Leemos un texto del poeta y traductor español Hilario Barrero (Toledo, 1946). Se doctoró en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y ahí mismo se desempeña como profesor. Ha escrito los poemarios Siete sonetos (1976), In tempore belli (Verbum, 1999), Agua y Humo. (Cuadernos de humo, 2010), Libro de familia (El Brocense, 2011), entre otros. El primer poema que leemos aquí pertenece al volumen antológico Dónde está el fuego II (Editorial Cuadernos de humo, 2021). Recientemente publicó, además, la antología Tiempo y deseo. Poesía 1971-2021. Para José Luis García Martín, “Los más personales poemas de Hilario Barrero tienen por escenario Nueva York, un Nueva York cotidiano que poco tiene que ver con las fugaces visitas, a menudo meramente turísticas, de otros poetas. Me refiero a poemas como «Domingo suburbano» (quizá el mejor ejemplo, aunque hay otros en la misma línea igualmente excelentes), tan lleno de pequeños detalles exactos, casi una estampa costumbrista”.
Clases nocturnas
The apparition of these faces in the crowd:
Petals on a wet, black bough.
Pound
Traducíamos la “Guerra de las Galias”
con tres alumnos suspendidos en junio,
sin ablativos absolutos que nos robaran
la vida salíamos antes de la hora cerrando la Academia.
Yo apagaba las luces,
encendía las puertas de la noche
y bajaba a las Ramblas
donde era otro alumno suspendido para siempre
que se sentaba en las sillas de alquiler
al lado de la sórdida soledad, la blanda tristeza,
el olor a colonia a granel de chulos y chaperos
que buscaban a alguien con quien pasar la noche.
La noche era un laberinto de ademanes y roces,
de flores, pájaros y libros arrestados,
un río de rostros bajando a la penumbra,
la gata suave de la niebla dormida entre las ramas,
las palomas cobrando el alquiler de su vuelo
y el alumno viendo pasar la noche
con “Cuadernos” bajo el brazo
que compró antes de que lo secuestraran.
A lo lejos el perfume del mar.
Parecida a una escena en blanco y negro,
como en el poema de Pound,
entre la multitud apareciste, un trávelin que venía hacia mí,
un primer plano, el brillo de tus ojos, tus labios y tus manos.
Nadie hubiera apostado por nosotros ni una noche,
lo más una aventura pasajera.
En tus clases nocturnas aprobé con matrícula de honor
al traducir tu guerra con la mía
y caminar descalzo el campo minado de la alcoba.
El único ablativo absoluto era tu lengua
y los editoriales relativos de Ruiz Jiménez.
Nunca más tuve que sentarme en una silla de alquiler.
Domingo suburbano
Hemos desayunado en la terraza
con champán Veuve Clicquot,
The New York Times,
bagels, salmón, la luz de mantequilla,
la cantata noventa, lechosa tu mirada
y abiertos los geranios de mis ojos.
Un mundo sólo nuestro, prisión donde morimos
amándonos de prisa cada hora:
firmada la sentencia
en la pared cubierta de retratos de muertos.
Luego nos hemos ido al mall, ya por la tarde,
donde te he comprado dos camisas a rayas.
Vosotros a estas horas
os estáis levantando, con dolor de cabeza,
desayunando Bayer,
pues anoche cenasteis cocaína y alcohol
en un loft del East Side.
De vuelta hemos pasado por Christopher Street
y yo te he comentado algo sobre un chapero
que al verte ha sonreído.
El brillo de su piel, el color de sus ojos,
la agresiva insolencia de su sexo,
ese gesto de llevarse la mano a la entrepierna
han vuelto a recordarnos otros tiempos:
yo sentado en las Ramblas una noche de julio
y tú bajando al mar…
En el mall, una hermosa cholita
vestida de colores brillantes
le compraba a su hijo unos 501 con botones,
y mirándole a gritos le decía:
Te están a little prietos, Máikol.
El me mira y sonríe un poco avergonzado
y sus ojos encienden
la agobiante tristeza suburbana del centro comercial.
Es su risa la misma del chapero,
pero fresca y no usada, todavía.
Tiene razón la madre:
le están muy apretados los Levi ́s
que pronto alguna mano temblorosa
abrirá para estrenar el fruto
que en estas noches de insomnio y abandono
está ya madurando.
King size
Lo peor para ti era al amanecer
cuando la luz desnuda y despiadada
descubría las trampas, las arrugas,
el aliento podrido y la lengua de corcho
que la noche, el alcohol y el deseo
habían ocultado al conoceros.
São bento
Hace cuarenta años, deslumbrado en Oporto,
acechando en paseos oscuros
ganaste una batalla desnudando armaduras
de jóvenes guerreros.
Ahora vuelves a un hotel de primera
cercano al lugar en donde fuiste feliz
y aunque nada parece que ha cambiado
tienes miedo de entrar en la estación
pues bien sabes que ya no están los cuerpos
que te pidieron lumbre, te invitaron
a una pensión de barrio y encendieron tu noche.
Concierto
Abre la comitiva el clavo crucifijo de la sombra
y el grupo de la hoz y los roncos martillos.
Siguen voces de seda submarina,
de terciopelo ajado y de césped prohibido,
voces por las que Händel se perdía,
voz de máscara amarga, voz de Gluck,
un alhelí roñoso, dos frutos sentenciados
por la mitra sangrienta del cardenal celoso,
imposible semilla de la espera.
Van en la comitiva dos cuerpos exiliados,
el bisturí oxidado del cabildo
que rasga con su musgo la roja sotana,
el silencio de cera y de madera,
la cicatriz cerrada y un gladiolo
maduro en el hueco cosido.
Cierran la procesión guerreros a caballo,
un coro de corcheas fugitivas,
secas algas de hierro desterrado,
niños, un perro con dos ciegos,
y la turba en silencio que espera
que comience la fiesta en la gran plaza
en la que cantará por vez primera
la voz iluminada de ambigüedad ceniza
del pálido y bellísimo castrato.
Última fila
Hoy lo ves claro y aún te duele,
cómo se sentaban a tu lado en el cine,
te llevaban a oscuros callejones,
pagaban unas horas en un cuarto de barrio.
Recuerdas el aliento a tabaco y a vino,
padres sin tacha y esposos respetables,
cómo se convencían al besarte
y razonaban tu aullido desgarrado
cuando de pronto y sin aviso
con un hierro candente te marcaban.