Querida hermana extranjera. Sobre Audre Lorde y escribirse a sí mismo para existir, texto de Lavelle Porter

Tras el Mes de la Historia Negra y el Día Internacional de la Mujer, Betsie Guarneros Hernández (con la colaboración en la revisión de Héctor Ramírez Olea) nos acerca a un texto del escritor y académico de literatura afroestadounidense Lavelle Porter, en honor a Audre Lorde (1934-1992), quien fuera una de las más importantes escritoras afroamericanas de poesía y ensayo y cuya obra y activismo se manifestó constantemente en contra de la discriminación racial, el machismo y la opresión heterosexual.

 

 

Querida hermana extranjera
Sobre Audre Lorde y escribirse a sí mismo para existir

Lavelle Porter

Querida Audre:

Hace dos años tu nombre apareció en uno de los lugares más improbables. Unas semanas atrás, antes de que los Carneros de Los Angeles reclutaran a Michael Sam, convirtiéndolo en el primer jugador abiertamente gay en la historia de la NFL, un comentarista blanco en Texas llamado Dale Hansen dio una apasionada respuesta a las críticas a Sam: “La activista de derechos civiles Audre Lorde dijo: ‘No son nuestras diferencias las que nos dividen, es nuestra incapacidad de reconocer, aceptar y celebrar esas diferencias’”. Nunca pensé que vería el día en el que un comentarista blanco, sureño, de cabello platinado y con acento texano te citara públicamente, a ti, una poeta negra, lesbiana, feminista y socialista, y que lo haría en defensa de un jugador profesional de fútbol americano negro y gay, pero aquí estamos. La declaración completa de Hansen fue poderosa y atrajo atención. Pero el hecho también me hizo cauteloso. Pensé cómo esta historia de un atleta gay declarándose como tal en un deporte predominantemente masculino era señal de un momento asimilacionista en las políticas queer. Me pregunté si estabas siendo reducida a una inocua “activista de los derechos sociales” y no a la poeta militante que criticó la invasión de Estados Unidos de tu tierra ancestral, Granada, que pasó tiempo en la Unión Soviética, y que ahora criticaría al deporte brutal y macho que el joven juega o a las corporaciones multimillonarias que lo dirigen.

Las líneas que Hansen citó te son ampliamente atribuidas en la red, pero no puedo encontrar la fuente original. Algunas referencias citan la colección poética de 1986 Our Dead Behind Us, pero no está ahí. Es cierto, la cita suena tuya y esta idea de “diferencia” es una que tú expresaste bastante bien en tu poesía y ensayos. Aunque Nancy Berano nos recordó en su introducción de 1983 de la edición original de Sister Outsider (La hermana, la extranjera) que te pensabas primero una poeta y no una teorista, tu concepción de diferencia ha influido profundamente en el pensamiento feminista como una forma de articular las formas superpuestas e intersecadas en las que las personas marginadas pueden identificarse. Como escribiste en el ensayo “Age, Race, Class and Sex: Women Redefining Difference” (1980), en un pasaje que suena cercano a lo que citó Hansen:

Ciertamente hay diferencias reales entre nosotros de raza, edad y sexo. Pero no son esas diferencias lo que nos separa. Más bien es nuestra negativa a reconocer esas diferencias y a examinar las distorsiones que resultan de nombrar incorrectamente a estas y a sus efectos sobre el comportamiento y la expectativa humana.

La manera en la que apelabas a la diferencia no era mera tolerancia liberal y no se trataba de un nicho de mercado corporativo, sino de un modo de resistencia contra las normas patriarcales supremacistas blancas. En ese ensayo también escribiste esto:

Con demasiada frecuencia invertimos la energía necesaria para reconocer y explorar la diferencia en fingir que esas diferencias son barreras infranqueables o que no existen en absoluto. Esto resulta en un aislamiento voluntario o en conexiones falsas y traicioneras. De cualquier manera, no desarrollamos herramientas para usar la diferencia humana como trampolín para el cambio creativo en nuestras vidas.

Esas palabras se sienten tan necesarias ahora mismo cuando cualquier referencia a opresión estructural o inequidad se encuentra con falsas equivalencias y universalismo defectuoso.

Cuando escuché la cita de Hansen, pensé en tu novela de 1982, Zami, un libro autobiográfico que describiste como una “biomitografía”, una mezcla de historia, biografía y mito:

Ser mujeres juntas no era suficiente. Éramos diferentes. Ser mujeres gay juntas no era suficiente. Éramos diferentes. Ser negros juntos no era suficiente. Éramos diferentes. Ser mujeres negras juntas no era suficiente. Éramos diferentes. Ser tortilleras negras juntas no era suficiente. Éramos diferentes.

Mi copia de Zami, con su distintiva cubierta naranja brillante en la edición de Cross Press, es uno de mis libros más queridos. Cuando lo tomé de nuevo recientemente, noté que en el mensaje del pasaje siguiente garabateé las palabras inevitabilidad de la diferencia. Debí haber hecho la nota aproximadamente en 2001, cuando estaba leyendo tus libros y el trabajo de otros escritores negros queer, buscando palabras que me ayudaran a enfrentar mi propio negro queer ser. Fue tu escritura, junto con la de E. Lynn Harris, Samuel Delany, James Baldwin y muchos otros, la que me introdujo a la posibilidad de escribirme a mí mismo para existir. De ti aprendí que podemos trabajar más allá de esos límites de diferencia social, pero nunca desde una creencia en daltonismo racial o la negación de las experiencias particulares de otras personas en este mundo.

En su precioso libro Warrior Poet: A Biography of Audre Lorde, Alexis De Veaux describe Zami como un texto que “recupera de géneros literarios existentes predominados por hombres (historia, mitología, autobiografía y ficción) lo que fuera inextricablemente femenino, centrado en las mujeres” (314). Esto se encuentra en el corazón de mi volumen favorito tuyo, El unicornio negro (1978), una colección de poemas que celebra los cuerpos y deseos de las mujeres y crea un “mundo mítico” donde las experiencias y sentir de las mujeres son centrales.

El poema “Entre nosotras” me ayudó a localizar mi experiencia particular como negro, me ayudó a articular mis sentimientos sobre que yo era marginal dentro de una comunidad que aún encontraba valiosa e importante.

Una vez que entraba a una habitación
mis ojos buscarían uno o dos rostros negros
en busca de contacto o alivio o una señal
de que no estaba sola
ahora al entrar a habitaciones llenas de caras negras
que me destruirían por cualquier diferencia
¿a dónde deben mirar mis ojos?
Una vez fue fácil saber
quién era mi gente.

Llegué a ese poema después de graduarme de una universidad negra, después de haber sido instruido en los caminos de la solidaridad negra y, sin embargo, de aprender que muchos de nosotros que somos queer fuimos rechazados y avergonzados. Creo que ahora estamos en un momento en el que las personas negras estamos cuestionando a lo que te referías en ese poema como “negritud fácil como salvación”, porque ya no estamos dispuestos a aceptar que adherirse a la liberación negra significa someterse al heteropatriarcado. Veo en los movimientos políticos de hoy esfuerzos para abrazar el feminismo y lo queer, incluso cuando los respetables pilares de la iglesia negra y la universidad negra continúan dominando sobre el discurso político negro.

Cuando por fin decidí declararme como queer a mi familia, recurrí a tus palabras de “Letanía para la supervivencia” en busca de aliento y apoyo:

…Y cuando sale el sol tenemos miedo
de que no permanezca en el cielo
cuando el sol se pone tenemos miedo
de que no salga por la mañana
cuando nuestros estómagos están llenos tenemos miedo
de indigestión
cuando nuestros estómagos están vacíos tenemos miedo
de que no volvamos a comer
cuando somos amados tenemos miedo
de que el amor se desvanezca
cuando estamos solos tenemos miedo
de que el amor nunca regrese
y cuando hablamos de que tenemos miedo
nuestras palabras no serán escuchadas
ni bienvenidas
pero cuando permanecemos en silencio
aún tenemos miedo

Por eso es mejor hablar
recordando
que nunca estuvimos destinados a sobrevivir.

Con frecuencia he pensado en los múltiples significados de esa última línea. Como personas negras en Estados Unidos, éramos considerados propiedad, bienes desechables, y nunca estuvimos destinados a vivir libres, nunca destinados a crecer, envejecer, educarnos, escribir libros, convertirnos en académicos o artistas o dueños de negocios. Es desde esa condición específica que entendemos la realidad universal más amplia de que, como seres humanos en esta mortalidad, somos puntos en la pantalla de la eternidad, que ninguno de nosotros estuvimos nunca destinados a sobrevivir, y, por lo tanto, debemos hablar mientras podamos.

En una entrada de tu diario de 1978 citada en Warrior Poet, escribiste esto mientras te sometías a un tratamiento contra el cáncer:

Hay una clase de protección que brindan las paredes sombrías e insensibles de un hospital que me permiten mirar el rostro de la muerte y aun así atreverme a estar alegre. Quiero avanzar hacia la muerte, si es necesario, con la certeza de que dejo algo rico y parte del Gran Seguir Adelante detrás de mí.

De verdad dejaste un rico legado detrás. Puedo ver tu legado en el trabajo de Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi, tres mujeres negras queer quienes dieron al movimiento Black Lives Matter su nombre y ayudaron a galvanizar una nueva era en el activismo de los derechos civiles. Veo tu legado en las conversaciones que están teniendo las mujeres acerca del feminismo blanco y su complicidad con la supremacía blanca, algo que también abordaste en tu ensayo “Age, Race, Class and Sex” de tu libro La hermana, la extranjera: “Algunos problemas los compartimos como mujeres, otros no. Ustedes temen que sus hijos crezcan y se unan al patriarcado y testifiquen contra ustedes; nosotras tememos que a nuestros hijos los arrastren de un auto y les disparen en la calle, y ustedes den la espalda a las razones por las cuales están muriendo”.

Veo tu legado en las voces de las mujeres negras explotadas, mal pagadas, no apreciadas en la academia que insisten en el cuidado personal como un acto de oposición, que vigilan de cerca su propia fatiga y enfermedad y desesperación como un medio para sobrevivir en un sistema severo porque, como pusiste en el epílogo de A Burst of Light, “cuidar de mí misma no es autocomplacencia, es autoconservación, y eso es un acto de guerra política”.

Veo tu legado en los rostros de mis propios estudiantes de la Ciudad Universitaria de Nueva York, productos de la Nueva York inmigrante tanto como a los que enseñaste en la Universidad John Jay y la Universidad Hunter, estudiantes de las Islas, África, Europa del Este, el Oriente Medio, Asia y Sudamérica, todos los tonos de blanco, negro, café y amarillo, sentados juntos en nuestras sucias y desgastadas aulas, viviendo esos mismos sueños inmigrantes en la metrópoli.

A principios de este año asistí a la primera reunión de la Sociedad de Historia Intelectual Afroamericana en Chapel Hill, donde vimos imágenes de ti en el documental de Dagmar Schultz, Audre Lorde – The Berlin Years, 1984 to 1992. Estaba orgulloso de sentarme entre este grupo de académicos que reconocían a una poeta lesbiana negra como una importante contribuidora a la historia intelectual negra, un reconocimiento que me parecía improbable cuando era un estudiante de historia de licenciaturano hace mucho tiempo.

Recientemente vi una imagen que circulaba en internet, engalanada con tus valientes palabras, tomadas de una entrada de diario escrita durante los últimos años de tu vida, recolectada en A Burst of Light:

Quiero vivir el resto de mi vida, ya sea largo o corto, con tanta dulzura como pueda manejar decentemente, amando a todas las personas que amo, y haciendo tanto como pueda del trabajo que aún tengo por hacer. Voy a escribir fuego hasta que salga de mis orejas, mis ojos, mis fosas nasales… de todos lados. Hasta que sea cada respiro que respire. ¡Voy a salir como un maldito meteorito!

Pienso en esas líneas cuando me encuentro a mí mismo distraído y necesito redescubrir mi propósito en esta vida de escritura.

Tu legado vive en el movimiento LGBT, incluso aunque frecuentemente desearía que escucháramos con más atención tu voz diciéndonos que no renunciemos a nuestra diferencia. Estos días, el movimiento parece menos sobre celebrar los dones únicos y particulares de lo queer y más sobre integrarse dentro de instituciones heteronormativas. El foco ahora está en atletas gays, equidad en el matrimonio, adopción, servicio militar y el clérigo.

Aquí en tu estado natal, Nueva York, la agenda de orgullo de Empire State literalmente se disolvió después de que la decisión Obergefell contra Hodges en 2015 sentara un precedente judicial que reconoce el matrimonio del mismo sexo en los 50 estados. En su última declaración, la agenda del orgullo declaró que, ya que se había conseguido el matrimonio igualitario, su trabajo estaba hecho. Sin embargo, en ese mismo año, más de 20 mujeres transgénero en Estados Unidos fueron asesinadas, la mayoría de ellas mujeres pobres de color. Un alarmante 41 por ciento de personas trans intenta suicidarse al menos una vez, un porcentaje cuatro veces más alto que el público en general. Las tasas de SIDA continúan alzándose en comunidades negras y morenas pobres sin acceso adecuado a la salud pública y entre gente que vive en estados donde la educación sexual y las protecciones legales LGBT están siendo reprimidas.

Frecuentemente me pregunto qué pensarías acerca de la actual administración presidencial, de nuestro hermoso presidente negro; de su inteligente y preciosa esposa; de sus dos niñas de color que crecieron ante nuestros ojos en los últimos ocho años, sabiendo que este mismo presidente negro es también la cabeza de un imperio, comandante en jefe de una maquinaria militar que hace llover muerte sobre miles de personas atrapadas en el fuego cruzado del conflicto.

Pienso cómo tu escritura es tan vital para entender estas contradicciones en las que vivimos, que vivimos en un tiempo en el que el precio de la asimilación de personas tales como Michael Sam es convertirse en héroes unidimensionales y renunciar a la capacidad de ser humano y vulnerable. Pienso en esto mientras leo Warrior Poet de De Veaux. Una biografía con frecuencia resulta en un incómodo sacar los trapos sucios al sol, incluidos todos los detalles vergonzosos que incluso los escritores más cándidos quieren dejar fuera. Quiero que sepas que De Veaux te enorgulleció, Hermana Audre. Su elegante libro nos dejó entrar a tu mundo para revelar la vida compleja y hermosa que llevaste como poeta negra feminista, inventándote una vida para ti misma y creando posibilidades que el resto de nosotros podríamos encontrar e imaginar para nosotros mismos. Quiero a la contradictoria Audre Lorde, a la que era desafiantemente promiscua, a la que tuvo sus momentos de celos, ira, duplicidad e hipocresía; a la que tenía amantes blancos y no se disculpó con sus amigos negros por ello; y a la que lidiaba con el significado de esta complejidad racial en la cara de sus propios hijos de una madre negra y un padre blanco, quien los crió a pesar del divorcio y les ayudó a aprender a aceptar a sus parejas lesbianas.

Pienso en tu poesía en estos tiempos difíciles, como la colección infravalorada de 1974, New York Head Shop and Museum, una serie de poemas que expresan tu amor y fascinación por la ciudad de tu nacimiento y, sin embargo, están imbuidos de una sensibilidad apocalíptica.

No queda nada hermoso en las calles de esta ciudad.
He comenzado a creer en la muerte y la renovación por el fuego.
La he pasado cuestionando las necesidades de sangre
o por qué debe ser mi tiempo o el de mis hijos

el que verá la sombría ciudad temblar para renacer quizá
ennegrecida de nuevo, pero esta vez con un propósito;
cansada del tiempo pasado para siempre, de afirmación y repetición,
de los viajes del ego a través de un yo incompleto
desde “La ciudad de Nueva York”.

Supongo que nunca hubo un periodo donde todos se sintieran tranquilos en el mundo, pero, Audre, estos se sienten como tiempos apocalípticos: tiroteos masivos diarios en Estados Unidos tan frecuentes que apenas y nos percatamos de ellos, las bombas suicidas de yihadistas en Nigeria, Somalia, Turquía, Bélgica, Irán, Pakistán; los cambios climáticos que se avecinan con tormentas sin precedentes y la situación en Flint, Michigan, donde miles de niños fueron envenenados con plomo mientras los políticos acumulaban agua limpia para ellos mismos.

Necesitamos tu indignación en estos tiempos en los que se nos anima a ver a nuestro presidente negro como un símbolo de progreso, incluso cuando niños negros son asesinados a tiros en las calles. Tu poema de 1976, “Power”, expresa parte de la ira que sentimos décadas después tras la muerte de Tamir Rice, de 12 años, muerto a tiros en un patio de recreo de Cleveland por un policía que nunca fue enjuiciado.

Un policía que le disparó a un niño de 10 años en Queens
parado sobre el niño con sus botas de policía en sangre infantil
y una voz dijo “Muere, pequeño cabrón” y
hay cintas para probarlo. En su juicio
este policía dijo en su defensa
“No noté el tamaño ni nada más
solo el color”. Y
hay cintas para probar eso también.

Hay cintas también para probar la muerte de Tamir, pero no llevaron a nada. Y es por eso que es tan importante que “Power” imagine cómo nuestro dolor puede convertirse en una desesperación malsana o una venganza destructiva.

No he sido capaz de tocar la destrucción
dentro de mí.
Pero a menos que aprenda a usar
la diferencia entre poesía y retórica
mi poder también se corromperá como moho venenoso
o yacerá flácido e inútil como un cable desconectado…

Cuando comencé esta carta, temí que referirme a ti de esta manera era demasiado familiar. Como profesor, frecuentemente he corregido la escritura de mis estudiantes cuando se refieren casualmente a escritoras por su primer nombre: Gwendolyn, Harriet, Zadie. Me preocupaba que escribirte de esta manera cuando he escrito sobre escritores masculinos de maneras más formales podría ser interpretado como una falta de respeto a tu trabajo. Pero también quería tomar este riesgo. Quería hablarte de la manera que nos enseñaste en “The Transformation of Silence into Language and Action” cuando escribiste: “He llegado a creer una y otra vez que lo que es más importante para mí debe ser dicho, verbalizado y compartido, incluso a riesgo de que lo magullen y lo malinterpreten”. Quería honrar tu trabajo en “The Uses of the Erotic” cuando tomaste el riesgo de celebrar la sexualidad de las mujeres, incluso aunque algunas personas sintieron que al escribir sobre el erotismo como una fuerza femenina estabas reforzando viejos estereotipos de la mujer emocional y el hombre racional.

No estoy seguro de a dónde nos dirigimos, querida Audre, Hermana Extranjera, vieja profesora de valentía. Llevo tus libros conmigo en los metros de tu ciudad, la que ahora es mi ciudad, y sueño en qué más puedo hacer para transformar mis propios silencios en lenguaje y acción. Estoy intentando aprender lo que significa ser guiado por el feminismo negro en este mundo de hombres blancos. Estoy tratando de hacerlo como sugeriste en “Eye to Eye” en La hermana, la extranjera: “Podemos practicar ser amables con los demás al ser amables con esa parte de nosotras mismas que es más difícil de sostener, al dar más a la niña lastimada y valiente dentro de nosotras”. Le hablabas a mujeres negras entonces, pero me pregunto qué clase de mundo podríamos crear si todos desarrollamos la capacidad de imaginarnos como la niña negra avanzando a través del mundo sintiéndose vulnerable, desprotegida y odiada.

Necesitamos tu esperanza ahora, la esperanza que tenías cuando enfrentaste el cáncer con el mismo candor e inteligencia que llevaste a cada pieza de poesía y prosa que escribiste. Cuando pienso en este juego perdedor que todos jugamos y cómo tenemos que encontrar la valentía para jugarlo de cualquier forma, con frecuencia regreso a este pasaje de A Burst of Light:

Esta es la razón por la que el trabajo es tan importante. Su poder no radica en la yo que vive en las palabras tanto como en la sangre que bombea detrás del ojo que lee, el músculo detrás del deseo que despierta la palabra: la esperanza como un estado de vida que nos impulsa, con los ojos abiertos y temerosa, en todas las batallas de nuestras vidas. Y algunas de esas batallas no las ganamos.

Pero algunas otras sí.

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