Poesía nicaragüense: Daniela Tórrez

En el marco del dossier de nueva poesía nicaragüense preparado por Víctor Ruiz, leemos algunos textos de Daniela Tórrez (Managua, 2000). Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas. Es profesora de Literatura. Obtuvo el tercer lugar en el concurso interuniversitario de poesía “Carlos Martínez Rivas”. Ha publicado en la Revista de Lengua y Literatura de la UNAN, Managua y en la revista digital centroamericana Álastor.

 

 

 

 

La vieja hilandera

 

Mi querido, Ulises
He enmudecido de susurrar tu nombre.
Decime ¿cómo cabe tanta nostalgia en este
                                         minúsculo cuerpo?
entre los odres una caricia se ha escurrido
esperando el momento propicio
para diluirse en tus labios ausentes.

 
Si me vieras ahora
un esperpento soy,
cascarón inerte que añora tus huesos

 

¿Gritarás acaso
          P e n e l o p e
cuando incendiés la Troya?
¿te acordarás de mí, cuanto escuchés
el canto de Caribdis y Escila,
o reposés tu cabeza en los senos inmortales?
¿me evocarás cuando con tedio recorrás las piernas mediterráneas?
¿Soñarás con el retorno,
volverás a Ítaca,
a mí?

 
Odiseo, la rueca está cansada de escupir hilos
y mis manos se han secado de esperarte.

 

 

 

 

Caronte

Entre las cazuelas
las hormigas se llevan
las migajas de tiempo esparcidas.
¿Vendrás mientras preparo el café
al viejo de pronto desconocido
que finge leer bajo el limonero?
¿o estás entre los cojines del sillón
                      atestado de pelos de gatos
de mi sala,
o en las saladas gavetas
                              del armario de cucharas?
El golpe contra las aguas de tu barca
                                                    o me perturba
sé que me llevarás
ahí
donde otros vientos crecen
y las noches se arremolinan indefinidamente,
las caracolas ya no vociferan nombres
y las revueltas corrientes del río han difuminado
los deshilachados fragmentos de la memoria.

 

 

 

 

Cuerpos en la silla

 

El escritorio,
                      el librero,
                                  la silla desvencijada

 
Cuatro paredes sostenían
                el peso de nuestras sombras

 
Secreciones,
    humedad,
             el vaivén de los cuerpos-olas
                        d e s p a r r a m á n d o s e
                   en ese solitario rincón
                          atestado de papeles.

 
El gorgoteo de mudos gritos
     el temblor de nuestros huesos
     sostenidos por una
     vieja y ruidosa silla despintada

 

 

 

 

Tiernas lagartijas al sol

 
Hoy me desperté con un sabor a nostalgia,
en la espuma del café se dibujó tu recuerdo
y las migas de pan
me susurraron un vago te quiero.

 
En las losetas de la calle
encontré tu sombra desparramada
que se cuela casualmente
por mis párpados aún somnolientos.

 
Te veo,
me veo,
echados
como tiernas lagartijas
tomando el sol en el asfalto.

 
Risas, lágrimas,
saltar al vacío
equivalía a tratar de cruzar
un manjol a los quince.

 

 

 

 

Erótica del temblor

 

Incontables sombras
arden al filo del paraíso
Exangüe lámpara

 
Ex
     tin
         guién
                  do
                       se

 
al temblor de los huesos de cuerpos en escena.

 
Risas, murmullos, humedad
desbordan la cama

 
Sombras sucumbiendo
al roce de relámpagos,
cuchillos y piel.

 
Amantes, caracola paleozoica
metal bruñido en lanza
oasis de un mundo que se desmorona.

 

 

 

 

Canción de cuna para mis hijos no nacidos

 
No quiero que la conozcan
ni que la miren por la calle
cuando atrevidamente
pretenda tomarlos de la mano
no es amiga
ni una buena vecina
solo quiere ganarse su confianza
para luego arremeter contra ustedes.

 
Lanzarlos con furia al abismo
des
      pe
           da
                zar
                      los
                abandonarlos
                      des
                  fi
            gu
      rar
los
consumirlos en la locura.

 

 

 

 

Definitivamente no

No,
definitivamente
                     no
seré jamás el arquetipo de mujer
     sumisa y bienhechora
el reemplazo sensual de tu madre
que te corta las uñas cada semana
ni lavaré tus mugrosos pantalones blancos,

 
impregnados de indiferencia
Tampoco me levantaré hacer el café cuando violentamente
vuelvas a casa
después de una larga noche de juegos.

 

 

 

 

Vigas podridas de mi infancia

 
Los últimos fragmentos de mi infancia
quedaron adheridos a un par de vigas podridas
sucumbieron ante el lodo
los años e indiferencia

 
Desde la soledad
dos sombras juegan con el barro
soñando algún día crecer.

 
Los inocentes juegos de cocina
el chocochoco que devoraban las
bocas golosas
las hojas de sardinillo que servían
de dinero en la ventecita.

 
Todo quedó en carretes mohosos
carcomidos por el olvido
pero reviven
cuando miro aquel par de vigas podridas.

 

 

 

 

Sin previo aviso

 

Un día sin previo aviso
te encontraré
quizás en la sombra de alguna ventana

 
o miré sin saber tus ojos a través
del vidrio de un autobús
o me cuele por tus pasos
en un accidental trajineo del mercado
a lo mejor te conozco
pero
aún no me percato.

 

 

XVI

Madre,
lo siento por no ser el ángel que deseas,
por no seguir las pisadas del Maestro,
pero los caminos santos no fueron hechos para mí.
La noche me invita a perderme en su extensa negrura,
Las estrellas me conducen a un inexorable
camino que me conduce al Hades.

 

 

XVII

Delicadamente con la punta de tus dedos
fuiste quitando aquel vestido de flores,
ibas regando una suave lluvia de besos
cuello, huesos, clavícula y piel.
Cayó ante tus pies
el conjunto de papel que me cubría
me aventuré a navegar en el océano de tu cuerpo
y aun no sabiendo nadar
me zambullí a las profundidades del placer

 

 

 

 

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