Emesis Mortis
A Víctor (†)
Se dice, por ejemplo, que lo más misterioso no es la noche profunda sino el mediodía, el momento en que todas las cosas están instaladas en su evidencia, en el que se desnuda el hecho mismo de la existencia de las cosas. El hecho de que estén allí es más misterioso que la noche, que despierta pensamientos del secreto. Un secreto se descubre, pero un misterio se revela y es imposible descubrirlo.
—Vladimir Jankélévitch
La muerte es un saco de carne
que cae en mis manos
y clasifiqué como «abuelo»
La muerte es un saco
¿de carne?
La muerte es tragedia.
Revelación desbordada
que deja la carne suelta entre mí, sin más, suelta, entre mí
La muerte es el rostro cayendo en mis manos
Carne de rostro en mis manos:
mis manos de carne.
Fumo.
Yo nunca fumo.
Pero fumo, como nunca.
La luna naranja a la mitad.
Un beso que se olvida en una fiesta que se olvida
Por una vida que se olvida.
Negro otra vez.
Un amigo vomita y se alegra.
Una amiga se cae y lastima la rodilla.
Un amigo reparte y avienta espuma a todas partes.
Una amiga baila salsa y se graba para redes.
Un amigo que no era mi amigo, ni sé si lo es, ahora me dice amigo.
Yo beso, abrazo, fumo y veo la luna que es ajena a este circo.
Ahí abajo, en pleno viaducto, un hombre se sienta.
«Ese soy yo», digo.
«¿Quién?», dicen.
Y caigo, veo que estoy solo, en pleno viaducto, nada alrededor.
Negro otra vez.
La mancha del vómito en el blanco de mi playera.
Y desde arriba me veo en pleno viaducto después del beso, el abrazo, el rencor, el recuerdo, el llanto atado a la garganta y las pláticas que me dan tanto igual tanto como si nada tanto de lo que me es irrelevante, que me da igual verme desde arriba o desde abajo o en pleno viaducto o en el baile o en el fumar de la terraza o en la luna o en el beso o en el abrazo o en el auto o en el observar el vómito ajeno o en el intento de extender una vida hasta la madrugada porque la muerte me sigue con sus manchas de vómito en la mano que no se borran no se borran no se borran y no lo harán y yo estoy en medio en pleno viaducto viéndome desde arriba solo porque la luna se ve a la mitad y anaranjada y mi playera blanca aún tiene manchas negras del quince de mayo en que un cuerpo cayó en mis manos y yo lo retuve y yo lo retuve y yo revisé y vi y retuve y vi y cayó y murió.
Me gustaban los sueños sencillos
como convivir con mi tortuga
que nada hacia mí
y al ver una croqueta asoma su cara
y la agarra
y nada hacia atrás
y luego hacia mí
y más croquetas.
Me gustaban sencillos
como comer una berlinesa
como tomar un moka de a litro
como disfrutar una quesadilla cuádruple.
Cerrar los ojos
caer en el vacío del sueño
despertar de un brinco
y darme cuenta
del sueño que tenía
delicioso
como lamer un mango de un metro de ancho
saborear una sandía tan jugosa como el pacífico
morder una manzana con sus trozos revoloteando en mi boca
escurrir junto con el jugo de la mandarina flamante en mis labios.
Ahora sueño rostros deslizados en paredes
sangrantes
cortes negros como pupilas dilatadas hasta los oídos
cuellos con venas oscuras que revientan la piel
escurren a chorros petróleo
y susurran dolores
por encima de mis huellas
cristalizadas sobre el asfalto
trazado a lo largo
de mi vida.
Cierro los ojos y me vienen taquicardias
con tu rostro y el de otros
que más que rostros
son pupilas
hoyos negros:
me absorben me saben me prueban
y hurgan en la plasta de muerte
que, conmigo, en sombra, está siempre
y en luz no queda atrás.
Me gustaba soñar cosas sencillas
y a fuerza de costumbre
me han empezado a gustar
los sueños de mi muerte.
mis gotas caen
no descubren caminos
solo estanques
y en ellas florece el moho
me he acostumbrado al verde
producto de mis ojos ajados
que de mis poros a mis uñas
extiende sus raíces flotantes
y me lleva a la deriva
de un mar imbécil
que oso llamar mi cotidiano
Es inútil buscar ser el mismo cuando alguien muere en tus manos.
Una sorpresa infantil rodea los bordes del mundo concreto
Y te vuelves un niño
Un niño
con anhelo a olvidar los tasajos ya podridos dentro de sí
con los pies enterrados en la arena, firme ante la marea cada vez más alta
con los ojos enrojecidos de tanta claridad por el sol siempre enfrente suyo
con las manos agarrándose a sí mismas como bastón
con deseos de hablar en un lenguaje propio lo vivido
con el juego jugado ya desechado inventándose otro juego
Un niño aburrido
Un niño abatido
con cantos en su mente que se esfuman en el momento en que surgen
Un niño
espasmódico en su caminata
al que descubren hablando solo en todas partes
al que cada vez le da más igual, más de lo mismo, que le vean como niño
Un niño
sorprendido por la piedra que tentó y que no es
pero está en él
en todos
suspendida
sin más razón
que ella misma.
***
Bruno Iñaki Rosales Villarreal (Ciudad de México, 1998). Es Licenciado en Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Recibió el premio Enrique Ruelas a la mejor tesis del 2021. Profesor en la Escuela Nacional de Danza Folklórica del INBAL. Tiene una diplomatura en Escritura dramática para jóvenes audiencias por parte de Teatro UNAM y la Titería A.C. Publicado en Poetas a la intemperie I, ed. Lectio. Seleccionado en el área de dramaturgia para cursar el XI Curso de Creación Literaria Xalapa 2019 de la Fundación para las Letras Mexicanas. Finalista del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo Trejo 2021 con la obra Al fondo a la derecha. Publicó, en 2022, en la revista No. 8 de RIO, parte del Laboratorio Transdisciplinario de Investigación y Reinvención (LATIR) el texto Exposición solar y en la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, en 2023, una selección de poemas titulada Vómito negro. Ha sido asistente de dirección y dramaturgista en diversas puestas en escena entre el 2017 hasta el 2023. Fundador de la Cooperativa Intercolectividades S.C. de R.L. de C.V., y presidente fundador de Editorial Iridiscencias.