ORACIONES VENTRICULARES
(Fragmentos)
II
Caballo blanco
que persigue el lentísimo
trotar de la yegua.
Un caballo que desgarra en las alambradas
y tiembla con la fiebre del tétanos y el deseo.
Un caballo que trata de curarse relamiéndose él mismo las heridas.
Ese animal
son mis ojos
espinándose contra tu corazón.
Mis ojos como dos polillas torpes
inmoladas de gozo en lámparas de casas solitarias.
Mis ojos, huérfanos corderos,
arrastrándose heridos
por el pasto de tu carne.
Perdónalos.
Tú sabes que niños de sal
habitan las pupilas de todo hombre derrotado.
Que en lo profundo
del espeso pantano que es la mirada
alguien observa pasar los trenes
sin saber jamás hacia dónde,
y busca, cobarde y desgastado,
un sitio donde sentarse a respirar.
Perdona a mis ojos
por la forma en que muerden tu belleza precaria,
tu simple y alegre tarea de sobrevivir.
¿Los sientes posarse sobre tu corazón?
Desde tu solo jardín, ¿sientes
la herida de mis ojos?
Perdónalos por quedarse.
Por descubrir en tu corazón
la musculatura
de una casa
que no se derrumba.
IV
Al lado de tus aurículas:
la muerte
su hierba amarilla
harta de no poder crecer sobre tu carne.
Nosotros
que sin saberlo te miramos
sentimos la mirada de la muerte
aserrando el centro de nuestras costillas.
Ahora se ha fijado en nuestros pechos ávidos
saludables, azules todavía.
Conoce, desde ahora
su victoria.
Nos observa como quien mira
un juego ya sabido.
V
En el prehistórico cajón de mis costillas,
un pájaro de hielo se acurruca.
Sin embargo
alguien se ha posado dentro de mí.
No reconozco la violencia de su edad o su silencio. Pero lo siento
moverse dentro, escarbar con el gusano del hambre
y las palas del amor.
Alguien
insiste, escupe
sobre mi sangre espesa,
enciende un fósforo en el nido.
¿Es tu corazón
que utiliza el mío para volver a agonizar?
¿Eres tú llevándome a ese límite
donde se deshace la nieve?
VI
Tú que lo entiendes,
tú que has soportado que las manos
se estiren hacia ti, pero no te toquen,
tú que has visto a las palomas ignorarte
y a los gusanos alejarse de ti
porque ya no puedes saciar ni siquiera el hambre de la muerte.
Tú que has visto dentro de ti
el barco de dios
zarpando sin pañuelos ni promesas.
Tú que has sentido la indiferencia
con la que se trata solamente a las piedras.
Tú que por eso eres patrona de los solos,
de los que no pueden morir definitivamente
y vagan
envenenándose con sudor y asfalto,
tú que eres patrona de las horas más febriles del alba,
de aquellos por los que jamás
vibran las campanas,
de los que oyen sus propios pasos en los templos
y se asustan de su vacuidad,
de las mujeres preñadas de abandono,
de los hijos del encierro,
de las amantes quemadas por la prudencia,
de las incendiadas por creer en su gemido blanquísimo,
de los que llevan un caracol en lugar de alma
y llegan tarde a la luz,
tú, patrona de los sin cuerpo
deshierba
te lo ruego
mi corazón
limpia la ortiga que lo cerca1.
***
Juan Suárez Proaño (Quito, 1993). Es poeta y editor. Máster en Teoría Literaria por la Universidad de Salamanca. Ha participado en la traducción de varios poetas para revistas y medios digitales. Ha publicado los poemarios Lluvia sobre los columpios (2014), Hacen falta pájaros (El Ángel Editor, 2016), Nos ha crecido hierba (El Ángel Editor, 2018), El nombre del Alba (Nueva York Poetry Press, 2019), Las cosas negadas, Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021 (El Ángel Editor, 2018; El Cisne negro, Honduras, 2023) y Almas de intemperie (Antología, Llamarada Verde, Bolivia, 2023). Consta en varias antologías nacionales e internacionales. Es Editor en El Ángel Editor y Revista Esteros.
Poemas escritos después de visitar la iglesia del Carmelo de Alba de Tormes, donde reposa el corazón de Santa Teresa de Ávila, incapaz de ser corrompido por la muerte.
