Poesía mexicana: Oscar Oliva

En 2020, la UNAM publicó en su colección Poemas y Ensayos, Poesía de la perseverancia. Antología personal del poeta mexicano Oscar Oliva (1937). Hizo parte de “La espiga amotinada” junto a Eraclio Zepeda, Jaime Labastida, Juan Bañuelos y Jaime Augusto Shelley. Con Estado de sitio se le otorgó el Premio Nacional de Poesía. Aquí le leemos algunos textos breves, epigramas, aforismos, imágenes o fogonazos.

 

 

 

 

Es tanta la angustia de no tener país, que no vas a encontrar más cadáveres.

 

 

 

Que entre esa luz convertida en cigarra, con el asunto viejo de los dobles sueños. Como los ahorcados, con las vergüenzas manchadas de semen.

 

 

 

No vas a encontrar más cadáveres. Tu país es un anafre olvidado, una botella de plástico vacía.

Fragmentos, repeticiones, memoria oral, diario íntimo, todas las iniquidades del lenguaje, existen.

Como existe la demencia de los abiertos a la belleza de este tiempo; como existe la cerrazón a esta demencia.

 

 

 

Después de orinar levantas el muslo, muy quieta, y ese único movimiento es la celebración del nacimiento de Afrodita.

 

 

 

Yo no me he muerto en todos los días de mi vida, dijo Sancho Panza.

 

 

 

Me acuerdo que una de las lozanas guatemaltecas hablaba como si estuvieran floreciendo al mismo tiempo todos los flamboyanes.

 

 

 

Me acuerdo que me dijeron, ¿cómo vas a poder ocuparte de un tirano?
¡A chingar a su madre el tirano!, respondí. Y compuse una copla.

 

 

 

Voy a escribir coplas que le amarguen la vida al tirano, que persiguió a mis abuelos, a mi padre, a mis hijos. Hará lo mismo con mis nietos, mis biznietos. Respiro hondo por la herida familiar. 

 

 

 

No estoy tan loco –respondió Sancho–, mas estoy más colérico.

 

 

 

La verga. Lo agarraron a vergazos. Se puso buena la verguiza.

 

 

 

Después de un largo sueño inducido, primero las cigarras.

 

 

 

Con heridas y parásitos, entre las hojas de los platanales.

 

 

 

Dentro de este libro, va esta carta, que quiere ser nada más una paloma que se encogió en mis manos, con cierta alarma futura.

 

 

 

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