Una conversación con Víctor Rodríguez Núñez

Siempre es un lujo sentarte a la mesa con el poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez (La Habana, 1955). Lo recuerdo conversar, hacer bromas, contar anécdotas, recordar poemas y poetas en un café en Bremen, a la orilla del Mediterráneo en Almuñécar, en el restaurante de un hotel al norte de Bogotá o en el bar La Ópera de Ciudad de México, aquella vez con Paul Muldoon, Yusef Komunyakaa y Mario Bojórquez. Rodríguez Núñez es uno de esos poetas que, en su plática, en su modo de ser y estar con los otros, en la manera en que lee poesía o responde preguntas ante un público, transmite los códigos silenciosos de eso que nos gusta llamar tradición literaria. Según cuenta él mismo, pertenece a la primera generación de poetas cubanos que no son hijos de la clase media sino que vienen de familias de obreros y campesinos. Esto es fundamental, toda vez que la poesía es, ante todo, un hacer patente el lugar de enunciación. En los años ochenta, trabajó intensamente en El Caimán Barbudo, que comenzó a dirigir en 1986. Luego, tras una visita a Nicaragua, fue requerido por el Comandante sandinista Tomás Borge, entonces Ministro del Interior, como secretario personal. Después vivió en Colombia (en el tiempo de María Mercedes Carranza) y, posteriormente, estudió un Doctorado en Estados Unidos, donde actualmente reside. Trabaja en Kenyon College. Además de escribir poesía, ha traducido al inglés, en colaboración con Katherine Hedeen, a autores como Juan Gelman, Ida Vitale, Marco Antonio Campos o Luis García Montero, etc. Viaja constantemente a distintos festivales de poesía en el mundo. Fue justamente en Struga, en el Jardín de la Poesía, el día que Bei Dao plantó su árbol, que entendí la gran presencia que tiene en el circuito de la poesía internacional. Allí a donde voy, Víctor es una de las primeras referencias de la poesía del mundo hispánico para poetas, editores y directores de eventos de poesía. Lo tiene bien ganado. Su obra se distingue por explorar distintas escenografías: el nocturno, la crónica, la postal anímica o de viaje, la parábola y, por supuesto, el poema autobiográfico. Su voz tiene un eje gravitacional: la silva. Esos endecasílabos y heptasílabos, sin embargo, no generan la música predecible de buena parte de la dicción poética española correspondiente a su generación, sino que están movidos no solo por la tensión emotiva sino por la malicia, léase oficio, en el manejo de la forma. En los últimos diez años, se advierte una particular preocupación en su poesía por experimentar con distintas formas como el soneto o la cadena de haikus. Si bien su proyecto poético está vinculado al coloquialismo y su voluntad de claridad, no teme ni a la parataxis ni al corto circuito del sentido. Y se agradece. Hay dos buenas antologías que nos permiten conocer la obra de Víctor Rodríguez Núñez, Cuarto de desahogo (Letras Cubanas, 2013) e inversa [poesía 2021-1979] (Aldus, 2022). En 2016, por despegue, recibió el Premio Fundación Loewe. La fotografía de portada es de Saso Dimoski.

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Con esta entrevista, inicio en Círculo de Poesía una serie de conversaciones con los autores más relevantes de nuestro tiempo, dentro y fuera de la lengua española. Son conversaciones sobre poética, sobre historia literaria y, entre líneas, sobre la estructura del campo de producción cultural.

Alí Calderón

 

 

 

 

 

 Alí Calderón

−Tengo la idea de que actualmente eres el poeta más leído de la lengua española fuera de ella. A partir de eso, quiero preguntarte dos cosas: ¿Cuál es tu relación con la llamada International Poetry? ¿Qué crees que puede aportarle la poesía en nuestro idioma?

Víctor Rodríguez Núñez

−No estoy seguro de ser el poeta de lengua española más leído en otras lenguas, como afirmas. Pero debo reconocer que hay un interés creciente por mi trabajo, que se manifiesta en traducciones e invitaciones a eventos internacionales. No tengo una explicación para ese fenómeno y, como debo romperme la cabeza con otras cosas, solo lo entiendo como un estímulo para mi trabajo. La parte más interesante de tu pregunta es sobre mi relación con lo que llamas International Poetry, cuya notable riqueza he conocido gracias a los viajes y a poder leer en otras lenguas romances e inglés. Esa diversidad fundamental hace que escribir para ganarse un lugar en la poesía mundial de hoy sea una pérdida de tiempo, un imposible. Además, no olvides que el estilo de un poeta, como alguien dijo, es la imposibilidad de escribir de otro modo. Es decir, yo, como todos, hago lo que puedo, y tengo la suerte de que lo que hago interesa a otros, más allá de nuestra lengua. Por supuesto, cualquier otra poesía puede (y debería, si se tradujera más) aportar algo a la nuestra, aunque sea una de las más poderosas y admiradas. En la poesía de otros mundos confirmo que la poesía es más crítica de los problemas sociales y culturales mientras más y mejor defienda su autonomía. Hay infinitas posibilidades para hacer poesía, y no hay que temer a ninguna, sobre todo las que nos contradicen. Todos los poetas, cualquiera que sea la lengua en que escribimos, buscamos una lengua propia.

 

 Alí Calderón

−Eres un autor que ha vivido de cerca muy diversas tradiciones literarias y constelaciones de poetas en Cuba, Nicaragua, Colombia y ahora en Estados Unidos. ¿Qué aprendiste en esas comunidades en tanto autor? O dicho de otro modo y quizá en otro nivel de reflexión: ¿Cuáles eran las ideas estéticas que orientaban las decisiones formales de tu primera poesía y cuáles son las que lo hacen ahora?

Víctor Rodríguez Núñez

−Sin duda, no sería quien soy sin las experiencias que mencionas y que, en última instancia, me han curado del nacionalismo, que es la más perversa de las ideologías. En nombre de la nación se han cometido los crímenes más horrendos de la llamada historia moderna, se ha oprimido y reprimido al otro en nombre de un nosotros que es una monstruosa ficción. Y lo más triste del caso es que el nacionalismo, el instrumento usado generalmente contra el colonialismo, no conduce a la descolonización sino al neocolonialismo. Yo creo cada vez más que la verdadera identidad, social y cultural, se alcanza no por la diferenciación sino por la identificación con el otro. Así que en Nicaragua me hice nicaragüense; en Colombia, colombiano, y en Estados Unidos, estadounidense; todo esto, sin dejar de ser cubano. La huella en mi trabajo de poetas como José Coronel Urtecho, José Manuel Arango y C. D. Wright, que no son aún leídos fuera de sus países y a quienes incluso pude conocer en persona, resulta imborrable. Como la mayoría de los poetas cubanos de mi generación, abracé al principio un coloquialismo lírico, cercano a la “poesía de la experiencia” española. Pero con el tiempo y la distancia, tal vez por contacto con otras tradiciones, como la nicaragüense, colombiana y estadounidense, derivé hacia lo que llamo una poesía dialógica. Una poesía marcada por la identificación con el otro y por un discurso elíptico, que busca la participación del receptor en la producción de sentido.

 

 Alí Calderón

−Eres un poeta que trabaja las posibilidades significativas del espacio. Me parece que, a veces, la postal, por ejemplo, funciona como anverso de un estado anímico (“nocturno de trípoli o “nocturno de madrid”) y, en otras ocasiones, da pie a la crónica (como en “citadinas”, “malecón” o “calle trocadero”) o incluso a la parábola (“la rampa” o “calle virtudes”). ¿Qué buscas en esa exploración poética del espacio?

Víctor Rodríguez Núñez

−Creo que la poesía moderna, si hay algo que pueda llamarse así, ha estado obsesionada con el tiempo y mayormente se ha olvidado del espacio. Por mi parte, en la última década he decidido prestarle más atención a esa cara que nos oculta la modernidad, esa otra dimensión de la materia. Me parece certera tu apreciación de que poemas como “nocturno de madrid” sea una postal; “citadinas”, una crónica, y “la rampa”, una parábola; son diferentes estaciones de un viaje no lineal, que aún no ha llegado a su fin y que no sé a dónde conducirá. Lo cierto es que busco una mirada menos acostumbrada que la del nativo y menos exótica que la del turista, para así poder desfamiliarizar los espacios públicos y privados, y contemplarlos (es decir, transformarlos) de otro modo. Parte fundamental de mi sueño es poder salir por esta vía del yo, ese rezago del romanticismo, y solo contribuir a que los espacios se expresen por sí mismos. Parece una vuelta al exteriorismo de Ernesto Cardenal, a quien admiro profundamente, pero es radicalmente otra cosa, porque no se renuncia al lenguaje tropológico. Cuando era un joven poeta habanero, Cardenal me recomendó que dejara a un lado las metáforas, que a su juicio eran lo más conservador de la poesía, y claro que no le hice caso. Creo que el intento más logrado de esta poesía del espacio es mi libro inédito “errática”, que reúne ochenta sonetos sobre sitios muy diversos que he tenido la fortuna de conocer.

 

 Alí Calderón

−Con desde un granero rojo ganas el Premio Alfons El Magnànim-Valencia de Poesía en Castellano y con despegue, el Premio Fundación Loewe. Creo que son dos libros distintos en el sentido de que trabajas sobre la idea de una estructura más o menos fija como la del soneto polimétrico. ¿Qué te dio esa forma como vehículo expresivo? Digo esto un poco a propósito de la serie “vuelo” que es un momento que me parece extraño, distinto, en tu obra.

Víctor Rodríguez Núñez

−Creo que el soneto es una estructura del pensamiento, una ecuación poética eficaz, probada en siglos de práctica, para representar la realidad. Lo mismo ocurre con la décima y el haikú, que he usado en otros libros, como deshielos (2013) y la luna según masao vicente (2021). Al igual que las ciencias, la poesía tiene teorías, enunciados, fórmulas; es un campo primordial del conocimiento humano. Para mí no hay duda: la materia se piensa a sí misma, desde el principio, si es que hubo un principio, por medio de la poesía. Y lo esencial de este pensamiento es su carácter crítico, su cuestionamiento del llamado sentido común y toda ideología. Las ideologías se basan en el principio de naturalizarlo todo y sobre todo lo artificial, y la poesía hace exactamente lo contrario, desnaturaliza todo y sobre todo lo artificial. En términos prácticos, el soneto me ha permitido dar forma como poemas y como libros a las notas que tomo cada día a mano y sin ningún propósito en mente. En última instancia, la forma es el polo activo, genera el contenido, como un vacío que se propone no serlo. Por ejemplo, como seguro habrás notado, en mi trabajo uso la métrica, que me parece útil para establecer el ritmo, pero no la rima, que entorpecería el tono coloquial que quiero mantener. A veces, para mantener la métrica y evadir la rima, el poema puede cambiar de sentido, incluso decir al final lo contrario que al principio.

 

Alí Calderón

−Has escrito poemas particularmente intensos y en clave personalísima como “complejo de culpa”, “una y otra vez” o “conjuros” en donde abordas la relación con tu madre. ¿Cómo trabajas la autobiografía en tus poemas?

Víctor Rodríguez Núñez

−Yo soy uno de los muchos rizomas de César Vallejo, para quien la familia es algo más que un tema: el símbolo de la pérdida. Mi madre es la persona más importante de mi vida, a pesar de que siempre fue dura conmigo, y aparece por todas partes en mis textos. Falleció en 2012 y solo recientemente pude terminar un libro en su memoria, “parís es una madre que agoniza” (o sea, me tomó diez años hacer su duelo). También he escrito sobre mi padre, quien desapareció de mi vida cuando tenía cinco años, y solo reapareció en una visita al hospital por una hora el día antes de que muriera. Estaba ya sin conocimiento y obviamente no pudimos hablar, así que no puedo recordar la voz de mi padre. Mis primeros poemas están llenos de abuelas y abuelos, tías y tíos, así como mi hermano y la gente de Cayama, que era parte de mi familia. Se trata del barrio de inmigrantes (gallegos, portugueses, japoneses) del batey del Central FNTA, en el sur del centro de Cuba, donde crecí y que ha sido siempre el sitio desde donde escribo. Pero no todo es autobiográfico en mi trabajo, porque me refiero no solo a mi experiencia y doy rienda suelta a mi sueño recurrente de ser otro. Es decir, no escribo para dar cuenta de mi vida, para crear esa leyenda que es todo yo, sino simplemente porque me ayuda a vivir. Y para cerrar esta respuesta invocando también a Vallejo, tengo siempre presente el sentimiento (evitando por supuesto el lamento, la afectación, el presentarme como víctima) que es consustancial a la poesía.

 

Alí Calderón

−Finalmente, en los últimos años, eres uno de los autores con mayor presencia en encuentros de poesía y revistas; igualmente te presentas en muy diversas comunidades literarias y participas de ellas. De algún modo le tienes tomado el pulso a la actual poesía en español. Desde ese punto de observación, te pregunto ¿a quién lees? ¿Qué poetas te interesan y por qué?

Víctor Rodríguez Núñez

−Leo con fervor a poetas de toda Hispanoamérica, donde se hace, desde hace más de un siglo, la poesía más innovadora de la lengua española. Sin embargo, el poeta vivo de nuestra lengua que más admiro, por su creatividad y lirismo, es el asturiano Antonio Gamoneda. Como fenómeno, lo que más me entusiasma son los poetas de tu generación, Alí, que no solo hacen una espléndida poesía, sino que saben cómo divulgarla. La red de revistas que han creado, sobre todo las electrónicas, así como las editoriales y los eventos, no tienen paragón en otras lenguas. Es una lástima que los poetas coetáneos de Cuba, los de la llamada Generación Cero, hayan sido excluidos de la antología El canon abierto. Se legitimó esa selección aduciendo que fue hecha por académicos, pero estos en general son personas poco informadas del presente literario. Pero en honor a la verdad, el grueso de mis lecturas de estos últimos años se enfoca en los poetas premodernos (e incluso más antiguos, podría decirse primigenios) de India, China, Japón, el Medio Oriente. Es que intento dejar atrás el eurocentrismo, que es un rezago de los tiempos coloniales y una prueba de que el neocolonialismo no solo existe, sino que está más vivo que nunca. Estos poetas, en muchos casos anónimos, me reafirman lo que fue antes, y debe seguir siendo hoy y siempre, la poesía: una imprecación contra la adversidad (natural y artificial, personal y colectiva, física y emocional) que nos ayuda a vivir.

 

 

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Complejo de culpa

 

Esta noche mi madre
                                    se ha acostado llorando

Sus sollozos hacen carbón mi sueño
un sueño de verdad

Sobre el costado que a veces le duele
en posición fetal
                            Zenaida Núñez gime

Mi hermano le pregunta si los nervios
si la luna menguante
                                    el fogón o el Partido

Ella solo responde
                                  que le escalda la vida

Y yo me voy hacia la madrugada
a conversar quizás con algún muerto

¿Quién ordena en el mundo
                                              el llanto de mi madre?

 

 

 

 

Una y otra vez

 

A los 68 años
mi madre no tiene dónde vivir
Y no porque sea huérfana
ama de casa comunista viuda
Todo se lo destruyen a mi madre
La infancia
                      el sillón de tejer
                                                     el matrimonio
Vean cómo se asoma a los postigos
que no pudrió la lluvia
sino su propia tos
                                  y las ajenas lágrimas
La vida de mi madre
sin un solo beso a contraluz
sin herencia
                       ni casualidad bendita
Y sobre todo
                        sin final feliz
Sin un buen epitafio con la sangre
del peor de sus hijos

 

 

 

Conjuros

 

Mi madre recoge flores silvestres
entre los árboles de Selva Negra
El pico del tucán
                               las plumas de la lapa
el canto del chorlito
                                      que no la embrujen
Y que no se quede atrás en el sendero
ni se vaya a perder
                                   entre tantos colores
El danto
                 la guardatinaja
                                           el armadillo
que se aparten de ella
Y acabe de subir esta colina
desde donde hoy la miro
                                           por primera vez

Esa vela que alumbra
                                        los ojos de mi madre
La vela desnudísima
con su candela áspera
                                    y su alma de cera
La vela que no duerme
                                      desfilando sombras
La vela que no cesa
de volver luz su miedo
                                      y quieta se consume
Esa vela que solo
                                 con tu aliento se aviva
La vela que no logra
a pesar del insomnio
                                    apagar estos versos.

 

 

 

 

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