Entre el espanto y la ternura
A saber, yo también nací en un pueblo donde hay un río, no se que habrá sido de su agua ni del polvo del camino largo que llevaba a él.
No recuerdo cuantos años tenía, tampoco la marca del aparato de radio que, muchas madrugadas cuando todos dormían, tomaba prestado para buscar en amplitud modulada Radio La Habana Cuba, pero recuerdo y tengo en la memoria ese verso icónico “compañeros poetas” sonando en mi cabeza como una premonición.
Resultaba divertido y emocionante (a veces) buscar entre el clásico sonido de la frecuencia de onda corta, la emisora de un país lejano y desconocido, la música que me hacía soñar en un mar que sabía existía, que aparecía en los mapas de la escuela y que sentí en mis píes apenas a los 16.
A los 12 años supe el nombre del trovador de ese país lejano y desconocido que tenía mar, Silvio Rodríguez, aquel que cantaba en el viejo reproductor de radio, de ahí en más, es camino andado, largas madrugadas intentando poemas, inventando historias, creyendo en utopías, pensando en la equidad y en una sociedad justa y solidaria.
Siempre he creído en la generosidad de la vida, en la fidelidad del pensamiento consciente, en la posibilidad de que las cosas buenas ocurren en los momentos más inesperados, así me veo ahora mismo en medio de un torbellino de pensamientos y circunstancias que me llevan a conocer a ese suscitador de emociones.
Después de haberlo escuchado en discos de acetato, cassettes, Cd’s, walkman’s, redes sociales, carreteras, montañas, valles, selvas, definitivamente Silvio Rodríguez ha sido fundamental en la banda sonora de mi vida, y ahora comparto su música con mis hijos.
Que la vida siga siendo generosa, los caminos soñados se sigan abriendo, y las manos de quienes tejen sueños comunes se sigan juntando.