Poesía española: José Iniesta

Estamos leemos poesía española. Leemos algunos textos de José Iniesta (Valencia, 1962). Ha publicado diez libros: Del tiempo y sus castigos (Sagunto, 1985), Cinco poemas (Sagunto, 1989), Arder en el cántico (Renacimiento, 2008, Premio de Poesía Ciudad de València Vicente Gaos), Bajo el sol de mis días (Algaida, 2010, Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Y tu vida de golpe (Renacimiento, 2013), Las razones del viento (Renacimiento, 2016), El eje de la luz (Renacimiento, 2017), Llegar a casa (Renacimiento, 2019), La plenitud descalza (Editorial Polibea, 2021), y por último Cantar la vida (Renacimiento, 2021). Recibió el Premio de la Crítica Literaria Valenciana en 2022.

 

 

 

 

 

1.  El chopo de la escuela

 

Ya es hora de creer en algo indestructible. No buscamos saber entre el amor y el tiempo. Aquella luz antigua es presente, jamás se desvanece aquel sol en el árbol. Fuimos la plenitud, alguna vez. Y la tristeza. Mientras habla el maestro, el sol es lo absoluto. El niño en la ventana lo desconoce todo, atiende a un resplandor que dentro se hace música. Hay una voz de fondo que murmura palabras, pero él vive en la luz que se derrama, en los chopos del viento de qué otoño lejano. De vacío a vacío, mitad sol mitad sombra, se desnudan las ramas con el viento, su mirada acepta la promesa: el árbol contra el cielo, la danza de las hojas ocres, rojas, ardidas, cayendo hasta la tierra. Eso sí lo conmueve, es sorda en sus entrañas la explosión. Lo demás no es el mundo, nada importa. Lo demás no es la vida, lo demás es un río de credos y miserias fluyendo por las tierras de la inutilidad.

 

 

 

 

Alcance y unión

 

Hay días en la vida que nos salvan.
Apenas basta el sol en nuestro rostro,
un árbol deshojándose en un patio,
la brisa acariciando nuestra piel.
Y allí, el fluir del tiempo se derrama
inundando desiertos de pobreza,
y todo es la conciencia de estar vivo
con daño y alegría a cada instante,  
la lluvia que fecunda el arenal.

Ahora que en mí habitas sí que existo.
Ahora que me besas en la noche
de nuevo sé quién soy,
                                     dónde mi vida
celebra el alto incendio de su arder.
Nosotros habitamos los espacios
donde todo es alcance y es unión,
y en la luz cotidiana del amarte
el caos tiene sentido
                                 y la sal de las horas.

 

 

 

 

 

La rosa de la tristeza

 

A veces la tristeza es una rosa
abierta en lo profundo de la carne.
A todos se nos da cuando florece
y se abre a su misterio
                                     o se deshoja
junto al muro caído de la dicha.
Y es entonces, allí, con qué certeza
de un alto mediodía contemplando
las nubes que se van y lo que somos,
que la tristeza hermana nos consuela
con el más dulce daño:

la conciencia de ser
                                 y estar viviendo
en los adioses,
el amor que sí somos en el mundo.

 

 

 

 

 

El desayuno

 

Estamos en la mesa y nos miramos.
Huele a café la casa, a despertar,
y el frío de febrero nos complace
al lado del amor y sus certezas.
El fuego está encendido para ti.
En el viejo frutero unas naranjas
son verdad porque hablan en silencio
con la luz y las sombras,
                                      y entonces me sonríes,
acaricias mi mano en la mañana.

No dejarás de ser en la costumbre
la muchacha desnuda en una cueva.
Las horas se serenan en su extraño
acaecer, y el sol entra en la casa
donde no duele el tiempo.
Ya me alcanza tu amor,
y en su precipitarse, el de la vida,
nada cambia contigo,
                                   estoy creciendo
hacia la luz por ti de las palabras.

 

 

 

 

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