Dentro del dossier de poesía hondureña que prepara Murvin Andino, leemos a Dariela Torres (Comayagüela, Honduras, 1995). Artivista y poeta de barrio. Fue editora y cofundadora de la revista Ek Chapat. Ha sido publicada en la plaquette conmemorativa del encuentro de escritoras hondureñas Ciclónicas por Ediciones Malpaso y en Todo el dolor, plaquette publicada en El Salvador por el proyecto editorial La Chifurnia. Su obra ha aparecido en distintas antologías, sitios webs y revistas electrónicas. Fue parte del taller poético impartido por Pen Internacional en Honduras donde quedó seleccionada para los talleres de creación poética en RondHouse Talking Doorsteps que se llevaron a cabo en Londres (2017). Participante en el panel de Mujeres Creadoras Marginalidades: Voces Disidentes. En la Feria del libro del Centro Cultural de España en Tegucigalpa 2018. También fue parte del Foro virtual Mujeres Artistas y Discapacidades Psicosociales, organizado por Grupo sociedad civil en Honduras. Ha sido invitada a varios festivales de poesía en Cuba, México y El Salvador.
1.
Enternecida ante la noche y la demencia.
Escupí sobre mi tumba y retrocedí un poco.
Sólo para ver la carencia que degolló
el cuello cicatrizado de quienes juraron
haber visto nacer una ciudad.
Yo tengo el recuerdo de un cielo envuelto en llamas,
mientras aquella sombra se atragantaba
con palabras que aún recorren mi medula espinal.
Dijo:
que arrancaría mi piel de los huesos,
que arrancaría mi vulva para dársela de comer a los perros.
El zumbido de una alarma sísmica en mis oídos, para siempre.
Me reconocí como una pequeña criatura que lame
y relame
sus propias
cicatrices.
2.
Sesos esparcidos como plumas levitaron en el viento,
Antes de caer al subsuelo explotaban en miles de formas de luz.
Es decir, no sé si respiro destruyendo el color de mi sangre
o inhalo la culpa de haber arrastrado directo al matadero cualquier amanecer.
Sabré irme como siempre.
Maldeciré la noche y tú nombre.
Entonces retornare
Siempre al mismo sitio.
Lejos de vos.
Dolor articulado,
melódico.
Con sabor a sable oxidado.
Ven a mí.
Todos los corazones hoy tendrán escamas y arena de cuarzo.
Dolor incrustado a la carne,
Ven a mí.
3.
En mi lengua hay incrustadas larvas de mosca
danzan entre palabras
me crecen raíces en la tierra profunda.
En mi barrio, las bifurcaciones en el espacio tiempo dejan voces
que gritan y se extienden desesperadas
entre la sangre de sus hijas.
Llevo en el vientre desmembrado parásitos,
se alimentan de mí.
Me deshago,
para sobrevivir, me escondo.
La calle en mi cuerpo mutilado es solo una sombra con tedio y garras.
Sin retorno seguro el origen se expande y vuelvo a nacer.
Para entender que ni siquiera tuve tiempo para llorar,
Ni siquiera tuve tiempo para abrazar, para decir adiós,
Ni siquiera tuve tiempo para crecer.
En mi lengua hay larvas de mosca que danzan entre palabras,
me crecen raíces en la tierra profunda.
4.
A Ericka, mi amiga y prima. Quien se desplazó en busca de oportunidades a Guatemala, en donde fue asesinada.
A todas/es/os lxs migrantes centroamericanxs que mueren en el camino.
No voy a descubrir la materia de que están hechas las palabras,
tampoco entenderé nuestro sueño de encontrar los restos
de una estrella a la orilla del río.
Hecatombe en el espíritu
¿Puedes ver las extremidades dispersas en el pavimento,
rodeadas de un enjambre
de moscas que anhelan desintegrar el mundo que construyeron para otros?
En las madrugadas de un tiempo que canta el movimiento de las olas,
Devore hambrienta y famélica la tierra en la que por poco tuvimos raíz.
Me ahogue aquella noche diminuta y sin luna,
en el parpadear de transeúntes de un país sin nombre.
Mis ojos apenas alcanzaron a vislumbrar el camino tejido de amapolas,
en donde miles de rostros cegados por un último atardecer
se desintegran antes de tocar el cielo.
Alimento de las bestias con escamas,
Jugábamos a volar como ángeles eternos
Pero al encontrar a la manada nos unimos.
Éramos pequeñas criaturas aullando en las fronteras,
muriendo,
desterradas,
convertidas en polvo y dinamita
lamiendo sin fuerzas el subsuelo,
con un grito de auxilio que se desfigura
por la sensación de vértigo
que produce la fragilidad de la carne
ante la muerte.
Caímos junto a los cadáveres que flotaban, que florecían incandescentes como una lluvia de estrellas
leves en el centro del centro de la miseria,
del único
y último destino.