Rubén Márquez Máximo lee Una historia del azul del poeta francés Jean-Michel Maulpoix (1950). Traducido por la poeta ecuatoriana Valeria Guzmán Pérez e impreso originalmente bajo el sello del Mercure de France, este libro se ha convertido en un nuevo clásico de la poesía francesa. Maulpoix no solo es uno de los poetas de referencia en el hexágono sino que es un teórico de poesía de primera línea. En el siguiente texto, Rubén Márquez reflexiona sobre la poética del azul, del mar, en este volumen recientemente publicado por Círculo de Poesía Ediciones.
Una poética del azul en Jean-Michel Maulpoix
Con Maulpoix retornamos a la experiencia poética en sus fundamentos. Dos epígrafes inauguran el libro. Primero Rilke y después San Agustín. Ambos construyen su pensamiento desde lo sagrado. Rilke dice: “Podría imaginarse que alguien escribiera una historia del azul”. Ese alguien sería Jean-Michel Maulpoix. De San Agustín se retoma la fuerza de la naturaleza que hace que la historia del hombre se disipe: “Y van los hombres a admirar la cumbre de los montes, las grandes olas de la mar, el vasto caudal de los ríos, la inmensidad del océano, el movimiento de los astros y se olvidan de sí mismos.” Borrar la historia del hombre y en su lugar contar la historia del azul y en ese acto reintegrar el sentido del hombre.
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Pienso en el azul y miro una línea en el horizonte que une el mar y el cielo. Ese paisaje ha sido visto una y otra vez a lo largo del tiempo. Los hombres han muerto pero el azul sigue ahí, inmenso, profundo y distante. En 1992 Jean-Michel Maulpoix publica Una historia del azul. No es la historia del hombre lo que le interesa sino la historia de un color, de un color que está en todas partes pero sobre todo en el movimiento profundo del mar. Mientras escribo estas líneas me viene a la memoria la icónica película de 1993 “Tres colores: azul” de Krzysztof Kieslowski. Ésta pertenece a una trilogía inspirada en los colores de la bandera de Francia y es el color azul el sito de donde emerge lo revelador de la existencia a través de la vida y la muerte. En el azul está la profunda belleza y el misterio de lo incógnito, en el azul habita Dios y lo sagrado que irrumpe el tiempo del hombre. Dicho de otro modo, Una historia del azul es una historia pero no del tiempo de Cronos sino del tiempo de las pequeñas y grandes epifanías, de los instantes del Aión.
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En 1948 escribe Albert Camus un bello ensayo titulado “El exilio de Helena”. Europa, dice Camus, ha desterrado el espíritu griego y con ese acto le cerró la puerta a la belleza trágica del paisaje del Mediterráneo. La literatura europea se situaba en la ciudad moderna dejando atrás cualquier posibilidad de que la naturaleza, como la habían amado y temido los griegos, apareciera. Estas palabras de Camus comentadas sobre todo para la novela, tienen resonancia también para la poesía que, de algún modo, había desterrado su lirismo originario. En el poemario de Maulpoix, por medio del azul, se retorna al mar, al espíritu de la belleza apacible e indómita del Mediterráneo.
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Varios momentos, a lo largo de las páginas, aluden a la música. ¿Será la música el lenguaje de Dios? El mar canta, el azul canta y sin decir nada lo dice todo. Pienso y recuerdo la música de Zbigniew Preisner en la película antes citada. ¿Cuánto misterio hay en esas notas? Los Dioses murmuran y por medio de la música van vertiendo sus tonalidades en el azul de las escenas. El mar, con su inmenso azul, murmura frases, frases que el hombre interpreta y luego escribe. Viene ahora a mi mente la pieza “Spiegel im spiegel” del compositor Arvo Pärt. El sonido de un violín casi ha detenido el tiempo, lo ha vuelto apacible y nos envuelve con su melodía. Al fondo unas notas de piano parecen simular la caída de una gota, la escena es de un azul profundo, un azul que sin ser noche es obscuro. Del mismo modo, en Maulpoix, el azul alguna veces es una gota, una lluvia apenas perceptible pero que en su brevedad puede contener la infinitud del tiempo y del hombre.
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Pero hay otro mar, otro azul en el lenguaje, en las palabras que dicen y callan, pues el canto de Erato siempre es consciencia de la imposibilidad del decir, imposibilidad de nombrar lo otro, lo sagrado pero también lo cotidiano. Y si algo se nombra apenas puede ser esbozado. Entrar en la escritura es entrar en el mar, naufragio y sobrevivencia. En todo momento se intuye que el lenguaje del hombre, ante la inmensidad del azul, es apenas un chasquido de agua, un leve balbuceo que en su inexactitud revela a los Dioses que habitan en lo profundo. Esta conciencia en el lenguaje es parte de su concepción del “lirismo crítico”. La poesía de Maulpoix regresa a la Musa pero, él mismo lo dice, no a la Musa pálida del romanticismo sino a la Musa indómita del espíritu griego. El poema es fuerza que vaga, intención de tocar el cielo desde la tierra, por tal motivo, el poemario de Maulpoix trabaja con lo prosaico, pues todos son poemas en prosa que tratan de habitar el azul distante.
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En francés el mar es femenino. La mujer emerge del agua y del lenguaje. Su cuerpo y su vestido encarnan el azul, la mar profunda. Ella es la muerte, un ángel, una voz, una mancha de tinta azul o un sueño. Lo profundo de la vida se encuentra en ella y es el amor la gran experiencia. En la mujer está el misterio pero también la claridad que permite ordenar el mundo y la escritura, fluido azul que impregna la mirada y la página en blanco. En varios momentos “ella” es tanto la mar como la mujer, ambas se fusionan y se confunden con el mismo tono del infinito. El azul está en la mar y en el vestido de ella, en las palabras y en la mirada, en la poesía de Jean-Michel Maulpoix.