Tres poemas de Nikola Madzirov

Leemos tres poemas recientes de Nikola Madzirov (Macedonia, 1973) en versión de los poetas españoles Martín López-Vega y Josep M. Rodríguez. Madzirov es una referencia de la poesía europea contemporánea. Con Piedra trasladada (2007) mereció el Premio Hubert Burda para poesía de Europa del Este y el Premio Hermanos Miladinov, de Macedonia. También es traductor, ensayista y editor. Dirigió la red poética Lyrikline.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El ojo

            

A Vasko Popa


Abre sólo un ojo:
el horizonte está en el ojo cerrado.


Abre la caracola:
nada de soledad escapará.


Los guijarros del lecho del río apuran el tiempo,
el pez muerto nada hacia el sol.


Abre sólo un ojo.

El mundo es un árbol joven en una zona de obras,
las ventanas son ríos de nuestra incertidumbre.


Abre el cielo.


En mis manos guardo una casa:
un oratorio en un jardín de hospital.

 

 

 

Traducción de​​ Martín López-Vega

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La perfección nace

 

Quiero que alguien me hable

de los mensajes en el agua de nuestros cuerpos,

del aire de ayer

en las cabinas telefónicas,

de los vuelos pospuestos a causa de la poca​​ 

visibilidad, pese a​​ 

todos los ángeles invisibles.

Del ventilador que anhela los vientos tropicales,

del incienso que huele mejor

al consumirse –Quiero que alguien me hable de estas cosas.

 

Creo que cuando la perfección nace

todas las formas y verdades

se resquebrajan como la cáscara de un huevo.

 

El solo suspiro de delicadas separaciones​​ 

puede rasgar una telaraña​​ 

y la perfección de las tierras imaginadas

puede posponer la secreta

migración de las​​ almas

 

Y qué puedo hacer con mi cuerpo imperfecto:

Voy y vuelvo, voy y vuelvo,

como una sandalia de plástico​​ 

arrastrada por las olas de la orilla.​​ 

 

 

Traducción de​​ Josep M. Rodriguez

 

 

 

 

 

 

 

 

La cruz de la historia

 

 

Me he disuelto en los cristales de​​ minerales​​ sin descubrir, ​​ 

vivo en medio de las ciudades, invisible

como el aire entre las rebanadas de pan.

Formo parte del óxido​​ 

en las puntas de las anclas.

En el tornado, yo soy un niño

empezando a creer en dioses vivientes.

Soy el equivalente de las aves migratorias

que siempre están de vuelta, nunca parten.

Quiero existir en medio de los verbos continuos,

en las raíces que duermen

entre los cimientos de las primeras casas.

En la muerte quiero ser

un soldado de inocencia desconocida

crucificado por la historia

en una cruz de cristal a través de la cual,

a lo lejos, pueden verse las flores.

 

 

Traducción de​​ Josep M. Rodriguez

 

 

 

 

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