Tenemos a Javier Alvarado cuyo libro Un trueno sobre el Barú constituye a mi juicio, una obra colosal, con un intento de escribirlo todo, cosa que nos muestra desde la primera página con la dedicatoria; con una realidad histórica; con un lenguaje más cerca de Neruda que de Lezama Lima, por ejemplo. He sentido que tiene una base un concreta y un significado concreto con los que uno se va encontrando a todo lo largo del libro. De partida, su comienzo notable y al final una poderosa interrogante. Aquí: Celebro la tierra/Y celebro la marcha/Estoy aquí. ¿Y? ahora. Casi todo el libro debería terminar así: ¿Y ahora? ¿Y ahora? ¿ Y ahora?
Y es como si un libro notable que no tiene tampoco el temor de caer en arcaísmos como el declamar las formas castizas de la lengua que tanto usó Neruda y tantos otros poetas en lengua castellana, latinoamericanos. Es imposible zafarse de esa forma, ¿cierto?; tan enraizada en nuestra lengua y en nuestra habla:
Más abstracta y concreta que la muerte, el polen cubre
La estación de los trenes, gorriones de agua
Que escupen el fuego noble y el viento
Ante la boca de la mujer que me toca las manos
Y se reconoce loca ante el movimiento de la tierra
Y el color en los granos, en aurigas reinantes.
Celebro la tierra
Y celebro la marcha.
Estoy aquí. ¿Y? ahora.
Y ahora. Y ahora es ahora. Gracias, Javier, realmente un libro memorable.
Raúl Zurita
***
La imagen
De pronto, todo parece venir de arriba, de la mente,
la belleza de la carrera ha desaparecido
y mi vida es apenas una alegoría.
Gerald Stern
Sólo que esta vez queríamos hacer un viaje,
Divisar una imagen que pudiese traducir
La realidad o la poesía,
Mas adentro de nuestra marginalidad de simples hombres, de laboriosas mujeres,
de honrados poetas,
De angustiosos trabajadores de la metáfora y lo coloquial entre ruinas,
Lo inquietante de la claridad ( y la mordedura) en la muchedumbre de las fresas;
Ese símbolo de la desmemoria antes de tiempo, cual movimiento de aves captoras y reptiles,
Laurel de la victoria y premonición del camino
Al recorrer esos estados y esas heladas montañas donde recordábamos
los corozos en miel,
el serén de maíz nuevo,
los lebreles de juventud
Cuando la lluvia se posesionaba de nuestros ojos–
Y la línea horizontal de nuestras vidas,
Y nos anuncien: “este es el primer y último paisaje que podéis ver,
antes de esplenderse la planicie de palabras,
de recolectar guijarros,
de volverse viejos -niños,
y de escribir relatos
para las ocupaciones de sitio”
Y mi lapsus linguae sea apenas un palimpsesto, una alegoría para transgredir la liebre del presente
Y el cuervo del pasado
(La acumulación de los papeles en el tránsito de errancia por la cueva)
Y éste sea un ejercicio del indígena y del hermano de la diáspora,
Mientras vamos rumbo a Chiriquí
Para descubrir un pueblo como nosotros bajo las cenizas,
Una cascada infinita que hace supurar constelaciones a nuestros pies a punto de entremezclarse con los elementos de la tierra.
Estamos en esta oportunidad de tomarnos de las manos y recurrir a las hierbas de la evocación,
En ese vaticinio de despertar en medio de los hontanares
Y respirar una y otra vez el vértigo que nos hereda el aire como en un jardín supremo
En que hay fuentes, ninfas guillotinando capitanes,
Duendes escanciando el dolor de las uvas
Mientras los donceles separan el fuego de los frutos
La piedad como una pincelada
Y ese vaticinio de ubicarse en esta provincia como en alguna calle del mundo, Retrocediendo, divagando y pulsando la trayectoria de lo real y lo imposible
Ante el estrépito y el diálogo,
Cuando invocaste el amor e hiciste el amor (dentro) de aquella cabaña de madera,
Y pensar que esta es nuestra alquimia y nuestra alabanza
Al llevar a los labios el cierzo de los campos
Y dejarnos cantar entonces
Por la sangre parda de los árboles
Y que los pájaros descifren
Ese otoño o ese verano personal que inquieta a las libélulas
(La libélula
La luna
El Valle )
Todo lo que pueda cantarnos a nosotros sin emitir una tachadura,
Un sortilegio cuando lleguemos a la cima del Barú
Y nos sorprenda la ráfaga de un trueno despedido de arriba, de la mente.
La imagen y nosotros.
La ráfaga del trueno.
El trueno y el Barú.
Nosotros y la imagen.
La caída de imperio del amor
Cuando un mundo acaba, no es sólo el vacío que
Llena los corazones con su peso de duda;
También las palabras se deshacen en el espíritu
Que interroga el pasado.
Nuno Júdice
Que se puede escribir cuando se desploma el imperio del amor.
Todo en decadencia refulge
Bajo la mano
Como un aliento,
Como un solar caliente
O el aeda que se dispone a registrar en hexámetros la caída
O el sitio de una ciudad que demoramos en erigir
Y ya no queda nada del amor sobre el amor,
Sobre estos muros, sobre estos cimientos,
Las pilastras y la casa una bitácora de derrumbes y eclipses,
Como la noche que nos deja sin campamentos
Y sin atavíos en la parafernalia de la destrucción. Me quedo desnudo
Sobre tu cuerpo, sin el yelmo y sin el casco. Me niego entonces a construir sobre otras edificaciones,
(La irremediable aureola
Del lobo que rodea el sendero de los pinos),
La fuente donde bebió el adolescente y el camello,
El morbo de montar en su giba
A la muchacha bosquejada en el mosaico
Y el rostro de aquel que no concebimos en su plena robustez
Cuando todo estaba en espera y la demarcación del corno bélico
Traspasaba
Los límites,
El vértigo de la tierra sobre los idiomas que vocalizan
Al acto pleno del amar,
Cuando nos toman los guerreros y los bárbaros como en toda epopeya
Y como en todo poema, en que los amantes derriban los templos,
Desmoronan las piedras e invaden las metrópolis,
Inspiran a suicidas y tragos exagerados de licor
Al contemplar un sacrificio azteca o maya por infidelidad,
Va el corazón traspasado por una serpiente en su rencor plumario
Y es condenado a quemarse sobre un vaso en la alquimia de los ritos.
Las cosechas siguen secas y si acaso reverdecen es por la lluvia
Que se instauraron por el fenómeno del niño.
Todo es vendaval, historia;
Mientras escucho décimas en punto de llanto en el estertor de la montaña
Y las palabras deshacen el espíritu
Y todo se trasmuta en palimpsesto,
En volúmenes traducidos por monjes,
En las caricias extintas para los pocos hablantes del futuro
Y todo se transforma en lengua muerta, en lengua viva, en dedos que recopilan mensajes como la humanidad de ahora.
Es por eso que me devuelvo cuando mi músculo cardíaco sigue bombeando
Como una maquinaria de materias voltaicas
Y si acaso fuese el último habitante,
Renuncio a desnucarme
Desde una torre
Sobre tu amor que ya no destruye, que ya no invade,
Que ya no me vive, que ya no me muere, que me levanta una y otra vez en la derrota,
En la caída
Por más que necesaria.
No sería poeta
yo, otra vez joven y siempre libre,
arriesgando la vida, sonriente y fuerte,
volveré a caminar por el tejado
o de lo contrario, no soy un poeta.
Yevgeny Yevtushenko
Estoy a bordo de un carruaje de nieve, escuchando este estribillo:
“La aurora del mañana será vista por el pueblo
Cuando un poeta camine en el tejado”
Y oí peticiones de viejos y viejas, risas conciliadoras de niños,
Palabras de estímulo por jóvenes de mi (no) generación,
Lágrimas de doncellas que cayeron en mi cuello como las hojas del sauce;
Mientras traté de dimitir de mi espíritu
Cuando me acercaron una vela en esta época oscura;
Cuando traté de marchar hacia el sol aunque portara una flauta entre los escombros
Y siguiera escarbando hasta hallar la estrella perdida en el granero
Hasta que la suma de todos los días fuera una transfiguración
De tu cabello
Que ha perdido el color para tener el color de la pureza
Y mis tropos volvieran a encenderse
Como la rima que penetrase en el corazón de las manzanas,
En la memoria de un lirida inocente, en un abono verbal
Penetrando en las raíces, en los brotes primerizos y finales
En una casa abastecida por la lluvia y la galaxia secreta
Y las niñas robasen pedernales al río
Para cantar al maíz y a la ronda de los granos,
Ese olor rural del polvo y de la hierba creciendo,
Del agua festejando su locución con la greda del milagro;
El follaje de la cebolla seria mi manto para las conversiones del siglo y del siguiente siglo, para el siguiente siglo,
Cuando no hubiera rastros ni relojes
Y algunas manecillas siguieran imperecederas
Como pececillos dentro de la concha,
Burbujeando hasta escarchar el beso que puede invocar un frutero,
Una copia del rocío por mi boca,
Rosas desperdigando sus pétalos en la euforia del muelle;
Y por las calles donde sigue cantando mi pueblo,
Y mis extremidades inferiores ensamblan la marcha de los descalzos,
Las experiencias durmientes
Cuando despierta todo lo que perdimos,
Todo lo que amamos
Desde la luz para la luz, desde la sombra que benedictamente se hace sombra,
El molino que empieza a girar sus aspas reconociendo la vendimia de primavera
Y ya la nieve empiece a retirarse hacia la sal de los mares
Para esperar ese llamado que convoca a los seres y a la tierra
Y te observe en cada metamorfosis, siempre fuerte
Esgrimiendo
Cada uno en sus batallas
Y yo haciendo de mis pies los más valientes poemas
Para pisar el tejado, porque de lo contrario, no sería poeta.
***
Javier Alvarado (Panamá, 1982) ha merecido premios nacionales e internacionales como el Ricardo Miró, Rogelio Sinán, Rubén Darío de Nicaragua, Nicolás Guillén, Hispanoamericano de San Salvador, Mención Casa de las Américas de Cuba, Mención Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, Premio Internacional de Poesía Medardo Ángel Silva con un jurado compuesto por Antonio Gamoneda, Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos. En el 2021 obtuvo el Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana, el Premio Municipal de Poesía León A. Soto en el bicentenario, el Segundo Premio del Tren Antonio Machado de los Ferrocarriles Españoles. En 2022 se hace acreedor del Premio de amor de Varadero con su poema El vino y en calidad ex aequo junto al poeta cubano Leymen Pérez del Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz con su libro Un trueno sobre el Barú. En 2023, la Academia de Buenas Letras de Madrid le concede por su trayectoria y obra el premio Dámaso Alonso. Ha publicado una veintena de poemarios y tres antologías. En palabras de Raúl Zurita: “la grandeza artística, la maestría y la pasión de sus poemas hacen de Javier Alvarado uno de los grandes poetas del siglo XXI”.