Poesía mexicana: Moisés Ramos Rodríguez

Proponemos la lectura de tres textos de Moisés Ramos Rodríguez (Puebla, 1962), pertenecientes al volumen Olvido es nuestro nombre (2007), acompañados de un comentario del poeta Gilberto Castellanos. 

 

 

 

 

 

I

 

Devastación y miedo
el fuego ennegrecido tragándose hasta el polvo
devorando   incluso   el camino donde lava fluye
Abrazadas a sí mismas las últimas criaturas
el rostro multiforme   indefinido
la mano en el regazo de la madre
y un hijo convertido en pira
pira sin alma/piedra
La devastación y el caos
cuerpos que criban la tierra del silencio y de la sombra

Ceniza

La contracción de las pupilas y de las manos
bocas tragando piedra pómez
ráfagas de miedo
sangre
El amanecer hace mucho consumido
La absurda brillantez de lo que se ha extraviado
el cielo
nada que mostrar
nada nuevo bajo este ocre sol
Ningún fulgor
Ni un riachuelo     al menos     para ir bebiendo
Soledad plena
única
verdadera existencia sin nadie fuera de nosotros
El derrumbe del humo y de la tea
¿Noche o día? Frágil todo
imposible establecer una línea entre uno y otro ángel abrasado
Imposible hallar el fuego último o primero 
El eco de la destrucción es el presente
la carne viva muerta
la flor de piel evaporada

 

 

 

V

 

Negro el aire
capa de portentoso y fallecido mago:
recorre los montes   las colinas
áridos    secos
a los ojos de los nuestros invisibles
(los nuestros: esta negra      extraña
larga caligrafía que sobre tierra grita
cuerpos sin epidermis    cercenados
llagas que herrumbran el paso de las horas
dolientes
llorando sin remedio)

Un aire seco
hijo de piedras animadas
salta del hueco de una ola tempestuosa
¿Dónde comenzó el tornado?
¿dónde el lugar de su culminación?
arrastra sueños      alas
muescas de sonrisa y sueños de aletear
Cubre el viento cenagoso al sol
ojo que derrite hasta la luz
—Andamos a gatas entre grutas y canales
    entre viejas matrices de panteones regados por los cerros
—van recitando 
los jóvenes ángeles envejecidos
—Nada hay —salmodian
    sino este viento
    este negro aire furioso que nos vino a alimentar
    este perro
    afilado    de carbón polvo
    que vino a destrozar nuestra heredad

 

 

 

 

XII

 

El fuego enredado en el peso de la tarde
La lánguida frialdad
(cuerpo de la muerte:
eso       no otro cuerpo somos)
el ladrido amenazador del viento sobre rocas
entre grietas secas por donde corrió sangre
Nada hay sino olvido:
los cuerpos ya no ruedan entre el hueco
el vacío de cráter que sostiene el Tiempo como nuestro lecho
Ni siquiera lamentos
ni procesión ni entierro:
Olvido es nuestro nombre
Olvido el apellido nuestro

 

 

 

 

 

***

 

 

Olvido es nuestro nombre, poema único en la poesía poblana

Gilberto Castellanos*

 

 

Olvido es nuestro nombre, de Moisés Ramos Rodríguez es un poema escatológico de ubicuidad geográfica, e intemporal. Es un sondeo riguroso, tratado con un lenguaje moderno en donde el autor se cuidó mucho de ir suprimiendo todo lo que pudiera ser secundario o terciario para dejar estrictamente lo esencial, y alcanzar un poema cuya brevedad es categórica en lo que plantea y es contundente como solución lingüística.

            Su escatología es un estudio profundo del momento último —posible— en que la humanidad se ha encontrado, y se ha de encontrar siempre cuando a ella llegue el momento final, desde el punto de vista generacional o —en el último extremo— del final de la especie. Pero esta escatología es un planteamiento totalmente moderno, por lo intemporal de su planteamiento.

Geográficamente ubicuo, el poema viene como consecuencia de un tiempo de intensidad, de calor extremo en que la Tierra no se enfría, en que una lava que es eternamente roja y eternamente ardiente porque jamás se petrifica, equivale al derramamiento de la sangre de la humanidad. Ahí es donde se hunde, bajo escombros, la parte final de la condición humana.

La modernidad del poema consiste en que siempre ha sido un holocausto el que ha llevado a la humanidad a esos extremos de reflexión, de meditación y de espanto. A esos extremos de fijación, del por qué estamos aquí y hacia dónde nos llevan esas posibles amenazas que no sabemos de dónde van a surgir: si de la Naturaleza o del hombre mismo.

Tezcatlipoca, hermano obscuro de Quetzalcóatl, Señor de la Obscuridad, de todo lo tenebroso, de todo lo que oscurece, lo saludable y lo bueno, y lo cosechable que ya hay en la Tierra, está presente en el poema, lo que nos hace identificar el derrumbe, el holocausto que se narra en él, está presente, lo que nos hace identificar este derrumbe, este holocausto en algún lugar del Valle de México.

Pero más tarde, cuando el poeta cita las trompetas de Jericó, la ubicuidad del Valle de México se traslada a su ubicuidad bíblica, y estamos ante el anuncio de la llegada del Apocalipsis según san Juan. La consecuencia final del Apocalipsis es también la consecuencia final en la que plantea y se encuentra el poema Olvido es nuestro nombre. Pero al encontrar el término Mar Muerto inmediato a Jericó, el poema geográficamente nos lleva al otro lado del mundo nuestro, y nos pone frente a Sodoma y Gomorra.

Ahí está la intemporalidad de poema: nosotros, lectores, hemos estado con las familias de Abraham y de Lot, allá en la ciudad de Soar, en nuestra montaña, bajo nuestra palmera bíblica, mirando a distancia también, como ellos, el escombro hundido de Sodoma y Gomorra, con la diferencia de que nosotros estamos mirando el derrumbe de un holocausto inevitable para quienes lo sufrieron, y que para nosotros no fue más que un motivo de observación, porque nos tocó mirarlo desde el lugar de la salvación.

La reflexión a la que orilla un poema como Olvido es nuestro nombre, es inevitable. A mí, en lo personal, me ha causado cierto espanto, lo cual me da mucha alegría porque me hace dudar, me hace volver a reflexionar en tantos aspectos de la vida que, puedo decir, en carne propia he estado viviendo, y me he sentido por ella orillado hasta el final de las cosas, y he podido volver y estar aquí, y por eso me ha hecho sentir desde muy cerca el poema.

Por otra parte, el libro de Moisés Ramos Rodríguez es una conquista para la poesía poblana, es un logro de la escritura de transición de siglo XX al siglo XXI. Al mismo tiempo cimienta lo que va a ser la magnífica poesía que seguirá llegando para beneficio de nuestra cultura poblana.

En ese sentido, tantos años de que Moisés guardó, y estuvo callado conservando este poema —entiendo, corrigiéndolo, entiendo, depurándolo— tuvo un resultado exitoso: lo hace único, lo hace un punto de partida, lo hace no tener un antecedente en nuestra literatura poblana, lo que lo hace, dentro del contexto regional, probablemente también, un poema visionario y precursor de expresiones que sondeen temas parecidos, lo que lo llena de salud, y lo que nos llena de fuerza a quienes hemos seguido con atención lo que se escribe en nuestros días, especialmente en Puebla.

La conquista verbal del poema consiste en que es tan preciso en su concisión, que es el resultado de una depuración y un decantamiento consciente y estrictamente riguroso, del que Moisés tuvo mucho cuidado en irse cuidando y en ir balanceando. Yo oigo voces que golpean, que sacuden las puertas del poema por querer meterse y quedarse ahí, por llegar, y estacionarse también. Pero el carácter, el estilo, el método de escritura, la propuesta clara de decir cosa grandiosa en tan pocas páginas, hace que el autor asuma una absoluta responsabilidad dentro de la brevedad y el estilo de economía: es una economía de estilo poético con el que lo ha logrado.

¿Qué es lo que no entra en el poema? Precisamente la manifestación de la religación: un lector profundamente religioso, a lo largo de su lectura, ha de estar esperando golpes de pecho, rezos; ha de estar buscando un apoyo, para salvarse, para estos seres orillados al final de las cosas. Sin embargo, Moisés sabe que ahí están presentes sin necesidad de que los haya incluido. Y como esa ausencia yo encuentro, por necesidad y rigor de estilo, otras supresiones que no son más que la salud, más que la absoluta libertad con que él ha logrado expresarse.

Bien por nosotros, lectores de poesía, y conscientes de lo que tenemos ahora en Puebla.

 

(Moisés Ramos Rodríguez, Olvido es nuestro nombre, Ediciones de Educación y Cultura, Puebla, México, 2007)

 

 

*Gilberto Castellanos (1945—2010). Texto inédito de julio del año 2007.

 

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