Una nota sobre Octavio Paz y Claudio Ptolomeo

Sobre la poesía de Octavio Paz

Presentamos un ensayo de Luis Alberto López Soto (Hermosillo, 1979) sobre el poeta mexicano Octavio Paz. Es licenciado en Literaturas hispánicas, maestro en Literatura hispanoamericana y doctor en Humanidades. Actualmente es profesor–investigador del Departamento de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de Conacyt. Sus líneas de investigación académica son poesía mexicana de la primera mitad del siglo XX y semiótica literaria. Ha publicado Crónicas de pies ligeros (2005), Primeras liras (2006) y Una noche lírica (pieza amorosa en tres actos)(2020).

 

 

Una nota sobre Octavio Paz y Claudio Ptolomeo

Luis Alberto López Soto

 

En 1931 Octavio Paz publica su primer poema para, más adelante, dejar ver un clasicismo renovado bajo la influencia de Leopoldo Lugones en Luna silvestre (1933), ceder levemente ante la tentativa de la literatura comprometida evidenciada en Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España (1937) y participar en la fiebre del surrealismo francés en Blanco (1969). Para 1987, treinta años después de haber publicado su obra monumental Piedra de sol, el poeta mexicano consigna el breve poema “Hermandad”, que a continuación transcribo:

Homenaje a Claudio Ptolomeo

 

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

Como se puede observar, en el texto es contante el uso de los dos puntos. La utilización de los dos puntos es la obsesión de Octavio Paz, pues estos parecen connotar un sentido de recomienzo. (El mencionado Piedra de sol “termina” con dos puntos.) De “Hermandad”, en forma de octava italiana (composición de ocho versos heptasílabos), salta a la vista una contingencia: el poema está escrito desde la perspectiva de un pensamiento analógico: los fenómenos astrales, inconmensurables y distantes, adquieren significado y orden en el mundo de los hombres. Subyace a esto implícitamente una metafísica, una religión y, gracias a la modelización y actuación verbal, una poética. Arroja elementos para la antropología, se acerca a la filosofía y es, en suma, poesía. Llama la atención la originalidad del epígrafe (“Homenaje a Claudio Ptolomeo”), que es una muestra de culto a un pasado remoto, aunque subrepticiamente vigente, de nuestra tradición occidental. Cosmopolita, Paz no tiene empacho en saberse y sentirse hijo de la cosmografía de la antigua Grecia y reconciliarse en la islámica Herat (Y llamé a esa media hora: / Perfección de lo Finito) en “Felicidad en Herat” (Ladera Este, 1968). Asimismo, es también una forma cifrada que recuerda a su Homenajes y profanaciones (1960), en donde reelabora sintáctica y creativamente el soneto “Amor constante más allá de la muerte” del poeta Francisco de Quevedo.
Aún más, no es fortuita tal dedicatoria, pues “Hermandad” tiene su antecedente textual en un poema de Claudio Ptolomeo (85 d.C.-165 d.C.), nacido en Egipto y muerto en Alejandría, el astrónomo de la idea geocéntrica apoyada en la mecánica celeste de Aristóteles (De los Cielos, 340 a. C.) que fue amplia e históricamente secundada ad nauseaum por la escolástica medieval, es decir, por lo que a la postre constituiría nuestra tradición judeocristiana, la cosmovisión occidental. El mismo Paz anota el dato:

En la Antología Palatina aparecen dos poemas atribuidos a Ptolomeo (VII, 314 y IX, 577). Para Pierre Waltz y Guy Saury es más que probable que el segundo epigrama sea realmente del gran astrónomo Claudio Ptolomeo. Hay en el poema de Claudio Ptolomeo una afirmación de la divinidad e inmortalidad del alma que es de estirpe platónica pero que revela también al astrónomo familiarizado con las cosas del cielo. Dice así: “Sé que soy mortal pero cuando observo la moción circular de la muchedumbre de estrellas, no toco la tierra con los pies: me siento cerca del mismo Zeus y bebo hasta saciarme el licor de los dioses –la ambrosía”. Es hermoso que para Ptolomeo la contemplación consista en beber con los ojos la inmortalidad.*

La Antología Palatina es una colección de epigramas griegos escritos desde el siglo V a. C. hasta el VI d. C. La ambrosía, ese manjar de los dioses, se ha vuelto, en el caso de “Hermandad”, una experiencia literaria, estética. “Hermandad” es, por su parte, una representación del fenómeno intransferible de la contemplación. El pensamiento de Octavio Paz dista de ser metafísico; no obstante, su poesía, cercana a la visión del amor como reconciliación y vuelta al origen, es capaz de trastrocar la división entre ciencia, filosofía, religión. Es insuficiente una lectura tripartita que ve en el poema una mera versión poetizada de una teoría astronómica (ciencia), o una traducción en verso de un sistema de pensamiento (filosofía), o la experiencia mística de una persona iniciada (religión). Siempre es preferible la mesura y la inclusión de todos los elementos en el texto a la hora de establecerse una interpretación. El poema es, en última instancia, una reelaboración intertextual o una diseminación. Contiene un germen de estirpe epigramática, el cual colinda con cierto laconismo o minimalismo muy presente en el Octavio Paz maduro de Libertad bajo palabra. A la manera de la imitatio clásica, Paz conserva en “Hermandad” cierta similitud discursiva al original, una precisa analogía. Aspecto relevante y pertinente para el caso: el de Ptolomeo es un texto religioso y lírico; el de Octavio Paz, sin ser cristiano o pagano como el resto de los epigramas de la Antología Palatina, es intensamente contemplativo.
La poética del Octavio Paz maduro, aunque aquí brevemente acotada, puede decirnos cómo –a través del ritmo, cadencia, estética, etcétera— podríamos cifrar la cosmovisión que nos ha conformado como civilización. El arte literario, sin lograr trascender la ciencia y la religión, permite, sin embargo, trastocar estos sistemas, subvirtiéndolos y reconciliando lo irreconciliable, de manera que, como Paz parece aludir, el hombre pueda ser una metáfora del universo, un poema de Dios.

 

 

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* Paz, Octavio. Lo mejor de Octavio Paz. El fuego de cada día. Barcelona: Seix Barral, 1989. 346.

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