Poesía cubana: Rubiel G. Labarta

Poemas de Rubiel G. Labarta (Holguín, Cuba, 1988). Poeta y narrador. Ha recibido, entre otros, los premios Pinos Nuevos 2016, Manuel Navarro Luna 2016, Mangle Rojo 2017, Casa Seoane 2017, Paco Mir Mulet 2018, América Bobia 2018, Hermanos Loynaz 2018, Ciudad de Holguín 2019.

 

Rubiel G. Labarta (Holguín,​​ Cuba,​​ 1988).​​ Poeta y narrador. Ha recibido, entre otros,​​ los premios​​ Pinos Nuevos 2016, Manuel Navarro Luna 2016,​​ Mangle Rojo 2017, Casa Seoane 2017,​​ Paco Mir Mulet 2018, América Bobia 2018,​​ Hermanos Loynaz 2018, Ciudad de Holguín 2019, Beca Prometeo de la Gaceta de Cuba 2019, Calendario 2020,​​ Beca Dador 2020, Adelaida del Mármol 2020, Milanés 2020, GESTO/Cálamo 2020, Manuela López 2020, Poesía de Primavera 2021, Fundación de Santa Clara 2021,​​ Rafael de Cózar​​ 2022 y Antonio Salvado 2022.​​ Tiene publicados los libros​​ Los Dioses Secretos​​ (La Luz, 2013),​​ Los hijos de Caín​​ (Letras Cubanas, 2016),​​ Los Túneles​​ (Orto, 2019),​​ Las regiones devastadas​​ (Áncoras, 2019),​​ Castillos en el aire​​ (El Fortín, 2019),​​ Figuras de madera​​ (Vigía, 2019),​​ País de humo​​ (Loynaz, 2019),​​ Las contemplaciones​​ (La Luz, 2019),​​ Un bosque llamado país​​ (EncaminArte, 2020),​​ Inventarios y cartografías​​ (Holguín, 2020),​​ Madera​​ (Abril, 2020),​​ Plan para dos​​ (Cuadernos Cálamo, 2021),​​ De regreso a la estación vacía​​ (Eolas​​ Ediciones, 2021),​​ Apnea​​ (Ediciones Ávila, 2022),​​ Instrucciones para construir una máquina del tiempo​​ (Editorial Capiro, 2022),​​ Algún día vendrá la primavera​​ (Editorial renacimiento, 2022),​​ Canción de posguerra​​ (Editora Labirinto, 2023).

 

 

 

Boletos de ida y vuelta

Mientras duermo a tu lado, en la alta noche, me despierta el sonido de los trenes que pasan, ¿quién lo sabe? hacia otro tiempo. Oh, trenes que se van y que no vuelven, ¿quién pudiera subir a los vagones y simultáneamente, decir adiós desde el andén? A veces imagino que escapamos al sur a bordo de estos trenes que pasan en la noche y nos despiertan. A veces imagino que subimos en alguna estación de la memoria,​​ como dos fugitivos que saben caminar sobre las vías,​​ sin miedo al desbalance, a caer hacia un lado o hacia otro,​​ sin llegar a caer completamente. A veces imagino que somos los únicos pasajeros de ese tren que pasa y nos despierta como un recordatorio de lo efímero. Otras noches, en cambio, abro​​ los ojos y te abrazo despacio, mientras pienso que nuestra fortaleza radica en escuchar sin sobresalto y sin nostalgia el ruido de los trenes que se alejan.

 

 

Un hombre que se parecía a mi padre

Esta tarde me he cruzado en la calle, por casualidad, con un hombre que se parecía a mi padre. De vez en vez, uno está destinado a reencontrarse con los muertos.​​ Todavía un momento de felicidad​​ nos fue predestinado.​​ Tal vez en esos​​ encuentros imprevisibles​​ está​​ lo que buscábamos.​​ Uno va de sí mismo hacia sí mismo​​ en su pequeña condición humana, sin poder entender, sin preguntarse por el significado de las coincidencias. El hombre y yo por un segundo nos miramos, queriendo reconocernos, luego cada quien siguió su camino como si nada hubiera sucedido.

 

 

Álbumes​​ 

Hacer fotografías para un tiempo​​ 

en el que no estaremos. Dejar registro​​ 

de lugares y rostros entrañables.​​ 

Identificar las imágenes al dorso​​ 

como si eso fuera a tener alguna importancia

trascurridos cien años o cien siglos.​​ 

¿Para quién? ¿Para qué​​ 

la ilusión engañosa de lo eterno?

Hacer fotografías para un tiempo

en el que ya nadie recuerde​​ 

cómo éramos de jóvenes,

para llenar álbumes y portarretratos​​ 

como quien llena páginas vacías.

Convertir en imagen la memoria.

Aniversarios, bodas, conmemoraciones…

Tantas son las variantes del olvido.

Hacer fotografías por si alguien

por azar las encuentra​​ 

y, en ese instante que demora el ojo​​ 

en repasar la amarillenta superficie de la cartulina,

el borroso contorno, las facciones,

siente un dolor idéntico

o una alegría semejante

a esta que ahora nos llega del futuro.

 

 

Los silencios profundos

Cuando los​​ estertores​​ de​​ diciembre​​ hacían temblar el año y la familia,​​ acabada la fiesta y los abrazos,​​ yo miraba la luz​​ de los faroles que se iban apagando​​ lentamente. Lo recuerdo.​​ Búcaros sin flores, platos rotos y botellas vacías,​​ fotografías descoloridas​​ y la radio sonando​​ con​​ una​​ voz​​ enferma.​​ Al igual que nosotros,​​ los objetos​​ se vuelven susceptibles a los años.​​ Luego vendrá la​​ lluvia​​ de repente​​ devolviendo a la casa​​ su​​ fragancia​​ de​​ jardín​​ antiguo.​​ Entramos en enero igual que se entra en​​ un recuerdo.​​ Nunca detenemos​​ la sucesión precisa de las​​ noches​​ y​​ quedan​​ en​​ la casa​​ los fantasmas que jamás​​ conocimos, sin embargo, comparten este espacio con nosotros. Leyendas​​ que ahora son el espejo de lo felices que hemos sido. Uno​​ busca después​​ otros eneros​​ como​​ aquel en el que nada nos​​ había herido todavía.​​ Al final​​ se hará tarde y poco a poco​​ se apagarán las luces​​ y la casa recobrará su forma acostumbrada. Después,​​ esa​​ manía​​ del olvido​​ impondrá​​ sus fronteras​​ y sus términos,​​ porque el​​ tiempo​​ no sabe detenerse​​ y su​​ forma es aquello que envejece.​​ 

 

 

 

La humana arquitectura

Quién pudiera, sor Juana, entrever por un instante la humana​​ arquitectura, esa que usted menciona en un poema y que es acaso​​ la mayor obsesión del hombre en cualquier época. Luego cabría​​ preguntarse de qué extraña materia estamos hechos, siguiendo qué​​ diseño, dónde fue puesta la primera piedra, esa piedra angular de la​​ existencia. Quién pudiera, sor Juana, observarse a sí mismo como​​ quien mira el plano de una casa y se sorprende. Cómo saber el​​ número de habitaciones o la amplitud de los pasillos. Cómo llegar​​ a tiempo a todas las respuestas. Yo, mientras tanto, coloco las​​ palabras como rojos ladrillos dentro del poema, palabras que irán​​ tomando altura y forma, palabras dentro de las que un día se podrá​​ estar a buen resguardo.

 

 

 

Es casi primavera

En el breve jardín que quisimos

tener frente a la casa

han florecido a un tiempo las violetas.

Nadie las plantó allí.

Por propia voluntad se hicieron sitio

entre las rosas y las buganvilias.

Su belleza es tan simple y tan rotunda.

Esta mañana las he visto

mientras bebía el primer café

un segundo antes del amanecer

y me he puesto a pensar en la sutil

lección de humildad que nos ofrecen.

 

 

 

En condición de pasajero

Viajar en condición de pasajero, sin fecha de llegada, sin un destino prefijado y justo. Viajar por las provincias del hombre, por caminos que la suerte dispuso caprichosa. Viajar como quien desconoce dónde y cuándo es el final del viaje, por qué el infame hábito de despedirse. La tarde cae al fin en los andenes. Alguien espera un tren que se retrasa. Después, decir adiós, como quien dice, nos veremos pronto. Nefasta condición de pasajero. Veo las luces de un pueblo en la distancia. Dónde estaremos, me pregunto a veces. Hemos ido perdiendo de vista los recuerdos. Este ha sido, sin dudas, un largo viaje y nada sino el amor lo justifica.​​ 

 

 

Desandar lo andado

Como esos trenes que al final del viaje retornan hacia el punto de partida, así quisiera yo volver a veces a un momento, a un lugar de la memoria. ¿Quién desde los andenes levantará una mano para despedirme? ¿Qué extraña convicción me lleva a suponer que en otra fecha se estará mejor? Los trenes​​ atraviesan​​ limpiamente el tiempo.​​ El tiempo del reloj​​ en su constancia y el inconstante tiempo de los hombres. Sin embargo, nuestra​​ ambición reposa en estaciones de paso que dejamos atrás o en esas otras a las que no hemos llegado todavía. Como trenes que al final del viaje retornan hacia el punto de partida, así quisiera yo volver a veces a un momento, a un lugar de la memoria.

 

 

 

Esta muestra es una colaboración bajo la curaduría de Karel Leyva Ferrer

 

También puedes leer