Julio Cortázar, para leer moviendo los labios

Algunas prosas de Julio Cortázar donde dicción, timbre y tempo, revelan una perturbadora cercanía a los recursos del poema. Celebrando este mes su cumpleaños.

 

 

Trabajos de estiramiento

 

Gálvez patea de media cancha, la pelota da en el travesaño y cae en la sopera justo cuando la señora Defossi va a meter el cucharón para servir al escribano Torres que se queda con el plato hondo en la mano mirando fijo hasta que diversas señoritas de la acción católica se compadecen y le ponen monedas de a cinco pesos que al final son cuatrocientos, suma con la que se podrá hacer frente al transporte entre mi casa y la de la Tota que ha llamado por teléfono para clamar que el pescadito de color se le está quedando en el fondo de la pecera y que en la familia temen un intoxicación por exceso de cloro o algo así, de manera que durante el viaje que dura su buena media hora voy estudiando un plan de acción, lavaje de estómago con la bombilla del mate soplada a fondo, flexión de agallas y cambio del agua corriente por unos litros de pura Villavicencio nacida de manantiales andinos, patria chica de Gálvez que expulsado por el árbitro because patada en culo de centroforward adversario sale de la cancha  arrancándose la camiseta y llorando como un hombre.

 

Julio Cortázar / Último Round

 

 

 

 

 

 

 

Elecciones insólitas

 

No está convencido.

No está para nada convencido.

Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nylón, una cafetera garantida, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.

Su reticencia provoca el insomnio de algunos funcionarios, de un cura y de la policia local.

Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país.

Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.

Entonces ha dicho: “En ese caso, elijo la banana”

Desconfían de él, es natural.

Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.

No deja de ser extraño que haya preferido la banana.

Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso.

 

Julio Cortázar/ Último Round

 

 

 

 

 

 

Pida la palabra, pero tenga cuidado

 

Cuando el catedrático doctor Lastra tomó la palabra, ésta le zampó un mordisco de los que te dejan la mano hecha moco. Al igual que más de cuatro, el doctor Lastra no sabía que para tomar la palabra hay que estar bien seguro de sujetarla por la piel del pescuezo si, por ejemplo, se trata de la palabra​​ ola, pero que a​​ queja​​ hay que tomarla por las patas, mientras que​​ asa​​ exige pasar delicadamente los dedos por debajo como cuando se blande una tostada antes de untarle la manteca con vivaz ajetreo.

¿Qué diremos de​​ ajetreo? Que se requieren las dos manos, una por arriba y otra por abajo, como quien sostiene a un bebé de pocos días, a fin de evitar las vehementes sacudidas a que ambos son proclives. ¿Y​​ proclive​​ ya que estamos? Se le agarra por arriba como un rabanito, pero con todos los dedos porque es pesadísima. ¿Y​​ pesadísima?

De abajo, como quien empuña una matraca. ¿Y matraca? Por arriba, como una balanza de feria. Yo creo que ahora usted puede seguir adelante, doctor Lastra.

 

Julio Cortázar/ Último Round

 

 

 

 

 

La inmiscusión terrupta

 

Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.

--¡Asquerosa!—brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, cotracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.

--¡Payahás, payahás!—crona el elegantorium, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.

¿Te das cuenta?—sinterruge la señora Fifa.

--¡El muy cornaputo!—vociflama la Tota.

Y ahi nomás se recompalmean y fraternulian como si no hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así  las tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.

 

Julio Cortázar/ Último Round

 

 

 

 

 

Cortísimo metraje

 

Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop, tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se​​ pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse.

 

Julio Cortázar/ Último Round

 

 

 

 

 

Patio de tarde

 

A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el patio. Levanta la cabeza y remueve un poco la cola, pero después se queda muy quieto, siguiendo con los ojos la fina sombra que a su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las baldosas del patio.

En la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni siquiera le gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la única excepción es la muchacha rubia. Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le antoje. Remueve otra vez la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira.

Es simplemente feliz, la muchacha ha pasado por el patio, él la ha visto un instante, ha seguido con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas.

 

Tal vez la muchacha rubia vuelva a pasar.

Toby suspira de nuevo, sacude un momento la cabeza como para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro y sigue aplicando la cola a la madera terciada.

 

Julio Cortázar/ Último Round

 

 

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