Nuevo libro de Paura Rodríguez Leytón en Círculo de Poesía Ediciones

Leemos dos poemas de Los momentos del fuego, nuevo libro de Paura Rodríguez Leytón (1973) publicado recientemente bajo el sello de Círculo de Poesía Ediciones. Paura Rodríguez Leytón es poeta y periodista boliviana. Ha publicado Del Árbol y la arcilla azul (Argentina, 1989); Ritos de viaje (La Paz, 2002; Caracas, 2007, ed. digital); Pez de Piedra (La Paz, 2007); Como monedas viejas sobre la tierra (Santa Cruz, 2012) y Deshilvanando el misterio de la hierba (Quito, 2014). Coexistencia, disco de poemas musicalizados (2016). Con Ritos de viaje obtuvo el Premio Nacional de Poesía convocado por el Gobierno Municipal de Sucre (1999). Su poema “Te atribuyo el torrente de mi sangre” mereció el segundo Premio Internacional César Vallejo de la Casa del Poeta Peruano en Londres (2006). Poemas suyos han sido traducidos a 16 idiomas. Su libro Pequeñas mudanzas obtuvo el Accésit del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador en Salamanca, en 2017. En 2013, la Unión Boliviana de Clubes del Libro premió su aporte literario con una Medalla al Mérito. En 2018 publicó en Círculo de Poesía Instante claro. Antología poética.

Dice Adalberto García López en la cuarta de forros: “En Los momentos del fuego Paura Rodríguez Leytón le devuelve una función litúrgica, mística a la palabra poética; a partir del reconocimiento de la naturaleza y los cuerpos y el fuego eterno, poema a poema, atravesamos la noche oscura de la existencia. Sin duda, la obra de Paura Rodríguez Leytón nos recuerda que alguna vez el paraíso fue nuestro y que el mejor modo de acortar la distancia con aquella pérdida es, precisamente, a través de la palabra.”

 

 

 

 

EL TIEMPO TITILA SUSPENDIDO EN EL BESO

 

Suda sangre
del cuerpo.
(Animal
herido
que naufraga
en la noche).

Un hombre se hinca
y besa la tierra
con dolorosa ternura,
besa el rastro
de viejos cultivos
y ríos de memorias
subterráneas.

El temor rezuma
pesadas gotas de sangre,
ínsula extraña es su alma
(perla
precipitada
al fondo
de una soledad oscura).

El tiempo titila suspendido en el beso,
ínsula extraña es su cuerpo
amenazado y alerta.

Un hombre se hinca
y besa la tierra
con dolorosa ternura,
ha sido expulsado a la ciega noche,
allí,
lo solo
retumba en cada átomo:
cada átomo
duele sordamente.

El tiempo titila suspendido en el beso,
cada roce a la tierra es una flor ahogada,
dolida la noche gira violenta.
Gotea densa e hiriente la sangre.

El huerto enmudece,
un mapa de hielo
se extiende por las nervaduras.
(No hay mano
que dibuje
el consuelo).

¿Será triste
el sabor
que guarda
este cáliz?
Qué acre
el contenido
de la copa,
¡qué acres
los pasos
de sal!

Yermo el beber,
yerma
la trayectoria de los sentidos.

¿Será incierto
el viaje del alma?
¿acaso es una pobre herrumbre,
inútil, desvaída en la sombra?
Triste andar del alma.
(Pequeña
y susceptible
partícula).

El tiempo titila suspendido en el beso
y el sonido
de la nada
retumba
como un castigo.
En los oídos
se ahoga el trueno,
no queda luz.

No hay espacio
para ninguna
compañía,
nadie
puede habitar
ese páramo
insomne
que cae
en obligado sueño.

No hay insecto
que palpe la noche,
ni brizna que irrumpa
en los latidos.
No hay rosa
que alegre
el corazón,
el blanco
de la luna
es mudo y seco,
los viejos olivos
han perdido el habla,
los amigos zozobran
en paralizada culpa.
(Una dosis de fatal letargo
congela el jardín).

Densas gotas
de sangre
hieren la tierra.
(Parcela violentada).
¿Qué abono
remediará
este incendio?
El tiempo titila suspendido en el beso
y sola está su alma
librando
una batalla en ultramar,
ínsula extraña,
huérfana
en la tormenta.

Sus huesos se hincan con dolor,
duele el aire en sus pulmones,
quema la túnica en su piel,
en su piel
se expande
un mapa
de laceraciones.

¿Será triste
el sabor que
guarda el cáliz?
Qué acre
el contenido
de la copa,
qué acres
los pasos de sal.

(Cultivarás luces,
tus manos moldearán vuelos,
caminarás sobre el agua,
recrearás la dulzura de la infancia,
un aroma a pan acariciará tus sentidos,
orarás en los jardines).

 

 

 

 

 

DE A POCO EL EDÉN

 

De a pedazos se nos da el cielo,
de a gotas deshidratadas
en la voz de un diluvio.
De a poco nos agoniza la sed.

Es inalcanzable
el silencio:
diamante solitario.
El ruido
diluye en hebras
las formas del tiempo.

De a migajas
se nos da la tarde,
como un trino
grabado
en la memoria
se repite ciegamente
y no la vemos.

El cuerpo:
campo minado
de sombras
y jardines.
La misma campanilla
nos llama a la alegría,
la misma campanilla
nos pellizca en sueños
y hurga
algún dolor
de la infancia.
¿Qué tímpano
es la puerta de fuga
hacia el Edén extraviado?

De a pizcas
se nos da la brisa
que sopla
alborotada
de hermosura,
que ahoga
el trueno
con dulce atisbo,
que congela
en secuencias
las palabras.

La risa
se nos viene
en sorbos amargos,
en cucharadas
de viejo jarabe,
en gruesas lágrimas
criadas por los sentidos,
pulidas por tu alma.

¿Qué guerra
encarnan
tus semillas?
De a sorbos
se nos da el aliento
que oxigena los cantos
para seguir armando
este tejido de errancias.

De a puro pulmón
estamos hechos,
de aire
es nuestro corazón,
de aire es el beso
que nos da luz
y deslumbra
nuestro tímido tanteo.

A salto
de mata
nos salvamos
huimos vestidos
de este nombre fugitivo
invocamos lo profundo del tálamo,
apenas lo sospechamos.
Hermético
y perfecto
sigue
su curso mortal
el cuerpo.

 

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