Jorge Arturo Ojeda: el lenguaje del taller literario

David Magaña Figueroa recupera una conversación con el poeta, narrador y ensayista Jorge Arturo Ojeda (Ciudad de Méxic9o, 1943). El tema central es “el taller literario” y esa poética implícita, estilo de época, que se reproduce en él. Dice Ojeda: “cabría preguntar a qué taller literario asistió Tolstoi, quien a los 22 años escribió Tres muertes y a los 35 Guerra y Paz. ¿O qué habría escrito Pushkin, el padre de la literatura rusa, si no hubiera muerto a los 35?”. La fotografía es de David Magaña.

 

 

 

 

 

Orquestitas del barroco

                                                                                            

Voz tipluda, cara de azoro, Jorge Arturo Ojeda, el escritor invitado suelta un largo: “¡Aaaaaaaah!” y lo remata con un: “¡Qué interesante! Así que soy su invitado y no se me permite fumar porque entre el público hay algunas personas a quienes les molesta el humo. Por mí pueden retirarse, si quieren que charlemos voy a fumar”. Saca la cajetilla de Delicados sin filtro de una bolsa de mandado, extrae un cenicero que coloca a su derecha y parsimonioso enciende un cigarro. Aspira con fuerza, sostiene el humo unos segundos y posteriormente lo suelta hacia abajo, como si pretendiera darse un hornazo. Rincón que está a un costado, tose. Jorge Arturo, versión mexicana del actor galés Jonathan Pryce, ve con desdén a los concurrentes.

Nos visita, por sugerencia del Gordo Álvarez quien propuso el diálogo con la generación de escritores nacidos en los años 40. De Ojeda leí Cartas alemanas, crónica de viaje; Personas fatales, cuentos y sus colaboraciones de varia invención publicadas en el suplemento cultural El Búho. Sus numerosos relatos y novelas de amoríos homosexuales no me interesan.

Cincuentón, torso de ex físico culturista, mirada miope, sucia camiseta blanca de algodón, nervioso en exceso toma la palabra sin que lo presenten: “¡Aaaaah! ¡Qué interesante! Entonces aquí se estudia para ser escritor, ¡qué interesante!… Deben saber que las orquestitas del barroco se limitaban a una receta, una especie de machote sobre el que componían todos con los mismos elementos. Eso explica la enorme producción del periodo. Mozart, en cambio, rebasó todo ese clasicismo. En una ocasión le preguntaron: ‘¿Cómo puedo componer una ópera?’ ‘Vaya al conservatorio, estudie y practique mucho’ ‘Pero usted compuso su primea ópera a los 12’ ‘Sí, pero yo nunca le pregunté a nadie cómo hacerlo.’… ¡Qué interesante!”

Enciende otro cigarro con el anterior, continúa el monólogo:

 “En consecuencia, cabría preguntar a qué taller literario asistió Tolstoi, quien a los 22 años escribió Tres muertes y a los 35 Guerra y Paz. ¿O qué habría escrito Pushkin, el padre de la literatura rusa, si no hubiera muerto a los 35?

“El consejo para un joven interesado en ser escritor y que le puede ser útil para crear, es hacer composiciones. A un taller que di en la Casa del Lago asistía un hombre de 40 años, sin estudios. Empezó a faltar porque enfermó y cuando se presentó de nuevo fue con un bastón, andaba con dificultad y estaba decaído. Trajo una composición. Me preguntó si ya era un escritor. “Sí, le dije, ya es usted un escritor”. ‘¿De verdad lo soy?’ ‘Sí.’ Me percaté que el hombre, al paso de las sesiones recuperaba la salud… Fracasar es una sacudida, cualquier zafarrancho en la juventud se sobrelleva, a los 40 ya no. 

“En el taller de Juan José Arreola alguien escribió: ‘La mujer iba con su asunto’. ‘¿Qué es eso? –dijo el maestro-   No escriba en código, ponga el idioma de la comunidad’…

Sobre la condecoración que el Colegio de México le otorgó a Fernando del Paso, le comentaba a José Agustín que a esos escritores no los goza el pueblo, tampoco son aristócratas. Los escritores que sí lee el pueblo utilizan un lenguaje que todo mundo comprende, sin extravagancias, como escribía Moliere. Estos escritores tenían conciencia de la dignidad de sus personajes, la reina nunca iba a decir lo que correspondía a una criada.

“La poesía sí se traduce puesto que poesía son las grandes imágenes, no sólo los juegos del lenguaje en un idioma, lo mismo ocurre con el gran drama. Por ejemplo, Shakespeare. La formación de Shakespeare tiene fundamento en la frase: Small latin and less greeke, y lo mismo ocurrió con Cervantes quien era un gran lector con una escasa cultura académica. Ellos a diferencia de Quevedo, el monstruo. Entonces la pregunta clave es ¿quién le enseña a quién?

“Juan José Arreola fue el primero en crear un taller literario y lo llamó así porque consideraba que el arte debía ser rebajado a artesanía, igual a objeto de arte de uso. Oscar Wilde dijo que el arte es lo totalmente inútil. No obstante, por el arte somos humanos, nos hace seres superiores y por ello es útil. Una planta que necesita de un clima, si le falta lo necesario no dará flores. El hombre en su evolución ha atrofiado sus pies-garras, ha perdido pelo, al desarrollar la posible pinza de la mano atrofió la del pie.

“Arreola estaba equivocado, no podemos llevar el gran arte al terreno de lo útil como si se tratara de una mesa. Lo que él hizo fue darle sabiamente su tiempo a quien lo merecía en sus talleres. ¿Qué nos enseñó Arreola? Nada. Creó un ambiente, como caldo de cultivo, pero de teoría no vimos nada. Era un catador –se preguntaba dónde vibraba la poesía-, manejaba imágenes, sensaciones, no ideas.

 “El taller, ¿quién lo guía?, ¿quién lo enseña?… No creo en ello. El Tao dice: Nunca te he enseñado nada que no supieras antes. Idea que Arreola me confirmó: ‘Usted ya era escritor antes de que yo lo conociera; todos lo eran, pero encontraron a alguien que los supo provocar”.

Ojeda enciende el enésimo cigarro, nos ve como pasmado. La pausa basta para que una veintena de asistentes levanten mano para despejar dudas. Me doy por satisfecho con lo expuesto. Discreto salgo del teatro, atrás vienen Frida, Duk y Juan Luis. Directo a la cantina. 

 

 

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