“Entonces escombros”. Poemas de Lucas Peralta
Dos modos habría de leer la poesía de Lucas Peralta, o dos ángulos de abordaje, necesarios los dos, complementarios también. Uno, dejarse llevar, desde la primera frase, por la energía sobre la que esta escritura cabalga, esa acuciante necesidad de ir dejando que se sucedan, como respondiendo a su propia voluntad de avance, a su propia intensidad rítmica, frases y palabras, como se deja uno llevar por la música, y que los sentidos y los sonidos, al ir pasando uno tras otro, sean un motivo por sí mismos de disfrute. Porque nada, ni en “lo que se dice” ni en lo sonoro o lo sintáctico, deja de “estar para algo”, algo siempre esas concreciones mueven o remueven en quien se arroja a la aventura, para la cual la acción de “leer” implica bastante más de lo que suele implicar, por el complejo tipo de compromiso que exige y de disfrute que ofrece, mientras una indefinible y potente sensación, una inquietud, hecha entre otras cosas de entrevisiones y del peso de las connotaciones de nombres y conceptos, va animando ese fluir, casi físicamente. El otro modo, ir paso a paso deteniéndose ante el desafío de cada imagen, cada frase, cada imprevisible encuentro de sustantivo y adjetivo, el porqué se usó tal o cual palabra en vez de otra: “Ni siquiera quedará el encapotado lenocinio de/ bravura y brea frecuente”; “barrizal terco”; “Afuera se constituye la tentativa de/ secuencias que hombres deshablados tienen como opción”. Nada hay que se entregue dócilmente a la comprensión, casi nada hay que no toque alguna cuestión que merece ser develada. A partir de ahí, conjeturar, vislumbar qué de lo que llamamos “realidad” o “vida” se juega, asimilar ese impacto cuando algún sentido o algo que apunta a acercarse a una verdad se desata. No va a alcanzar para eso una lectura, o dos, o unas cuantas: releer pasa a ser una y otra vez ocasión de nuevos hallazgos, nudos que se desatan, breves y resonantes chispazos del intelecto y la intuición.
La vieja cuestión de la poesía cuyo tema es la poesía, o la escritura de poesía, tan debatida, a veces con justificados motivos. No sólo Peralta hace eso precisamente, escribir sobre la escritura de poesía, sino, hasta ahora al menos, por ahí pasa toda su producción poética. Pero, del modo en que encara la cuestión, la excede, va mucho más allá. Interrogar a la poesía y, más que a la poesía, al lenguaje, a los usos del lenguaje y a las relaciones entre el lenguaje y el mundo, que es un mundo hecho de seres humanos arrojados a la aventura de vivir, es ante todo una interrogación, a veces encarnizada, siempre tan apasionada como provisoria, a los modos de ver la realidad que nos toca y de situarnos ante ella. El ser radicalmente político que es Peralta (nada lo anima tanto como las conflictivas cuestiones de la polis, lo que en ellas hay de irresuelto y demandante) no usa la poesía para decir lo que podría decir en artículos o declaraciones: ese es, por así decirlo, el combustible que hace avanzar su escritura y, tratada así, lo político es también una posición desde la que se aborda todo, o se lo cuestiona. Lo que importa es que la palabra se abra paso, concreta, material, cargada. Mantener en vilo la palabra y que no se diluya en el mundo de las significaciones consabidas: habla callejera y léxico de la filosofía, la teoría literaria o la sociología, citas de Vallejo o de quien sea, neologismos, “incorrecciones”, resabios de lecturas, cultismos. Una estética de la escritura (“vallejiana”, si se quiere) que es también una ética. Importa lo que la palabra pueda dar, o, mejor aun, abrir, o desatar, en su singularísima manera de ir concretándose como discurso: “Asolar lo dicho tanto antes. Antes mesurado/ como espina o púa, o como monte o espesura/ en inquieto desarreglo de sonidos. Ahora es la/ hora de preguntar. Es el tiempo de ver si después/ de tanta bulla se erige la fecundia caída.” Se va poniendo en palabra lo que urge, lo que reclama ser dicho, sí, pero como solamente la poesía puede hacerlo.
Daniel Freidemberg
VIII
Eso que alumbra ahí es la palabra y su silencio,
la piel terrosa que, en el aprisco, desempeña su
toda potestad de lugar erial, su predominio en
tentativas asociaciones propias de toda lengua
desplazada y ya no impuesta. Figuras, entre el
charco y el matorral, provistas de enunciado y
sentido, márgenes apelativos como aquello que,
de consideraciones motivadas, tiene su red de
valor ahí donde se atreven extraños sonidos a
imaginar el elemento primero como huella de las
palabras, sus miembros, sus formas, sus piedras
de origen y materia.
Imagen heridora, pliegue de agua profunda que
promulga las cenizas como ícono de lo ustorio
del espejo, aquella que, por experiencia, propaga
las edades de las lenguas naturales.
Territorio considerado y estructuración temaria.
Fragmentos tras los cuales, como aquello que de
rápido viene de la oscuridad, optamos por
revelar y querer introducir en estos dos discursos
paralelos, en lo que de común tiene lo epifánico,
en el mérito inmanente de mirar y ver el lenguaje,
la acción de los hechos, y el sonido, y los rostros
que llegan a la palabra como sudarios, como
amarres, como términos de valor por los cuatro
rincones de la tierra.
Solo los rincones contienen al mundo, claman en
silencio ojos, palabras, sonidos inatendidos que
vienen a enunciar lo cerrado y vencido del amparo
de la tierra de nadie, su aridez habitable desituada;
Reciedumbre donde la mirada encuentra su paradójico
lugar natal sin significado, salmos unidores al ras,
hipótesis de autor definiendo lo poético.
Tal vez maniobras en el mutismo ambiguo de lo real,
en lo tácito de quien reclama una nueva luz,
en lo explícito de los círculos plurales del barro,
en lo que de verbo le queda al polvo, a los escombros
que casi se oyen.
(Praxis, Barnacle, 2020)
VI
¿Y si después de tantas palabras el hecho haya sido en vano?
Rotundo el muro, tanto que faltan símbolos que lo demuestren.
Albergamos solo sombras de señales que semejan aquel alarido
nunca olvidable, o lo que algunos llaman plegarias.
Tersura masticada, palabras que no encuentran su valor, aquello
que se agrupa en la configuración sintáctica de lo que se ve, lo
que se dice y lo acumulado que se produce en este siempre antiguo
escenario que dice ser lo real.
Ahora que, inconsultos, fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso
ya no podemos ni orar sin desoír el llamado de la pared tapiada, su
alfabeto roto. Elípticamente fantástica, como toda oración, aquella
hoja de diario que surca el espacio, serpenteando entre elementos
también de la creación, nos trae una exacta y callada definición.
El silencio oscila como un muestrario a la intemperie donde ya nada
tiene que ver con la verdad.
¿Y si después de tantas palabras, entre con mezcla de saliva y arena,
quedamos letreando los restos del sudario ajado ya por la repetición?
Amparamos solo aquella interrogación siempre presente y heredada,
pero sin consecuencias. Solo palabras. Un episodio sucio por el ruido,
y la gota agria que el bebedor destierra y que justifican, una y otra vez,
estos tumultos atolondrados.
Ahora que, irredimibles, fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso
las hojas de nuestro grimorio casero se vuelven un pliegue que arde
y gotea en un altar ya vacío. Rezo sin tierra. Roto. Precario como un
manto precario; y destemplado, como toda plegaria perdida por los
aires del mundo. Sin tregua.
(Inédito, 2021)
I
Ni siquiera quedará el encapotado lenocinio de
bravura y brea frecuente. Las versiones de la soledad –
y zanja- ladean por el indebido tumulto de voces no
cerebrales de intuición e instinto que glosa este linaje
más allá de ciertos poemas que crecen en el anverso, y
que rajan la cara.
Por dónde empezar en estos días de resultado abolido.
Origen. Pacto forzoso atinado. ¿Habrá acaso que
flaquear en la desrauda e insondable quietud de las
primeras palabras?
Por favor, alguien que plasme estos derrames.
II
Escribir como con ruido. A gritos. A pedradas de
fusta apariencia en el departir tácito del pregón en el
cogote. Por lo oscuro, son voces las que ensayan al
reparo de la sombra de las palabras y,
al cobijo bebido del río, el atolondrado pedazo textual
considerado.
¿Los dos versos de Comentario XVII? Sencillo el
intervalo en medio de la turba. No obstante, el
intervenir la limosna hará reponer la recaída,
bailotear en óbice yunta, y, en posible yunta,
abrigar aquellos párpados que el baldío mujeril fechó.
III
¿La página sesenta y seis de Trilce? Sí, y toda la
pobreza atardecida bajo vinos y versos interminables
como alhaja digna plausible en los desatinados
decesos de mesas y preguntas. Ánimo y lenguaje
previo para regular el habla como instrumento y
laburo comunicativo.
Encauzar y emitir con descaro la palabra desencajada
en bloques léxicos y visión de totalidad. Así, como
fragmentos aislados latentes, o esquemas e
intuiciones agotadas rigen las bases que, a los
ponchazos, comunican la densidad única e irrepetible
de toda obra que sueña explotar por ahí.
IV
Métrica, estructura sonora, ritmo, imagen o
propósitos desestimados de jerarquías en impío
orden, coso este, o resabio guacho de escuelas.
En este incalculable amasijo de términos macilentos y
depuestos, se decomisa el habla infecunda y voraz, las
infringidas y desharrapadas unidades léxicas,
o los tropiezos incurables y semánticos.
¿Y todo esto? Ecos descocidos o roturas cargantes en
árido papel frente a palabras ya ajadas por el color y el
dolor de la grieta; solo un puñado de significados al
ras que, en preces, se debaten el signo, los límites en
acto y carga; vestigios que por falta de tiempo
–aunque cautos- recapitulan toda esta sarta de palabras
al pedo arrojadas como imagen; sobras, nómina
precisa de sombras.
Nada más. Palabras, nada más, o sombra de palabras
como faca y canto. O versos
raptados y emitidos como bastón siquiera.
V
Alboroto aprensivo y puntilloso en discurso repetido
subyacente, mensaje y objeto que deriva y funda todo
lenguaje aislado como resonancia poética y razón de
ser en ambos planos de abolida petición. Los golpes
reclaman imposibilidad, creación y comentarios de lo
que casi logramos. Exégeta por los resquicios; las
rendijas de una voz que comienza.
O pedazos de pura prosa que basan el secreto áspero
y descreído de la intemperie
en la sola explosión de un lenguaje ajado y harto ya de
docilidades, obedientes al tanteo, embrolladas. Seres
sin palabra, acá. Afuera se constituye la tentativa de
secuencias que hombres deshablados tienen como opción.
VI
Desmembrados. En páramos sémicos se adquiere el
relieve por la mitad del poema que chilla. Entonces
escombros. Y el color de la intemperie y el hambre
que ocluye la posibilidad de comunicar. Ir por los
bordes, rescatar los pedazos en el equilibrio de
un corpus ya abatido. Solo humanos, insignificantes
fragmentos de lo que nos queda.
Deshechos como sustancia sonora más allá de toda
escucha posible en la recurrencia
de engendrar signos.
(Escombros, Barnacle, 2017)
42
Como raíces salvajes. Sin fruto,
sin semillas. Así
se pudren las palabras.
Y sólo un vago hedor o aliento
sobrevive. Así
perduran las palabras.
Como un salmo sin dios en el vacío.
Guillermo Boido
En el murmullo de las piedras habitan los muchos de
muros y tiempo, la traducción de plurales y los
caminos en instrumento.
Hagamos la representación del destino evidente y
mínimo –como el carácter verbal dador de
campos de significado- en suposición de respiro,
campo y muestra del lenguaje en proceso.
De toda página y agua en rostros, la forma de la
palabra –en intemperie de caídas- arrastra
sombras en la inobservancia móvil del mosaico acre y
corriente.
En este incalculable amasijo de términos macilentos y
depuestos, se decomisa el habla infecunda y voraz, las
infringidas y desharrapadas unidades léxicas, o los
tropiezos incurables y semánticos.
Aquí, desde las orillas del lenguaje, las cicatrices se
doblegan por los caminos de escombros
en perspectiva y altibajos; por componentes
sintácticos que, en misión empecinada, desenvuelven
contenidos utilizados en verificables procedimientos.
Eso, solo contenidos.
Los niveles de poeticidad -o definición de lenguaje
poético recíproco- rechazan mensaje y ciencia en
cualquier manifestación metódica imprevista. Ciertos
textos, a decir verdad, acercan su sitio en el discurso
del recambio de esquemas.
Mimesis, o lugar poético hallable, en esta fricción de
opciones teóricas y resabios semánticos buscadores
de poesía. Cuando el lenguaje ejemplifique que nada
sea cierto, la palabra arrancará mil hojas en blanco de
pura imposibilidad, y licuará -en fronda- todo
alfabeto de mensaje y comunicación virgen de
propósitos inconciliables.
En resabio o grúa novicia de frases como posibilidad
de lenguaje hurgan los salmos en el entreacto como
noción impar a cualquier dependencia. Si el primer
momento decodifica un mensaje, el segundo –disímil
y en enojo- informa del silencio y manifiesta las
traducciones y probabilidades de organización.
Volver, ahí, en medio del vórtice del diccionario
barrizal terco. Sucedieron así palabras.
(Escombros, Barnacle, 2017)
31
Sobre la piel urbana, los masticadores ardidos
por el ansia, arrojan los pedazos.
Ni alusión a la imagen, ni similitud simbólica posible;
el combate obstinado roe toda elocución literal y
conspira en el empleo innato de causante en
jerarquía.
Frente a trece veces de silencio, como
acogotar y verse, el rumbo disonante se desmanda en
erratas de sujeción.
No basta con lo que las palabras significan.
Tajeada ya la guarida en seca voz, repitiendo las hojas
ya caídas, el apacible y tenaz encuentro alumbra el
descampado de los rezagados.
Mi silencio y todo lo que nos han quitado: la
palabra del todo caída, asumir la desdicha enredada,
intervenir la infamia en concreción, y ese murmullo
como silencio sospechoso.
Habrá que compendiar todo inicio
embarrado, reponer la obstinación del vertedero en
pugna y guerrear con el trabajo a mano y con el nudo
nítido y templado del tajo a cuestas.
Si algo todavía no tiene palabra, la imitación
será motivo para erigir los sonidos de limites
lastimeros y abruptos baldíos. Giba como manojo de
textos; miseria. Traer al poema alegórico como
agravio y hundirlo en la gamberrada.
(Escombros, Barnacle, 2017)
X
Establecer la base y el plano sonoro. Marcas.
Después, supuestos que enmarcan el qué y el
cómo. Tal vez manchas. O dislocación total
continua que considere al texto y apele a nociones
como término de valor. Algo ahí. Presto, docto
y berreta.
Inerme ante tantas cosas que, como provisto al
disgusto, la adecuación visible marca hechos.
La eficacia como objeto de estudio y lenguaje.
Nada. Proveer como lengua de autor fallas
secundadas y ejercicios como sistema de reglas.
Insisto: Lengua de autor, ajena. Inquirir quién
dice lo que dice.
Asolar lo dicho tanto antes. Antes mesurado
como espina o púa, o como monte o espesura
en inquieto desarreglo de sonidos. Ahora es la
hora de preguntar. Es el tiempo de ver si después
de tanta bulla se erige la fecundia caída.
Hoy hemos sido menos todavía. Hoy oteamos en la
urdimbre acalorada, en el empíreo escombro donde
se labra el recupero. Así vamos juntando. De a poco,
y mucho.
Después, lo mismo. Colegir en la arenga empecinada;
la pérdida, el descenso. Y así un montón de cosas más.
También el pregón pestífero irrefrenable. Se dice y no
se puede nombrar. Una y otra vez se dice y los términos
precisos de realidad textual introducen la extensión y
el desatino.
Expresar lo poético y explotar lo dialectal. Emocionarse
por una relación y, luego de descubrir la falsedad de la
sinécdoque, conformarnos con el argot. Lezama habló
del ocio y a Orfeo se le cayeron sílabas en el espejismo.
(Praxis, Barnacle, 2020)
XIII
Apologías quebradas, cáscara fundante y nuevo azar.
Diez sentidos posibles como componentes en polvareda
y amparo, en la decisión de ejecutar la minoría y en
distinguir el avance y lo severo del margen.
El avance y la estirpe severa del margen.
Viudez sin pan ni mugre. Escombros. Glosa en piedad
vejada; ultraje, grito. Ásperos augurios y palabras a
cuentagotas como en todo testimonio. Palabras a
cuentagotas, como propias de todo comienzo.
¿Algún penitente silencio siniestro? Sí. Como siempre.
Como siempre en este dorso raso, en este desafío
siempre enrevesado, en este precario modo de producción.
Jerga tosca y salvaje frente a todo placentero harapo.
Insigne deseo ganado para todo umbrío infecundo.
Tullido entonces el interrogante, tullido entonces todo
aquel momento de enunciación, canción, hedor u objeto de
conjunción sintáctica.
Árido también la ironía y el reparo como espina o púa.
Origen y perspectiva de toda poesía lírica. ¿Yo? No.
Relación entre las palabras y la tierra. Amparo e
intemperie con voz huérfana del origen perdido. Certeza.
Sagaz manso y novato; cardinal si hablamos del barro.
Renovar y corregir lo afirmado durante tanto tiempo.
Volver a definir lo poético como todo aquello
derivado de lo anterior. Cañonazo de fondo a los
repertorios que pasan de la pregunta a lo visto.
Lugar erial en agrado y sutura para todo lenguaje
concreto en reconocimiento y colocación de lugares.
Antro. Coraje áspero a renglón partido y a trabajo
material como hecho poético.
(Praxis, Barnacle, 2020)
XIV
Numen al ras y ruidos ajados como componente de toda
obra; pedazos de palabras y aridez de todo comienzo.
En lengua natural, o tentativas rechazadas palpables,
se amontona todo tenaz diálogo, las formas inesperadas
y el peligroso lirismo pretendido.
Ajamiento y caída; bagaje de quien dice y vaticina una
tierra en jirones para poemas de cilíndrica incisión,
para el fenómeno físico de la palabra.
Rendija desarropada abatida de silencios.
Silencio, sin ningún tipo de adjetivos.
Ese es el punto cardinal de los restos en llagas de hechura
errancia; esa la intemperie propia, arrumbada si hablamos
del barro.
Rehacer el luminoso ideal. Espontáneo, humilde,
de trapo y mugre, de harapo y cuero; sencillo.
Interpelar la zanja y alzar su pócima baldía para
todo tipo de diccionarios. Encender y tapizar de
silencios imágenes construidas en la pugna de los
previos e indiscutibles mecanismos del lenguaje.
Fricción. Barro mutuo. Angostura impropia terca
y resabio guacho de escuelas. Montón ejemplar y
contendiente demandante de penas.
César Vallejo encastrado en mi penúltima voluntad
de silencio, en mi sanear la palanca en escabel.
Desafío siempre enrevesado; precario modo de
producción. Raso así el dorso. Un brío infecundo la
pericia; una reciente barbarie el poema. Sanear las
lecturas y las prácticas. Deslomarse frente a toda
seguridad áspera. Barrizal terco, eso, ahí.
(Praxis, Barnacle, 2020)
39
Miríada de escombros, pedazos de tanta cosa que
queda por ahí.
O solamente huellas, restos de momentos y lugares;
datos empíricos.
Por recodos de compases, desparramar ausencias
como semillas de toda soledad abatidas.
Inoíbles montañas de rezos se sumergen como
embriones de piedra.
Presa de la intemperie la penumbra del lenguaje;
restos, palabras sin significante.
O un rincón vacío que la lengua agrieta, o solamente
un vacío lleno de rostros.
¿De qué se ríe mi generación? ¿De qué se acuerda?
¿A qué le está cantando?
(Escombros, Barnacle, 2017)
VIII
Rasando el muro se provee la norma. A poca distancia, se sedimenta en
el tiempo la oquedad del alfabeto desusado, los enhiestos signos que el
alcohol enhebra en todas las distancias que se pretenden zurcar; las letras
y su siempre férrea constitución dual que irrumpe en la garganta terrosa,
en la orfandad que penetra como el fuego impar, en la lengua aplicable a
la poesía que deshizo la siempre misma disimilaridad sedienta en el tiempo
desocultado. ¿De qué es mendiga esta gota? ¿Cuál sus dañerías?
Transparece, y aquella luz no usada sirve al bebedor para letrear aquello
que en el jardín arruinado se ofrece para señalar la experiencia anterior.
Todo se perdió y todo recomienza. Siempre así. Indiviso así. Astillado y
de obscuro temblor. Con forma de palabras, como aquella vez de la ardiente
redundancia arcaica e insanable del primer modo escrito, como los tropiezos
del lenguaje, como todo aquello que las cenizas juntan para decir, como todo
aquello que cenizar hace falta.
Temulento, el alfabeto del golpeado parlador redime sus incongruencias,
salpica suplicas; orada, en tenue luz, la siempre primaria palabra que actúa.
El hundimiento permitido será aquella etapa a recordar; lo chiquito del día,
la primer estructuración donde aquel acto de habla desempeñó su siempre
cauta y callada definición; su estéril intento, su siempre firme intensión de
decir. Conversación muda ante la inminencia de los ojos secos, expectantes.
¿A quién atisbas con tu sordera que me oye, con tu mudez que me asorda?
Áspera extensión, velas gastadas, y el peregrino que siempre regresa sobre
sus pasos. Acota su deseo, sueña en silencio (y calla). Avanza por donde toda
carencia manifiesta su propósito. En señal de oscuridad, en hojas de piedra y sal,
en los ancianos caminos se juegan los abecedarios astillados y de opaco espanto.
En el espacio del osario una plegaria que se quiebra, una oración que se derrumba.
En los alfabetos bajo el polvo ajado de la revelación donde la palabra se vuelve cosa
que obra. Polvo al polvo lo que permanece, incluso después de la fe.
(Inédito, 2023)
***
Lucas Peralta. Alfabetizador, docente de literatura, poeta e investigador literario. Nació en 1977 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, donde reside. Integra el Departamento de Literatura del Centro Cultural de la Cooperación. Como investigador, publicó Boedo. Orígenes de una literatura militante (en coautoría con Leonardo Candiano, Ediciones del CCC, 2007), y participó de los volúmenes colectivos Por Tuñón (Ediciones del CCC, 2005), Imágenes, poéticas y voces en la literatura argentina. Del Centenario al Bicentenario (Ediciones del CCC y FNA, 2010) Escenario móvil. Cuestiones de representación. (Susana Cella, Directora. Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires, 2012). Colaboró con Susana Cella en la edición de Mundo Vallejo (Ediciones del CCC, 2022). Es autor de los libros de poemas Escombros (Barnacle, 2017) y Praxis (Barnacle, 2020).