Presentamos algunos poemas de José Sebastián Montiel Rodríguez (Pachuca de Soto, 1989) pertenecientes a su primer libro Cataratas del tiempo. Licenciado en Administración y Sistemas Computacionales, maestro en Administración de Negocios, egresado del Centro Universitario Hidalguense. Escribe poesía y narrativa. Ha tomado talleres de escritura con Diego José, Agustín Cadena, Mijail Lamas, por mencionar algunos. De 2012 a 2013 publicó sus poemas en la Revista Principal de Acapulco, Guerrero, en la Revista TN, en Pachuca, Hidalgo; y en una revista literaria de Aguascalientes. En 2014 participó en la antología de poesía y narrativa del Primer Encuentro de Escritores Hidalguenses CAF.
CATARATAS DEL TIEMPO
Todos avanzamos con los días,
en cada trecho
a través de ríos de anécdotas,
para terminar
en las mismas cataratas del tiempo
EN LA PLAYA
Veo la mar,
ruge bajo
los últimos pájaros sin nombre;
observo desde un camastro
la llegada de la noche
que engulle el crepúsculo
y saluda a la mansa soledad
en parpadeos.
A OCTAVIO PAZ
Desde el primer parpadeo del alba,
el gallo canta.
Sentado en el sofá del cuarto
como el pan
y bebo café del día,
la saeta avanza
leyéndote,
me adentro en tus poemas
viajo a tus pensamientos de medusa,
versos desprendidos
como olas de aves que alteran
al tiempo en parpadeos,
anclados en ella tus signos paradójicos
en el manto de los sueños.
Hoy como ayer
contemplo tu invisible rostro
como el aura inextinguible
el astro sin premura
de melodía sin fin.
SUEÑO VITALICIO
Aquella sosegada noche
del quinto mes
del quinto año
del nuevo milenio,
en el transcurso de las horas taciturnas
el fulgor de la luna parda
alumbraba mi cuarto.
Soñé que no era un paralítico:
era como escapar de mi cuerpo
sin dolencia
ni cicatrices.
Sentado en un banco
empecé a tocar un piano
deslizando mis manos
sobre el marfil de las teclas.
Pensamientos azules danzaban
con la música y el viento,
escribiendo letras que sujetaban
el rasgo de la pluma en las hojas,
en su espacio caligráfico
aventuraba mis sentidos.
Disfrutaba de la vida,
de la luz del sol y de las nubes,
gozaba como un saltamontes,
pero no soy ligero
estando despierto.
Hacía todo sin depender de nadie,
al fin sentía la cohesión amorosa
entre el canto de los zorzales.
Desperté ansioso
en el lecho de mi cuarto,
con arrogancia y decepción
de las rocas ígneas de mis músculos,
que se esparcían como cadenas
por el resto de mi cuerpo,
como un inocente
en el presidio de las tinieblas.
Mi voz rompió el silencio
me ocasionó un grito de cólera
que vino desde la lúgubre palidez
del corazón
agotándome
con su súbito golpe
en la tempestad.
Para olvidar esos recuerdos soñados,
desde aquel momento
espero el deceso
para renacer
en una nueva libertad.
¡El dolor es vitalicio!
EL PERRO ENTRE LETRAS
I
Un perro vagabundo pasea
entre los balcones de mi casa,
entra por la puerta del patio
que comunica a mi cuarto,
sube hacia mi cama
con edredón de hojas otoñales,
donde los libros de poesía
permanecen abiertos.
Al acostarse sobre ellos,
un zumbido vibra en los azulejos,
un meneo de serpentinas letras
salen de las hojas
como un viento que nace
en las laderas de los montes.
Sonetos en vagones siguen
su órbita en dirección al instante,
campos infinitos, desconocidos,
donde interponen las palabras,
que no se sumergen
en el espacio de mi cuarto.
Espléndidos vocablos
en el albergue de la lírica,
como olas espumosas
que remojan los arrecifes
en el mar abierto sin censura.
Mientras duerme
el perro vive oculto entre las letras,
las compone con honradez
en cada rincón del hogar,
que a los ojos humanos son invisibles
como el viento que pasa
entre los ventanales.