Poesía de Honduras: Eleonora Castillo

En la muestra de poesía hondureña que prepara Murvin Andino, leemos poemas de Eleonora Castillo (Tegucigalpa, 1996). Finalista en el IV certamen de poesía Los Confines, organizado por el Festival internacional de poesía “Los Confines”, Honduras. Ha publicado Carroña (2019), Flor sonámbula (2021) y Yo, eterna (2022).

 

 

 

Artaud me besó en primavera

En un espacio de la luna, no me canso de escribir hasta agotar el tintero.
Antonin me regala tazas de café luciendo el secreto de sus ojos.
Las últimas fragancias del sol redondean la armonía de cada hoja de papel.
La efigie de la palabra irreverencia se aclara mezclando el vino al atardecer.
Antonin me regla tazas de café luciendo el secreto de sus labios.
Todo es terso y no hay fatídicos sonidos.
Hay poemarios y el cantar de los cantares es una plataforma para hacer el amor donde los ángeles balbucean jadeantes, los gemidos de mi aurora.
Al fin, cuando amanece, Antonin me regala tazas de café luciendo el secreto de nuestros amores.

 

 

 

Carroña

Este vuelo de mosca me sentencia a muerte.
Ella dice que soy su única albacea
Por eso viste de luto
Contiene dos palabras en las alas
Y frases ahogadas de basura. Entelequia eterna de sonidos.
Vuela como si el aire fuera el muro del lenguaje.
Ella sabe que puede volar en cadena perpetua
¿Por qué apaga la luz cuando lloro, y se come la carne de mis hermanos?
Del otro lado del vidrio sus ojos diseñan la vida.

 

 

 

Remedio de hierba

En la medianoche, las linternas buscan pétalos exactos
Viven a la sombra de cada jornada y dicen que es fundamental escribir hilos en sus párpados.
Hablan como si no pasara nada cuando están amordazadas.
Se comunican con orgasmos como si murieran palabra por palabra.
Escuchan el propósito de la «piedra fundamental» y juegan a tener todos los rostros del mundo.

 

 

 

Ultimátum

La palabra se amplía donde no hay rutas ni creaciones.
La última señal de su nombre
son besos que perforan el corazón de quien la pronuncia.

 

 

 

En los sueños

Es un sueño recurrente.
Ningún encuentro ocurre en algún silencio en llamas.
En el cerebro de un dragón se plasman todas las visiones del mundo.
Él se desnuda frente a las estrellas, baila en el paraíso de su memoria y sus huesos brillan en las galerías innombrables.
Es un ser amado, verde como las piedras preciosas, brilla rodeando al viento débil y juega a ser hombre entre los escondites de los armarios.
En cualquier hora de cualquier día, será inocente de nuevo, se sentará en el umbral de las palabras de este mundo y dulce como la metamorfosis, será dios llegando tarde a la hora de su nacimiento.

 

 

 

Dicotomía

Me llamé a mí misma sombra, para cargar en el vientre los atardeceres.
Los que lleva mi madre desde su nombre, los que nacieron con mi hermana
y los estigmas de su carne
los que pernoctan sutiles en brebajes venenosos.
Quise abordar el taxi que me condujera hacia tu casa,
pero no hay casa que valga en laberintos silenciosos.
Tengo hambre del peso de los míos y su larga noche,
pero soy yo misma quien atiende a la puerta.

 

 

 

Reseña de una de las noches

Un par de botas nuevas
sangran en el cuarto de al lado.
Una niña recoge sus cabellos del suelo
y en la mesa de noche guarda
los sueños de sus hijos.

 

 

 

De una forma visionaria

Alejandra dentellea los azules bordes de su primavera
y yo intento rescatar un poco de música dentro de su habitación,
para llenarla de todos los abrazos del mundo antes de su próximo suicidio.

 

 

 

Como la noche

Sólo debo permanecer bajo la mirada de cualquier noche.
Las guitarras sangran heridas ajenas para no morir en el sutil intento de refugiarse en sus adentros.
Trato de encontrar los versos en una novela conocida, pero la música, esa que ampara del mundo, bebe sorbos de trapos viejos y plegarias nuevas.
Hay lamentos y hay plegarias.
Para despegarse del mundo, hay que sangrar su propia herida.
Para que ese mundo arda hay que morir su propia muerte.
El soborno más grande, dirá todo poeta, es el comienzo de cada día.

 

 

Antecedentes

I

La memoria crispada del día
Su mirada lo ha perdido todo.
Ella canta, y vaga en los almacenes de la memoria. Podría decir que escribo toda la noche, pero la
noche se deshoja y cae en sí misma.

 

II

Es más hermosa la luz del viento que el vino agrio de tus placeres.
Logro deslizarme bajo el nombre de mi padre y me niego a ser partícipe
de cualquier celebración absurda de su parte.

 

III

Esta misma memoria alberga colores inmaduros y necios de poesía.
Todo se alberga dentro de sus espejos, para no ser vistos como zombis detrás de la pantalla de un dispositivo.

 

 

 

En nombre de la niebla

Habitantes que busco: ¿he besado alguno de sus nombres?
Pienso que mi búsqueda es un capricho luminoso.
Es un jardín recorrido por todas las horas que he vivido.
Con todas mis vidas, guardo las armas que alimentan a los ebrios, esos que no anduvieron bajo la noche y que están ebrios de palabras.
Los sobrios, mantienen que no saben sus rostros del viento que no claudica, que no han nacido para soñar y mantienen despiertos sus enardecidas ganas de ser pájaros y mar.
Entre ellos, rodeada de siluetas, estoy yo
inmaculada, viviendo de las palabras que hago mi sermón.

 

 

 

Para mi dolor, por mi dolor

Quiero decir que cada nombre antes de mi nombre,
y cada sombra antes de mi sombra,
uno después del otro, han desatado la ternura permanente.
Cuando alguno golpeaba, gemido arriba y silencio sobre el silencio,
los perros y los pájaros dejaban de ser la visión común
de cualquiera que transita.
Me silencio ante la necesidad de cualquier palabra que recoja todas las verdades
para dármelas de bocados cada vez que renuncie a la posibilidad de respirar.
Los vértigos y agonías no son el sentido de todas mis apariciones,
pero sí doy por sentado que es sólo un paisaje el de la tragedia.

 

 

 

Acción de la alpargata

Así volverá la culpa sobre los días con rostro.
Las puertas de todos los áticos se abrirán
dándole paso a las carcajadas de las antiguas angustias.
Duele tanto la vida cuando la única oportunidad de ver un nuevo día
se pierde bajo el trémolo de las cantatas.
Sobre sus manos, la naturaleza del viento adquiere un corazón
entre las mutaciones ardientes y los barcos donde partieron sus amores.
Los pañuelos tibios se transforman en cualquier sonrisa de niña
que enlaza con el sol.
Hay espacios esperanzadores para los que creen en las estrellas,
los que embellecen sus pieles con los mejores frutos de su autodestrucción.

 

 

 

En todos los tiempos

“Sé, de una forma visionaria…” comienza el poema
y la poeta lleva a cuestas la culpa de su origen.
Duerme como niña descalza sobre la cabeza de un mausoleo.
Come como una adolescente con las piernas heridas por los perros.
Llora como vieja muerta sobre las fauces de su poema.
Terrible delirio el de sus días de descanso,
pues si el poema no aprisiona,
no hay razón de verse en el espejo,
si el poema no traspasa,
no hay ninguna razón para despertar al día siguiente.

 

 

 

No en el mismo silencio

¿Qué demonios soy?
Un ser sintético a quien le basta volatilizar
lo que hay en el núcleo de la palabra.
Un instrumento antinatural que se desvanece
ante la visión de un calor luminoso
que reúne todos los rayos del sol y se niega 
a la realidad física de un poema.
¿Qué demonios soy?
Un color infrahumano sometido a las más altas temperaturas de las letras,
que canta la tristeza de lo que se concentra en un agujero.
La sed, lo que se nos propone, eso soy, ningún encuentro.
Ahora bien, por un minuto pienso cómo las palabras se desnudan en la imaginación,
tener miedo a no existir, tener miedo a no nombrar, iluminar la memoria.
Esta memoria que es solo miseria.
Hay umbrales y hay rostros.
Los atisbos de este mundo parten de la sonámbula respuesta
de una flor que se abre, come y bebe con el viento.

 

 

 

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