Leemos poesía mexicana. Leemos algunos de Arely Jiménez (Aguascalientes, 1992). Es poeta, feminista y paciente renal. Ha publicado libros de poesía como Madre Piedra y otros poemas (UAA, 2019), La noche es otra sombra y Metamorfosis de la O (Sangre Ediciones, 2020). Recientemente obtuvo Mención Honorifica en el 39° Premio Nacional de Literatura Joven «Salvador Gallardo Dávalos», en el área de narrativa con su libro «Los árboles no son tan altos de noche».
Asterión
Mi padre no duerme.
Quizá sea que la noche
se ha vuelto laberinto.
Mi madre, como Ariadna
deshace madejas de cuidados
al tanto que un sádico Minotauro
carcome sus huesos.
No sé cuánto se invierta en esta empresa,
a veces pienso que jamás termina.
Por la mañana, mi padre sueña,
lo hace de tal manera
que pareciera ya no despertar.
Memorial
I
Vine a Xalapa para no saber de mi padre
que moría a lo lejos,
vine a buscarme entre la neblina.
Vine huyendo de la muerte
pero encontré
el otro extremo de un hueso.
II
Mi madre dice que el verdor
se me quedó en los riñones,
como un musgo que los mata
mientras los llena de vegetación.
Mi madre afila en su lengua la misma amenaza,
de la que ya no hay nada qué temer
porque lo peor ya vino.
Ya vino la sed, este divorcio del agua.
Ya está acá el enfermo condenado
a ser su propio homicida,
a lamentarse de sí mismo
y a recibir todos los reclamos
porque no hay otro a quien reprocharle.
Mi madre afila un memento mori
un carpe diem, un eco de Kavafis
ella dice:
¿Qué acaso yo te dije que te fueras?
¿Te pedí que no creyeras en ningún dios?
¿Te pedí que imitaras a las piedras?
Y valen muy poco todos los hilos
que destejen las moiras,
y vale tan poco el índice de dios aplastándome
y no es nada este verdor contenido
como una fiera hambrienta de mis órganos.
III
Soy demasiado joven para decir: quiero volver a Xalapa antes del final. Soy demasiado ingenua, todavía estoy a los pies de mi propio cuerpo, todavía no descifro su idioma.
Tampoco he podido descifrar los eufemismos de los médicos, las palabras perdidas en sus miradas. Me miran: mi cuerpo es sólo una cifra, roja o con asteriscos a un lado. Todo está mal, dicen al fin.
Soy demasiado joven, pienso.
El enfermo debe callar
callar y agradecer
al menos, le ayudan
le tienen muchas buenas intenciones
el enfermo no habla
no tiene voz
sólo recibe y calla
no es humano
es tiempo dispuesto a morirse
es solo carne furiosa
carne y requisitos cuidados
olor a sangre
a fabricada pureza de hospital
carne pinchada látex gasas
carne amarilla hematomas
carne que sabe que va a morir
y eso mata más que la muerte
carne que sueña con morir soñando
la enfermedad es soledad
que mastica silencio
hasta sangrar la boca
carne sin lenguaje
sin poemas
carne llorosa
carne que deja de ser carne.
Nadie que al decir la palabra muerte
no sienta que ha dicho su nombre
en otro idioma lo sabe
escribo poemas para hablarme lentamente
para respirar desde las palabras
para reconocer la herida
leo poemas para olvidar
que ningún poema habrá de curarme
la enfermedad es fauna sorprendida
que corre por mi cuerpo
y sólo la poesía sabe de qué huyen
los animales rabiosos de mi sangre
mi sangre no tiene a dónde escapar
sólo se tiene a sí misma
he venido a esta herida
estuvo aquí antes de que mi carne estuviera
antes de que yo fuera carne fuera cuerpo
los cuerpos son para las heridas
no tengo corazón para cargar
las palabras pesadas ni la inteligencia
una hoja seca podría confundirse
con el ala rota de una mariposa
yo soy la hoja seca
no aprendí del vuelo más que en la caída
estoy enferma de vida
y busco desesperadamente la cura
cavo pozos profundos en la materia sensible
de los otros busco quién sabe qué
sin encontrar nada
llego al corazón del corazón
perforo y destajo la alquimia del poema
y no sé si en verdad es que he llegado a la herida
o la he formado con mis palabras
Para salvarse
¿Acaso no puede mi poder engañarme?
¿Acaso no puedo vivir en mis poemas?
Leonard Cohen
Yo sola me haré unos riñones
como si fuesen pasteles de lodo:
con agua, tierra
y algunas flores secas
a manera de nefronas.
También me los trasplantaré sola:
abriré mi tórax con una rama
y meteré cada terruño conectándolo
con otra rama a la arteria iliaca.
Su funcionamiento resultara tan natural
como el agua que corre en un río
y lleva tierra, hojas secas y ramas,
y aun así el agua
no ha dejado de ir y venir.
También haré mi propia muerte,
sola y con las manos desnudas,
para no temerla.