Leemos poesía peruana. Leemos a Carlos Velásquez Iwaki (Qosñipata-Cusco 1952). Publicó Espantapájaros con Nilo Tomaylla, (1974), Viento sur junto con los poetas Enrique Rosas, Raúl Brozovich, Ana Bertha y Nilo Tomaylla (1979), Crónicas inconclusas para una vida desnaturalizada (1982), El camino desaliento (1987), Retrato en tránsito (2006), Rito murmurante (2011), Ordenamiento de la ocultación (2018). Tiene en preparado un libro inédito Illapasqa. Además, sus textos se encuentran publicadas en diferentes revistas nacionales y extranjeras.
Samincha
El efecto territorio-espejo
es lo que nos define coextensivos
por encima de lo que sienta el corazón
frente al laberinto
que se transforma navaja de abanico
llevada por el aire.
Para que dejen de ser contemporáneos
los lamentos de eternidad que aspiramos.
Protegidos con sal rosada de Maras
espiritualizamos afectos nictofílicos
que vienen y van
por el camino del viejo confrontador de rayos.
Que vuelve sabio
mostrando cicatrices del cielo en el culo
para que lluevan reapariciones
de un solo origen
perdonadas por adelantado.
A quienes mostramos la punta del corazón
como amenaza importante.
Confusión ligada a épocas cuando eras agregada
cultural en un consulado europeo privilegiando
simultaneidades de tiempos que ya no correspondían
Todo lo que existe es una noche de materializaciones
declina en favor de la ruta natural de soledades
de tres melodías
para que retornes desmaquillada, después de vencer
tentaciones que intentaban preceder
a una alegoría de signos maravillosamente comunes
que permita enterrar nuestros muertos en cementerios
personales
para poder desenterrarlos vivos:
Circunstancias intensas por los cálculos ocultos
que el pasado menosprecia
victimando una sola perdurabilidad
con motivos que entrecierran errores de viejos ánimos
en la que nos refugiamos, para ser el árbol de agua
del ave invocada, que habita entre nuestros cuerpos
encargada de librarnos de toda locura sensual
y su desolación de despojos acumulados
a la espera de mejores tiempos, anunciados
con bombos y platillos, que jamás llegará, así esperemos
sentados en el sillón psiquiátrico familiar:
Refugio cercano al meridiano
de la línea de los vencidos, que reclaman una cosa parecida
manipulando la espera como castigo o redención
de lo que nos hemos convertido, al ser expulsados
de todas las instrucciones infames de saturación suicida.
No todos los sentimientos son escenarios obligatorios
para volubilidades que manchen abstracciones
adaptados de hábitos celestiales
Aunque te parezcas a esa luz cuidadora de neblinas
donde remonta vuelo un agonizante cormorán
atragantado con una bolsa de plástico
mantienes esa actitud de antigua frescura sobre las
víctimas de las especializaciones
volviendo a sentimientos difíciles de sentir hoy en día
que hacen de tus ojos
referencias de colinas de tambaleo y racionalismos
recién sugeridos.
Proceso que encierra la voz que cuenta esta historia
donde la gentrificación urbana se enraíza
a una exquisita fugacidad.
Delatando el ruido de máquinas de etiquetar, parecidas
a memorias de un pandeísmo tardío que te agobia
cuando los barcos entran en un permanente estado de coma
complicados con su propia re- existencia.
Alterando el retorno del tiempo que hace tangible
la avidez de la continuidad, para que todo se refunda
en conocimientos distintos a su marginalidad:
Refinamientos en el pasado de largas y húmedas tardes campesinas.
Sin timón ni amarres al laberinto de mutuas dependencias
que atrae remordimientos no probados
a la manera del viejo estilo de llegar en ese
sol entrando a su tregua de opulento abandono
doblegado por su oscuridad.
Pedrada activa acabando con el sitio preciso donde
superviven
sentimientos creados para el asombro que me dedicas.
La noche existe como día por nuestros excesos de
seguridad, cuando desconocemos los paralelos de vida
que siempre están presentes
Insatisfecha como un recuerdo de la incapacidad
de las circunstancias adversas, formando
otra plenitud
la noche engaña los viejos sentidos
con su mejor drama de oscuridades.
Como confunde la mañana a los ciegos que
cosechan la luz de su sol imaginario
creyendo ver y escuchar
—con esa afección corporal que dan las sombras
Sometidas a la tal indignidad—
El llanto de las ballenas asesinas
extraviadas en la ruta de los arpones.
Que se dirigen contra el sol
a través de las pocas cosas perdurables
como desenlace puramente emocional
donde cruzar desencuentros, es la parte razonable
de lo realmente insignificante, al abrir la
puerta transfigurada del orden natural y oscilante.
Reemplazando antiguos lugares para luchar
por experimentos de alta intensidad dramática
(haciendo de todo esto)
sentimientos (mucho) más soportables
en las rendijas de un finísimo sueño de hastío.