Poesía colombiana: Luis Mallarino

Edinson Aladino y Martha Cecilia Ortiz Quijano construyen la serie "Otros lugares, otras voces: Muestra de poesía colombiana". Leemos aquí algunos textos de Luis Mallarino (Cartagena, 1986). Recibió, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Festival Internacional de Cali, 2023 y el Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero (Ecuador, 2020).

 

 

 

 

 

Luis​​ Mallarino​​ (Cartagena, Colombia,​​ 1986)​​ es​​ poeta y narrador.​​ Premio nacional de poesía Festival Internacional de Cali, 2023. Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero (Ecuador, 2020). Premio distrital de literatura Ciudad de Barranquilla (narrativa, 2017; poesía, 2013). Tercer lugar, concurso nacional de poesía Casa Silva, 2016. Tres veces ganador del concurso nacional de cuento infantil Comfamiliar Atlántico, 2011, 2013 y 2014.​​ 

 

 

 

 

 

Un poco de sombra y un beso

 

Ayer descubrí que mi vecino

es vendedor de aguacates.

 

Lo vi salir al amanecer

con su disfraz de árbol encantado

y no pude ocultar el asombro:

la palangana enorme

sobre la cabeza florecida,

el tronco firme,

las sandalias vueltas raíces.

 

Nunca antes había visto

a un vendedor de aguacates

salir de una casa

—de su propia casa—.

He vivido,

no sé cuántos meses, a su lado.

 

De tanto verlos calle arriba

creí que vivían, plantación adentro,

junto al árbol que los vio nacer,

y que dormían entre los frutos caídos

como otro fruto caído.

 

Ahora sé que están entre nosotros

ocultos, como agentes secretos

de un estado fallido.

 

Antes de partir

deja caer sobre su pequeña

un poco de sombra y un beso;

ella agita su mano hasta que él

es solo un ramaje difuso

al borde del camino.

 

Una corriente de aire

lo estremece a lo lejos,

lo tambalea, y

yo me pregunto,

cuántos aguacates habrá que vender

para tener derecho al paraíso.

 

En ese momento

ella me descubre y sonríe

—le calculo un año y medio o dos

sobre el mundo—.

Su padre se ha ido,

y ella ríe.

 

Quizá piensa en lo ridículo que me veo

sin palangana y sin raíces.

 

 

 

 

 

 

 

Temístocles Machado

 

Este territorio está mezclado con mi sangre,

irme sería como olvidarme de mí mismo.

Temístocles Machado

 

Me gusta pronunciar tu nombre,

Temístocles,

parece el nombre del ingrediente secreto

que da color a las rocas.

 

Parece también una palabra mágica

para que al fin se maduren los tamarindos,

Te-mís-to-cles,

lo repito

y se sonrojan las mandarinas.

 

Si dos o tres se reúnen en tu nombre

una semilla parpadea

en el vientre de la tierra,

y un trozo de bambú presiente

cuál será su nota musical

en la marimba,

Temístocles,

el verdadero mapa de Buenaventura

estaba en las arrugas de tu frente.

Las líneas de tus manos

fueron afluentes del río Anchicayá.

 

¿Cuántos tocaron a tu puerta a media noche

para pedir una tacita de tierra

y completar así el café?

Temístocles,

nos han negado la tierra,

no oímos ladrar a los perros,

y todas las respuestas

estaban en tu portafolio:

 

¿quién es el dueño de los robles amarillos?,

¿a quién pertenecen las gallinas sin vacunar?,

¿en dónde comienzan y terminan

las raíces del limonero aquel?

 

Me gusta pronunciar tu nombre,

Temístocles,

lo digo

y siento que se fastidian tus asesinos.

 

 

 

 

 

 

 

Una pecosa ella

 

Una sola vez me enamoré a primera vista  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ —era pecosa—

quiero decir

que tenía constelaciones en la piel

que batía espuma de mar sobre sus hombros

que en su espalda

a cada rato

eran las ocho de la noche

y en sus senos

era siempre

víspera de primavera

(ya exagero)

la verdad es que nunca vi sus senos

no existían aún

no habían nacido

éramos niños

inocentes como zapatos rotos al pie de una flor

—ella también se enamoró—

 

nos citamos a las cuatro

en una banca azul de un parque entristecido

y todavía

no sé por qué

llegué con diez minutos de retraso

(ya no estaba)

«pero estuvo» dijo el señor del helado

«una pecosa ella

de ojos claros»

y ​​ había rastros en la banca

restos de piedra lunar

espuma

la cola de un cometa

escarcha roja

«se fue por ese lado»

(un cono de fresa me señaló el camino)

 

la seguí durante horas

y primero me encontró la noche

éramos niños

inocentes

como hormigas con trocitos de cartón

 

la encontré por fin

con una guerra de mil días en la mirada

y me mintió como mienten las mujeres grandes

«yo no pude ir» me dijo

y yo no quise avergonzarla

y no le dije nada

no le dije a nadie nunca nada

ni la vi más nunca

 

pero hoy

una pecosa de ojos claros

me dice –implacable- que

desde hace diez minutos

las puertas del avión están cerradas

que he perdido el vuelo

que con gusto

me anuncia la penalidad

el nuevo itinerario

y no le digo nada

 

solo atino a recordar

aquella puerta secreta

cerrada en la penumbra

 

aquel primer vuelo

perdido para siempre

veinte años atrás.

 

 

 

 

 

 

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