Breve dossier de poesía mexicana joven. Tercera entrega

Leemos la tercera entrega del dossier que prepara Melissa Nungaray a los poetas Fredy Villanueva (1995), Antonio Ojeda (1997), Cristina Meza (1997) y Melissa del Mar (1999). Sobre la muestra dice Melissa Nungaray: “Esencialmente, proponen una pausa en el acto de pensar e imaginar, priorizan el silencio antes que el ruido, para entrar en la recreación de la memoria que vuelve existente lo inexistente, pero no sólo es un detenimiento sino un reconocerse en la palabra, develan la profundidad de lo real que estremece”.

 

 

 

 

 

Fredy Villanueva (Morelia, 1995). Egresado de la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ganador del V Premio de Poesía Joven Alejandro Aura por el poemario William (2018) y del Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2020 por el poemario Home Alone, realizado con la beca del PECDAM 2018-2019. Seleccionado en el Primer Certamen de Ensayo Literario Luis Alberto Arellano Erradumbre, convocado por Mantis Editores en 2021. Ha publicado sus poemas en revistas como Periódico de Poesía y Punto de Partida.

 

 

Navidades Norteamericanas
(fragmento)

Un demonio se esconde en la acera de enfrente
atrás de un árbol,
sobresalen del tronco sus alas y sus cuernos.
Sin embargo, de mi lado hay nieve.
Se desfigura mi cara
se desfigura
hay nieve.

Hay un niño degollado con traje azul                
de sus venas nace un árbol
tiene esferas y una estrella en su punta
cuando me acerco puedo ver sus uñas creciendo todavía.

Mi padre abre la puerta
la gente va pasando y hace malabares
con los cuerpos de los pájaros,
algunos todavía respiran.
Esa tía que nació el siglo pasado me abraza, intuyo que ya no vive           ,
me muestra sus pulmones para comprobar lo contrario,       
cuando los intenta meter, vuelan           
hacen su propio nido en los escalones.
Entran los cerdos malhumorados y brindan.

Mi madre olvida cómo cortar el pavo.

Los invitados siguen empujándose en la puerta.
Los caballos mueren en la entrada, fracturan sus piernas
las polillas gigantes
y me veo mil veces en sus ojos.
Se acercan mis abuelos, son todo polvo, me dan un beso.

El demonio sigue bailando al otro lado de la casa
su risa
la escucho.

Mi padre es un hombre robusto, alto, sensato.
Y mi madre sentada junto al pesebre.
Mi hermano, un pequeño ser envuelto en gordo,
mi hermano
después un tío y sus hijos   
otro tío, otros hijos hasta el hartazgo
después el invitado sorpresa.
El Invitado.
Solo escuché los platos caer cuando se abrió la puerta y el viento
calló las velas,
el aire vino a susurrarme al oído              estoy muerto.

Así, el centro de la mesa es una placa y tiembla.
Y la cera se derrite entre mis manos,
me quemaba.
Tenía que rezar con aullidos las letanías,
gritaban los procesos de la memoria
y se asemejan a las redes que se van dibujando
y que francamente son inventos.
Entre A y B hay mil distracciones y nos olvidamos,
aun así, todo el mundo entiende,
qué extraño.

Así rezaban todos a la media noche.
Así los cuerpos acomodados en las muertes avícolas,
el pavo resucita sus alas para impedir la tortura.
Mi madre ha olvidado cómo partir el pavo.

Hay tantos inviernos cruzados que duele darnos las manos
a la media noche
y el invitado me veía desde el extremo de la mesa
y mi cabello se reflejaba en su pupila.

Se acercó:
bailemos
Pero el invitado no encontró las ruedas ni el invento

las líneas temporales desaparecen
y el avión que susurra por encima
se desploma.

Mi madre regresa.
Y el invitado les sonrió a todos y ella le entregó el cuchillo.
Así el acomodo estratégico de la muerte.

Mis sueños no consiguen impresionar a nadie,
siguen siendo tan espinosos como un crustáceo.
(Sin embargo,
la analogía que se va trazando se interrumpe.
Así que es mejor olvidar y volver.)
Las cabezas sigilosas corrían con sus cuernos
y sin patas,
ahora son motores y jalan carrocerías viejas.

Las patas congeladas de un cisne
podrían ser la legitimación de la violencia.
O la nieve y su hartazgo de ser nieve.

Abuso de mis características para determinarme
para detener la cena y arrumbar las sobras del pavo,
cuando lo guardo guiñe su ojo rostizado y pequeño.
Todos los que aquí están no me presienten,
y la plaga de los secretos inundando la casa.

Me determino nuevamente.
Yo soy el frío.

 

 

 

Isoglosas

Soy parte innegable de una frontera.
Comenzar no es una palabra que genere comuniones adentro;
es un verbo que es un proceso que es un modo.
Trastornar no es proceso; es superstición.
No sé si frontera es tierra que está al frente,
límite, protección u obstáculo.
Frontera es agua que dibuja diferencias
y asimilación.
Necesito
forzosamente
alienarme.

Soy parte innegable de una frontera.
Si estoy adentro puedo ser digerido fácilmente
adquirir el concepto tumultuoso de antidesierto.
Afuera, sin embargo, las garantías de continuar son borrosas
y se burlan.

En el mercado de flores hay fronteras claras
amarillas
mi antecesor les rinde culto con orgullo.
Hay personas que simulan ser personas
no
mejor aún
ciudadanos.
Yo simulo ser un ciudadano,
camino por los bultos que duermen en la calle
aquí ya surge una isoglosa
corta el puente vivo de la carne
pero sigo mi camino
porque
el sustantivo ciudadano corrobora mucho y niega todo.
No hay antónimos claros para esta palabra.

Entre la línea que tajantemente me marca
y la otra línea
también hay ciudadanos,
es entonces
cuando esta categoría da giros.
Soy la categoría de alguien más
supongo.

Entre el puente empírico y la teoría hay fronteras
me dijeron

Yo no digo nada por miedo a que ese trazo se impacte contra mí
pueda rebotar en mí
la idea
y convertirme en un hilo deshebrado.

Mientras tanto, el espacio que queda es un cubo.
Puedo distinguir con miopía a los cerdos disimular sus dientes.
Soy la frontera oscura que divide sus muelas.
Depende del hablante
y de su forma para dar vida a lo que se desvanece en categorías.
También soy parte de una que es corrugada e implosiva.
Soy la frontera de alguien más.

Si el centro se mueve
los efectos que flotan alrededor se mueven con él.
Para seguir el riel fielmente
habría que cortarnos los pies
e instalar algún mecanismo que niegue la vergüenza de las equivocaciones.

Aquí los ladrillos que sostienen el túnel se vuelven una adolescencia
o un cuerpo maligno que es necesario expulsar
aunque sea por la boca.
Adentro del cuerpo hay fronteras
están formando nuevos mapas y por eso no dejo de sangrar.

En la frontera del mar y de la tierra
hay filas concretas de aguamalas, esperan.
No es posible dibujar una casa aquí
sigo caminando.

Yo soy la frontera de alguien más;
mi incompatibilidad para abrazarme y reconocerme
sigue sin encontrar un fraterno
sigo siendo uno y en mí.
Soy parte innegable de una frontera.

 

 

 

Antonio Ojeda (Ayapango-Amecameca, 1997). Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por el Centro Universitario UAEM Amecameca de la Universidad Autónoma del Estado de México. Director de la Editorial OXEDA y la revista electrónica de literatura Hiedra. Autor del libro de poemas Hipotermia, Sopor & Soledad (2021).

 

 

VEO, SI ACASO, UN ESPACIO, UNA VENTANA. Una comisura que abre y cierra entre
espasmos de semblante triste. Lo hemos sido todo, el tiempo, las miradas; tus
ojos brillantes como la primera vez. Mientras yo me miro al espejo y mis luces se apagan.
Once cuarenta y cinco de la noche, noche nuestra, noche de nadie.
El lunar en tu espalda no es cráter, ni constelación ni nada de esas palabras
que tenía por entendido que era verso. Florecías como el conjunto de tu nombre al
lado del follaje de mi herida. Planta de bienes y de males; espejo de agua entre
nosotros, otra vez, no hay claro de luna, no hay sol que me de identidad devsombra.
Doce del primer día; me abstengo de tu recuerdo. Y fallo en el intento.

 

***

 

¡OH, ROSALEDA! TAN CRUEL ESPINA. Soy un espectro de esos que buscan poca cosa,
no otra sino el tiempo. Aves que van y vienen mientras los perros les persiguen
con su cantar nocturno. Se levanta el letargo, sonámbulo cuerpo de quien teme al
fantasma porque en el vivo no haya la esperanza.
Los niños corren a sus casas porque conocen las historias, aunque no se
parezcan casi nada a las que contaban sus abuelos. Una cosa es cierta: Ah,
¡Rosaleda cruel! ¿Cuándo les dirás que todos sufrimos del tiempo muerto, que el
corazón no es corazón cuando se rompe si no idea? Que la muerte en vida existe,
pero que no tiene cara, ni es monstruo, ni vive afuera; sino dentro.

 

 

 

Cristina Meza (Guadalajara, Jalisco, 1997). Poeta y artista plástica. Autora del poemario Nada se mueve. Ha publicado en antologías, revistas y medios electrónicos, como El Debate, Sin Embargo, Tierra Adentro, Revista Levadura, Engarce, El Creacionista y Liberoamérica. En 2019 presentó su primera exposición de pintura en solitario “Variaciones de lo Íntimo” en Ciudad Guzmán, Jalisco y en 2021 su segunda exposición “Enfermedad y muerte” en el Museo del Arte y la Historia de Ocotlán, Jalisco.

 

Escucho un avión

¿cómo es vivir cerca del aeropuerto?
Nunca supe qué responder
Los aviones pasaban, igual que en toda la ciudad
Como punto blanco en el cielo

No escuché un avión tan cerca como ahora
En la punta de mis dedos
Al centro de la sala

Ya no toco el suelo
Cerré los ojos y se llevó la habitación
Pero estoy intacta
En espera del silencio.

 

 

 

Amor

Para Jonathan

Hay un hombre que vive entre mis piernas, 
lo alimento con música y saliva. 
Cuando camina sobre mis pechos yo entro a su boca 
y confirmo que se puede estar en dos sitios a la vez.

 

 

Melissa del Mar (Ciudad de México, 1999). Es licenciada en comunicación y medios digitales por el Tecnológico de Monterrey. Cuenta con el diplomado en Literaturas Mexicanas en Lenguas Indígenas (2019), por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Es ganadora del Premio Mujer Tec (2021), en la categoría de Arte y Gestión Cultural. Forma parte de la primera generación de la Estancia Literaria “Material de los Sueños” en las Islas Marías. Es jefa de comunicación y difusión cultural de Cardenal. Revista Literaria. Imparte el taller Hacer(me) poesía en el Tecnológico de Monterrey. Ha sido publicada en diversos espacios nacionales e internacionales. Forma parte de la antología Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) y de la antología Discéntricas. Muestra de poesía joven mexicana de mujeres (2022) Ha presentado su trabajo en México, Argentina, Bélgica, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Haití, Italia, España, Estados Unidos, Pakistán, Perú y Uzbekistán. Ha sido traducida al inglés y al uzbeko.

 

 

Soy una mujer que camina sola

A Maryluz,
que entre los caminos de asfalto
encontró ríos que convergen

y cuando me ven en la calle los hombres,

mi cuerpo de agua
ya no sabe distinguir entre
una mirada perdida que busca respuestas para lo que también le acontece,
o si a través de sus ojos me mira la fiera,
pensándome un caudal que puede contener o vaciar a su antojo.

Soy una mujer que camina sola
y tengo miedo

de hacerlo.
No por el reto que signifique ser un río que cabalga en silencio,
sino porque en el camino alguien me encuentre
y decida que su vida vale más que la mía.

Soy una mujer que camina sola

y me siento sola mientras camino,
pues aunque el surco en el que mi corriente transita no está vacío,
la mirada indiferente me susurra
“hoy, podrías ser tú”.

Soy una mujer que camina sola

Somos.

Entonces,                  sospecho
que quizá                  no estoy del todo sola,
que quizá                  tú también caminas sin que alguien te acompañe,
que quizá                  tu calle está vacía
que quizá                  todas somos ríos solitarios
que quizá                  por eso, siempre tuvimos nuestro acompañamiento en el camino
que quizá                  por separado somos agua que fluye desenfrenada,

                                                           pero juntas,
                                                    somos el Mar entero.

 

 

 

Cierzo

A la voz del cerro

Alelíes me hablaron de tu llegada,
por eso sé que existes

y para ti,
que menguando a la tarde
amaneces,

siembro
           en lo que no puede ser nombrado
                    un páramo que, como yo,
                                    te llora.

Ardo, porque
te sé lejana,
pero entiendo
también
que en remansos alzas tu voz curandera entre las llanuras
narrando que
tu memoria todavía palpita.

Hoy los abetos te esconden en su entraña
y te creemos tardía,
pero en ti aún
                        se conjuran mares
                        y danzan brisas.

En el risco que es tu cueva
se elevan pilares
que las niñas,
de gacelas cornamentas,
recorrerán haciéndote aullar.

           Porque a tu semejanza,
           ellas también escapan,
           se niegan a ser recuerdo
           y encuentran entre sí mismas
           el fuego que todo lo consume.

Crecieron templos en tu nombre,
por eso sé que existes

y, para llegar a ti,
he de andar las huellas que se borraron
en donde empieza el cerro
y alumbrar ríos en los senderos que surgieron de tu palma.

Seguiré a las luces que serpentean en el cielo hasta encontrarte
y, al entrar en tu grieta, umbral,
entenderé que
me
habitas.

Al hacerlo, sabré
que
pronunciar el verso que te invoca
es encontrarte aliento
y reconocerte en mí.

 

 

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