Poesía cubana: Alexander Besú

Poemas de Alexander Besú Guevara (Niquero, Granma, Cuba, 1970). Poeta, narrador, autor musical, director de radio y televisión, actor y escritor para niños y jóvenes. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la Sociedad Cultural José Martí y del Grupo Literario Nacional Ala Décima.

 

Alexander Besú Guevara​​ (Niquero, Granma, Cuba, 1970) Lic. en Estudios Socioculturales. Poeta, narrador, autor musical, director de radio y televisión, actor y escritor para niños y​​ jóvenes. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la Sociedad Cultural​​ José Martí​​ y del Grupo Literario Nacional​​ Ala Décima. Tiene publicados los libros​​ Discurso en la ventana​​ (Ed. Abril, La Habana, 1993),​​ Elogio del orador​​ (Ed. Bayamo, Bayamo, 2001),​​ Vitrina​​ (Ed. Orto, Manzanillo, 2004),​​ Bitácora de la tristeza​​ (Ed. Sanlope, Las Tunas, 2008 y Reed. Editorial Germinal, San José, Costa Rica, 2009),​​ El arconte de todas las miserias​​ (Ed.​​ Latin Heritage Foundation, New York, EEUU),​​ Versos de mar​​ (Ed.​​ Orto, Manzanillo, 2012 y reed. 2015),​​ La ingrávida estructura​​ (Ed. Sur Editores, La Habana, 2016),​​ Desertor del pasado​​ (Ed. Orto, Manzanillo, 2019),​​ Soliloquio del decapitado​​ (Ed. Holguín, 2019),​​ Los salmos desalmados​​ (Ed. Surco Sur,​​ Tampa, EEUU, 2019)​​ Larga canción para Yordanka​​ (Ed. Tu Letra Online, Tampa, EEUU, 2021) y​​ Velero blanco​​ (Ed. Iliada, Alemania, 2022). Ha sido incluido en diversas compilaciones y antologías nacionales y extranjeras. Ha obtenido diversos premios entre los​​ que resaltan el​​ Premio Iberoamericano​​ Cucalambé 2007​​ en décima escrita, Premio Especial Ala Décima en el Concurso Nacional​​ Regino Pedroso 2008, ​​ Premio en el Concurso Internacional de Poesía​​ Latin Heritage Foundation 2011,​​ en New York, E.E.U.U, el Premio​​ al Mérito Literario​​ José Joaquín Palma, 2011​​ que otorga la UNEAC en Granma conjuntamente con la embajada de Guatemala en Cuba, Tercer Premio en el Concurso Internacional de Sonetos​​ DOLORES,​​ auspiciado por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), 2012; Premio Nacional de Poesía​​ Manuel Navarro Luna​​ 2015, Premio en el I Certamen Mundial de Excelencia Literaria, EEUU, 2015 y Premio en el I Certamen Internacional de Poesía Humorística, Quenquén, Argentina, 2018.​​ Es, en la actualidad, guionista y director de programas en Radio Rebelde, y Comunicador en el Centro Cultural CubaPoesía.

 

 

 

 

RAPSODIA EN SEPIA O APOLOGÍA DEL PASADO​​ 

 

Un vertedero de siglos. Eso es el pasado.​​ 

Un amasijo de instantes clamoreando​​ 

su derecho al regreso, su vigencia fecunda.​​ 

Cada recuerdo es un souvenir.​​ 

No existe un recuerdo alfa, un recuerdo líder.​​ 

No los hay altaneros ni jactanciosos;​​ 

tampoco sumisos ni serviles​​ 

porque no hay jerarquías.​​ 

Únicamente se les distingue​​ 

por la intensidad de los ardores que causan​​ 

al ser reactivados​​ en la memoria.​​ 

El ardor es la unidad de medida​​ 

de las remembranzas,​​ 

incluso de las placenteras.​​ 

La ardentía es su remanente.​​ 

Todo el pasado es de un solo color: el sepia.​​ 

Las fotos son sepias, las siluetas son sepias,​​ 

los diálogos son sepias, las​​ almas son sepias,​​ 

incluso los muertos lo son.​​ 

La policromía es cosa del presente,​​ 

y se entroniza cuando soñamos el futuro.​​ 

El pasado no, el pasado es solo sepia.​​ 

Al pasado hay que volver para indagar​​ 

por la punta del ovillo de hilo que somos,​​ 

para reencontrar las trazas emocionales

que nos sostienen, los fragmentos de amianto​​ 

que se nos desprendieron ​​ 

con cada roce brutal de la vida. ​​ 

No se trata de establecer una dependencia ​​ 

del pretérito, ni de hacer de la nostalgia ​​ 

un combustible; ni de repetirse continuamente:​​ 

no dejes que el pasado te diga quién eres…, ​​ 

deja que te diga quien serás.​​ 

Perdonen la tachadura. Acabo de recordar ​​ 

que no es una frase mía, así que no es original.​​ 

Solo olvídenla, porque ni siquiera sé de quién es. ​​ 

Decía que​​ se trata de reverenciar el pasado ​​ 

como lo que es: el vericueto que nos condujo ​​ 

al presente, que será a su vez el pasado ​​ 

cuando consumemos la entelequia, cuando, ​​ 

por fin, corporicemos la utopía ​​ 

de alcanzar el futuro. ​​ 

Con esta ilusión, yo:​​ antiquísimo anticuario, ​​ 

les obsequio esta antigualla rimada ​​ 

que hallé en el vientre seco ​​ 

de un poeta extinto:​​ 

 

Si muestras siempre un corazón legible, ​​ 

un corazón filial, nervudo y dócil, ​​ 

verás que tu pasado no es un fósil, ​​ 

sino un lejano sueño​​ repetible.​​ 

​​ 

Haz versos duros como la obsidiana ​​ 

sin avidez de gloria, sin apremios.​​ 

Ganar amigos es mejor que premios, ​​ 

que la celebridad o que el nirvana...​​ 

​​ 

Escribe como un loco tu locura, ​​ 

que el santo grial de la literatura ​​ 

es solo morbo, un​​ manuscrito impuro.​​ 

​​ 

Hurgar en el pasado no es pecado. ​​ 

¡Pecado es diluirse en el pasado,

y que nadie te nombre en el futuro!

 

 

 

LATIDO

Sístole… arroyo oprimido.

La maravilla y su cauce.

Torrente vertiginoso

de hematíes apremiantes,

recaderos del​​ prodigio

que, como heraldos vitales,

engrandecen y amplifican​​ 

el milagro de la sangre;

(hablo del líquido-savia,

fuente de genes unánimes,

no del coágulo elitista

de abolengos y linajes).

Compresión del universo

en la arteria que lo esparce.

Una galaxia en las sienes,

-que otros digan parietales-,

colmada de soles rojos:

¡una galaxia que late!

La camerata del pecho

que grabó sus palpitares

sobre la dócil y blanda

cadencia de mis romances.

Borbotón de las pasiones,

y las íntimas vorágines

de donde surgen,​​ perversos,

los pecados de la carne.

Bifurcaciones de venas

como trillos con donaire,

por donde avanza la vida

en cada latido... Diástole.

 

 

 

CONATO DE POEMA DE AMOR

​​ 

​​ 

Te juro que mi intención era escribir​​ 

un poema de amor, para decirte​​ 

que tus ojos son​​ mi abrevadero,​​ 

que una pasión rigurosa me paraliza​​ 

y me conmociona, que estoy eufórico​​ 

porque he descubierto que nuestro amor​​ 

avanza en el organigrama;​​ 

pero una vez más disgrego mi coherencia,​​ 

porque un nuevo dolor se me aproxima,​​ 

y escribo con​​ lápiz afligido, como si fuera​​ 

el depositario de todas las melancolías,​​ 

el portador de una pena​​ 

científicamente verificada, una pena fecunda,​​ 

como el lecho de amor de la miseria,

dicho a lo gustavo adolfo bécquer.​​ 

Te juro que también he intentado​​ 

escribirle poemas a la luna, –esa corza pálida–;​​ 

pero intuyo que está harta de cursilerías​​ 

y aullidos de perros,​​ 

y de la bandera norteamericana​​ 

y las huellas dudosas de neil alden armstrong​​ 

y buzz aldrin.​​ 

No soy un notorio columnista de la prensa del corazón.​​ 

Solo soy una pepita de hojalata, un ángel probeta,​​ 

un indigente lírico, un holograma proyectado​​ 

por una tataranieta de circe, o de morgana le fay,​​ 

o del mítico gandalf el gris.​​ 

Te juro que yo no soy el culpable. Es mi época.​​ 

Mi época de carruajes decadentes,​​ 

de trenes en extinción, de policías pasionarios​​ 

que nos conminan a ser felices​​ 

como un deber cívico y democrático,​​ 

so pena de ser incomunicados, o perseguidos,​​ 

o desterrados hacia pusilánimes laderas​​ 

de pensamientos convalecientes.​​ 

Mi​​ época donde todo se amusga y se encabrita,

donde ya ni las viejas se santiguan​​ 

ante los bilongos virtuales o ante el busto​​ 

desastroso de la muerte y su vigencia.​​ 

Te juro que mi propósito era escribir​​ 

versos de amor, para decirte que eres​​ 

mi ramito de​​ albahaca, mi Julieta de Verona,​​ 

mi loba capitolina, mi vía láctea simétrica​​ 

y adujada, pero solo me salen estos forcejeos,

estas variables que te entrego manuscritas,​​ 

acompañadas ordinariamente​​ 

de un beso duro como un yelmo,​​ 

y un madrigal.

 

 

 

 

EPÍSTOLA DE SAN PABLO A LOS TERRÍCOLAS

 

Gracias al símbolo, que lo sitúa en una inmensa red de relaciones,​​ 

el hombre no se siente extraño en el universo.​​ 

 

Jean Chevalier

 

Terrícolas: los símbolos caducan,

(excepto el símbolo de las tragedias).

En estos nuevos​​ tiempos nos educan

con los​​ reality shows​​ y multimedias.

El hombre purga su ignorancia y surge

su desacato a dios, su imperio. Y nace

su alquimia saneadora, porque le urge​​ 

algo que anule a Dios, o lo reemplace.

El Hombre solo es próvido en mordiscos,

como​​ sus samoyedos y sus dogos.

El Hombre desertó de los apriscos.

El Hombre tiene instintos demagogos.

El Hombre necesita de obeliscos.

El Hombre es dependiente de su logos.

 

Arroja su pasado a la sentina

y venera un presente al que se aferra.

¿Será que el​​ Hombre nunca rebobina

la cinta de su paso por la Tierra?

¿Será que el Hombre es un patriarca indigno

que ha negociado su aniquilación?

¿Será que el Hombre necesita un signo ​​ 

de una espantosa significación?

El hombre es solo un caracol errático.​​ 

El hombre​​ es un perjuro, un simoníaco.

El Hombre es un exégeta pragmático.

El Hombre tiene un brillo demoníaco.

El Hombre sufre un odio asintomático.

El Hombre es dependiente del Zodíaco.

 

Encuentren un emblema que respalde

vuestra detonación espiritual:

empléense​​ en blanquear con albayalde

los sucios mármoles del Taj Mahal,

atrévanse a cruzar el Rubicón

de vuestra incertidumbre y vuestra duda,

canten​​ Imagine​​ al compás de John,

griten el poema 20 de Neruda…

El Hombre necesita un teleférico

para ascender al sol, (a su pináculo).

El Hombre es un opúsculo esotérico.

El Hombre es solo un bárbaro vernáculo.

El Hombre es tan venial como mistérico.

El Hombre es dependiente del oráculo.

 

Apréstense a acopiar panes y peces

para los años de dolor y hambruna,

y a veces acudir,​​ (algunas veces),

a la justicia de Fuenteovejuna.

Propónganse lustrar con un ardid

los trémulos espíritus que datan​​ 

del triste 11 de marzo de Madrid,

y el 11 de septiembre de Manhattan.

El Hombre desconoce su ascendencia.

El Hombre incuba muerte y cataclismo.

El Hombre es portador de la incoherencia.

El Hombre acecha al Hombre1, y a sí mismo.

El Hombre es un vasallo de la ciencia.

El Hombre es dependiente del orfismo.

 

Oblíguense a abdicar de la mentira,

del panegírico, de la medalla…;

a​​ interpretar los trazos de Altamira,​​ 

o a completar el calendario maya.

Imploren con fervor a Valentín

para que el próximo febrero intente

reconstruir el muro de Berlín…,

¡y luego lo eche abajo nuevamente!

El Hombre necesita un reglamento,

alguna reprimenda​​ en lengua acadia.

El Hombre es un vector del desaliento.

El Hombre niega hasta la luz que irradia.​​ 

El Hombre teme al Nuevo Testamento.

El Hombre es dependiente de la Arcadia.

 

El Hombre es un relámpago inaudito,

y su heredad es la iconolatría;​​ 

por eso arrastrará hasta el infinito

la maldición de la simbología.

Y llegará más rápido al infierno

por las ranuras de la eternidad,

pues ignora que incluso hasta lo eterno

porta su fecha de caducidad.

Griten sus culpas por el altavoz

si aspiran a habitáculos​​ celícolas.

Cultiven crisantemos en la voz,

repriman sus gruñidos cavernícolas;

y si pretenden conmover a Dios,​​ 

¡aférrense a los símbolos, Terrícolas!  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

 

 

 

 

BALBUCEOS CON LAS PRIMERAS VENTISCAS

 

La tristeza se ha acercado demasiado.

Ha reducido​​ alegremente mi ración de aire. ​​ 

Toda mi cordura se ladea

sin siquiera recibir el beneficio de la duda.

Por eso tampoco titubeo. Es inútil.

No espero vendimias en tierras de estío.

El delta simbólico del tiempo

esparce su humedal​​ 

en torno de mis ojos antediluvianos,

y me traza surcos que remedan arrugas,

pero solo son las estrías de la tristeza.

Nada, que aún no sé vivir,

que ensayo cada noche mi expiación vicaria;

que me inundará el futuro

y un sol arrogante

mientras yo celebro mi no-cumpleaños,

mi​​ no-desinfección de los afectos,​​ 

mi no-ascendencia verbal de baja cuna...

Ya llegan los estorninos,

empujados por el invierno.

Dichoso el árbol que es un ser suprasensible

Abrázame, Tristeza.

Tengo frío.

 

 

 

ARQUETIPOS

 

 

Se tornan arquetipos postmodernos (…)

José Luís Serrano

 

Con latidos modernos de su músculo arcaico

se aprestan jubilosos a sufrir un delirio.

Son capaces incluso de afrontar el martirio

en el nombre infalible de un futuro algebraico.

 

Juntos bruñen sus genes y el metal de su etnia,

y la​​ sangre elitista que su fe solivianta.

Solamente veneran el fulgor de una santa:

la despótica santa de la mercadotecnia.

 

Agitando trofeos y peculios legítimos

diseminan su orgullo como arcángeles malos.

Son criaturas terrestres, y, no obstante, a intervalos,

una góndola cruza por sus ojos marítimos.

 

Y derraman fortunas en lustrosas ruletas,

sujetando la suerte con estólido engarce,

pero si la desdicha se detona y se esparce,

se camuflan medrosos en sus propias excretas.

 

Desconocen la inopia y el dolor es​​ inédito.

Es muy raro que mueran de malaria o de tisis.

Ni siquiera la crisis, -la putísima crisis-,

se ha animado a rozarles sus tarjetas de crédito.

 

Solo existe un demiurgo, que no es dios ni el azar,​​ 

-aseguran que dios y el azar son fantoches-:

el Gran​​ Buco, el cabrón, el que todas las noches

los incita a exultarse, y a beber y a sexuar.

 

Ya al final, aureolados, abandonan el suelo

sin siquiera aspirar que la luz los asperja;

y por ciertas rendijas, o saltando la verja,

siempre encuentran el modo de​​ colarse en el cielo.

 

 

 

SENTADO CON AUDÍFONOS,

DÁNDOLE DE COMER A LA ANGUSTIA

 

A veces pienso que soy real,

no sé…

que soy un estratega del declive,

de la auto mortificación.

A veces creo que me ha nacido

un sotobosque en la memoria,​​ 

y mis recuerdos despiden

un aroma a aceite de musgos,

a desconcertantes maderas,

a viento terral,​​ 

no sé…

A veces me visto​​ 

como un chamán Dakota,

y canto en un dialecto moribundo

y tan inveterado como la edad del suelo.

A veces solo soy

un sumidero de negaciones,

un fósil de​​ ciborg preservado en ámbar,

un secreto intrincado,

no sé…

A veces mi gato juega con mi esperanza​​ 

como si fuera un ovillo,

mientras yo cabeceo en mi poltrona

escuchando un jazz negro.

Dios debe tenerme una lástima despiadada.

 

 

 

PERMANENCIA & TRAUMA

 

El​​ tiempo me donó un calidoscopio

a cambio de mi alma, de mi cédula,

mi incertidumbre, mi criterio propio,

mi desazón y mi palabra incrédula.

El tiempo es medular. El tiempo es opio.

(Y yo ya estoy de opio hasta la médula)

Tan solo quiero ser un transeúnte.

Pregunte por mi símbolo, pregunte,

 

 

y le contestarán las penas grandes

que suelo tararear en mis trasuntos

bajo la letanía de mi clandes-

tinidad, bajo dioses cejijuntos;​​ 

pues yo también, como Miguel Hernández,

voy de mi corazón a mis asuntos.

Ya no quiero ser más el arquetipo

que ha desertado del daguerrotipo.

 

 

Mi sólita conciencia y sus estigmas

me han dicho en vano: “Cuando desentoldes

la cruenta obscuridad de los enigmas

y sus concéntricos y bellos roldes,

sabrás entonces que los paradigmas

nunca se​​ funden en vulgares moldes.”

En la ijada del tiempo hay aceitunas

que alivian el hervor de mis hambrunas.

 

Por eso quiero estampillar con lacre

el pliego adusto de mis desenfrenos.

Quiero testimoniar que no es tan acre​​ 

la preciosa tormenta de mis trenos.

Quiero creer que fue cada masacre

un amor señorial venido a menos.

Quiero apologizar con inmodestia

mi raciocinio atávico de bestia.

 

 

Hoy mi disgusto ascensional supura

palabras líquidas. Un buen hallazgo​​ 

es la inmortalidad, -y su impostura,

la eficacia​​ temible de su rasgo-.​​ 

Toda exclusión es muro y es clausura.​​ 

Y todo absolutismo, cacicazgo.

Pero yo sigo aquí, fiel y culpable,

en este paraíso insoportable. ​​ 

 

 

 

CANCIÓN SURVIVALISTA

 

Es preciso aparentar vida en la frente,​​ 

aun cuando se lleve la muerte​​ en el corazón.

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda

 

 

Hay cierto rótulo verbal que advierte:

“No temas al prestigio de la muerte.”

 

Tan solo el que levita desafiante

desoirá su acústico olifante.

 

De eso se trata: de soñar profundo

como un hombre marcial y gemebundo.

​​ 

Se trata de vadear cualquier estanco,

lamerte las heridas de tu flanco,

 

dejar tu airosa huella, tu vestigio;

y fraguarte un arnés con tu prestigio.​​ 

 

Se trata de volar tu alfombra persa

del cenit al nadir, y viceversa;

 

de morir de antiluz y​​ desaliento

en el ambiguo y marginal intento

 

de oficiar un mal culto a tus verdades​​ 

entre grafías y sonoridades…

 

Se trata de pintar, como Van Gogh,

los grises del mistral y del smog,

 

de prosternarte con idolatría

ante -exclusivamente- la poesía,

 

de hablar con ilación, (que no hay anástrofe

que no termine siendo una catástrofe),

 

y hacer que en las palabras se te noten

las teofanías de tu viejo tótem.​​ 

 

Se trata de que nadie te rebata

tus ganas de vivir. De eso se trata.

 

 

 

YO

Una infinita duración ha​​ precedido a mi nacimiento,​​ 

¿quién fui yo mientras tanto?​​ 

Metafísicamente podría quizá contestarme:​​ 

“yo siempre he sido yo: es decir, cuantos dijeron yo

durante ese tiempo, no eran otros que yo”.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

 ​​​​ Schopenhauer

 

 

 

Yo tuve sexo con brujas

al pie del templo de Brahma.

Yo deifiqué un holograma

de prehistóricas burbujas,

imploré que las agujas

me tatuaran un mosaico

precolombino, un incaico

relieve, un dolor, un treno…

Yo pude ser nazareno

pero​​ abdiqué. Yo soy laico.​​ 

 

 

Yo adiestré arpías novicias

en un vuelo torpe y hosco.

Yo pinté, -sin ser El Bosco-,

El jardín de las delicias.

(Nunca las telas ficticias

lograrán que me acompleje)

Yo pude negar el eje,​​ 

la Tierra, la rotación,

pactar con la​​ inquisición,​​ 

pero ardí. Yo soy hereje.

 

 

Yo descubrí un pasadizo

hacia la mercadotecnia,

y vendí genes de la etnia

bellísima de Narciso.

Yo, que soy incircunciso,

que no soy un hombre bello,

sentí una soga en mi cuello,

un balancear, un redoble…

Pude​​ morir como un noble,

pero no. Yo soy plebeyo.

 

 

Yo también estuve en Bremen

acariciando un fagot,

tuve un traje de Pierrot

con tenues manchas de semen.

(Quizá por eso me temen:

por mi aspecto de reciario

feroz, por mi legendario

olor a musgo y mauseolo…)

Aun así, no vivo solo,

no podría: soy gregario.

 

 

 

Decodifiqué las runas

reveladas por Anubis.

Voraz, mordí algunos pubis

en mis íntimas hambrunas.

Yo fui un beduino sin dunas,

sin agua en el intelecto;

fui un ciudadano correcto,

un medroso bajo fianza…

Pude ser Gregorio Samsa,

más, me convertí en insecto.

 

 

Yo anduve de tasca en tasca,

bebí cervezas antiguas

y tracé líneas ambiguas

sobre el desierto de Nazca.

Yo cubrí con hojarasca

la palidez de mis caries,

cometí ciertas barbaries

y fui chamán, -aunque indigno-.

Pude escoger otro signo,

más, no quise. Yo soy Aries.

 

 

Fui un heraldo sin mensajes,

un arconte, un testaferro.

Sollocé por Martín Fierro

y por otros personajes.

Descifré algunos pasajes

crípticos del Popol Vuh.

Yo pude ser un vudú

o un rapsoda por​​ encargo,

sin embargo…, sin embargo

soy Alexander Besú.

 

 

 

 

 

Esta muestra es una colaboración bajo la curaduría de Karel Leyva Ferrer

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

​​ Miguel Hernández

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