Una de cal, cuento de Luis Zapata

Proponemos la lectura de un cuento de Luis Zapata (1951-2020), “Una de cal”, incluido en la antología Jaula de palabras de Gustavo Sainz. Además de narrador, Zapata fue traductor y dramaturgo.

 

 

 

 

 

Una de cal

 

¿QUE POR qué lo hice? Pues no le sabría decir correctamente el porqué. Nomás fue una necesidad ¿ve? No, no lo veía como algo malo, sino más bien como algo ¿cómo le diré? justo ¿no? algo que tenía que pasar a huevo, perdonando la expresión. Algo que tenía que empezar y seguir creciendo hasta que me detuvieran… pero no sé, a lo mejor otras gentes lo hacen por otros motivos. Es decir, para mí no era importante robar ¿ve? sino sólo emparejar las cosas.

¿Que cómo me decidí? Pues verá ¿Quiere que le cuente desde el principio, o sea lo que estaba haciendo yo antes de eso? Estaba trabajando en una fábrica de aparatos eléctricos ¿quiere que le diga el nombre? ¿no es necesario? Bueno, era un trabajo muy pesado; digo, se suponía que estábamos trabajando ocho horas, pero qué ocho horas; había días en que trabajábamos las veinticuatro horas del día; no le exagero, palabra, ¿qué caso tiene ahora exagerar? Bueno, nos pagaba horas extras, pero era una miseria; de por sí el sueldo era miserable. Como armador ¿ve usted? No era ni el salario mínimo. Yo no sé si la ley esté enterada de eso, pero el caso es que no nos pagaban ni el salario mínimo; aunque, lo que sea de cada quien, el patrón sí era buena gente con nosotros. No nos tenía asegurados, pero, si alguien se enfermaba, él pagaba de su bolsillo las consultas y las medicinas del doctor; inclusive si había que internar a alguien, pues no lo desamparaba ¿no? le daba una ayudadita, aunque, naturalmente, no le pagaba todos los gastos. Pero no era de eso de lo que estaba hablando ¿verdad? Le decía que trabajábamos muchísimas horas y en un ambiente muy aglomerado ¿no? lleno de gentes y el cuarto muy chico y el aire… casi no se podía respirar porque el cuarto no tenía ventanas y hacía mucho calor; pero… ese… bueno, los primeros días si estaba contento, porque ya llevaba mucho tiempo que no trabajaba y iba a buscar trabajo y en ningún lugar me daban ¿no? porque en todas partes le piden que la secundaria, que la preparatoria, que estudios comerciales, la primaria de perdis; yo, pos no había estudiado más que hasta cuarto y no tenía certificado de primaria; digo, eso si quiere usted conseguir un trabajo decente, que deje dinero, porque si no, está el campo ¿no? pero ¿quién cree que se va a ir al campo? No, el que llega aquí, pos como que ya se queda​​ aquí de por vida, ya se acostumbró, ya tiene su familia o su ambiente, digamos. Los amigos, mi familia, pues sí me ayudaban, me daban a veces dinero, pero era vergonzoso ¿no? Digo, para mí.

¿Que cómo fue la primera vez? Pues le digo iba yo saliendo del trabajo y necesitaba dinero porque mi mujer acababa de perder un niño y estaba grave ¿no? de que la llevaran al hospital, y el patrón no me quería prestar porque decía que él sólo se responsabiliza de los accidentes que pasan en el trabajo, que lo demás ya no le… le tocaba; eso era ya nuestro cuento; si podíamos arreglarnos con lo que ganábamos, bien, y si nno, ni modo ¿no?

¿Qué me concrete a los hechos? Pos es que esos son los hechos, señor. Salí del trabajo ese día. Ya era tarde y tuve que caminar porque ya no había camiones e iba caminando por una calle grande y oscura. Estaba un coche estacionado ¿no? una pareja. Yo venía bien cansado, veía todo nublado; no nublado exactamente, pero algo así; como que no podía respirar bien; mareado, no había comido en todo el día, y yo siempre cargo mi navaja porque, allá en el barrio, usted sabe, nunca falta quien le busque a uno bronca. Estaban fajando, muy en lo oscurito, y que le toco en el cristal de la ventana. Él, bien trajeado, elegante, con corbata y todo, y ella, una muñeca, rubia, parecía artista, con sus pestañas  largas y bien pintada; demasiado pintada, diría yo. Se quedaron azorados. Han de haber pensado que era de la Judicial o algo así, digo, en el primer momento, porque ya después de que me vieron bien, ya no. Y que me dice él, el señor: qué quieres. Y yo: deme un cerillo ¿no? y ha de haber sospechado algo porque yo no traía cigarro en la boca ni nada, y que dice: lárgate, no tengo. Tratándome mal ¿no? Le digo: présteme su encendedor, caray, no sea ojete; y cuando le dije ojete se me quedó viendo de una manera muy rara, como enojado; no, más bien yo creo que era miedo; que me dice: no tengo, vete. Y encendió el motor, de seguro para irse ¿no? y que hago como que me voy. Entonces volvió a apagar el coche y quién sabe qué le dijo a la güera: estos quien sabe qué, y me dio más coraje ¿no? que me viera menos. No, pero no fue por eso. Entonces que voy y que agarro una piedra, grandota, deveras, no sé ni cómo me la aguanté, y que se la voy a estrellar en la ventanilla del carro; ni tiempo le di de que la arrancara. Rompió el cristal; le di con tanta fuerza, que hasta a él le pasó a tocar; le empezó a salir mucha sangre de la cabeza. La muchacha estaba rete asustada; él ya no se movía y ella estaba como muerta, sin poderse mover; después me empezó a gritar cosas ¿no? asesino, nomás así, cosas; de los puros nervios ni siquiera pensaba lo que decía o lo que debía de hacer, y que agarro y abro la puerta del carro y le doy tres puñaladas en el pecho a él y ella empezó a gritar pidiendo auxilio, ya no gritándome a mí; peor nadie venía  por la calle.

No, le digo que no sentí nada; digo ¿yo por qué había de odiarlo si no me había hecho nada directamente? Nomás veía como se hundía en su pecho la navaja, mientras ella gritaba, pero yo sin sentir nada. Sentía como que tenía que pasar eso, pues; y a ella no se le ocurrió abrir la portezuela, sino que nomás gritaba, y en ese momento sí pensé. Digo, sentí lástima por ella ¿no? tan bonita, tan güerita. Era muy blanca. Pero dije, o más bien razoné: si la dejo ir, al día siguiente ya estoy sentenciado, si no es que muerto ¿verdad? dependiendo de quién fuera el difunto ¿no? algún influyente o algo así, figúrese. Y ni modo, también a ella le tocó; manoteaba, me arañaba la cara, pero ya ve usted que el hombre es superior a la mujer, y no pudo contra mí. Al ratito estaba ahí los dos muertos, ella todavía movía una mano o un pie, pero ya sin respirar, y ya me iba, cuando me acuerdo de que se me había olvidado lo que quería. El dinero. Me regresé y lo que saqué de su cartera: ochocientos pesos. Yo me imaginaba que iba a traer más, pero no; nomás ochocientos pesos, que de todos modos ni sirvieron porque mi mujer se murió esa misma noche. Mientras yo me cargaba a esos dos, ella se moría, a la misma hora, según me dijeron después; pero sirvieron para pagar parte de los gastos del entierro. Sus papas y unos amigos acompletaron para para la caja y el servicio. Ese día no fui a trabajar, no me sentía con ánimo; no por lo que había hecho, sino por la muerte de mi señora, y mis hijos estuvieron chille y chille todo el día; ahorita ya están con sus abuelos, ellos los están cuidando, y yo ya sin poder hacer nada. Hasta al otro día fui a trabajar. El asunto ya había salido en el periódico y sentí no sé qué. No arrepentimiento, otra cosa. Luego vi que decía que ya andaban tras la pista del asesino y me dio risa. Para mí, las cosas seguían siendo iguales: el mismo trabajo, el mismo trato con los demás hombres que trabajaban allí, todo igual; ya no tenía nada de los ochocientos pesos. Otra cosa que me dio risa fue que en el periódico dijeron que habían robado dos mil quinientos pesos y el radio del coche, figúrese, el radio del coche; yo, con la apuración que tenía de largarme de ahí, iba a estar levándome el radio. De seguro lo agarró otro vivales que pasó por ahí, pues, según dicen, los descubrieron hasta  como a las seis de la mañana; a lo mejor uno mismo de los que hicieron la investigación ¿no cree? Ya después de haber hecho lo mismo varias veces, fíjese qué curioso, a todos los había matado de tres puñaladas en el pecho; digo, yo no las estaba contando en esos momentos, pero así fue. Y, le decía, después de haberlo hecho varias veces, me di cuenta de por qué lo hacía. Era como una especie de venganza ¿no? Como ya le dije, sentía que era algo que tenía que pasar, yo no me sentía criminal, como ponían en los periódicos, ni nada por el estilo… y… este…, algunas de las personas que tuve el gusto, bueno, no el gusto, se oye feo, ¿cómo le diré… la oportunidad; la oportunidad de asesinarlas, eran gentes que salían de un cabaré que quedaba cerca de donde  yo trabajo, o bueno, trabajaba, y siempre​​ pasaba por ahí; gentes que tenían posibilidades económicas ¿no? Yo los veía salir de allí, bien borrachos, bien vestidos, bien contentos y siempre con buenas viejas con pieles y pelucas ¿no? y entonces pensaba que no era dinero, buenas viejas y todo y uno no tuviera nada. Que ellos estaban tirando el dinero que a nosotros nos hacía falta, que ya no encontraban la forma de malgastarlo, y sentía que no tenían derecho de seguir viviendo y entonces los seguía, y lo mismo; de tres puñaladas, como dijeron los periódicos. Sólo las dos primeras veces robé, pero ya después le juro que no toqué un pinche quinto; digo, no iba a ser un vulgar ladrón: solamente estaba haciendo justicia, según yo creo. Y, pues…

¿No quiere que le cuente cómo me agarraron? Tiene razón, ya lo sabe todo el mundo; salió en todos los periódicos, también. También salió todo lo que había robado en todas esas veces, pero no fue cierto; ya ve que los periódicos  inventan cosas para que se vendan más. De veras, yo sólo robé las dos primeras veces.

¿Que si me importa? ¿Qué? ¿Estar aquí? No. En este momento ya no me importa nada. Nada. Me siento como más tranquilo; siento que ya cumplí, en cierta forma, con lo que tenía que hacer. Tampoco me preocupa cuántos años voy a pasar aquí, y además… no sé cómo decirle; como que ya no soy el mismo Rubén de antes ¿sabe? hasta me he vuelto famoso y  esto empareja las cosas. Todos los periódicos han sacado un chorro de veces mi nombre y hasta fotografías. Está bien ¿no cree?

Ándele, sí. Que le vaya bien. Nomás no vaya a aumentarle nada ¿eh?

 

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