También ha publicado volúmenes de ensayos, teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de L’exil selon Julia (El exilio según Julia), de Gisèle Pineau, obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Sus libros más recientes publicados son Diapositivas (2017/poesía) y Grifas. Afrocaribeñas al habla (2020/ testimonio. Premio Nacional de la Crítica Literaria, 2022) donde reúne entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de dicha casa editorial.
A partes iguales1
En días de aquello de nombre tan hermoso:
Período Especial,
Maribel, Maritza, Orestes y yo almorzábamos juntos.
Aunque tocara a menos,
dividíamos a partes iguales
el poco de arroz y los escasos chícharos.
El día de lujo
juntábamos Noche Buena, Navidad
y todos los festivos del mundo.
Hervíamos un huevo
y lo cortábamos
a partes iguales.
Una vieja botella de vino
–de etiqueta desgarrada–
con agua y flores silvestres
acompañaba nuestros mediodías.
Hoy Maribel vive en Segovia,
en un pueblo de nombre tan hermoso:
Cerezo de arriba
Maritza está en Toronto
Orestes es pastor de una iglesia bautista
y yo aún almuerzo en el mismo lugar.
Aunque a simple vista no lo parezca
seguimos dividiendo la patria
en cuatro porciones iguales.
Un pliegue en el tiempo2
Para Carmen Gómez Puñales y Damaris Puñales Alpízar
Cuando la niña Carmen
nacida en Norteamérica
visita la isla
y asiste durante dos semanas
a una escuela en Cuba
cuando se distancia de su daddy y su mommy
y mommy la ve alejarse
con su uniforme rojo
mezclándose con los niños del barrio
cuando mommy le ruega
que en las clases de inglés
no señale faltas a la maestra,
cuando la niña Carmen
(que no es Zayas Bazán)
levanta la mano y va a la pizarra
cuando mommy sabe que aprenderá
a escribir malas palabras y párrafos largos
cuando la niña Carmen
después de las dos semanas
(reglamentarias, permitidas)
regresa a Norteamérica
con su daddy
su grandma
su sister
y su perra
cuando mommy devuelve el uniforme prestado
y se sube al avión
se cierra un pliegue en el tiempo
una arruga en la organizada perfección de la Isla.
Entonces mommy aprenderá
después de tantos años
tantas lágrimas derramadas
viajes
y tantos libros leídos
sabrá que el imposible uniforme rojo en Norteamérica
las malas palabras
y el inglés imperfecto de la maestra
también son aquello
que en el Matutino
Carmen oyó
que le llamaban
La Patria.
Qué noche la de aquel año3
Para Sigfredo Ariel
No era así la vida en la provincia
sino más alegre.
No era así la vida en la provincia
sino más triste.
El regreso no fue lo que esperabas.
Dijiste que aquí habías sido feliz.
Yo sabía que era cierto.
Pero la provincia ya no se deja atrapar.
No le vale que entornes los ojos
ni enciendas un cigarro tras otro.
A la provincia nada le vale, nada le sirve,
ningún halago le hace bien.
Aquella noche fue inocente y patética.
Un poeta clásico explicó al clásico Chaikowski
sin saber que tú y yo también lo éramos:
tú llorabas sobre tu camisa negra
y yo lloraba sobre mi blusa blanca,
como correspondía, llorábamos.
Fue patética la noche y había ruido.
Teníamos los mismos ministros
y leíamos los mismos libros,
Éramos iguales pero no.
Tú ya habías estado en el café Berlín
y te habías despedido de algo que llaman los ochenta.
Yo aún quería ir a Pompeya
y fingía haberme olvidado
de los ochenta,
de los noventa,
de Berlín,
y del café, pero no.
Volviste para después escribirlo.
Mirabas como quien está a gusto
pero a ratos decías qué raro es todo.
Raro en ti quería decir ven con los que se fueron sin remedio.
No fue lo que esperabas.
No tuve vergüenza ni rubor.
No me sentí apedreada contra un muro
ni tan grotesca como la bailarina llena de maquillaje
que tropezó con el pie del músico.
Fue la noche perfecta.
No tuve que hablar.
Una noche en la provincia te hizo entender:
el silencio
la anacrónica dignidad
la asfixia húmeda
la siesta en la orilla
-porque la tortuga nunca llegará al final de la carrera
el vicio de haberme quedado aquí
la enfermedad mortal de seguir quedándome.
Dadme un número*4
Mi número, el número que yo pudiera ser
en la chapilla de plata
que cuelga de la cadena
que cuelga del cuello
que cuelga de la cabeza.
Dadme mi número.
El número que me corresponde en la espera de los hospitales,
en la fila de los autobuses,
en el pasaporte
y en todos los registros de firmas.
Dadme mi número,
el número que seré en el panteón de la familia.
Quiero saber cuántos muertos descansan debajo de mí.
Dadme mi número,
el número despedazado que podría ser
si me lanzo al mar en pos de...
Dadme mi número,
mi verdadero número de identidad,
el número del teléfono que suena después de medianoche
para que el número de la cuenta a pagar sea menor.
Dadme mi número.
O al menos que alguien me diga la cantidad de cifras que soy,
los ceros que tendré cuando llegue el momento
en que los nombres no signifiquen ya ninguna cosa.
*Julia de Burgos
Astas5
Los venados de adentro se enfrentan.
Las astas sacan chispas cuando chocan.
Los venados de adentro
golpean una y otra vez.
La punta de cada cornamenta se encaja en mis costillas.
Como todo está a oscuras,
no pueden ver dónde está el otro.
Mueven las astas en la oscuridad
y acaban abriéndome en dos,
–o en tres.
La cantidad de agujeros nunca es importante.
Preguntas6
Pregunto si el gato va a acordarse de mí después de tanto tiempo.
Hago preguntas así
para no hacer las otras.
No quiero saber de la subida de los precios
ni de las enfermedades.
No quiero saber cuál fue el mes más frío
o si las goteras acabaron de podrir el techo.
Me concentro en el pelo amarillo del gato,
en contar las líneas de su lomo,
son como las marcas del preso en el muro de su celda.
Espero el maullido compasivo,
la cola en alto, indiferente,
su paso que no pregunta por qué he vuelto
a pesar de los precios
las enfermedades
la humedad
el techo podrido.
No pregunto. Él tampoco pregunta.
Me ignora,
hace que no me ve
pero en silencio lo veo contar las bolsas bajo mis ojos,
las patas de gallina,
las marcas que yo misma hice en las preguntas que me acechan.
Otro gran mediodía7
íntegro
natal
solemne
Adición.
Césaire.
En el que hay que limpiar el patio.
Mientras recordamos experimentos de la infancia.
La hoja coloreada, la lupa al sol para quemar papeles,
el grano de frijol podrido en el fondo del pomo
y de allí saliendo aquello que llamábamos –con ternura- la matica.
(Decimos hay que limpiar el patio
como si no tuviéramos trasfondo,
como si lo que ocultamos detrás de,
no necesitara aclararse.)
Hay que botar escombros,
perseguir a la rata.
Vamos a quemar las hojas secas.
Llenar de hollín las sábanas blancas de la vecina
que no nos insultará
porque ella también tiene patio… y trasfondo.
Sabe que sabemos.
Cortaremos los gajos de los grandes árboles.
Dejaremos que caigan sobre el lomo del perro de al lado.
El animal aullará
pero la dueña lo va a acallar.
Ella sabe que sabemos a qué ladrones temen,
por qué el perro está tan bien entrenado.
Botaremos las patas de la silla rota,
la vieja antena del televisor en blanco y negro
que no mostraba el verdadero color de la mirada.
Tiraremos los platos de cerámica rajados,
las latas con herrumbre,
las aspas gastadas del ventilador inmóvil.
Guardaremos unas pocas tablas para defendernos de los ciclones.
Pondremos todo en la calle,
lo roto,
la basura,
los escombros,
la rata.
Durarán allí cinco minutos.
Sin pestañear,
a ritmo de comparsa
o en una fila como de hormigas
todo entrará en otra casa,
otro traspatio.
Para reciclar su vida
y alimentar los trasfondos.
En la acera solo quedará el frijol en el fondo del pomo.
Hidalguía de la simiente que espera que alguien pase,
mire y se pregunte
–con ternura–
si es posible que de aquel moho
vuelva a nacer algún día la matica.
Vals de las hojas muertas8
Rodando por el suelo
sucia como serpentina de carnaval
enredándose en los pies
aplastada bajo un zapato
izada y vuelta a dejar caer
como hojas muertas
mezclándose con el polvo
dando cuenta de los años
pasando de mano en mano
barriendo el camino
recibiendo alabanza de unos
y desprecio de otros
sobre el suelo
está
esa segunda piel llamada ropa reciclada
que alguien usó en un país distante
y ahora ya está muerto
o cubierto de nuevas galas.
Vestidos, pañuelos, camisas
ahora son vendidos en lugares cercanos
también de segunda mano
sin mostradores ni mesas
perchas ni armarios
solo sobre el piso frío
que recoge y guarda
en el mismo bolsillo de pantalón
la esperanza y el agravio.
Preparados para la defensa9
Como ya estaban las armas preparadas
y en verdad no llegaba la guerra
como nadie bombardeaba
y el ejercicio había sido apr(h)endido de memoria
algunos acabaron disparando al amigo en otra provincia
al amante en otro país
a la madre
a los hijos
dentro de la propia casa.
La visita10
¿Cómo están por allá? era el saludo.
Aunque no recordáramos
quiénes vivían en su casa
si la hija por fin se había casado
si la nieta iba ya a la escuela.
Su familia
la casa de la calle siguiente
eran ese allá.
Nosotros también éramos el allá
de otro que saludaba.
Todo quedaba tan cerca
tan en la punta de la lengua
para decir hazme la visita.
Pasa a tomar café.
No era el petróleo o el oro
era el café lo que queríamos.
Tomado en aquel allá
que era la cocina de la casa
el murito de la entrada
el quicio del patio…
Ahora, para tomar aquel café
se necesita dar explicaciones,
ofrecer fotos
visas y pasaportes.
Ahora, aunque se le colme de azúcar
cada vez sabe más amargo.
Lentes11
La cámara de fuelle
la cabeza bajo el paño
todo el mundo frente al Capitolio
nerviosos y con guayaberas
la cámara pequeñita
la Kodak que parecía de juguete
descubierta registrando el escaparate de abuela
la Smena
la Lubitel
los rollos de 12 o de 36
la foto en que estoy con una bata
de la misma tela que la blusa de mi madre
–yo prolongación de ella
jamás ella prolongación de mí–
el revelado,
la impresión en papel o la diapositiva
que amarillean en el fondo de la caja
la cámara digital sofisticada
la del celular
todas las imágenes
que en tropel te vienen a la mente
cuando alguien pregunta
de cuántos píxeles es la tuya
la ausencia de respuesta
el recuerdo de aquellos
a quienes los años
las sofisticaciones
carencias y partidas
han ido dejando
definitivamente
fuera de la foto.
¿Dónde está la carretera central?12
Para Maya Islas
La madre de Albertina no pudo decirle a Olga
cuántos años guardó el radio
que aquella le dejó al salir de Cuba.
No pudo decirle porque murió antes.
Esto sucede al centro de la Isla.
No conozco a Olga ni a la madre de Albertina
pero la mudez de la onda corta
me arranca el llanto
dentro de un automóvil
que alquilaron otros
y que estremecido
apenas alcanza a preguntar
dónde está la Carretera Central.
Olga tampoco sabe adónde fue a parar su radio,
ni las melodías de entonces,
las novelas radiales,
los consejos de belleza
y los trucos para la vida.
Ella, junto a su hija,
escucha otras emisoras
en Texas,
nombre que no es más
que una extraña evolución de Techas
y para los indios quería decir «amigos».
Todo esto sucedió al centro de la Isla.
Pero ni CMBF / radio musical nacional,
ni Radio Reloj / exacta y concisa
dan aún noticia de ello.
Esta muestra es una colaboración bajo la curaduría de Karel Leyva Ferrer
De Diapositivas, 2017.
De Diapositivas, 2017.
De Los Frutos Ácidos, 2008.
De Los Frutos Ácidos, 2008.
De Los Frutos Ácidos, 2008.
De Otro retorno al país natal, 2012.
De Otro retorno al país natal, 2012.
De Otro retorno al país natal, 2012.
De Diapositivas, 2017.
De Diapositivas, 2017.
De Diapositivas, 2017.
De Diapositivas, 2017.