Poesía argentina: Lucas Peralta

Daniel Freidemberg nos acerca a la poesía de Lucas Peralta (Avellaneda, 1977). Es autor de los libros de poemas Escombros (Barnacle, 2017) y Praxis (Barnacle, 2020).

 

 

 

 

 

 

 

 

“Entonces escombros”.​​ Poemas de Lucas Peralta

 

Dos modos habría de leer la poesía de Lucas Peralta, o dos ángulos de abordaje, necesarios los dos, complementarios también. Uno, dejarse llevar, desde la primera frase, por la energía sobre la que esta escritura cabalga, esa acuciante necesidad de ir dejando que se sucedan, como respondiendo a su propia voluntad de avance, a su propia intensidad rítmica, frases y palabras, como se deja uno llevar por la música, y que los sentidos y los sonidos, al ir pasando uno tras otro, sean un motivo por sí mismos de disfrute. Porque nada, ni en “lo que se dice” ni en lo sonoro o lo sintáctico, deja de “estar para algo”, algo siempre esas concreciones mueven o remueven en quien se arroja a la aventura, para la cual la acción de “leer” implica bastante más de lo que suele implicar, por el complejo tipo de compromiso que exige y de disfrute que ofrece, mientras una indefinible y potente sensación, una inquietud, hecha entre otras cosas de entrevisiones y del peso de las connotaciones de nombres y conceptos, va animando ese fluir, casi físicamente. El otro modo, ir paso a paso deteniéndose ante el desafío de cada imagen, cada frase, cada imprevisible encuentro de sustantivo y adjetivo, el porqué se usó tal o cual palabra en vez de otra: “Ni siquiera quedará el encapotado lenocinio de/ bravura y brea frecuente”; “barrizal terco”; “Afuera se constituye la tentativa de/ secuencias que hombres deshablados tienen como opción”. Nada hay que se entregue dócilmente a la comprensión, casi nada hay que no toque alguna​​ cuestión que merece ser develada. A partir de ahí, conjeturar, vislumbar qué de lo que llamamos “realidad” o “vida” se juega, asimilar ese impacto cuando algún sentido o algo que apunta a acercarse a una verdad se desata. No va a alcanzar para eso una lectura, o dos, o unas cuantas: releer pasa a ser una y otra vez ocasión de nuevos hallazgos, nudos que se desatan, breves y resonantes chispazos del intelecto y la intuición.

La vieja cuestión de la poesía cuyo tema es la poesía, o la escritura de poesía, tan debatida, a veces con justificados motivos. No sólo Peralta hace eso precisamente, escribir sobre la escritura de poesía, sino, hasta ahora al menos, por ahí pasa toda su producción poética. Pero, del modo en que encara la cuestión, la excede, va mucho más allá. Interrogar a la poesía y, más que a la poesía, al lenguaje, a los usos del lenguaje y a las relaciones entre el lenguaje y el mundo, que es un mundo hecho de seres humanos arrojados a la aventura de vivir, es ante todo una interrogación, a veces encarnizada, siempre tan apasionada como provisoria, a los modos de ver la realidad que nos toca y de situarnos ante ella. El ser radicalmente político que es Peralta (nada lo anima tanto como las conflictivas cuestiones de la polis, lo que en ellas hay de irresuelto y demandante) no usa la poesía para decir lo que podría decir en artículos o declaraciones: ese es, por así decirlo, el combustible que hace avanzar su escritura y, tratada así, lo político es también una posición desde la que se aborda todo, o se lo cuestiona. Lo que importa es que la palabra se abra paso, concreta, material, cargada. Mantener en vilo la palabra y que no se diluya en el mundo de las significaciones consabidas: habla callejera y léxico de la filosofía, la teoría literaria o la sociología, citas de Vallejo o de quien sea, neologismos, “incorrecciones”, resabios de lecturas, cultismos. Una estética de la escritura (“vallejiana”, si se quiere) que es también una ética. Importa lo que la palabra pueda dar, o, mejor aun, abrir, o desatar, en su​​ singularísima manera de ir concretándose como discurso: “Asolar lo dicho tanto antes. Antes mesurado/ como espina o púa, o como monte o espesura/ en inquieto desarreglo de sonidos. Ahora es la/ hora de preguntar. Es el tiempo de ver si después/ de tanta bulla se erige la fecundia caída.” Se va poniendo en palabra lo que urge, lo que reclama ser dicho, sí, pero como solamente la poesía puede hacerlo.​​ 

 

Daniel Freidemberg

 

 

 

VIII

 

Eso que alumbra ahí es la palabra y su silencio,

la piel terrosa que, en el aprisco, desempeña su

toda potestad de lugar erial, su predominio en

tentativas asociaciones propias de toda lengua

desplazada y ya no impuesta. Figuras, entre el

charco y el matorral, provistas de enunciado y

sentido, márgenes apelativos como aquello que,

de consideraciones motivadas, tiene su red de

valor ahí donde se atreven extraños sonidos a

imaginar el elemento primero como huella de las

palabras, sus miembros, sus formas, sus piedras

de origen y materia.

 

Imagen heridora, pliegue de agua profunda que

promulga las cenizas como ícono de ​​ lo ustorio

del espejo, aquella que, por experiencia, propaga

las edades de las lenguas naturales.

Territorio considerado y estructuración temaria.

Fragmentos tras los cuales, como aquello que de

rápido​​ viene de la oscuridad, optamos por

revelar y querer introducir en estos dos discursos

paralelos, en lo que de común tiene lo epifánico,

en el mérito inmanente de mirar y ver el lenguaje,

la acción de los hechos, y el sonido, y los rostros

que llegan a la palabra como sudarios, como

amarres, como términos de valor por los cuatro

rincones de la tierra.

Solo los rincones contienen al mundo, claman en

silencio ojos, palabras, sonidos inatendidos que

vienen a enunciar lo cerrado y vencido del amparo

de la tierra de nadie, su aridez habitable desituada;

Reciedumbre donde la mirada encuentra su paradójico

lugar natal sin significado, salmos unidores al ras,

hipótesis de autor definiendo lo poético.​​ 

 

Tal vez maniobras en el mutismo ambiguo de lo real,

en lo tácito de quien reclama una nueva luz,

en lo explícito de los círculos plurales del barro,

en lo que de verbo le queda al polvo, a los escombros

que casi se oyen.

 

(Praxis, Barnacle, 2020)

 

 

 

 

 

 

 

VI

 

¿Y si después de tantas palabras el hecho haya sido en vano?

Rotundo el muro, tanto que faltan símbolos que lo demuestren.

Albergamos solo sombras de señales que semejan aquel alarido

nunca olvidable, o lo que algunos llaman plegarias.

Tersura masticada, palabras que no encuentran su valor, aquello

que se agrupa en la configuración sintáctica de lo que se ve, lo​​ 

que se dice y lo acumulado que se produce en este siempre antiguo

escenario que dice ser lo real.

 

Ahora que, inconsultos,​​ fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso

ya no podemos​​ ni orar sin desoír el llamado de la pared​​ tapiada,​​ su​​ 

alfabeto roto. Elípticamente fantástica, como toda oración, aquella​​ 

hoja de diario que surca el espacio, serpenteando entre elementos

también de la creación, nos trae una exacta y callada definición.​​ 

El silencio oscila como un muestrario a la intemperie donde ya nada​​ 

tiene que ver con la verdad.

 

¿Y si​​ después de tantas palabras, entre con mezcla de saliva y arena,​​ 

quedamos letreando los restos del sudario ajado ya por la repetición?

Amparamos solo aquella interrogación siempre presente y heredada,

pero sin consecuencias. Solo palabras. Un episodio sucio por el ruido,

y la gota agria que el bebedor destierra y que justifican, una y otra vez,

estos tumultos atolondrados.

 

Ahora que, irredimibles,​​ fuimos arrojados gracias a Dios del paraíso

las hojas de nuestro grimorio casero se vuelven un pliegue que arde

y gotea en un altar ya vacío. Rezo sin tierra. Roto. Precario como un

manto precario; y destemplado, como toda plegaria perdida​​ por los​​ 

aires del mundo. Sin tregua.

 

(Inédito, 2021)

 

 

 

 

 

 

 

 

I

 

Ni siquiera quedará el encapotado lenocinio de

bravura y brea frecuente. Las versiones de la soledad​​ 

y zanja- ladean por el indebido​​ tumulto de voces no

cerebrales de intuición e​​ instinto que glosa este linaje

más allá de ciertos poemas que crecen en el anverso, y

que rajan la cara.

 

Por dónde empezar en estos días de resultado abolido.

Origen. Pacto forzoso atinado. ¿Habrá acaso que

flaquear en la desrauda e insondable quietud de las

primeras palabras?

​​ 

Por favor, alguien que plasme estos derrames.

 

 

 

 

 

II

 

Escribir como con​​ ruido. A gritos. A pedradas de

fusta apariencia en el departir tácito del pregón en el

cogote. Por lo oscuro, son voces las que ensayan al

reparo de la sombra de las palabras y,

al cobijo bebido del río, el atolondrado pedazo textual

considerado.

 

¿Los dos versos​​ de Comentario XVII? Sencillo el

intervalo en medio de la turba. No obstante, el

intervenir la limosna hará reponer la recaída,

bailotear en óbice yunta, y, en posible yunta,

abrigar aquellos párpados que el baldío mujeril fechó.

 

 

 

 

 

III

 

¿La página sesenta y seis de​​ Trilce? Sí, y toda la

pobreza atardecida​​ bajo vinos y versos interminables

como alhaja digna plausible en los desatinados

decesos de mesas y preguntas. Ánimo y lenguaje

previo para regular el habla como instrumento y

laburo comunicativo.

 

Encauzar y emitir con​​ descaro la palabra desencajada

en bloques léxicos y visión de totalidad. Así, como

fragmentos​​ aislados latentes, o esquemas e

intuiciones agotadas rigen las bases que, a los

ponchazos, comunican​​ la densidad única e irrepetible

de toda obra que sueña explotar por ahí.

 

 

 

 

 

IV

 ​​​​ 

Métrica, estructura sonora, ritmo, imagen o

propósitos desestimados​​ de jerarquías en impío

orden, coso este, o resabio guacho de escuelas.

En este incalculable​​ amasijo de términos macilentos y

depuestos, se decomisa​​ el habla infecunda y voraz, las

infringidas y desharrapadas unidades léxicas,​​ 

o los tropiezos incurables y semánticos.

 

¿Y todo esto? Ecos descocidos o roturas cargantes en

árido papel frente a palabras ya ajadas por el color y el

dolor de la grieta; solo un puñado de significados al

ras que, en preces, se debaten el signo,​​ los límites en

acto y carga;​​ vestigios que por falta de tiempo

–aunque cautos- recapitulan toda esta sarta de palabras

al pedo arrojadas como imagen; sobras, nómina

precisa de sombras.​​ 

Nada más. Palabras, nada más, o sombra de palabras

como faca y canto. O versos

raptados y emitidos como bastón siquiera.

 

 

 

 

 

V

 

Alboroto aprensivo y​​ puntilloso en discurso repetido

subyacente, mensaje y​​ objeto que deriva y funda todo

lenguaje aislado como resonancia poética y razón de

ser en ambos planos de abolida petición.​​ Los golpes

reclaman imposibilidad, creación y comentarios de lo

que casi logramos.​​ Exégeta por los resquicios; las

rendijas de una voz que comienza.​​ 

 

O pedazos de pura prosa que basan el secreto áspero

y descreído de la intemperie

en la sola explosión de​​ un lenguaje ajado y harto ya de

docilidades, obedientes al tanteo, embrolladas. Seres

sin palabra, acá. Afuera se constituye la tentativa de

secuencias que hombres deshablados tienen como opción.

 

 

 

 

 

VI

 

Desmembrados. En páramos sémicos se adquiere el

relieve por la mitad​​ del poema que chilla. Entonces

escombros. Y el color de la intemperie y el hambre

que ocluye la posibilidad de comunicar. Ir por los

bordes, rescatar los pedazos en el equilibrio de

un corpus ya abatido. Solo humanos, insignificantes

fragmentos de lo que nos queda.​​ 

Deshechos como sustancia sonora más allá de toda

escucha posible en la recurrencia

de engendrar signos.

 

(Escombros, Barnacle, 2017)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

42

 

Como raíces salvajes. Sin fruto,

sin semillas. Así

se pudren las palabras.

 

Y sólo un vago hedor o aliento

sobrevive. Así

perduran las palabras.

 

Como un salmo sin dios en el vacío.

Guillermo Boido

 

 

En el murmullo de las piedras habitan los muchos de

muros y tiempo,​​ la traducción de plurales y los

caminos en instrumento.

Hagamos la representación del destino evidente y

mínimo –como el carácter verbal dador de

campos de significado- en suposición de respiro,

campo y muestra del lenguaje en proceso.

 

De toda página y​​ agua en rostros, la forma de la

palabra –en intemperie de caídas- arrastra​​ 

sombras en la inobservancia móvil del mosaico acre y

corriente.

 

En este incalculable amasijo de términos macilentos y

depuestos, se decomisa el habla infecunda y​​ voraz, las

infringidas y desharrapadas unidades léxicas, o los

tropiezos incurables y semánticos.

 

Aquí, desde las orillas​​ del lenguaje, las cicatrices se

doblegan por los caminos de escombros

en perspectiva y altibajos; por componentes

sintácticos que, en​​ misión empecinada, desenvuelven

contenidos utilizados​​ en verificables procedimientos.

Eso, solo contenidos.

 

Los niveles de poeticidad​​ -o definición de lenguaje

poético recíproco- rechazan mensaje y ciencia en

cualquier manifestación metódica imprevista. Ciertos

textos, a decir verdad,​​ acercan su sitio en el discurso

del recambio de esquemas.

 

Mimesis, o lugar poético hallable, en esta fricción de

opciones teóricas y​​ resabios semánticos buscadores

de poesía.​​ Cuando el lenguaje ejemplifique que nada

​​ sea cierto, la palabra arrancará mil hojas en blanco de

pura imposibilidad, y licuará -en fronda- todo

alfabeto de mensaje y comunicación virgen de

propósitos inconciliables.

 

En resabio o grúa novicia de frases como posibilidad

de lenguaje hurgan​​ los salmos en el entreacto como

noción impar a cualquier dependencia. Si el primer

momento decodifica​​ un mensaje, el segundo –disímil

y en enojo- informa del silencio y manifiesta las

traducciones y probabilidades de organización.​​ 

 

Volver, ahí, en medio del vórtice del diccionario

barrizal terco. Sucedieron así palabras.

 

(Escombros, Barnacle, 2017)

 

 

 

 

 

 

31

 

Sobre la piel urbana, los masticadores ardidos

por el ansia, arrojan los pedazos.​​ 

Ni alusión a la imagen,​​ ni similitud simbólica posible;

el combate obstinado roe toda elocución literal y

conspira en​​ el empleo innato de causante en

jerarquía.

Frente​​ a trece veces de silencio, como

acogotar y verse, el rumbo​​ disonante se desmanda en

erratas de sujeción.

No basta con​​ lo que las palabras significan.

Tajeada ya la guarida en​​ seca voz, repitiendo las hojas

ya caídas, el apacible y tenaz encuentro alumbra el

descampado de los rezagados.​​ 

Mi silencio y todo lo que nos han quitado: la

palabra del todo caída, asumir la desdicha enredada,

intervenir la infamia en concreción, y ese murmullo

como silencio sospechoso.

Habrá que compendiar todo inicio

embarrado, reponer​​ la obstinación del vertedero en

pugna y guerrear con​​ el trabajo a mano y con el nudo

nítido y templado del tajo a cuestas.

Si algo todavía​​ no tiene palabra, la imitación

será motivo para erigir los sonidos de limites

lastimeros y abruptos baldíos. Giba como manojo de

textos; miseria. Traer al poema alegórico como

agravio y hundirlo en la gamberrada.

 

(Escombros, Barnacle, 2017)

 

 

 

 

 

 

 

X

 

Establecer la base y el plano sonoro. Marcas.​​ 

Después, supuestos que enmarcan el qué y el​​ 

cómo. Tal vez manchas. O dislocación total​​ 

continua que considere al texto y apele a nociones​​ 

como término de valor. Algo ahí. Presto, docto​​ 

y berreta.

 

Inerme ante tantas cosas que, como provisto al​​ 

disgusto, la adecuación visible marca hechos.​​ 

La eficacia como objeto de estudio y lenguaje.

Nada. Proveer como lengua de autor fallas

secundadas y ejercicios como sistema de reglas.

Insisto: Lengua de autor, ajena. Inquirir quién

dice lo que dice.

 

Asolar lo dicho tanto antes. Antes mesurado

como espina o púa, o como monte o espesura

en inquieto desarreglo de sonidos. Ahora es la​​ 

hora de preguntar. Es el tiempo de ver si después

de tanta bulla se erige la fecundia caída.​​ 

Hoy hemos sido menos todavía. Hoy oteamos en la

urdimbre acalorada, en el empíreo escombro donde​​ 

se labra el recupero. Así vamos juntando. De a poco,​​ 

y mucho.

 

Después, lo mismo. Colegir en la arenga empecinada;​​ 

la pérdida, el descenso. Y así un montón de cosas más.​​ 

También el pregón pestífero irrefrenable. Se dice y no

se puede nombrar. Una y otra vez se dice y los términos​​ 

precisos de realidad textual introducen la extensión y​​ 

el desatino.

 

Expresar lo poético y explotar lo dialectal. Emocionarse​​ 

por una relación y, luego de descubrir la falsedad de la​​ 

sinécdoque, conformarnos con el argot. Lezama habló

del ocio y a Orfeo se le cayeron sílabas en el espejismo. ​​ 

 

(Praxis, Barnacle, 2020)

 

 

 

 

 

 

XIII

 

Apologías quebradas, cáscara fundante y nuevo azar.​​ 

Diez sentidos posibles como componentes en polvareda

y amparo, en la decisión de ejecutar la minoría y en

distinguir el​​ avance y lo severo del margen.

El avance y la estirpe severa del margen.

Viudez sin pan ni mugre. Escombros. Glosa en piedad

vejada; ultraje, grito. Ásperos augurios y palabras a

cuentagotas como en todo testimonio. Palabras a

cuentagotas, como propias de todo comienzo.

 

¿Algún penitente silencio siniestro? Sí. Como siempre.​​ 

Como siempre en este dorso raso, en este desafío

siempre enrevesado, en este precario modo de producción.​​ 

Jerga tosca y salvaje frente a todo placentero harapo.​​ 

Insigne deseo ganado para todo umbrío infecundo.​​ 

Tullido entonces el interrogante, tullido entonces todo

aquel momento de enunciación, canción, hedor u objeto de

conjunción sintáctica.

 

Árido también la ironía y el reparo como espina o púa.​​ 

Origen y perspectiva de toda poesía lírica. ¿Yo? No.

Relación entre las palabras y la tierra. Amparo e

intemperie​​ con voz huérfana del origen​​ perdido. Certeza.​​ 

Sagaz manso y novato; cardinal si hablamos del barro.

 

Renovar y corregir lo afirmado durante tanto tiempo.​​ 

Volver a definir lo poético como todo aquello

derivado de lo anterior. Cañonazo de fondo a los

repertorios que pasan de la pregunta a lo visto.

Lugar erial en agrado y sutura para todo lenguaje

concreto en reconocimiento y colocación de lugares.

Antro. Coraje áspero a renglón partido y a trabajo

material como hecho poético.

 

(Praxis, Barnacle, 2020)

 

 

 

 

 

 

XIV

 

Numen al ras​​ y ruidos ajados como componente de toda

obra; pedazos de palabras y aridez de todo comienzo.

En lengua natural, o tentativas rechazadas palpables,

se amontona todo tenaz diálogo, las formas inesperadas

y el peligroso lirismo pretendido.

 

Ajamiento y caída; bagaje de quien dice y vaticina una

tierra en jirones para poemas de cilíndrica incisión,​​ 

para el fenómeno físico de la palabra.​​ 

Rendija desarropada abatida de silencios.​​ 

Silencio, sin ningún tipo de adjetivos.​​ 

 

Ese es el punto cardinal de los restos en llagas de hechura

errancia; esa la intemperie propia, arrumbada si hablamos

del barro.

 

Rehacer el luminoso ideal. Espontáneo, humilde,

de trapo y mugre, de harapo y cuero; sencillo.

Interpelar la zanja y alzar su pócima baldía para​​ 

todo tipo de diccionarios. Encender y tapizar de

silencios imágenes construidas en la pugna de los

previos e indiscutibles mecanismos del lenguaje.

 

Fricción. Barro mutuo. Angostura impropia terca​​ 

y resabio guacho de escuelas. Montón ejemplar y ​​ 

contendiente demandante de penas.​​ 

César Vallejo encastrado en mi penúltima voluntad

de silencio, en mi sanear la palanca en escabel.​​ 

 

Desafío siempre enrevesado; precario modo de

producción. Raso así el dorso. Un brío infecundo la

pericia; una reciente barbarie el poema. Sanear las

lecturas y las prácticas. Deslomarse frente a toda

seguridad áspera. Barrizal terco, eso, ahí.

 

(Praxis, Barnacle, 2020)

 

 

 

 

 

 

 

39

 

Miríada de escombros, pedazos de tanta cosa que

queda por ahí.

O solamente huellas, restos de momentos y lugares;

datos empíricos.

 

Por recodos de​​ compases, desparramar ausencias

como semillas de toda soledad abatidas.

Inoíbles montañas de rezos se sumergen como

embriones de piedra.

 

Presa de la intemperie la penumbra del lenguaje;

restos, palabras sin significante.

O un rincón vacío que​​ la lengua agrieta, o solamente

un vacío lleno de rostros.​​ 

 

¿De qué se ríe mi generación? ¿De qué se​​ acuerda?

¿A qué le está cantando?

 

(Escombros, Barnacle, 2017)

 

 

 

 

 

 

 

VIII

 

Rasando el muro se provee la norma. A poca distancia, se sedimenta en

el tiempo la oquedad del alfabeto desusado, los enhiestos signos que el

alcohol enhebra en todas las distancias que se pretenden zurcar; las letras

y su siempre férrea constitución dual que irrumpe en la garganta terrosa,

en la orfandad que penetra como el fuego impar, en la lengua aplicable a

la poesía que deshizo la siempre misma disimilaridad sedienta en el tiempo

desocultado. ¿De qué es mendiga esta gota? ¿Cuál sus dañerías?

 

Transparece, y aquella luz no usada sirve al bebedor para letrear aquello

que en el jardín arruinado se ofrece para señalar la experiencia anterior.

Todo se perdió y todo recomienza. Siempre así. Indiviso así. Astillado y

de obscuro temblor. Con forma de palabras, como aquella vez de la ardiente

redundancia arcaica e insanable del primer modo escrito, como los tropiezos

del lenguaje, como todo aquello que las cenizas juntan para decir, como todo

aquello que cenizar hace falta.

 

Temulento, el alfabeto del golpeado parlador redime sus incongruencias,

salpica suplicas; orada, en tenue luz, la siempre primaria palabra que actúa.

El hundimiento permitido será aquella etapa a recordar; lo chiquito del día,

la primer estructuración donde aquel acto de habla desempeñó su siempre

cauta y callada definición; su estéril intento, su siempre firme intensión de

decir. Conversación muda ante la inminencia de los ojos secos, expectantes.

¿A quién atisbas con tu sordera que me oye, con tu mudez que me asorda? ​​ 

 

Áspera extensión, velas gastadas, y el peregrino que siempre regresa sobre

sus pasos. Acota su deseo, sueña en silencio (y calla). Avanza por donde toda

carencia manifiesta su propósito. En señal de oscuridad, en hojas de piedra y sal,

en los ancianos caminos se juegan los abecedarios astillados y de opaco espanto.

En el espacio del osario una plegaria que se quiebra, una oración que se derrumba.

En los alfabetos bajo el polvo ajado de la revelación donde la palabra se vuelve cosa

que obra. Polvo al polvo lo que permanece, incluso después de la fe.​​ 

 

(Inédito, 2023)

 

 
 
***
 
 
 
Lucas Peralta.​​ Alfabetizador, docente de literatura, poeta e investigador literario.​​ Nació en 1977 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, donde reside.​​ Integra el Departamento de Literatura del Centro Cultural de la Cooperación. Como investigador, publicó​​ Boedo. Orígenes de una literatura militante​​ (en coautoría con​​ Leonardo Candiano, Ediciones del CCC, 2007), y participó de los volúmenes colectivos​​ Por Tuñón​​ (Ediciones del CCC, 2005),​​ Imágenes, poéticas y voces en la literatura argentina. Del Centenario al Bicentenario (Ediciones del CCC y FNA, 2010)​​ Escenario móvil. Cuestiones de​​ representación. (Susana Cella, Directora. Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires, 2012). Colaboró con Susana​​ Cella en la edición de​​ Mundo Vallejo​​ (Ediciones del CCC, 2022).​​ Es autor de los libros de poemas​​ Escombros (Barnacle, 2017) y Praxis (Barnacle, 2020).
 

 

 

 

 

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