El propio río, nuevo libro de Carolina Zamudio

La poeta argentina Carolina Zamudio (1973) ha publicado recientemente, bajo el sello ecuatoriano El ángel editor, el poemario El propio río. Zamudio también es periodista. Fundadora y actual Directora de la Fundación Cultural Esteros y de «Esteros», Revista Literaria. Publicó los poemarios: Seguir al viento (Argentina); La oscuridad de lo que brilla/The Darkness Of What Shines (USA); en la colección Doble fondo XII, Las certezas son del sol (Colombia); Rituales del azar/Rituels du hasard (Francia); Teoría sobre la belleza (Argentina) y La timidez de los árboles (Colombia). Periodista por la Universidad Católica Argentina y Magister en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos por la Universidad Argentina de la Empresa. Premio Universitarios Siglo XXI del Diario La Nación y Corona al Poeta en el Eiseddfod del Chubut, Premio ciudad de Trelew y Senado de la Nación. Ha participado en Ferias y Festivales de Literatura en Colombia, Estados Unidos, Perú, Cuba, España, Ecuador, Argentina, Francia y Marruecos, entre otros. Colabora como periodista y ensayista para diversos medios

 

 

***

El maravilloso universo que siempre recrea la memoria de un poeta está registrado en el más alto nivel de percepción: suele ser la infancia, el amor, el pensamiento reflexivo, el dolor o el placer. En estos poemas, la cosmovisión crítica es un regalo para la sensibilidad de los lectores, como si la poesía de este libro fuera un espejo para todos.
Su autora consigue explorar distintos registros desde una inteligente visión experimental y sensible frente a la belleza, dejando incómodo a su yo personal. Carolina Zamudio es indudablemente —y para siempre una poeta que alcanza las cimas más altas en la poesía contemporánea de América Latina. Su voz poética, como debe ser, se presenta en una suerte de barrio íntimo, en esepaisaje de agua dulce que todos guardamos en la vida. Como el río que observa Borges en su Arte poética, desde Heráclito, Carolina sabe que mirar el río y sostenerlo en la memoria es alcanzar el derrotero de la belleza que nos condena a la maravilla de llegar a esas aguas en las que se esconde la realidad de la vida y la palabraXavier Oquendo Troncoso

 

 

 

Obrador de madres

 

Desciende,
es la rama, el tronco,
la semilla del árbol,
la tierra se purifica.
Intensa sale desde si, mamá
y dice: «Nos volvemos niños».

Yo siento que llevo a dios
sobre las espaldas
con un silencio intacto
venido desde antes de nacer,
que percibo en el cuerpo
 cuando ella ahora exclama
ser una niña y yo
no quiero, lo juro, no puedo
ser la madre de dios.

 

 

 

 

De época

 

Un molino de agua pasa
por la vista ante el reflejo,
una tranquera y es de tarde
en esta noche y frío,
el estanque con su verde
de agua y vida en los ojos,
la belleza siempre fue antes.

En el espejo una mujer
que ha vivido intenso.
Lo muestran —también—
la comisura de los labios,
la mirada serena y
atenta a todo sentirse.

Qué lindo habla la gente de antes:
“A mi amiga se le está cayendo
el telón de la vida”, oyó decir.

La gente de entonces
también sostiene que
hace treinta y un años
que no para de llover.

Antes o ahora
siempre es lo mismo,
qué clara suena hoy
la gente de esa época,
en este retrato atardecido
y noche para nosotras, todas,
en las rondas de un llanto.

 

 

 

 

De la maternidad

 

Siempre quise una mecedora
pero igual que el árbol que no
planto, a voluntad, tampoco
fui por ella. El hijo en la cuna,
fue palabra de la partera:
“Un regalo que te hago, que no
se acostumbren a los brazos”.
La mano firme sobre el pecho
o la espalda. Siempre fue un
ensayo. ¿Habré sido madre en
otras vidas? En esta, sueño con
hamacas, me balanceo, abrazo.
No sé cuándo dejamos de ser
semillas para querer hacernos
flor. Siempre raíz. Cada tanto miro
tras la ventana la rosa de la
infancia, lo encendido que tapa
las formas posibles de un cielo.
Los árboles están tan altos,
la tierra esparce ahora lo vasto.
Estamos tan grandes, tan pequeños
y las manos gastadas de apoyarse,
de gratitud o miedo, en el suelo.

 

 

 

 

 

Otro testamento

 

Escribo el jazmín porque no encuentro
otra forma de ver a plenitud.
Dejo constancia del agua a lo lejos,
de un grillo persistente, de la brisa interior,
de las circunstancias pequeñas, de todo
lo que se va ahora y no vuelve.
¿Por qué huir de la nostalgia que nos construye
y mañana nos recuerda?
No sé nada que no sea hacer,
no entiendo las medidas del descanso,
sí intuyo de la urgencia de que algo sea nada,
busco en los contornos de nosotros mismos,
no rezo cuando uno palabras, ellas lo hacen por mí.

Nadie nos habló de la utilidad de la noche,
hicimos sin saber una guirnalda con el tiempo;
fueron las épocas de los abuelos,
quienes nos legaron la oscuridad y su silencio,
lo fortuito en un puente, no saber lo que sabríamos,
que escribir bajo el jazmín, el mismo y otro,
sería la forma común de mirar.
¿Por qué rehuir de la tierra que nos construye
y mañana nos recuerda? No sabremos
nada que no sea decir,
así fuimos enseñados,
no desentrañaremos jamás las medidas
de la prudencia, desbocada es la noche
y sus rincones, no se encuentra algo
al unir palabras, se dice alguna cosa para que,
de una vez, la contenga el tiempo.

 

 

 

 

 

El propio río

 

La niña entre juncos y camalotes
no sabe que es observada,
la luz sobre toda ella
nítida amplifica
anchura de parto.

En su centro el mundo
espolea en sus rayos
lo que espía la infancia,
un beso de largo aliento y retorno.

La niña de los camalotales
es árbol de agua,
espejos sus raíces,
todo un cosmos surge:
su mirada lo siembra.

La niña entre los juncos va sin lastre,
pisa fuerte, su magia lo muestra:
la libertad que le otorgan los colores
tiene un brillo antiguo
de muy sencillo linaje;
no lo sabe hoy —quizá nunca—
en ella el río
se arremolina,
renace.

 

 

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