Caso Cuba: política cultural y poetas cubanos en la Revista de la Universidad de México en la década de 1970

A continuación presentamos un ensayo de la Dra. Patricia Quintana que muestra algunos vasos comunicantes literarios entre México y Cuba en la década de 1970. Patricia Quintana Lantigua es profesora y crítica literaria. Doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de San Luis, México. Graduada de Letras por la Universidad de La Habana en 2012. Realizó estudios de posgrado en Historia y Literatura. Se ha desempeñado como docente en escuelas de idioma, en centros de bachillerato y en universidades. Sus investigaciones en el ámbito de la literatura han estado enfocadas en la relación literatura-política en Cuba; en la escritura de mujeres en el siglo XIX, en México y Cuba; en escritores de vanguardia mexicanos y en las publicaciones periódicas latinoamericanas. Ha participado en congresos nacionales e internacionales relacionados con la literatura. Trabaja como profesora de Comunicación y Lenguaje, Semiótica y Discurso Literario.

 

 

 

 

Caso Cuba: política cultural y poetas cubanos en la Revista de la Universidad de México en la década de 1970

 

La Revista de la Universidad de México había sido vehículo de expresión de una ilusión y entusiasmo por la naciente Revolución cubana desde 1959. La década del sesenta, que asistió a la radicalización de esa revolución social, se caracterizó en la revista de la UNAM por la defensa del principio de no intervención, el derecho a la autodeterminación, y en las páginas de la revista fueron ganando espacio las apologías del proceso cubano.

      La Revolución cubana constituyó, en 1959 y los años subsiguientes, un tópico de opiniones y artículos diversos en la publicación. Bajo la rectoría de Ignacio Chávez y con su yerno Jaime García Terrés al frente del Departamento de Difusión Cultural, parecía explícita la disposición de la revista como un foro de apoyo a la revolución cubana. La defensa del proceso de la isla se hizo tan ostensible que el rector y García Terrés fueron acusados de “rusofilia” y hubo hasta quien tildó a este último de agente del castrismo[1].

         Aunque por esos números desfiló algún que otro texto que pretendía mostrar una posición crítica sobre el triunfo de Castro sobre Batista, predominó el tono apologético de ese suceso que atrajo hacia Cuba las más diversas miradas desde todos lados del orbe.  En 1966, habiendo asumido Gastón García Cantú la dirección de la revista, el fuego de la pasión de ese romance con el triunfo castrista parecía apaciguarse. Con García Cantú ganó espacio por primera vez José Lezama Lima, que ese mismo año de 1966 publicó en Cuba su monumental obra Paradiso.

          En Cuba, a pesar de que la tirada de la novela se agotó en un “santiamén”, escandalizó a la cúpula de poder que ya promovía el realismo socialista y la novela testimonio como los nuevos paradigmas de muy ad hoccon la radicalización cubana. Paradiso, con un capítulo 8 que fue tildado por los comisarios culturales cubanos como obra hermética, morbosa, indescifrable y pornográfica, quedó proscrita de las librerías cubanas en lo sucesivo y durante al menos 15 años.

       En México, donde la obra tuvo una edición en 1968 a cargo de ERA, la recepción pasó, sobre todo, por el meridiano de la Revista de la Universidad. Una reseña a cargo de Carlos Valdés, en el extremo opuesto de lo esgrimido por la maquinaria político cultural cubana, lo ensalzaba como “una especie de Moby Dick de la novela latinoamericana, portentosa creación, monstruo de la literatura, sin paralelo ni igual”, con una “forma pulida y exacta, un dominio admirable de la prosa poética, un formalismo luminoso”.[2]

      Carlos Monsiváis, que guarda para Lezama las más encumbradas loas después de encargarse de la edición mexicana de la novela, escribe ese mismo año que “Con Paradiso se ofrece una visión distinta, original y superior de la realidad: esto es historia de la cultura como renovación y madurez”.[3]No ajeno a la polémica opinión de los censores cubanos sobre la novela lezamiana, Monsiváis sentencia que “Incluso en los capítulos ‘conflictivos’ no es la sexualidad sin recubrimientos lo que instiga la acción: es el deseo de poetizar -en el sentido de convertir un hecho en historia del espíritu- una realidad erótica, de otorgarle a la más descarnada acción sexual las condiciones verbales que rodearían un acto místico. No hay -parece afirmar Lezama- por qué no devolverle al acto sexual su índole poética, ni hay por qué encerrar la idea de ‘poético’ tan sólo en lo socialmente agradable o placentero”.[4]

       Si me pidieran nombrar uno de los episodios más tenebrosos de la política cultural cubana desde el triunfo de Fidel Castro en 1959, no evocaría uno, sino varios concatenados que conforman uno. Me refiero al período que abarcan los años en que se gestó lo que pasaría a la historia como el “Caso Padilla” y que tuvo su detonante en 1968. De ahí que mi interés por la relación de la revista con la política cultura cubana se retrotraiga a estos años.

      En 1968 el poeta Heberto Padilla envió al concurso UNEAC de poesía «Julián del Casal» su poemario Fuera del juegoen un clima nada favorable para él: “El concurso se desenvolvió en medio de tensiones generadas previamente por la polémica entre Lisandro Otero, en aquel momento vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, y un Heberto Padilla crítico y desafiante”.[5]

      En el número 66 de la revista Gaceta de Cuba, correspondiente a los meses de julio y agosto de 1968, en la última página, al final, aparecía una nota fechada el 16 de agosto de ese mismo año y titulada “Expulsión”, en la cual se informaba de la separación de la Unión de la pianista Ivette Hernández y el escritor Guillermo Cabrera Infante por ser “traidores a la causa revolucionaria”, decisión tomada “unánimemente” por el Comité Director de la UNEAC. Un año antes, el poeta Padilla había publicado una reseña en El Caimán Barbudoa favor de Tres tristes tigresy en detrimento de Pasión de Urbino, de Lisandro Otero, ambas ganadoras de premios internacionales, específicamente.

        En 1967 se publica un texto de Padilla titulado “A propósito de Pasión de Urbino”el cual, en vez de consistir en una reseña sobre la novela de Lisandro Otero enviada al concurso Biblioteca Breve por recomendación de Heberto Padilla, resultó una defensa y comentario de la obra de Guillermo Cabrera Infante Vista del amanecer en el trópico(publicada como Tres Tristes Tigres), ganadora del mismo certamen en el que competía Otero.

         Aprovechándose Padilla de la encomienda de hablar de la obra de Otero, despliega su cólera por haberle dedicado a este y no a Cabrera Infante, un espacio en El Caimán Barbudocuando la obra del último era la que había sido galardonada. En el comentario Padilla se refiere a la situación de Cabrera Infante, obligado al exilio, y opone su novela “llena de verdadera fuerza juvenil” a la del vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, la cual considera “un salto a la banalidad, inadmisible a los 35 años”. Sus opiniones sobre el autor de Pasión de Urbinono se dirigían solamente a este sino que se hacían extensivas a todos los escritores pertenecientes a la UNEAC pues insistía en que Otero tenía dos únicas opciones posibles: “el destino gris de burócrata de la cultura […] o el del escritor revolucionario que se plantea diariamente su humilde, grave y difícil tarea en su sociedad y en su tiempo”.[6]

        Cuando ya no era desconocido que Fuera del juegotenía más posibilidades que cualquier otro de ganar el certamen de poesía de la UNEAC, el poeta Roberto Branly se le acercó a Padilla para alertarle que, según Luis Pavón Tamayo, director de la revista Verde Olivode las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), si resultaba premiado dicho poemario, habría “graves problemas” por ser considerado Padilla “contrarrevolucionario”. La decisión del premio, sin embargo, parecía ser unánime, todos coincidían en que era este y no otro, el mejor candidato.

      Para dejar constancia de los valores literarios del libro –razones que los hicieron votar por este y no otro– los miembros iniciales del jurado del premio (Manuel Díaz Martínez, Lezama Lima , el poeta peruano César Calvo, el inglés J. M. Cohen, y José Zacarías Tallet) redactaron un “voto razonado” en el cual exponían las cualidades del libro resaltando la posición crítica del autor sobre problemas de la época, aduciendo además el compromiso de Padilla con la Revolución. El comunicado desaprobaba las insinuaciones sobre el contenido contrarrevolucionario de algunos poemas cuando, el propio CNC, la UNEAC y la revista Casa de las Américas, los había publicado ya con anterioridad y concluía: “La fuerza y lo que le da sentido revolucionario a este libro es, precisamente, el hecho de no ser apologético, sino crítico, polémico, y estar esencialmente vinculado a la idea de la Revolución como la única solución posible para los problemas que obsesionan a su autor, que son los de la época que nos ha tocado vivir”.[7]

        No obstante los intentos por desacreditar al autor del poemario, el libro circuló por varias librerías hasta que fue retirado de los estantes y listas de ventas. Además, la otra parte del premio, consistente en un viaje y estímulo en metálico, no fue concedida a Padilla.

      Por otra parte, en el género de teatro era premiado simultáneamente Antón Arrufat por la obra Los siete contra Tebas, habiendo manifestado algunos miembros del jurado su inconformidad por presentar “problemas ideológicos”. El autor toma el tema de la tragedia griega homónima de Esquilo en que dos hermanos se disputan el gobierno de la ciudad, ante la negativa de Eteocles de cederle el turno para gobernar correspondiente a Polinices, quien acecha la ciudad con un ejército. Por las circunstancias sociohistóricas en que fue producida la lectura de la obra por la crítica tendía a una semejanza del conflicto de Los siete…con la Revolución y una alusión directa a Fidel Castro, identificado con la figura de Eteocles quien piensa que todo opositor es un asesino.

         En una “Declaración de la UNEAC”[8]a propósito de la reunión acontecida para debatir la premiación de Fuera de juegoy Los siete…la institución anunció que uno de sus deberes y derechos es la defensa de la Revolución de los enemigos declarados y abiertos y de aquellos otros que “utilizan medios más arteros y sutiles para actuar”. El modo de asumir el nuevo giro de la política cultural del país transparentaba posiciones radicales con respecto a la Revolución que desembocarían en afectaciones distintas en el campo cultural cubano.

      Una de las primeras acciones tomadas fue el retiro un libro de Delfín Prats, premiado a inicios del 68 por el jurado participante en el Premio David de Poesía. Lenguaje de mudostocaba el tema de la homosexualidad en el tránsito hacia la adolescencia y los años de exploración interior. El primero de los síntomas del recrudecimiento de la política cultural fue la recogida total de las librerías habaneras del libro de Prats. Similar destino que el de Lenguajes de mudoslo había sufrido Paradiso, de Lezama, dos años antes y posteriormente, fueron separados de los talleres literarios y de algunos puestos en instituciones culturales jóvenes y escritores que expresaban abiertamente su homosexualidad. Tampoco había espacio para El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas, por el cual fue citado por la seguridad del estado para conversar sobre algunos puntos conflictivos de la obra: “Esos pasajes eróticos y homosexuales, ocasionaron una reunión a la cual me citaron pues tenía que suprimirlos si quería que el libro se publicase. Por supuesto yo me negué a que mi novela fuese mutilada”.[9]Arenas, a pesar de haber obtenido una importante mención en el concurso UNEAC, no fue publicado y abandonó el país una década después.

         Incómodo resultó al régimen también Severo Sarduy, teórico del neobarroco, autor irreverente, cuya novela De dónde son los cantantes, publicada en 1967, se burla de las concepciones establecidas sobre “la identidad nacional” y que, entre otros, le ganó el calificativo de “gusano”. Todos ellos, desde finales de los 60 y en los años siguientes, fueron recibidos en las páginas de la Revista de la Universidad.

         En enero de 1971, en medio de las tensiones predominantes en el panorama literario cubano, que se hallaba bajo la tutela de los órganos políticos y militares del país y entre la paranoia de los agentes de la cultura que no podían permitir ninguna grieta dentro del proceso revolucionario, el poeta Heberto Padilla -aquel premiado en 1968 y odioso al régimen- vuelve a ser víctima de un episodio de censura que marcaría un punto de inflexión -ahora sí, al aparecer, definitivo- en la política cultural cubana. El poeta ofreció un recital sobre un nuevo libro, cuyo título remitía directamente a un artículo de uno de los artífices de la censura en cuba en un contexto donde, además, se le asoció con intelectuales extranjeros opuestos a la Revolución cubana. Los hechos que catalizaron la tensa situación gestada años anteriores entre el poeta y los representantes del Gobierno tuvieron su momento climático en la detención del escritor en marzo de 1971 por “contrarrevolucionario” y de su esposa, Belkis Cuza Malé. Encarcelado, Padilla decidió enviar una carta al Gobierno Revolucionario retractándose de sus actos y disculpándose ante los máximos líderes políticos, y poco tiempo después fue liberado y voluntariamente (según reconoce el poeta en su intervención en la UNEAC) quiso expresar en acto público en la institución su arrepentimiento por sus “injurias y difamaciones” contra el proceso. Su retractacióna –que tuvo lugar el 27 de abril–, su mea culpa, para emplear el término latino con el que se reconocido popularmente a este discurso, asume la culpabilidad por ser contrarrevolucionario, por querer dañar a la Revolución, y enumera una por una las acciones que, al concederle más importancia a su vida intelectual y literaria que a la Revolución, cometió: la crítica a favor de Guillermo Cabrera Infante (“un resentido social por excelencia”) y en detrimento de Lisandro Otero (“un amigo de años”, “un amigo verdadero”); el artículo respuesta a la declaración del Caimán Barbudo(“una especie de alegato contra la política de la revolución”), y su arrepentimiento más grande, el haber llevado esas posiciones al terreno de la poesía.

       Las críticas sucesivas que a raíz del encarcelamiento de Padilla les sobrevenía al gobierno y, específicamente, a la figura de Fidel Castro, habían dejado expuestos los mecanismos de le censura en la Isla ante la comunidad intelectual internacional. Fue entonces que circuló una archiconocida carta de los miembros del Pen Club de México, desaprobando la aprehensión del poeta Heberto Padilla. “Nuestro criterio común afirma el derecho a la crítica intelectual lo mismo en Cuba que en cualquier otro país. La libertad de Heberto Padilla nos parece esencial para no terminar, mediante un acto represivo y antidemocrático, con el gran desarrollo del arte y la literatura cubanas”.[10]

       La misiva, firmada por José Álvaro, Fernando Benítez, José Luis Cuevas, Salvador Elizondo, Isabel Fraire, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Vicente Leñero, Eduardo Lizalde, Marco Anto­nio Montes de Oca, José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Carlos Pellicer, José Revueltas, Juan Rulfo, Jesús Silva Herzog, Ra­món Xirau y Gabriel Zaid, estuvo también firmada por Gastón García Cantú, que en 1970 y por un lapso de tres años, dejó de fungir como director de la revista de la UNAM pero continuaba estrechamente vinculado a esta publicación periódica, así como Pacheco, quien fuera redactor de la revista.

       Otra carta, acuñadapor intelectuales europeos y latinoamericanos enviadas a Castro,[11]tildaban de estalinistas las medidas represivas contra los intelectuales y escritores cuya opinión no era favorable a la Revolución. En esas circunstancias no fueron pocos los motivos para convertir en 1971 el Primer Congreso Nacional de Educación en Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (CNEC). El más evidente, sin lugar a dudas, era el de blindar la Revolución ante el peligro de intelectuales contrarrevolucionarios y depurar la instituciones culturales de “elementos” que perjudicaran al Gobierno. Lo que hasta el momento habían sido intentos aislados de establecer la política cultural definitiva del país, en el CNEC alcanza su punto de concreción y su declaración constituye un documento normativo de la actividad social y cultural del país, regulador de la creación intelectual como del comportamiento social del individuo.

        Las cuestiones sobre las que se pronunció el Congreso fueron la prueba de la radicalización de la revolución que moldeó en este evento las características del individuo dentro de la sociedad y expondría los atributos obligatorios del ciudadano cubano, del modelo intelectual y social perfecto que debería integrar el país. La Declaración[12]del Congreso fue, en definitiva, una afirmación de la postura adoptada por algunos actores de la cultura y el gobierno. En el modelo de sociedad cubana delineado era impensable cualquier manifestación de “desviación ideológica” en los jóvenes, la extravagancia, por ejemplo, fue identificada como actitud contrarrevolucionaria, la homosexualidad, como patología social. En cuanto a la actividad cultural el Congreso habría de regular todas las cuestiones relativas a la creación artístico-literaria, desde la necesaria condición política e ideológica de los trabajadores de las hiperentidades (universidades, medios masivos de comunicación, instituciones literarias y artísticas) hasta las condiciones revolucionarias de los integrantes de los jurados en los concursos.

     No había cabida para sospechas contrarrevolucionarias. Presuntos “enemigos” de la Revolución, de causa probada o no, quedaban excluidos del diseño sociocultural cubano. No se le daba cabida al experimentalismo y el libertinaje y se establecía en todos los niveles de enseñanza el marxismo-leninismo. La creación, esta vez de manera mucho más radical a como se había planteado en “Palabras a los intelectuales”, se ponía a disposición de la Revolución, de ahora en adelante las disposiciones del CNEC regirían la actividad cultural en todas las esferas y en todos los niveles.

       La Revista de la Universidad de México, que no escatimó en textos sobre los primeros pasos de la política cubana a partir de 1959 y las tendencias que perfilaban la revolución social, hizo mutis ante este definitivo acto de radicalización y toma de posición de Castro. 1970 abrió con Leopoldo Zea al frente de la publicación y su estreno en la plataforma trajo una oleada de textos sobre el izquierdismo, el comunismo, Lenin, la revolución rusa, el comunismo chino, pero también sobre Cuba. Zea, quien en 1959 integró un texto sobre la naciente Revolución Cubana vista desde México, donde admira el triunfo del movimiento, no aprobó el giro autoritario del castrismo, a pesar de que reconoció el derecho a la autodeterminación del pueblo cubano.

       El año de la declaración del Congreso de Educación y Cultura, coronada con las palabras finales de Fidel Castro, se publicaron una serie de crónicas del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal sobre una visita a Cuba donde experimentaba, al parecer, el deslumbramiento que tantos intelectuales latinoamericanos habían encarnado una década antes, obnubilados por el triunfo de 1959. Cena con funcionarios de la cultura, relatos sobre guerrilleros, admiración por Castro, marcaban uno de los números más alineados con una postura procastrista[13].

     Sin embargo, y es esta una de las marcas que caracteriza la revista durante los años del llamado quinquenio gris, colaboraciones de este tipo y de funcionarios como el poeta cubano Nicolás Guillén confluyeron en la publicación junto a otras de tono apologético de obras defenestradas por la militancia cubana.

       En 1971, por ejemplo, un texto de Emir Rodríguez Monegal ubicaba a los más “conflictivos y traidores” literatos en una genealogía de escritores experimentales que habían revolucionado la literatura latinoamericana y citó: “En la novela, Rayuela de Cortázar, inaugura en 1963 una serie experimental que se continúa con Tres tristes tigres, con Paradiso, de Lezama Lima, con De donde son los cantantes, de Severo Sarduy. Más cerca aún, Reinaldo Arenas en El mundo alucinante y Manuel Puig en Boquitas pintadas llevan la parodia hasta extremos inéditos”.[14]

        Si bien los posicionamientos sobre el giro o el cierre de filas de la política cultural cubana no fueron tema ni motivo en la revista, de modo subrepticio se hizo explícita la defensa de lo literario, de la excelencia estética que no se acoplaba con la postura pretendida por los censores políticos que proclamaban la defensa a ultranza de la revolución.

        Así, también en 1971, una reseña sobre la novela La última mujer y el próximo combate, de Manuel Cofiño, ganadora del premio de novela Casa de las Américas, y sobrevalorada por el régimen, era abordada desde el tratamiento de personajes maniqueístas que “al tener como finalidad hacer un examen de la revolución, a través de sus hombres, nos presenta a sus personajes volcados a favor o en contra, sin términos medios. Este propósito de ilustrar su terna lo más claramente posible, impidió a Cofiño dar mayor riqueza psicológica a sus personajes y presentarlos, en cambio, sin excesivos rasgos que nos permitan una identificación más franca con ellos”. Y termina reconociéndose en ella varios fallos como novela en ese intento por hablar de la revolución[15].

         En ese clima de tensiones donde el izquierdismo parecía ganar terreno, también apareció un texto sobre la novela de Arenas El mundo alucinantey sobre otra no menos vituperada, Celestino antes del alba, la única publicada en Cuba y sobre la cual Eliseo Diego escribió un formidable ensayo, referido también en la revista de la universidad[16].

          La década de 1970, que acogió textos sobre la danza y las artes plásticas en Cuba, cerró sus años con colaboraciones de José Kozer, Severo Sarduy, otras más de Lezama, fallecido en el 76 y varios artículos sobre Guillermo Cabrera Infante.

        Estos años, bajo la dirección de Diego Valadez primero y Arturo Azuela, después, donde contaron, entre otros, con redactores y editores como Carlos Montemayor, Antonio Millán Orozco, Armida de la Vara, José Joaquín Blanco, Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Monsiváis, Fernando Curiel, Margo Glantz, Hugo Gutiérrez Vega, Eduardo Lizaldey Guillermo Sheridan, Armando Pereira, etc., se habló mucho de Cabrera Infante, quien tenía una participación asidua en Plural y Vuelta, revistas que constituyeron un espacio de posicionamiento crítico en relación con la Revolución Cubana y abrieron reflexiones de intelectuales latinoamericanos que no estaban alineados con la línea política del gobierno cubano durante los años setenta y ochenta[17].

          En la revista de la UNAM coexistieron textos que encumbraron los movimientos izquierdistas latinoamericanos y otros que alabaron a intelectuales proscritos por líderes de esos movimientos con los que adoptaron una posición crítica.  No podría decir que la publicación fue un lugar de conciliación, sin embargo, el tema Cuba, conformado por una cartografía de colaboraciones de creación y reseñas de y sobre escritores censurados por el régimen, fue una constante que legitimó las propuestas estéticas de algunos de los mejores escritores cubanos del momento, en detrimento del -por desgracia- impuesto realismo socialista de corte soviético. Con ello, la revista se convirtió en un dispositivo donde se hizo plausible que el pensamiento de izquierda compartiera casa con esa llamada oposición histórica donde una plétora de escritores -que terminaron exiliados- sigue siendo excluido de los mecanismos de legitimación en Cuba.

 

 

 

Notas:

[1]    Véase Juan Alberto Salazar Rebolledo, Las perspectivas intelectuales mexicanas sobre el triunfo de la revolución cubana desde la plataforma universitaria de Cuadernos Americanos y la Revista de la Universidad de México (1959-1961), Tesis de Maestría, 2021, Repositorio UNAM, En Línea: https://ru.historicas.unam.mx/handle/20.500.12525/689

[2]    Carlos Valdés, “¿Es aburrido el paraíso?”, Revista de la Universidad de México, núm. 4, diciembre de 1968.

[3]    Carlos Monsiváis, “La calle Trocadero como medio, José Lezama Lima como fin”, Revista de la Universidad de México, núm. 12, agosto de 1968.

[4]    Idem.

[5]    Manuel Díaz Martínez, “El caso Padilla: crimen y castigo”, Encuentro de la cultura cubana, Núms. 4-5, primavera-verano de 1997, pp. 88-96.

[6]    Heberto Padilla, “A propósito de Pasión de Urbino”, El Caimán Barbudo, núm. 15, 1967, p. 12.

[7]“Voto razonado” (1968) en Lourdes Casal (comp.), El caso Padilla. Literatura y Revolución en Cuba. Documentos, Ediciones Universal-Ediciones Nueva Atlántida, Miami-New York, 1971, p. 56.

[8]    “Declaración de la UNEAC”, 15 de noviembre de 1968.

[9]Carlos Espinosa Domínguez, “La vida es riesgo o abstinencia: entrevista con Reinaldo Arenas”, Quimera, volumen 101, 1991, p. 57.

[10]   “Carta del Pen Club de México a Fidel Castro”, Excélsior, 2 de abril de 1971.

[11]   “Primera carta de los intelectuales a Fidel Castro”, Le Monde, 9 de abril de 1971.

[12]   “Declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura”, Casa de las Américas, núms. 65-66, marzo-junio de 1971, pp. 4-19.

[13]   Ernesto Cardenal, “Apuntes de Cuba”, Revista de la Universidad de México, núm. 12, agosto de 1971.

[14]   Emir Rodríguez Monegal, “El retorno de la carabelas”, Revista de la Universidad de México, núm. 6, 1971, pp. 1-4.

[15]   Ignacio Sosa, “La novela como ilustración y el ensayo como conciencia”, Revista de la Universidad de México, núms. 6-7, febrero de 1972, p. 93.

[16]   Julio Ortega, “El mundo alucinante de Fray Servando”, Revista de la Universidad de México, núm. 4, diciembre de 1971, pp. 25-27.

[17]   Silvia Cezar Miskulin, “La Revolución cubana y el caso Padilla en las revistas Plural y Vuelta”, Estudios Digital, núms. 23-24, 2010, pp. 159-171. https://doi.org/10.31050/re.v0i23/4.426

Bibliografía citada:

Cardenal, Ernesto, “Apuntes de Cuba”, Revista de la Universidad de México, núm. 12, agosto de 1971.

“Carta del Pen Club de México a Fidel Castro”, Excélsior, 2 de abril de 1971.

Cezar Miskulin, Silvia, “La Revolución cubana y el caso Padilla en las revistas Plural y Vuelta”, Estudios Digital, núms. 23-24, 2010, pp. 159-171. https://doi.org/10.31050/re.v0i23/4.426

“Declaración de la UNEAC”, 15 de noviembre de 1968.

“Declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura”, Casa de las Américas, núms. 65-66, marzo-junio de 1971, pp. 4-19.

Díaz Martínez, Manuel, “El caso Padilla: crimen y castigo”, Encuentro de la cultura cubana, Núms. 4-5, primavera-verano de 1997, pp. 88-96.

Espinosa Domínguez, Carlos, “La vida es riesgo o abstinencia: entrevista con Reinaldo Arenas”, Quimera, volumen 101, 1991.

Monsiváis, Carlos, “La calle Trocadero como medio, José Lezama Lima como fin”, Revista de la Universidad de México, núm. 12, agosto de 1968.

Ortega, Julio, “El mundo alucinante de Fray Servando”, Revista de la Universidad de México, núm. 4, diciembre de 1971, pp. 25-27.

Padilla, Heberto, “A propósito de Pasión de Urbino”, El Caimán Barbudo, núm. 15, 1967, p. 12.

“Primera carta de los intelectuales a Fidel Castro”, Le Monde, 9 de abril de 1971.

Rodríguez Monegal, Emir, “El retorno de la carabelas”, Revista de la Universidad de México, núm. 6, 1971, pp. 1-4.

Salazar Rebolledo, Juan Alberto, Las perspectivas intelectuales mexicanas sobre el triunfo de la revolución cubana desde la plataforma universitaria de Cuadernos Americanos y la Revista de la Universidad de México (1959-1961), Tesis de Maestría, 2021, Repositorio UNAM, En Línea: https://ru.historicas.unam.mx/handle/20.500.12525/689

Sosa, Ignacio, “La novela como ilustración y el ensayo como conciencia”, Revista de la Universidad de México, núms. 6-7, febrero de 1972.

Valdés, Carlos, “¿Es aburrido el paraíso?”, Revista de la Universidad de México, núm. 4, diciembre de 1968.

 “Voto razonado” (1968) en Lourdes Casal (comp.), El caso Padilla. Literatura y Revolución en Cuba. Documentos, Ediciones Universal-Ediciones Nueva Atlántida, Miami-New York, 1971, p. 56.

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