Poesía nicaragüense: Aldo Vásquez

Leemos poesía nicaragüense. Leemos algunos textos de Aldo Vásquez (Managua 1992). Es poeta, ensayista, editor y ciclista. Graduado en Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAN – Managua. Ganó el premio nacional de poesía joven “Leonel Rugama” con su libro Cadencias. En 2019 publicó Sobre olas turbulentas de tu sangre. En 2017 asistió al Festival Interuniversitario Centroamericano de la Cultura y Arte – Ficcua. Fue ponente en la XIII Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana-JALLA-e. En el 2020 participó en el Festival Internacional de Poesía del Salvador “Amada Libertad”. Participó en el taller de poesía del Centro Nicaragüense de Escritores en 2014, impartido por el poeta Anastasio Lovo y en los del Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias de su universidad, impartido por el poeta Víctor Ruiz. Actualmente es docente de Lengua y Literatura y editor de la revista digital centroamericana Álastor.

 

 

 

 

La brevedad de la carne

 
No es el cuerpo, es la carne lo que siento
la carne silenciosa y sucedida
de tus piernas sobre la mesa
de tus brazos sosteniendo tu cabello
de tus dedos hilvanando la nada.
Te he dicho innumerables veces
que nosotros no somos únicos
que nuestros cuerpos son despojos de ayer
que nuestra piel no entiende razones
que tarde o temprano vamos a morir,
que el amor empieza y termina
antes de pronunciarlo,
es una canción más vieja que nosotros
presente en todos los viajes,
bajo la lluvia o el sol,
dentro y fuera de vos.
Tal vez solo es posible que podamos amarnos
mientras que dura un beso.

 

 

 

 

La fugacidad de los cuerpos

 
El que quiera comer del amor ha de comerlo en el sitio.
Aunque este sea el menos pensado:
Asépticas oficinas, cubículos sin espacio para pensar
o parques empapados por el invierno.

 
El que quiera comer del amor ha de comerlo en el sitio.
Pero, hay que limpiar sus migajas de la ropa
deshacerse del aroma de esa fruta
aunque nunca desaparezca de nuestra piel,
porque sus rastros atraerían nubes de ojos sin párpados
de manos sin tacto, de rostros inexpresivos.
 

El que quiera comer del amor ha de comerlo en el sitio.
Especialmente detrás de las puertas
donde caben justo el uno en el otro
como sombra de dos árboles que coinciden
para que un fugitivo puede esconderse
antes de seguir huyendo por un bosque de luminarias.

 

 

 

 

La lluvia

 
Somos la sombra de un cuerpo desmembrado
vamos por aceras distintas en la misma ciudad,
si tu piel es costa mi lengua es una ola
que desea huir del mar de asfalto
para morir en tus muslos de arena.

 
Te he dicho que el amor es caótico,
que su melodía nos adormece como la lluvia
e igualmente empaña los cristales,
pero una vez que nos baña
tiene poco sentido abrir un paraguas
porque el único refugio es otro cuerpo húmedo.

 

 

 

 

Núbil

 
Tantas puertas se abren a tus pasos de garza
altares de sangre y sal se levantan
ritos y plegarias pueblan la noche,
tu cuerpo es el crucifijo de las hienas.

 
Qué innecesarios los párpados ante tu marcha de fuego,
qué innecesarias las palabras ante el susurro de tus ojos,
qué diminuta es toda muralla
cuando tus piernas se cruzan sobre la silla,
imaginando el agitado trayecto
y la luz al final de las sábanas,
como la niña curiosa que ayer fuiste
y hoy es núbil muchacha.

 
Qué breve es la carne
y ancho el vacío al que nos condena
la delgada línea de tu escote,
la acentuada parábola de tus caderas,
las altivas cumbres de tu juventud.
Qué cegador es el fuego, su llama arde
en los vientres de muchachas.
Abren sus alas como flores cuando el sol
desborda las ventanas de una habitación.

 

 

 

 

Homo homini lupus

 

Ay hermanos, ese dios que yo creé era obra humana
y demencia humana, como todos los dioses.

Friedrich Nietzsche

 
El hombre del cetro dorado no solo orina sobre la paloma
también me pide que le ayude a construir una jaula,
en nombre de la redención ¿deberé vendar mis ojos?
en nombre de mi porvenir ¿deberé ignorar su mal?

 
El hombre del cetro dorado defeca sobre las alas
y me culpa por la inconsistencia de sus restos,
pero no soy culpable de su apetito,
tampoco inocente de envidia.

 
¿Acaso no deseo revelar la verdadera senda,
como él besar con labios babeantes
la rosada carne de una virgen
mientras ordeno la caída de las guillotinas?

 
El hombre del cetro dorado no solo orina sobre la paloma
también quiere que yo le sostenga al hacerlo.
Me promete un asiento a su diestra
si redacto su voluntad en tablas de dalbergia.

 

Pero yo quiero desnudar mi alma de tinieblas ya

no quiero un manto púrpura
ni una alfombra de lamentos bajo mis pies desnudos.
No quiero erigir monolitos de la esperanza
ni destruir colonias de hormigas.

 

Confieso ante ustedes hermanos

que yo también he imaginado un mundo
en el que las palomas puedan encallar en las playas
para que el mar las arrulle con su canción de cuna.

 
Un mundo donde el hombre del cetro dorado
no incendie nuestros corazones marchitos.
Pues la palabra y la carne
son espadas que dividen el mar por simple vanidad.

 
He acariciado un mundo donde el hombre del cetro dorado
no trace los caminos ni su lengua corte de un tajo
la mano que se alza como un girasol
cuando ve la luz a través de una gota de rocío.

 

 

 

 

Todo por la patria 

 
La rutina de lo oscuro comenzaba con la ternura de esas voces que
ensalzaban epopeyas desconocidas con palabras ininteligibles para ellos.

Los girasoles ciegos, Alberto Méndez

 
La patria no existe sin el amor de sus hijos,
nadie lavaría la ensangrentada bandera de la libertad,
nadie vestiría con ella un cuerpo descompuesto.
−A veces florecen lágrimas sobre los montículos
y otras veces los perros rasgan las bolsas negras. −

 
La patria no existe sin el amor de sus hijos
tampoco sin su sangre que baña las rocas
−hilos carmesíes colgando de los labios
sin el beso de la amada−
no existiría sin los huesos abandonados en los claros
−joyas disputadas por los buitres. −

 
No señores, su patria no existiría
sin el interminable río de sangre
que nutre las raíces de sus banderas,
sin los lamentos que vagan perdidos
por las montañas o desiertos,
en los mares o las cárceles.

 
No señores, su patria no existiría
sin las luciérnagas de fuego
que cubrían las noches de mi padre
sin las cartas de resignación y locura
que llenaron las almohadas de las ancianas,
sin el terror de los zapateros a la pirotecnia,
sin el desasosiego de los albañiles
que llenan de tabaco y ron su mochila.

 
No señores, su patria no existiría
si no ofrendaran a sus sardónicos dioses
corceles de la deflagración
adornados de oro y laureles
y a un tropel de niños cantando himnos
que ascienden por nuestra columna
hasta estrujarnos el corazón
y casi convencernos de esa, su patria.

 

 

 

  

Los soldados están muertos

 
Es verdad, hay un cuerpo que te representa
una voz que anuncia tu cercanía
unos pies que siempre te han alejado
hacia un mar de parlanchinas voces muertas.

 
También es cierto que hay palabras
que definen nuestro lazo de sangre
pero todas ellas son raíces muertas
que engendran el amargo fruto del tiempo
un rancio brebaje de la aceptación.

 
¿Es nuestro silencio la única respuesta a tantas preguntas?
Es oportuno aceptar su dominio sobre cualquier lamento,
el tiempo de las palabras es muy corto

  • la poesía será una salvedad –

el nuestro es aún más corto y lo hemos perdido
entre lo incierto y lo mordaz del pasado,
entre el vagabundeo de una falda a otra,
entre la ficción de las palabras y la realidad.

 
¿En qué lugar del mar de voces estás?
Sus olas devolvieron tu cuerpo,
reconocimos en las playas tu silueta,
tu voz y tus carcajadas,
pero un animal asustado pobló tu pecho
y se arrinconó en las esquinas de la casa abandonada
hasta corroer los soportes y echarla al suelo.
Entonces, corrimos río arriba
mientras vos perseguías el canto de sirenas rollizas
encalladas en la costa como el recuerdo de un desastre.

 
Los soldados están muertos, pero sus cuerpos vuelven
en forma de hombres miedosos
como perros a la pirotecnia,
pero dóciles ante el fantasma del amo.
Los soldados están muertos, pero sus cuerpos vuelven
como fósiles de un tiempo de colosos de papel
y un cataclismo de fuego sin luz.

 

 

 

 

Contra las nubes negras

sólo puedo pedirte que me esperes
al otro lado de la nube negra

Luis García Montero

Algunas mañanas traen una brisa de polvo,
se acumula en las fotos,
cubre los papeles firmados al fondo de las gavetas.
Algunas tardes me saben insípidas
aunque las risas viertan su sabor amarillo
sobre mis heridas.
Pero hay mañanas en las que puedo herir
al enjambre de nubes negras que acechan mi pena.

 
Hay mañanas en las que puedo evadir su zarpazo
y asestarles una estocada con un girasol.
Hay mañanas en las que me alzo sobre sus olas
y surfeo sobre las astillas del naufragio.
Hay mañanas en las que puedo arrojar mis manos
sobre la arena amarga de la playa.
Hay mañanas en las que le digo
al sujeto del espejo:
Al otro lado de las sombras
hay un enjambre de luciérnagas.

 

 

 

 

Kalos thanatos

 
Porque tus muslos condenaron a todos
y tu belleza cruzó la tierra como un dorado rumor,
los hombres invadieron las playas de Troya
y desenvainaron sus espadas.

 
Aquiles y Héctor se petrificaron
y dieron forma al mármol que adorna los palacios.
Pero nosotros caímos sin apenas verte
añorando a nuestras esposas e hijos en una lejana tierra.

 
Porque tus labios echaron la suerte de los barcos
y tus caricias erizaron los muros de la ciudad,
las lágrimas de Andrómaca no bastaron para aplacar el polvo,
en el campo florecían las lanzas y estallaban los escudos.

 
Elena, los poemas y canciones aún cantan tu belleza
el mundo aún es una trinchera llena de lodo
y las ratas siguen dando la orden de salida
desde una cálida madriguera.

 
Elena, las únicas monedas que deseamos
son tus manos sobre las frías cuencas,
las únicas medallas que esperamos
son las marcas de tus labios sobre el pecho
para decir a los condenados
que fuimos tocados por la bella muerte
y que las espinas de sus rosas pueden llegar a ser suaves
como el cabello de las esposas que dejamos atrás.

 

 

 

 

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