Poemas inéditos de Dira Martínez Mendoza

En el marco de la serie poesía panhispánica presentamos una muestra de poemas inéditos de la poeta venezolana Dira Martínez Mendoza. Es Licenciada en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela) y Especialista en Estudios Avanzados en América Latina (Universidad Complutense de Madrid). Cuenta con dos libros publicados (N)aves por la Editorial Pirata Cartonera y el libro En pistilos con el aire (editado por la Municipalidad de Lima). Forma parte de las antologías Antología postmortem (Editorial Casamanita- México); Prometeo 97- La paz se escribe sobre lava (Revista Prometeo- Revista Internacional de Poesía en Colombia); Antología Literaria Internacional “Poesía Hembra” (Perú, 2014); 102 poetas Jamming (Oscar Todtmann editores); Revista Poesía número 160 (Universidad de Carabobo, Venezuela); Antología de Poesía A voz Limpia (Australia, 2016); Nubes – Poesía Hispanoamericana (Dcir Ediciones-Editorial Pretextos, 2019); Antología Hispanoamericana El vuelo más largo (Ángeles del papel Editores, 2020); Esos raros peinados- Arbitraria Antología Brasil- Puerto Rico- Venezuela (LP5 Editora, 2020).

 

 

 

Casa para la ternura

Yo no sabía que podía existir una casa para la ternura; un lugar para mirarse fijamente las pupilas y habitarlas, navegarlas, recorrerlas enteras, profundidades remotas.

Hacernos dulzura infinita, construirla. Me pides te escriba mi nombre en la piel, un trazo, una onda expansiva al escribirte peces y constelaciones, nébulas, cometas, mapas celestes; camino seguro, no perdernos en el  reencuentro. Hay una brújula en esta casa para la ternura, no sabemos a dónde vamos, brújula nos dice por dónde seguir: somos nosotros ardiente astrolabio. Azules cantos en nosotros, sutiles cantos. Todo es arbóreo aquí, áureo, el resplandor del respiro aliviado. Todo es aéreo aquí, brisa que habla. Todo es fuego aquí; tocarse la boca y las manos. Todo es agua aquí; mecernos en el mar lunar de las entrañas.

Yo no sabía que podía existir una casa para la ternura, avizorada sólo  por antiguos poetas, alguna vez señalaron con su dedo índice el sol; horizonte perpetuo, indescifrable, dorado infinito. Todo aquí es tan celeste, todo en ti es tan inaudito. Queremos arder en esta casa para la ternura, ser laterales, curvos, oblicuos, transversales, acomodarnos habitando la llanura, un paisaje jamás desolado.

Queremos tierra, aquí. En esta casa para la ternura queremos tierra, mojar las manos, sembrarnos. Todo aquí se ha convertido en semilla, cultivo; tus manos y mis manos haciendo inexplicables trazos. Yo no sabía que tocarnos con la mirada era habitar una casa para la ternura, deshacernos de todo lo que fuimos, rehacernos de nuevo a nuestra medida. Tú me mides con tu voz, mi oído te marca el paso. Yo te mido con mis ojos, y tú me dejas entrar. Todo aquí es córnea, párpado, labios. Todo aquí es núcleo y viejos axiomas; estamos recordando. Todo en ti es arena brillando. Tú me dices: hagamos una casa para la ternura, y digo: si, hagámoslo.

Yo no sabía que podía existir una casa para la ternura, una casa para ti y para mí, una casa extendida en la que el tiempo no existe.

 

 

 

Sakura

Como la piedra has sido, inmóvil en tu fijeza hasta ser tocado por la erosión. Tu mar, que ha sido mi mar. Tu arena, ha sido mi arena, brillante desde la aurora.

Y así tu nombre, escrito desde el principio, toca mi nombre escrito desde el principio. Sin final, este nombre tuyo, sin final, este nombre mío. ¿En cuántas flores de cerezo nos hemos dibujado? ¿En cuántas calles florentinas dijiste: hemos vuelto a encontrarnos? ¿En cuántos océanos me sumerjo cuando me miras con tanta exactitud? ¿En cuántos desiertos quisiste hallarme? ¿En cuántos bosques infranqueables sentí en mi oído tu voz invisible y generosa que alzaba vuelo en los pájaros? Me dices con fuerza: apunta alto. Señalo el Monte Fuji 富士山

¿Cuántas vueltas nos hizo dar Saturno ♄para poder encender el fuego de nuestra geografía mutua?

Descubrimos que había jacarandas en el origen del mundo; ¡estamos haciendo América!, dijiste. Y te seguí. Y así tú, mar y río que se cruzan, barco en navegación constante, me vas creando una orilla en la mirada.

 

 

 

Poiesis

Sé muy bien que cuando decimos hacernos una casa para la ternura, dejamos atrás el espanto. Afinca ese lápiz, hagamos trazos intraducibles, que no puedan seguir nuestros pasos los reyes absurdos del escepticismo; todo lo destruyen con su duda.

Hazme una barca, barca violeta y magnolia. Me estás mezclando la tierra con el mar, el río más largo del mundo queda en tu espalda, en tus hombros, en tu esternón, y has decidido extender en mí todos tus deltas.

Savia de extrema belleza recorriendo toda la textura de mis ramas, lanzas una botella en el mar. Estallan todas las coplas del mundo. Tú, bardo, sé que existe poiesis porque existes tú.

Enuncias. Me dices: tú sucedes; al decirlo, tú sucedes. Acabamos con la sintaxis, disolvemos la dialéctica; poco nos importa todo lo que nos dijeron del pro- le –ta- ría – do y el bur – gués; cuando tu pupila dice algo desaparecen todos los discursos políticos del mundo. Y yo te creo. Y es un credo el manifiesto que pronuncian tus ojos.

 

 

 

Saturno

Decir la verdad sin pulverizarnos es también una casa para la ternura; la escucha atenta de vocales y sílabas entrando en los oídos. Silabas y palabras se expanden, interrogantes entran en la mirada, entran en cada uno de los orificios, y tú me miras com (pasivamente) antes de responder. Jugamos a que los miedos innecesarios no se instalen en ninguno de nuestros posibles escenarios, dicen los sabios: el mundo es un teatro. Decimos estructuras y habla saturno poniendo orden. Orden y advertencia, dice la canción: be careful, it’s my heart.  La demolición de estructuras que nos separen; lo único que queremos es que el fulgor de esta llama que nos ha unido en todos los encuentros, sea nuestra redención.

Sabemos, esto es la ternura. Alguna vez o mil o  quién sabe cuántas anduvimos perdidos en los desiertos, nuestras manos tocaron pieles de corazones apagados, nuestros ojos han conocido el hielo de las fronteras impuestas por temor a la vulnerabilidad.

Tú preguntas: ¿Puedo ser tu casa para la ternura?, digo sí.

Te pregunto: ¿puedo ser tu casa para la ternura?, dices sí.

Dices: mírame bien, en todas las vidas que vienen te voy a buscar. Y somos dos, haciendo versos, rima, métrica, numen, plectro, estro, canto, en el espacio ilimitado. Ir hacia el Sol, decimos; te dibujo la constelación de Orión. Hemos hecho infinitamente este trazo.

Lucidez es una barca hecha con geometría de lo celeste. En nosotros hay un  triángulo convirtiéndose en esfera.

 

 

 

Reino Constelado

En el reino de lo mutable, las alas de una mariposa brillan en el destello de su aleteo. He aquí el deseo de convertirnos, he aquí el deseo de llevar a la cima nuestro reino mineral. Voy señalando con el dedo índice el sonido palpable de tu voz. Verbo, quieres un verbo, quieres doblar el lenguaje, hacerlo íntimo y tuyo. He aquí lo domesticado, he aquí el idioma de un cuerpo haciéndose moldeable y extenso cuando escribes con  llama de dulzura boreal. He aquí un nombre que se abre dejando entrar a tu nombre. He aquí lo inverosímil; tienes de mí el origen de todos los verbos. Tengo de ti un lápiz dibujando las raíces de todos  los árboles del mundo, una casa haciéndose en el mar.

Algas, siempre. Corales pronunciando arrecifes, y aun así florece el sosiego. Mírame desde el deseo de mirar tu reino constelado, astrónomo en mí, tú. Desencadenas supernovas, todos los pilares de la creación.

 

 

 

Derribando hitos

Me nombras y aparezco. Dices guayaba, trópico, fuego del amanecer. Me pregunto qué clase de juego extraño nos mantuvo girando en otra dirección, lejos de nuestro idioma íntimo.

Nos reconocemos tierra en la que estamos sembrando un lenguaje único, derribando hitos. Hemos nacido para cruzarnos las fronteras, todo se vuelve líquido, agua pura.

Si esto es un refugio, que sea de luz.

He aquí una mujer abarcando tu osamenta, he aquí una mujer entrando a tus hombros libre paso. Cuando mi cabeza está en tu hombro, eres el mundo. He aquí un hombre sosteniendo la forma de una idea. Queremos nombrar lo intraducible, queremos pronunciar lo insólito, pronunciar lo sublime, convertirlo en canto. Queremos mezclar palabras.

: Fundar el reino de las manos que se hablan.

 

 

 

Saturno  en Piscis

Dorado árbol, hemos decidido mirarte camino al Sol. Encendimos un corazón; encender un corazón es encender el recuerdo de un conocimiento. Nos hemos convertimos en este latido de constancia y perdurabilidad. Encendimos lo eterno: estos ojos siempre te han encontrado.

Apareces tú y se abren repentinamente todas las ventanas ocultas de los Medici. Las fuentes han empezado a girar.

Fuerza = masa x aceleración.

Masa: hay dos cuerpos en reconocimiento.

Aceleración: esta velocidad es delirante.

Quirón en Aries: hoy pude ver mi herida.

Saturno en Piscis: Me estás mezclando la tierra con mar. Dibujo peces, ellos saben cómo respirar bajo el agua.

 

 

 

Plutón en Acuario

Dos días de tormenta en altamar. Ha subido la marea, vientos alisios azotan repentinamente. Se ha tambaleado la casa para la ternura. Nos decimos: “ojos” y así volver a tierra cultivable. Desde las alturas volcánicas el fuego es amenazador. Horas antes hacía mi arado en tu pecho, para hacerte-lo inmenso.

Horas antes, madrugada enternecida plantaste tu voz en mi oído: “Quiero hablarte como el viento le habla a los árboles y atravesar-te”. Un giro leve y hundo mi cabeza mi cabeza en ti; eres refugio, tu temperatura me contiene. Mírame como quien busca el efecto del trasluz; así puedes encontrarme.

Haces giros y giros, tu cabeza en otro lugar. Hagamos tierra, amor, hagamos tierra, insisto. Proeza de verdaderos amantes es regresar de la guerra sin un rasguño en el corazón.

La noche iguala, alguna vez dijiste. Sí, la noche iguala, nos volvemos a mirar: desnudos, serenos; la transparencia del agua es nuestra iluminación.

Crearemos un ritmo: una jota que se baila en el doblez del lenguaje. Conjúgame la ternura: ternurame siempre. Hemos creado un verbo.

Ritmeame, sí, ritmeame: lejos de lo implacable del hielo.

 

 

 

Fotografía de la autora de Juan Carlos Barrientos

 

 

 

 

 

 

 

También puedes leer