Poesía de Honduras: Denisse Vargas

Presentamos una muestra de El ruido de la ciudad que abandonas, nuevo libro Denise Vargas. Es poeta, gestora cultural y consultora independiente.  Estudió literatura, lenguas romances y psicología en la Universidad de Dartmouth, de Estados Unidos, posteriormente obtuvo un MBA con énfasis en Finanzas.  Su libro de poesía Martes como toda vida fue publicado en Costa Rica en agosto de 2016. Denise pertenece al taller de poesía Alicanto. Aparte de su experiencia laboral, fue Consejero de la Misión de Honduras ante las Naciones Unidas, donde se especializó en temas de desarrollo social, sobre los cuales se pronunció frente a la Asamblea General y el Consejo de Seguridad.  Denise habla español, inglés, francés y tiene dominio básico de italiano.  Es Fellow del Central American Leadership Initiative y miembro del Aspen Global Leadership Network. Actualmente reside en Tegucigalpa, Honduras. También compartimos el texto de Valeria Muñoz que presenta esta nueva publicación.

 

 

 

Presentación

La poesía ha sido para mí siempre un enigma. Cada lectura de un poemario constituye una experiencia nueva y un dolor fulminante. Siempre me he preguntado ¿por qué me duele la poesía? Muchos me han recomendado terapia para sanar ese dolor, otros, como Xavier, me invitan a repensar el mundo y me dicen un día: “toma este es un libro bellísimo” y me convence de la felicidad que otorga la poesía. Pero mientras más páginas recorro a pie descalzo, siento que los versos de los otros me corroen el corazón y me quitan el aliento, me hacen llorar y me arrastran irremediablemente al pasado. Me pregunto: ¿será esa la verdadera felicidad?, ¿será que todos vivimos las mismas vidas en una especie de universo paralelo y no lo sabemos?, ¿será acaso que los poetas tenemos membresía en el mismo abismo de la existencia?, ¿será que a todos nos pertenecen los mismos ruidos? No tengo las respuestas, entonces solo empiezo a leer el libro de Denisse Vargas: El ruido de la ciudad que abandonas y la poesía sucede.

El pasado se convierte en una suerte de sonoridad permanente en este poemario. Percibo ruido y nostalgia en el continente del libro y aquí está esta “eterna ciudadana de un planeta virgen” intentando hacerme llorar otra vez.  Decido entonces, acentuar el dramatismo y me invento una especie de guion que me ayude a procesar las palabras y las emociones que me han causado estos 26 poemas.

Acto 1. La nostalgia

En este libro, la voz poética vive de los recuerdos, percibe el pasado a través de los espacios y las cosas. Le duele el alejamiento de la ciudad que a veces es casa, habitación o calle. Siente que todo se ha ido, menos los ruidos, ellos son los que permanecen y luego se confunden con otras voces y terminan convirtiéndose en “recuerdos novelados”.

Entonces imagino esas casas de la que habla la poeta, convertidas en museos vacíos que esperan la llegada de los ruidos de los nuevos vivitantes mientras los que se van siguen escuchando a lo lejos el retumbar de los silencios.

Regreso a mi infancia y recuerdo que también abandoné algunos ruidos, pero a otros los empaqué en una maleta que permanecen bajo mi cama y aún no la he podido abrir.

Los versos de Denisse nos recuerdan que los espacios dejan huella:

“No logro predecir qué es lo que más extrañaré de esta casa
cuando llegue la hora de dejarla.
¿El olor a bebé de nuestras madrugadas?
¿El árbol que nos obsequió mi mamá
para la primera Navidad?
Quizás sean otros los recuerdos
que irrumpan mi memoria sin aviso
algún martes de enero distraído.
O quizás no recuerde nada, y con los años,
en una nueva casa, en otra vida,
descubra este poema y me consuma en llanto.

Por otro lado, impacta la manera como la voz poética manifiesta la idea de la mudanza en una suerte de desprendimiento no solo de lo material, sino de la sustancia de vida e historia que están impregnadas en cada vestido, objeto robado o regalado, en los libros, en las cajas. Pero luego duda y piensa que tal vez es mejor no abandonar los recuerdos:

Quizás es hora de llevar cada historia colgada del cuello
como un cascabel. Portar esta falda de seda
sin temer el espectro de tu mano en mis caderas.
Quizás es hora de llevar conmigo
el estruendo de cada ciudad
como un indómito botín.

La nostalgia se convierte en un leit motiv en estos poemas a través de una voz lírica que ve por el espejo retrovisor a la niña que fue, aquella que quiere volver a recorrer el camino en bicicleta, la que quiere vestir otra vez de amarillo o dormir tranquila sobre las piernas del tiempo no transcurrido, aquella que no sabe que un día debe morir.

Acto 2. El amor

La voz poética no deja en ningún momento de lado el tema universal del amor. A este amor lo llama fácil, mientras yo trago la saliva con dificultad porque me hiere la oscuridad de la habitación que describe y me sobrecoge la triste afirmación final del poema “Amores fáciles”:

Guardo en algún lugar
la llave de aquella habitación,
pero he lanzado al río las piedras
que marcaban el camino.

Llego al poema “En los puertos” y la voz poética me saca de la tristeza cuando expresa: “Nuestro amor parecía imposible pero no lo era”. Entonces sonrío un poco y me gusta la idea del amor como un instante,  como “una vastedad”, “como otra forma de no olvidar”, como una forma de lo prohibido, como “otra forma de poseer”.

Acto 3. Los momentos

Durante mi lectura me detengo varias veces en esos poemas que hablan de momentos cotidianos y simples: esos que todos vivimos, pero que se tornan intrascendentes porque hemos perdido la capacidad del asombro. Si todos fuésemos capaces de hacer un poema de la conversación con el taxista, del paso de una calle a otra, del papalote que vuela en el parque, todos seríamos poetas y Denisse Vargas tendría fuerte competencia.

Es así que me quedo maravillada con los buitres condenados al asfalto y que resisten al transitar en las calles de Nueva York. Me veo a mi misma perdida en alguna ciudad intentando frenar la avasalladora energía de las multitudes y resistiendo la indolencia ajena. Me encanta pensar en el taxista que mueve sus hombros como buscando acomodar su pasado mientras afirma que es de Tunisia. La imagen se queda en mi retina y me permite disfrutar de lo que viene: “–¿Sabe qué es lo más hermoso de mi ciudad? Por las noches puedo ver las luces de Sicilia desde mi terraza.

Mientras la voz poética reflexiona sobre las ciudades que no se abandonan porque están siempre en el recuerdo. Y aunque la nostalgia se quedó en el acto 1, vuelve a colarse por esta ventana.

Después me intriga saber qué es lo que piensa una persona cuando compra un café. Leo el título: “Cosas en las que pienso cuando compro a solas un café”. Creo que al fin voy descubriendo la felicidad de la que habla Xavier porque de seguro la voz poética me contará algo fenomenal y yo saldré volando a comprarme uno. 

Alguien tendrá que entrar a mi cuarto
sentarse a la orilla de mi cama
recorrer con la mirada mis libros,
mi ropa, mis cuadernos y decidir
por donde comenzar a desmembrarme.
(…)

Es preciso desprenderse temprano
de las cosas, pues uno nunca está a cargo
de su última mudanza.

Decido quedarme porque veo más importante pensar en la muerte y hago un inventario de lo que debo dejar, aquello de lo que debo desprenderme,  no vaya a ser que la mudanza me tome de sorpresa.

Compruebo que la poesía de esta autora es capaz de arrastrarnos atados a la cola de un papalote y permitirnos desentrañar las cuestiones más esenciales de la vida. Sus versos son un incesante cuestionamiento al vuelo propio con sus maniobras atrevidas hacia la altura y sus descensos estrepitosos al abismo.

Acto final. La libertad

La voz poética de estos textos es una buscadora incesante de la libertad y cree en la poesía como en la respiración para sobrevivir. Está convencida que no hay razones para dejar la poesía: Hay quien dice que incluso cura la muerte,/sobre todo, la que no llega a tiempo. Y en este persistente camino, siento a una voz que parte de la humildad, que es honesta y que no anhela adueñarse de la verdad y que exige como en su poema: “la licencia para ejercer la libertad”. 

Yo, por lo pronto, exijo mi taza de café y mi licencia para llorar.

Valeria Muñoz, 2022

 

 

 

Canción de cuna

Los ruidos familiares
no se van con los muebles en el camión de la mudanza.

Se quedan atrás,
atraviesan la madera del tiempo en las alcobas
como en mundos paralelos.

Resisten como pueden
la invasión de los nuevos inquilinos, pero poco a poco
las voces de los niños se confunden con el eco de otras voces.

A lo lejos
la risa mandarina de mis hijas
cambia de tonada al arribar a la memoria.

El pasado es un sonoro mausoleo comunal.
Un opaco bullicio de recuerdos novelados
habitan nuestras casas vacías.

 

 

 

En los puertos

Nuestro amor parecía imposible pero no lo era.

Nos besábamos como se besan
los amantes en los puertos y las estaciones de tren.

Cada carta fue siempre la penúltima.

Hablábamos poco pues los amantes imposibles
no hacen planes el uno con el otro.

No imaginan tardes de domingo en el parque
con dos o tres pequeños y un helado de frambuesa.

No, nuestro amor rebasaba apenas el instante.

Nos mirábamos mucho y eso bastaba,
nuestros cuerpos conquistaban la censura,

tu espalda una playa a las cinco de la tarde,
yo una ola embravecida sobre tu hombro izquierdo.

Nos tocábamos como se tocan las cosas prohibidas
como otra forma de poseer, como otra manera de no olvidar.                                

Toda persona debería vivir al menos un amor imposible,
vivirlo antes de descubrir la verdad más triste de todas:

que no existen los amores imposibles,
solo los abandonados.

 

 

 

El ruido de la ciudad que abandonas

Antes de cada mudanza
comienzo por desprenderme de la ropa,
lo más cercano a las heridas.
Aquella falda de seda que dejaba tan poca distancia
entre mis muslos y tu deseo
es la primera en irse.

Descarto luego las cosas robadas:
el bolígrafo de un hotel
con que escribiste unos versos en una servilleta;
el suéter que nunca te devolví,
los lentes azules demasiado grandes para mi rostro,
todos nítidamente en un cajón.

Luego repaso los obsequios, nunca sé qué hacer con ellos.
Rozo con mis dedos la inicial
que se hunde en el hueco de mi garganta
y de pronto dudo de esta manía de ahogar
el ruido de cada ciudad que abandono.

Quizás es hora de llevar cada historia colgada del cuello
como un cascabel. Portar esta falda de seda
sin temer el espectro de tu mano en mis caderas.

Quizás es hora de llevar conmigo
el estruendo de cada ciudad
como un indómito botín.

 

 

 

Persecución

Hay una niña en bicicleta en mi retrovisor.
Lleva un vestido amarillo saturado de agosto
y una sonrisa blanca demasiado blanca
como el rezo de los niños pequeños.

Ella tiene unos ocho años y no sabe aún
que algún día morirá
que la vejez no es solo de las abuelas
que no son los raspones en el asfalto los que tiñen de gris
los recuerdos.

Los sábados por las mañanas
me persigue todo el camino a la casa de mi madre.
Su brillo en el retrovisor obstruye a veces mi vista
y me obliga a cambiar el ángulo del espejo.

Esa niña en bicicleta
tiene mi rostro. Esconde en su sonrisa
la palabra que bastaría para salvarme.

 

 

 

Ausencia

Salir mientras adentro se nos queda
aquello que buscamos.
Enrique Lihn

Todavía guardo en el armario
los juguetes que más te gustaban
por si alguien encuentra tu niñez en algún callejón
y nos la devuelve.
Guardo tus libros aunque tus ojos
ya no buscan compañía.
En estas cajas hay pedazos de todo lo que fuiste,
fotos en que corres por el parque junto a otros niños
y tu risa no se distingue de la de ellos.
He aprendido a no abrirlas,
tu ausencia es un cuarto inundado
con el agua a la altura de mi cuello.
Solo tu voz no cabe en ningún cajón:
las pocas palabras que dejaste atrás
se filtran por las goteras de mi memoria.
A veces creo escuchar una en particular,
aquella palabra infinita a la que acudías
cuando pesaba demasiado el ruido de este mundo
contra el silencio de tus tardes,
aquélla que por un segundo
nos salvaba a ambas.
Hoy, cuando creo escucharla,
siento que las dos nos ahogamos.

 

 

 

Licencia para ejercer la libertad

Todo documento es falso.

La licencia original no requiere autorización ni firma.
Por huella
bastan tus pasos sobre el césped mojado,
por sello
la marca que deja tu risa en lugares prohibidos.

No tiene fecha de vencimiento,
no se lleva en el bolso
ni colgada del cuello como una credencial.

Se lleva en la frente
como la llevan las águilas y los amaneceres
como la llevan los grandes poemas
que alumbran el camino a través de estas cavernas.

 

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