Poesía española: Miguel Floriano

Leemos poesía española. Proponemos la lectura de Miguel Floriano (Oviedo, 1992). Ha publicado los libros de poemas Quizá el fervor (Isla de Siltolá, 2015), Claudicaciones (Renacimiento, 2016) y La materia y la envidia (Alhulia, 2019), que fue reconocido con el XII Premio Antonio Gala de Poesía. Sus versos se incluyen en las antologías Diversos (Círculo de Valdediós, 2015), Re-generación (Valparaíso, 2016) Mucho por venir (Maremágnum, 2017), La luz a ti debida (Maremágnum, 2017) y Los últimos del XX (Luna de Abajo, 2020). Ha preparado, junto al poeta Antonio Rivero Machina, la antología Nacer en otro tiempo (Renacimiento, 2016). Ejerce esporádicamente la crítica literaria en diversas plataformas y publicaciones. Vive en Oviedo. Estos son cuatro poemas de su nuevo libro, Mapas del vagabundo, que se publicará en breve.

 

 

  

 

  

 

Otoño

 
Si te pienso, otro tiempo
dormido se ilumina
en los rincones de noviembre.
«Mirad, pasan los días
igual que perros tristes»,
nos dijo aquella noche
de la que no regresaría
nunca más. Tantas veces
la vimos sonreír, vestirse
con la prisa de su deseo,
abrirnos el regalo de su inteligencia
o hablarle al mar, el disfrazado,
el siempre disfrazado.
Solía irse muy lejos
al despuntar el mes
en que la savia se envanece
pulsando las raíces,
delicado furor,
delgada voz del crecimiento.
Cerca, junto al camino,
por encima de un cúmulo
de ramas y hojas secas
han pasado unos niños
que persiguen a su madre
en un juego perenne.
Debajo está mi corazón.

 

 

 

 

His last bow

  
El placer melancólico de viejas escenas
que despertaron la pasión libresca

en los remansos de la adolescencia.
Algunas de ellas son inolvidables.
Un jovencísimo Joseph Rouletabille
que, nunca antes de las seis y media

de la tarde, frente a un atónito auditorio,
le da nombre al fantasma del castillo

de Corbeil en Le mystère de la Chambre Jaune.
Un apesadumbrado capitán
Arthur Hastings, que lee la carta póstuma
donde Hércules Poirot disculpa su suicidio
detallándole el modo en que acabó
con el malvado Stephen Norton.
Lo hizo con somníferos, un disfraz y una pistola.
Un disparo simétrico en mitad de la frente.

«Todos tenemos ansias de hacer daño,
incluso de matar, querido Hastings,

aunque jamás la voluntad de hacerlo», escribe.
Sherlock desentrañando con la misma
excitación de los poetas, que se parece a la muerte,
el acertijo de los bailarines.

Jane Marple, que recorre St. Mary Mead,
se ajusta el sombrero, saluda a un inspector
de Scotland Yard y se repite: «people are the same
everywhere». Tú, que llegas hasta aquí
con tus pies de paloma malherida,
dejando atrás los pasos
de la vida fronteriza, tal vez
arrepintiéndote, intentando no hacer ruido,
buscando nadie sabe
qué cosas en el gran teatro vacío…
Mi último saludo en el escenario es este.
No será tu placer el de la melancolía.

 

 

 

 

Acerca del carácter (I)

 
Es la mano de niño, que aún las palabras guía,
contándome la historia que entristece a un dios.
Muy tarde, cuando los amigos se marchaban
sin marcharse jamás, reconocemos nuestros pasos.
El relato y la acción de la esperanza
de creer en la noche, porque la noche aguarda siempre
por los que huyen sin saberlo nunca.
Hoy que la ciudad vive su extraordinaria muerte,
en la vulgaridad de estar a solas,
en la vulgaridad de amar ser nadie,
resulta ya imposible recordar
cómo nos demorábamos en la incertidumbre
mientras a nuestros pies morían,
aclarando la sombra, los caballos blancos.

 

 

 

 

El reino (II)

 

Usted sabe tan bien como yo
que el deseo de comprender nos trae
                  un buen puñado
de ceniza
                 y de humo espeso
en el momento en que circula el sonido en la cadena escrita
una moneda desaparece en la mano izquierda
                                                                       del prestidigitador
es por eso que uno no debe

 
usted sabe: si comprendemos luego
                                                         [nos cubrimos de polvo
igual que si soplásemos sobre el lomo de un libro abandonado hace siglos
y ahogado ya el rostro
somos arrastrados por no se sabe qué
                                                            [fuerzas

 
recuerde sino lo que hoy no es posible
el feudo de la paz y aquel vuelo liviano
cuando de niño le cantaban
las canciones que no parecían nombrar el mundo.

 

 

 

 

 

 

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