.
Eres el oráculo de Delos por encima de las escaleras.
Allí vienen a mirarte de todos los rincones del planeta.
Leen tus inscripciones en las tablillas de mármol,
Hablan de la Unión y de la Libertad,
Repiten la lección de Gettysburg,
Que despierte el leñador, murmura un niño
     desde la sombra,
Que despierte bailando sobre las tumbas
     de los soldados,
Que resucite a los que fundieron sus grilletes
En el muelle de un Ford 1901.

Aun así tu mirada pétrea habla con la tristeza
De un mundo perdido que ya no más
Devorará.

En el espejo acuático del cielo penetra una aguja pálida
Y atrás de las palmeras se encienden los ojos rojos
De un dealer
Acuchillando la sombra.

 

 

 

 

Amazonas

 

Padre poderoso que te esfumas en el horizonte
Santificado sea tu fondo franela donde las conchas
Se funden con las ramas cimbreantes y las ramas
Un sueño milenario aletean en el desvientre de luz
El sabor de la sábila y el oro esperma del paiche
La iguana marrana / el cóndor delfín / la anguila mona
Y el loto de alfombras que dibuja el chullachaqui
Cubres lagos desde tu loma lechosa desde tus
Sabanas sabrosas de savia soberbia de subidas
Y bajadas restallando en el alcázar de tu sombra
Padre sembrado de arena derretida flotando sideral
Enfermo repentino incrustado de termómetros
Tus ninfas pústulas de arsón y fungen pécora
Tus algas ostentan las puntas quebradas tus pirañas
Se muerden entre ellas danzando en la niebla sidérea
Padre que estás en las ovas con la audacia de quien
Invade la planicie mamífera con océanos barrosos
Acidándose de úrea y de sueños de lavandería
De blancuras por venir que no olfatean su caña de mayo
Y miras con misericordia lo que hemos hecho de ti
Un seguro sin techo un dios inmortal y solamente eres
El animal bóveda de los espíritus de todas las matas
Y todas las copaibas y las nectandras y los zancudos
Que beben de tu cuello carnoso el hidrógeno sangre
La taruca tapiresca / el tortugo perezoso / la boa lagartija
Y el tahuarí amarillo que los amaranta y charapea
Padre Yacuruna estarás con tu lagarto negro por los
Abismos de las cochas plateadas en la luna de tu madre
Corteza de tornillo cocinando la poción santificada que
Llevará tu grito ayaymama raspante por las quebradas
Sentado como el simpira auscultarás los movimientos
De los intrusos antorchas que suturan tus poros estarás
Atento a la hoja inerte alada de los rombos cristalinos de
La caoba inmaculada y la cumala imberbe y la manchinga
Acurrucada en el pino chuncho y el cachimbo con sangre
De grado investirás de honor como pantera esos cráneos
Removerás con tus garras la hojarasca acecharás
Esos monos desnudos extraviados de su sendero
Y esos monos vestidos que traerán la fiebre ceniza
Padre Sachamama te desgajas y abandonas tu piel
Que bordan las enanas cabezonas definitivamente
Ordenadas herederas del universo en ellas te deslizas
Silencioso por las hojas del cedro y te recoges
En el vientre de una roca raída al acecho escondiendo
Tus sables insaciables paladines de tu vientre infinito
Padre Yanapuma brujo perverso entre los más malignos
Tu silueta de jaguarnoche se confunde con los gallinazos
Para comer carne humana a cualquier costa la más dulce
De todas las delicias que la selva ofrece porque su aroma
De animal limpio es más agradable a las entrañas rojizas
Que asoman por tus ojos braseros por tu amargura de dios
Momentáneo de dios todopoderoso lo que un rayo azota
Padre Mapinguari perezoso gigante deambulas a veces
Tumbando los arbustos más altos desgarrando pieles
Cubiertas de esmeraldas bailas bajo las tormentas
Cazando cocodrilos en las bolainas y en las orquídeas

Saltando con los colibríes y los urcututos
Trompeando con los trepatroncos y las guacamayas
Tu monte de gigante es temido andante de los maqui
Sapas colas de mano arácnidos con tetas y cara
De gárgola asustada de los ocelotes gruñidos y lentos
De los relámpagos que paren tu sombra abiertos
De piernas ante tu portento de portaestandarte
Padre Chicua que revelas las infidelidades felices
Las de los animales que sólo caen ante la gravedad
Del amor sin condiciones ni futuro sólo presente
Puro insondable como tu bolsa de boa traga aldabas
En tus serenas curvas se solaza el universo erige
Su bastón de mando para besarte en cada abismo
En cada noche bajo los troncos guarecidos y la lluvia
Lamiendo con furia su entrada al Paraíso rezando
Ave María Bendita Tú eres entre todos los placeres
Dispénsanos de rodillas te lo pedimos humildes
En tu leche palpitante y mullida nos fundimos en
El primer encuentro en el mar de la célula con cola
Y el recinto secreto de la esencia de la Eternidad
Padre Yurupary que cruzas el caudal silente
Subiste al cielo en misión oficial y así te pagaron
Tomando la batuta los que antes te temían
Decidieron ordenar la casa hacerse cargo de todo
Y tus hijos olvidados como los sajinos deambulan
Por las cortezas de las moenas y los motelos rumiando
Las estrellas reclamando tu regreso / el Sakro Cosmos
Restablecido por los siglos de los siglos loado tu Nombre
Padre Tanrilla frágil garza de patitas de flauta de licor
Tu música levanta obeliscos humedece las nubes plácidas
Que encuentran en su ritmo de posishon el goce eterno
Por el que vive y muere y se desdice en gemidos el coro
Que canta cada noche:
“Ayaymama, Huischuhuarca: Nuestra madre ha muerto
Y nos abandonaron”.

 

 

 

 

 

Ewa Chotamis 
(la mamá libidinosa)

 

Cosa espantable es ser abandonada, sentir la carne ardiendo de deseo.
Ewa Chotamis cantaba mientras lavaba a su pequeño hijo. Cinco años
Tenía el muchacho y lloraba. Lloraba y lloraba por días y noches.
Su madre a veces lo engullía completo, y lo calmaba. El niño era feliz
Dentro de ella, se engordaba sin dar jugo y veía su boshki como un
Tentáculo hundido en su cocha-mashpi tibiecita y mojada como flor.
Y cuando Ewa no estaba el muchacho lloraba como un ayaymama
Mischuwarpi por qué me has abandonado? Y su grito corría el follaje
Rasgando cada hoja hasta hacerla temblar, sentir su pena infinita.
“¿Qué cosa quieres, hijito?” Y el niño no quería nada. Le daba de tomar,
De comer. Y nada. Sólo lloraba y lloraba y señalaba el mashpi sabrosísimo
De Ewa. Nada más quería. Nada más hermoso que ese loto perfumado.
Pero su boshki había crecido como una palma en verano, inundado de lluvia
Esparciendo sus ramas por el aire. Ewa le dijo: “Ven ya de una vez a hacer
Lo que hacía tu papá” y se le abrió chaparakai, bien bonito. Mas el brazo
Del niño se había transformado, era de mono grande, no entraba, dolía.
Ewa Chotamis insistía y el niño se desesperaba, hasta que entró, matándola.
Él es ahora torcaza; Ewa musmuki y canta por las bolainas mordiendo su herida.

 

 

 

 

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