Daniel Freidemberg (Resistencia, 1945). Vive en Buenos Aires. Entre otros libros de poemas publicó Blues del que vuelve solo a casa (1973), Diario en la crisis (1986), Lo espeso real (1996), En la resaca(2007), Sonidos de una fiesta ajena (2012), Días después del diluvio (2018), Un hilo naranja (2021) y En la resaca. Edición definitiva (2022). Publicó numerosos ensayos sobre poesía en libros y revistas y tiene una vasta trayectoria como crítico en revistas y suplementos culturales de Argentina, Uruguay, Chile, México y España. Cofundador de la revista Diario de Poesía en 1986, integró su Consejo de Dirección hasta 2005. En 2014 recibió el premio La Rosa de Cobre a la trayectoria poética, otorgado por la Biblioteca Nacional de la Argentina. Página web: https://freidemberg451.wixsite.com/home
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Alí Calderón
¿Qué te interesa hacer en un poema? O dicho de otro modo, ¿cómo despliegas tu poética en el texto?
Daniel Freidemberg
Me interesa, ante todo, producir un objeto verbal que esté vivo, que se sienta como vivo, palpitante, concreto, irreductible. En cuanto a mi poética, no soy capaz de describirla, la voy conformando a medida que escribo. Casi nunca hay un tema o un asunto previo: viene a la mente una frase o un verso que me suena, como dije, vivo, sugerente, y busco entonces cómo continuar, complementando la idea o la impresión primera o, mejor aun, modificándola o contradiciéndola o contraponiéndole otra que no tenga nada que ver, cuestión de que en el encuentro o en el contraste se produzca un movimiento mental, una pequeña sorpresa. Pero eso que aparece tiene que ser “verdadero”, algún sentido importante tiene que tener para mí, no estoy entre los que buscan impresionar con fuegos artificiales (exagerando, es más o menos el proceso que describe Rimbaud en sus Cartas del vidente): la escritura es la que manda.
En casi todos los casos, ese es solamente el punto de partida: queda anotado en papel, lo paso a Word y con el tiempo voy buscando qué puedo agregar, cambiar, eliminar, si hace falta apelando a citas directas o trastocadas de otros textos, incluidos textos míos. No me molesta repetirme, porque lo repetido, al aparecer en otro contexto, cambia un poco la función que cumple en el conjunto, y para quienes conocen otros textos míos puede servir de link entre diversos poemas, o a eso apuesto.
Desde hace ya mucho, no escribo poemas sueltos, escribo series, o poemas largos que podrían desgajarse en poemas individuales. No lo decidí, me sale de esa manera. Tal vez porque mi capacidad de imaginar es pobre, necesito del impulso o la provocación del poema ya escrito para que venga el siguiente. Son procesos largos, laboriosos, en los que juega tanto lo que llaman “inspiración” (dejar que venga lo que tiene que venir, lo que me está pidiendo venir) como la construcción calculada y consciente, “el oficio”. Lo mío tiene que ser capaz de sostenerse, no me permito arrojar al caos de textualidades que andan circulando nada que no aporte algo singular, que de algún modo a alguien le importe.
Otra cuestión: eso que, a falta de otro nombre, llamamos “musicalidad”. Una exigencia que se me impone, tiránica, que suele ponerme ante dificultades serias. Cuando, por ejemplo, lo que pensaba escribir tiene una sílaba de más, o de menos, o así como está acentuado no encaja. No me refiero solamente, cuando digo “musicalidad”, a lo sonoro (aliteraciones, etc.) o a cuestiones métricas: también cuenta cómo van sucediéndose uno tras otro los versos y las estrofas, cuentan los tonos, las intensidades, la mayor o menor velocidad que se quiere lograr en la lectura de tal o cual tramo del poema.
Obvio que en todo ese ir y venir aprovechan para infiltrarse mis inquietudes existenciales, filosóficas, políticas, estéticas. Las considero un combustible para que las palabras se pongan en marcha.
Alí Calderón
¿Qué crees que ha dejado de ser importante o qué ha pasado de moda en la escritura de un poema?
Daniel Freidemberg
Hace algunos años, acá en Argentina al menos, pareció establecerse, como si fuera un dictamen de la historia de la literatura, eso de “escribir con lo que hay”, de algún modo emparentado con las teorías de la postautonomía, de la postliteratura o de las “literaturas del yo”. Algo así como barrer del horizonte todo lo que heredamos de los románticos, los simbolistas y las vanguardias, se supone que para dar lugar a lo que “realmente” sentimos y lo que “realmente” nos pasa, como si para eso no estuvieran ya los celulares, el correo electrónico y las redes sociales. No solamente el poeta deja de aspirar a ser “vidente”, un reformulador de la visión, el sentir y/o el decir: ya ni siquiera sería un artesano, del que se espera al menos algún conocimiento de los materiales y los instrumentos que usa. Se instaló, creo, un bastante generalizado consenso en torno de que ese poquitismo es aceptable y quizá deseable, y se lo ve en las publicaciones y los premios, no sé si solamente en Argentina, pero también veo una muy fuerte y productiva resistencia a ese estado de cosas, consciente o no. Nada que ver con un movimiento o una tendencia, cada uno busca sus propios modos de producir poeticidad, abrir rumbos, mantener en vilo la palabra, resituar lo que de las herencias puede estar vivo. Lo veo en Argentina, en Perú, en Chile, en México, en Cuba, en Estados Unidos, en España: “estrellas en un mar de barro” decía Arseni Tarkovski.
Alí Calderón
¿Has leído recientemente poemas que te parezcan significativos o particularmente buenos? ¿Quiénes son los poetas que te entusiasman ahora?
Daniel Freidemberg
Recientemente, hace un par de días nomás, unos poemas de Hernán Bravo Varela que encontré en Vallejo & Co, y Estaciones, el libro que acaba de publicar Susana Cella (es muy sospechoso, obviamente, que mencione a la mujer con la que comparto mis días y noches, pero tampoco está bien que lo oculte). ¿Quiénes me entusiasman? Por unos trabajos que tuve que hacer por el centenario de Trilce, me metí con Vallejo, con todo Vallejo y… después de eso, ¿qué decir? También estuve releyendo por trabajo, y me entusiasmaron, a Martí, a Rimbaud, a Ponge, a Szymborska, a Creeley, a Armantrout, a Ungaretti, a Cisneros, a García Marruz, a Ferreira Gullar y a Girri. Otros no me entusiasmaron tanto. En cuanto a quienes están escribiendo hoy, no voy a contribuir al deporte de “a ver si estoy entre los mencionados”, pero, si me pongo a pensar seriamente, la verdad es que no son pocas las “estrellas en un mar de barro” de las que hablaba, entre poetas de aproximadamente mi edad y otros diez, veinte, treinta o cuarenta años más jóvenes, en todo el ámbito de nuestra lengua. No sé si la palabra es en todos los casos “entusiasmo” —unos cuantos, sí, me entusiasman— pero sí eso que a uno le pasa ante una escritura que se abre paso por su cuenta, destraba algo, reluce o vibra como una verdad.
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He visto ángeles y obispos levitar,
he visto autos último modelo,
he visto gentes de ropas oscuras
entre las luces de un salón de baile,
(todo lo cual me hace feliz
por un motivo que no entiendo).
He visto a las
últimas grandes manadas
marchar hacia el crepúsculo despacio,
sabiendo, era evidente, la importancia de la escena,
y abrían un gran hueco en el aire, un sitio donde
me senté a mirar
el caer de las cosas en el alma,
y era el murmullo de una gran duración,
un brindis, por así decirlo, un silencio entre dos notas,
y era, en el reverso de la hora y el minuto, el estar,
y era el moverse acompasado de los pastos al viento,
y las partículas de la materia, y las galaxias y etcétera.
He visto un pentagrama, un mantel a cuadros, un cruce de caminos.
II
Como un caer
de a poco
del agua en el agua,
puesta nomás a hacer
lo que sabe, caer,
caían las
cosas
al alma.
como si al fin hallaran
su lugar las palabras,
o crepitara, a
pesar de todo, un rescoldo
(soñé que hallaban un lugar las palabras,
al crepitar de, a pesar de todo, un rescoldo).
III
Como fundando su lugar las palabras,
como resacas de lo que nunca ocurrió.
Como los frutos del árbol
del paraíso, pudriéndose
(¿cantos de cisne? ¿música de las esferas de acá?).
Y era como si el tiempo en esa escena empezara
o (¿no es lo mismo?) llegara a su fin
(algo en la escena iba llegando a su fin, o empezaba,
entre otras cosas que no entiendo).
He visto alas oscuras en un campo amarillo.
Y he visto a las mejores mentes de mi generación
sacando una mano, dos dedos, una oreja,
las veces que pueden, de la irrealidad,
moradas de tanto estrellarse en el espejo,
entrando, cada vez que pueden, al mundo,
haciendo, bien o mal, el mundo con
los restos del naufragio
(su parte de mundo, ninguna otra).
Y el viento opaco de la hjstoria real, sin límites,
sin nada que explicar, en torno.
II
Veo el respirar
afuera y adentro
de los libros de historia
de las buenas mentes
de mi generación
o de otras
buscando dar cuenta
de lo que hacen, o no.
III
Veo el respirar que no entra en los libros de historia.
IV
Cosa que a nadie parece importarle:
la gente me saluda y hasta
se sacarían, en caso de usarlo, el sombrero,
y se emborrachan hasta las tres de la mañana
y aprietan el botón, y se lavan los dientes
y corren para no perder el turno
y cambian de canal, de contraseña y de perro
y al final se mueren
para no ser más ni menos que nadie.
V
He visto círculos de agua expandiéndose,
huesos desenterrados, ya a salvo de todo,
y el ser y el estar
(the to be and the to be),
y era la luz la que iba transmutando, con las horas, las cosas,
y era un día cualquiera.
VI
He visto el otro lado del fin de la historia
empaquetado como si fuera un comienzo.