Poesía argentina: Carolina Zamudio

Leemos poesía argentina. Leemos a Carolina Zamudio (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973). Es poeta y ensayista. Publicó: Seguir al viento (Argentina); La oscuridad de lo que brilla, edición bilingüe español/inglés (Estados Unidos); la antología Doble fondo XII (Colombia); Rituales del azar, edición bilingüe español/francés (Francia); Teoría sobre la belleza (Argentina); La timidez de los árboles (Colombia); El propio río (Perú) y Vértice (Italia). Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos por la Universidad Argentina de la Empresa y Periodista por la Universidad Católica Argentina. Creó y dirige la Fundación Esteros y la revista del mismo nombre. Vivió en Emiratos Árabes Unidos, Suiza y Colombia. En la actualidad reside en Uruguay.

 

 

 

 

 

 

Una isla desierta

 

No navegues mis mares,
otros lo hicieron y se ahogaron;
puedes verme levitar desde la orilla
‒a veces lo consigo‒,
es un truco no adquirido. Dejo
en todo caso que mires
esa inmensidad que no soy ni tengo
tendiéndose de lado sobre la pierna
doblada en que sin peso
descansa la mano izquierda.
¿Acaso no oyes las olas que rugen
en el corazón?
En la arena blanca de una sábana
el océano solitario se adormece.
Querido, hay mil formas de sobrevivir
a las tempestades de mi amor.
Yo duermo y sueño que devoro
todas las costas y caigo
en el sosiego
de una isla desierta.

 

 

 

 

Escúchame callar tras la ventana

 

Este es el tiempo, cariño,
un insensato. Hay varias formas
de dejarse ir del mundo. Elegimos
pasar el día en este sueño
de peces tras la burbuja.
Ven, escucha
ya casi va amaneciendo
y es dentro de mi piel. Allí un universo
se descubre florecido y canta.
No te descuides. Nada,
en realidad, nos pertenece.
Acaso fuimos nosotros quienes vimos a trasluz
el dejo de un aliento deshaciéndose.
Ahí viene el día
y su delirio de celestes;
también, de allí seremos
y haremos del pan
nuestro refugio. Como la sombra
que pronto dibujará otros cuerpos
en esta calle, y otras más
de estos nosotros.
Ven, escúchame callar
tras la ventana.
No es cosa del tiempo,
ese insensato.
Es solo que ahí
va la vida.

 

 

 

 

Cuando fuimos granos de arena

 

Los ojos clavados en el libro
como el buzo que guarda el aire
en busca de la presa.
Dicen que a ellos el sol se les instala
en la espalda y deja marcas,
yo nado por una línea sin rumbo,
recuerdo vidas pasadas
en las que el hombre fue un pez
y yo su trofeo. Él poco sabía
aún de mareas ni carnadas,
incluso antes, cuando fuimos
granos de arena amalgamándose
unos con otros que ‒como ahora‒
se desprenden de este mar
al sur del mundo
y llegan a la página.

 

 

 

 

En tiempos de sequía

 

Yo, que prefiero absorber luna
a tomar el sol. regar la noche
de recuerdos y enhebrarlos
en farolas de una calle cualquiera.
Destender el mantel con los restos
y buscar los símbolos en las migas,
subir las escaleras cuantas veces sea
a temer desandar los pasos dados.
Ser vampiro en la niebla, merodear
la casa mientras todos duermen,
ser ama de la noche, esculpir
los deseos en las nubes pálidas.
Que soy pez en tiempos de sequía,
flor insólita en invierno,
búho que descree de su suerte,
señora a merced del viento.
No sé adónde vamos ni porqué
y cada mañana me ahogo
hondo en una página en blanco.

 

 

 

 

En esta casa que hay en mí

 

En esta casa que hay en mí
a menudo música se oye,
junto a la orilla de este puente
que es mi cuerpo
habitan seres ciertos
‒a veces se quedan‒,
las paredes no precisan
cubrirse casi de lluvia,
no de sol, no de rocío.
Se está plácido a veces aquí.
Solo debes saber, querida,
una sombra
se refleja a ciertas horas
y somos así únicas, completas.

 

 

 

 

El viento reconoce sus contornos

 

Una mujer camina al borde de un río,
pisa cada piedra a su paso,
siente lo rugoso del mineral
dentro de sí misma,
el viento reconoce sus contornos
y se despoja de las fuerzas para mostrarle
a la mujer en el río su sombra,
que muta junto al camino
y la aridez de la piedra.

 
Intercambios son viento y río,
luz, mujer y piedra;
el uno sabe de la propia existencia
por la vida en el otro,
ante el único: el tiempo.

 

 

 

 

Mías las sombras de los pájaros

 

Nunca robé mandarinas
‒debería‒, ni he trepado a todos
los árboles que hubiera querido.
Soy quizá raíz, ya sabes, el destino,
querida, no se elige.
Es un cuento que nos aprendemos
de tarde al mirar las ramas
del sauce y creernos ellas.

 
No sembré un árbol ni lo haré.
Sí robé una flor; salí corriendo
y la mujer me miró tras la ventana
de su casa nueva.
Debería ser ahora ladrona de cosas simples,
hojas de álamos, ramas de espinillos.

 
El destino está trazado,
escribo y bailo, no encajo con mi suerte,
lo he dejado dicho:
abonaré un trozo de tierra y serán
mías las sombras de los pájaros,
el viento y las caricias de los enamorados,
el amanecer y la caída del día.

 

 

 

 

Una más de tantas otras que seremos

 

La rotación de celestes se repite sin fin.
Cerca del agua otra me piensa, me pierdo en ella,
al fin se sale inmune de todas las tormentas;
llueve muy dentro de mí, como así afuera.
Algo se detuvo, fue solo un instante.
gira el más allá de las historias, su relato.
Seremos de este mundo inaugurando
una más de tantas otras que seremos,
quizá alguna vez alguien lea este sueño
de otro modo; nosotras sabemos ahora
cómo amarnos, sortear los temporales,
son siempre pasajeros, no hay vida sino
dentro del amor y sus mil caras,
frescas y livianas sin tanto testamento.

 

 

 

 

 

 

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