Se ha reeditado Poemas posthumanos (Axiara Editions, 2022) del poeta peruano José Antonio Mazzotti (Lima, 1961). Mazzotti es un destacado miembro de la Generación Poética Peruana del 80. Ha publicado Poemas no recogidos en libro (1981), Fierro curvo (órbita poética) (1985), Castillo de popa (1988 y 1991), El libro de las auroras boreales (1995), Señora de la noche (1998), El Zorro y la Luna. Antología Poética 1981-1999 (1999), Sakra Boccata (2006 y 2007, con prólogo de Raúl Zurita), Las flores del Mall(2009), Declinaciones latinas (2015), Apu Kalypso / palabras de la bruma (2015) y Nawa Isko Iki / cantos amazónicos (2020). En 2013 apareció una versión bilingüe de Sakra Boccata con traducciones al inglés de Clayton Eshleman. Ha sido incluido en numerosas antologías como la Antología general de la poesía peruana: de Vallejo a nuestros días (Lima), La mitad del cuerpo sonríe (México), La letra en que nació la pena (Lima), Caudal de piedra (México), Fuego abierto (Chile), Cuerpo plural (España), Hommage poétique à César Vallejo (Francia), Liberation: New Works on Freedom from International Renowned Poets (EEUU), The Fox and the Moon, Selected Poems (2018), etc. En 2018 recibió el premio especial de poesía José Lezama Lima de Casa de las Américas por su compilación El zorro y la luna. Poemas reunidos 1981-2016 (2016). Hay reediciones ampliadas en 2018 y 2021. Esta última incluye como sección final la primera versión de Poemas posthumanos. Mazzotti es catedrático de literatura latinoamericana en la Universidad de Tufts, Boston. Entre sus obras críticas se cuentan Coros mestizos del Inca Garcilaso: resonancias andinas (1996), Poéticas del flujo: migración y violencia verbales en el Perú de los 80 (2002), Incan Insights: El Inca Garcilaso’s Hints to Andean Readers (2008), Encontrando un inca: ensayos escogidos sobre el Inca Garcilaso de la Vega (2016), Lima fundida: épica y nación criolla en el Perú (2016), the The Creole Invention of Peru: Ethnic Nation and Epic Poetry in Colonial Lima (2019), así como numerosas ediciones y co-ediciones.
La ciudad sin rostros
I La peste
Invocaron al dios de los murciélagos, lamieron
Sus paredes cavernosas, no más altivas
Que la flor que en su fondo se ilumina
Con el remar de las olas silentes. En tiempos
De guerra su mirada examina los ventrículos
Vacíos. El aire se infla de aire, bomba cautiva
De un trueno tan callado que ensordece, los tranvías
Se deslizan como reptiles de niebla, sus chillidos
Se disuelven en gotas delicadas refrescando la tarde.
Una bocina de hielo se enciende de pronto. Empiezan
A morir con agujeros los recuerdos, a blanquearse la
Pared donde se escribe el nombre erguido, como un
Árbol de sombra radioactiva por los rayos
De un sol atormentado. Este descenso a los lagos
Del azogue es el tensiómetro indicando un vuelo
Rasero, una aguja muy fina que ralea el prado
Y ensarta las miradas como ágatas al horizonte.
El mundo es del color del fuego, con aromas de cuerpos
Reventando a solas. En el viento se dispersan sus
Cenizas, son el pago que a la tierra se rinde
Para calmar la asfixia de las calles grises.
Pero el horror se expande lento como un gas, enrosca
Sus dedos en los postes y en los automóviles, se ríe
Borrando los cuerpos, pone vigas en las cuevas
De los inmerecidos, ¡agranda los anillos que nos llevan
A la otra dimensión! Sufre de piedra citrina
Como un adolescente feo, inflado, con el poder
De un dios idiota. El gas, curiosamente, es más puro
Que el aire, pero huele a tormenta de nieve, a ola
Montañosa del día de Todos los Santos. Cunde
Por los gimnasios, los atolladeros, se derrama
Con furia de pájaro enjaulado, va raspando
Los zócalos de piedra con pentagramas de sulfuro.
El gas que hace temblar inunda las cámaras, destroza
Los nervios con navajas invisibles, es el orate
Que baila en las calles vacías como en una fiesta
Escolar. Y el púber torpe en el que las tristezas
Se agolpan y trazan extrañas cicatrices.
Van dejando mordeduras de cauterio
Hasta borrar las curvas de los rostros. Se enmascaran
De gasa, otras adquieren fauces de león
Para disimular el extravío. Las hay transparentes
Para ocultar el rictus sumergido en el estanque
Con peces moribundos y cuero de gamuza.
Pasean como espectros en la Noche de las Brujas
Para llegar hasta la luna amarillenta, miel de bilis
Por el tumor que chanca su conducto y no se
Desparrama. Con la paja de escobas raspan
La carne expuesta al aire por el arañazo
De un huracán de vidrio en cada sueño, un tifón
Que dura lo que duran las constelaciones.
Son las costras de barro que herrumbraron los
Surcos para el chorrillo refrescante, los guijarros
Que sembraron sus semillas soñolientas, elevándose:
Los días infinitos con cadáveres flotando por el río
Hacia la mar, que es el morir dos veces.
II El muñoncito
Detrás de cada máscara se yergue un muñoncito
De bordes recorridos por arroyos de sangre, salpican
Sobre las piedras redondas, las mismas que muelen
Culantro en manojos para tragar los músculos de bestias
Sin patas, ignorantes del aire de los bosques.
Gallinas y cerdos, la señora vaca, corderitos de Saúl
Desfilan por esas encías, son molidos en polvo de tendones
Blanquirrojos. El muñoncito lo devora todo: hojas y raíces
Y el agua de las nubes de los copos de nieve. Cuando le
Preguntan si el grana de sus labios es apenas un recuerdo
O una leyenda su nácar aterciopelado, juguetón
Pez que sale de su cueva a respirar ambrosía, se repliega,
Échase a andar como un resucitado, sin salir de su carpa
Porque el viento le susurra cosas prohibidas, de viajeros
Que activan explosivos y acuchillan bofes,
Dejando al muñoncito huérfano de todo, de su miembro
En otro muñoncito cobijado de los rayos gamma.
¡Qué noche cósmica que envuelve al pequeño escualo
Sin culpa pero hinchado de océano, con tantas burbujas
Que decir y no tener aletas! Muñoncito que goza del pecado
Solitario, hablando con espectros de dudosa fama.
Entonces la sonrisa se eleva a los faroles
Para decir que está ahí, aunque el gesto oculte del tajo
Al borde de las comisuras. Piensa el muñoncito en su
Futuro, tras la gasa, como un soldadito de plomo. Respirar
Ese polvo es la condena, pues entra con el terror de las noches
De los aparecidos, de las viejas insolentes, que hay que
chancar con matamoscas de lucero. El muñoncito
De noche, para evitar el silencio absoluto, ronca
Y olvida por un rato su cuerpo de muñoncito.
Sueña con la concavidad que forman dos cavernas
Húmedas, vestidas de alabastro y molusco, sueña
Con sentirse la parte menos dolorosa del cuerpo,
Ya no ser la maldita, la que hay que vestir más rápido
Que los genitales, para ver si nos dura menos
La expulsión del Paraíso, la confusión de los
Elementos que suben y bajan como el agua
Al aire; a la tierra, el fuego; al dolor, el desconsuelo.
Sueña con praderas de esmeralda como el burro
de Tablada, para finalmente espantar tábanos
en un terral sembrado de desechos mohosos.
En esa confusión renacen las formas
Que ordenan la juntura de los miembros rotos,
De las hemorragias repentinas, como un rayo
Sobre la misma nariz hendida. Se divierte el
Muñoncito imaginando las ondulaciones detrás
De cada gasa, como si las heridas fueran flores
Nacidas de un escaramujo negro. Se divierte
Mirando montajes fotográficos que le regresan
La juventud evaporada en un horno solitario,
Banderita izada que adoraba el hada del bosque
Como la vara que despierta a los unicornios
Y les cultiva alas para venir remontando
Con su beso de amor.
III. Bofes cortados
Pero el amor del muñoncito es impotente en estas
Circunstancias. Ya se metió el extraño que buscaba
Devorarlo todo. Son los heralditos negros que nos manda
La noche, un ejército de minibites que pulula en las
Alfombras, en las pasarelas, en el puente que salta
De un muñoncito a otro. Sus banderas tienen
Dos huesos cruzados y una calavera, medio clavo
De olor (para no ser vistas) y una máquina
De cavar con un taladro de minúsculo diamante.
Al principio comentan que se le pierde el gusto
Al carpaccio, el aroma a los seres bellos, toda triste
Ilusión de encontrarse junto al río y caminar.
Pero ahora solo los espectros y su música de alas
Flotan, como carabelas portuguesas, impidiendo
La navegación. De a pocos las velas no se hinchan
Ni logra la Luna que se ericen los cabellos
Porque alguien con un dardo la detuvo sobre el
Terciopelo. Desciende la sangre su latido en un
Instante y la noche se pinta sepia, los espectros
Emergen de los cuerpos vivientes para flotar
Al fondo de los mares de sulfuro.
El ultramundo se abre como un loto. Voces
Se pierden en el eco de su sombra. A lo lejos
Gime su giba el jinete agitado, se marea
De los caminos que se borran en el humo
Dejando dos hogueras de hielo ante la vista.
El Hades tiene la presión muy baja, mucho sueño
Hasta perder el sentido. Y cuando se despierta
El músico de nuevo desciende por las escaleras
A ver si encuentra el rostro de su Eurídice, así sea
Magullado, el pelo reseco como rama de invierno,
Los cóncavos vacíos recorridos por diminutas arañas.
Pero ella vive en los brazos del demonio, tan malvado
Que solo puede serlo por saber del bien que la flauta
Del músico exhala en ese trance en la ambulancia.
Sus versos hasta las Furias conmueven, hablan en un
Idioma anterior al tiempo, es la luz que se filtra por
Las cavernas de ámbar, el aliento de Dios, al que es
Es imposible negarse. Y la larga sirena de carmín
Curva las calles del mejor anfiteatro.
Tienen los bofes nervaduras oxidadas, chillan
Con cada inhalación, los vidrios molidos se deslizan
Por la garganta, como una culebra luminosa, tensa
Y ancha en su circo macabro. Ese fulgor ilumina
El otro mundo y el poeta se cuela por los intersticios
Para buscarla. En el camino restaña las heridas
De los purulentos, refresca la sed con el tañido
De su último soplido. Y le conceden la gracia de mirar
A la picada que yace entre los dedos del gigante
Peludo. La serpiente es demasiado luminosa, tiene
Dos cabezas, con una se traga la testa del viajante,
Con la otra deshace los huesos de la agujereada,
Polvo de pájaros trinantes que perdieron el hilo
Por temor, alarido de niebla cortando el canto,
Sin él el músico comienza a correr, pero no logra
Moverse. Los potros de bárbaros atilas lanzan
Sus poleadoras y derrumban su velita. Todo
Vuelve al silencio original. Queden los vivos
Contando sus semanas, como pequeñas monedas
Que cuidan desconfiados en sus agujeros de piedra
Hasta que todo se ilumine en una gran hoguera.