Presentamos una selección poética del autor chileno Matías José Morales (Talca, 1988). Es licenciado en Ciencias Sociales y Psicólogo Comunitario. Sus poemas han sido publicados en revistas especializadas de diversos países, tales como Chile, Argentina, Perú, México, Venezuela y Puerto Rico.
UN INTENTO DE AIREARSE
Y BAJAR LA TEMPERATURA
Pienso en el sonido de un ciervo
pronto a morir y no puedo
dejar de sentir tristeza. Por un lado, debo aceptar
el hecho que no hay ciervos en varios
kilómetros a la redonda. Y por otro, dormir
siendo consciente de su innegociable permanencia.
Por eso
1) escribo sobre autos usados
2) me contento porque, por fin sin dinero
de por medio, han vuelto las estrellas
para que lo negro tome su lugar.
BUS DE ONCE PISOS
El primero
igual que todos, con fuego.
Luego una escalera en forma de caracol
recorre los cuatro siguientes:
pude notar a muchos o todos que peleaban
por sobrevivir. Llegando al quinto, un meteorito
me dio la bienvenida. En el sexto probé drogas duras
extraídas del pelo de un caballo negro
que habita el norte africano solo en octubre.
No supe cómo llegué al décimo, pero entre bromas
algo me contaron y no fue grato lo asomado.
Subí al último, por costumbre, inercia
y descenso. Noté que llovía en la dirección contraria
a los vellos en el brazo de una damisela
que se inyecta melancolía
bajo un puente, escribí este poema.
¿POR QUÉ HUELE ASÍ EL OBOE DE GABRIEL?
ALGUIEN ENTRÓ LA MADRUGADA DE AYER
Y SE FUE SATISFECHO
Desde acá se ve
como uno de nosotros, desde allá
se dice yo y nadie más.
La maldad es catalizadora para seguir
caminado. El malo sufre y gracias a él
nos conocemos por contrastes. “Cuando notes
que el truco consiste en que solo hay uno
de nosotros acá, y somos tú y yo
al bailar, podrás abrir las puertas de la percepción
bajo una doble espiral que transporta semillas
desde el corazón de una manzana
hasta tu mano si es propina lo que espera”.
(Poemas de Flora & Trauma)
METONIMIAS DE CAMPO
SOBRE DUALISMO
Soy mensajero de Malick, el chivo
que ríe con sus ojos al final del campo.
Soy el contenedor de un contenido de dolor:
un mensajero que lo sabe
y al dejar su carta se va
con esa sonrisa de cortesía ensayada
que nada opaca la tenue luz
del recurso emotivo al dejar pasar el sol
entre los árboles
o por lo menos, sus hojas.
Sobre la cola de una vaca
o tu pelirroja forma
de pensar en lo divino:
elegiste ese camino y ahora
solo queda llorar.
La naturaleza no espera
y es fea —eso te dijeron las monjas—.
En cambio, lo divino soporta el rechazo
y se fecunda en la envidia
sentida por el pasto
al vernos felices.
Crúzate frente a mi columpio
cuando voy en lo más alto.
Se el arquitecto de los recuerdos:
una sonrisa en el velador.
Tu hermano menor estira su mano
para acariciar tu pelo.
Ya elegiste el camino
y eso, tú hijo
lo sabes, pero lo entenderás dentro
de muchos años
cuando metas tus pies en el agua de la costa
y tu familia sea una sola persona.
Exigente, siempre limpia, y el pasto
—ropa blanca
con manchas verdes—
sea un fotograma importante
en tu proyección de luz imaginaria.
Finalmente
harás que valga la pena el rechazar todo
para abrazar el calor maternal
de la nada entre cada rama.
SOBRE UN BASTIDOR CORRIDO, EL OTOÑO
Y LOS VICIOS QUE ILUMINAN LA MAÑANA
Compré un polerón por internet.
En mil novecientos noventa y siete
Satoshi Kon
dirigió Perfect Blue, fue un éxito inmediato.
Su protagonista, la traidora Mima
se vería genial en mi polerón
pensé —luego de verla varios años después
de su estreno— sobre mi sofá.
Llegó el polerón.
Abrí la caja.
El estampado estaba chueco.
Era perfecto.
Frente a mi casa, las hojas secas
caen girando y forman un espiral
dirigido por el viento al pasar
entre las curvaturas que la humedad
y el sol fueron esculpiendo día a día
sobre ellas.
Son perfectas.
En una calle de Teheran un hombre vuela
por los aires y gira sobre sí mismo
luego de arrojar una colilla
dentro de un agujero en el suelo
lleno con gas metano
por la basura acumulada.
Aquella explosión iluminó
—de una manera que solo el fuego o el vidrio
a cierta hora del día y en correcta posición
pueden lograr— por algunos segundos
la ventana del niño Behnam (del antiguo persa:
respetado, traducido como “nombre bueno”).
Fue perfecto.
Cuando uso el polerón
recuerdo mis expectativas
y su posterior fracaso
es perfecto.
JONATHAN PROPETH
La máquina sobre mi cabeza
insiste en que pacifistas
intérpretes de telarañas
le contaron que no existe
piedad o empatía
en el cerebro cristalizado
de los bendecidos, y que ellos
solo sirven a sus amos:
dueños de la noche, o al menos
la raza más antigua
que la haya reclamado.
Y, sin embargo, a pesar de tal
anécdota sabrosa intento
no pensar en lo que este lugar
hizo con la criatura
que me acabo de comer, pero
lo siento en el estómago.
Mi consciencia
es un picor que debe
ser rascado sin las manos.
Entonces recuerdo
a mis hermanos caídos.
Lucrecia, con el ojo
sin restaurar, para así
recordar a cambio de qué
lo entregó.
Andronocles, quien
se sintió en paz
dentro de las heladas cavernas
del sur.
Finalmente
luego del viaje lo entiendo:
bajo la pérdida y la culpa
para tolerar el peso
de un cumplido lanzado al aire
debo introducir mis dedos
en el cráneo de Dios
y tocar el cosmos
así llevarme una escama
de recuerdo.