Poesía cubana: Martha Acosta Alvarez

Leemos poesía cubana con Martha Acosta (Camagüey, 1991) Su obra ha sido reconocida dentro y fuera de la Isla. Es ingeniera en Ciencias Informáticas y Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS).

 

En 2015 egresó del XVII Curso de Técnicas Narrativas impartido por el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Entre otros, ha sido merecedora del Premio Celestino de cuento​​ 2018, Premio Novelas de Gavetas Franz Kafka 2018, Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2018, con el cuento “El olor de los cerezos”, Premio Calendario de Ciencia Ficción 2013, con “Refugiados”

 

 

 

 

LA MESA DEL DOMINGO

 

Mi madre le quitó a mi padre​​ 

la mesa de los domingos.​​ 

A un hombre nadie debería quitarle​​ 

la mesa de los domingos.​​ 

Nadie debería quitarle la costumbre​​ 

de emborracharse una vez por semana.

Cuando un hombre pierde esa costumbre

queda confundido,​​ 

siente la sed del lunes,​​ 

del jueves, del sábado,​​ 

de cualquier día,​​ 

incluso la sed del domingo.​​ 

Cada sed le ataca al unísono,

no pueden ser calmadas

aunque todo el alcohol ruede​​ 

garganta abajo.​​ 

Cuando a un hombre le quitan​​ 

la mesa del domingo,​​ 

se vuelve, definitivamente,

un borracho​​ asqueroso.

Llega ebrio a la fábrica,​​ 

se queda dormido frente a la maquinaria

que le muerde una mano,​​ 

degusta su sabor,​​ 

mancha de sangre los envoltorios de comida chatarra,​​ 

lo golpean en el trabajo,​​ 

lo expulsan del trabajo,​​ 

dice que se va a ir para siempre,​​ 

pero no se va,​​ 

y envejece de golpe,​​ 

al otro día regresa al trabajo,​​ 

y la maquinaria se le queda mirando,​​ 

se saborea con descaro,​​ 

como una puta.

El hombre llega a su casa,

piensa en la maquinaria

y siente la sed cotidiana en el estómago,​​ 

como​​ una punzada que lo parte en dos mitades,​​ 

mira a su familia con odio,​​ 

porque sabe que la familia tiene la culpa,​​ 

golpea a su mujer,​​ 

para reconquistarla,​​ 

para abrirle heridas,​​ 

y luego besarle las heridas,​​ 

probar su sabor,​​ 

mirarla con descaro,​​ 

decirle que la quiere,​​ 

pero la mujer nunca entiende​​ 

y algún día el hombre se cansa de intentarlo,​​ 

y se va con la puta,​​ 

y todo es culpa de la mujer,​​ 

por quitarle la mesa del domingo.

 

 

BAJO LA EPIDERMIS

 

Marilyn Monroe se muda a mi pelvis

las agujas la​​ tejen despacio

punto a punto

la belleza duele

a las agujas no les importa el dolor

a mí tampoco

 

mi madre no entiende las heridas de mi cuerpo

Marilyn quiere explicarle

pero solo habla inglés y alemán

mi madre español y ruso.

 

 

LA VERDAD SOBRE LA MESA

 

sea puesta la verdad sobre la mesa

dichas las palabras que por años guardamos

amarradas con cintas de colores percudidos

esta es la única razón que conozco

habrá quien se postre en lo alto para declararse

dueño de todos los silencios que están a punto de​​ explotar​​ 

este ha sido el único cielo que he visto

la paz irrefutable de los movimientos detenidos

en mitad de una foto

yo soy una mujer sin ojos y sin piernas

sin labios y sin voz

no existen caminos que me lleven de regreso

a los sitios donde he sido feliz

a estas alturas nada me asusta ya.

 

 

EN CUBA NO HAY GLACIARES​​ 

 

en 1991, mientras yo nacía, dos alpinistas alemanes encontraron una momia neolítica con 57 tatuajes en la espalda.

la llamaron Ötzi, porque estaba detenida en un glaciar de los Alpes de Ötztal, en la frontera de Italia y Austria.

a mí me nombraron Martha, porque mi padre quiso llamarme como a mi madre, que casi muere de parto en el hospital materno de Camagüey.

Ötzi y yo tenemos cosas en común,

los ojos marrones,

la estatura baja,

el grupo​​ sanguíneo O+,

ambos reposamos en un sitio que alguien más

eligió para nosotros,

un sitio del que nunca vamos a escapar,

aunque quisiéramos.

los tatuajes de Ötzi le servían para aliviar su artritis.

mis dolores son otros.

Ötzi tiene más de 5200 años,

yo más​​ de 25.

conmigo el tiempo no será condescendiente.

en mi país no hay glaciares.

 

 

ESE DÍA QUE NO TIENE PARA CUÁNDO ACABAR

 

Mamá está muriendo.​​ 

Hace días que está muriendo,​​ 

años, siglos, no sé.​​ 

Lleva mucho tiempo en eso,​​ 

y no acaba de morir

ni de salvarse.​​ 

Tose como si los pulmones se le salieran por la boca,

dice,​​ Ay, mija,​​ 

con la voz quebrada​​ 

y se me llenan los ojos de lágrimas.

Cómo la odio cuando lo hace.​​ 

Lo hace a propósito.​​ 

Le gusta verme con los ojos así.​​ 

Le gusta ver cómo me levanto​​ 

y voy​​ hasta el baño,​​ 

le gusta escuchar el chorro de agua​​ 

que impacta contra el lavamanos,​​ 

le gusta suponer que mojo mi cara,​​ 

ante el espejo,​​ 

que el espejo me dice,​​ 

Tú también vas a morir pronto.​​  

Eres una hija de mierda.

A lo mejor te vas primero,​​ 

hija de mierda.

 

Desde el baño la escucho.​​ 

Desde cualquier lugar la escucho.​​ 

Es agobiante ir por el mundo​​ 

con su voz quebrada diciéndome lo mismo.​​ 

Ay, mija, me estoy muriendo.​​ 

Ay, mija.​​ 

Ay.​​ 

Siempre ha sido de este modo.​​ 

La misma voz siguiéndome a todas partes.​​ 

Trato de imaginarla cuando era joven,​​ 

una muchacha con el pelo largo y suelto.​​ 

Pero no lo consigo.​​ 

Sospecho que está muriendo desde que nació,​​ 

incluso desde antes.​​ 

Pobre mamá,​​ 

debería morir de una vez,​​ 

descansar.

 

Miro al espejo​​ 

es un​​ espejo deprimente,​​ 

lleno de ojeras​​ 

y arrugas,​​ 

es el espejo donde se esconde mi madre,​​ 

y se asoma desde mi rostro.​​ 

Ay mija, me estoy muriendo.

 

A veces tengo ganas de matar a mi madre de un modo cariñoso.

Aprieto su cuello del otro lado del espejo,​​ 

pero no muere,​​ 

dice,​​ Ay, mija,​​ 

pero no muere,​​ 

me estoy muriendo,​​ 

pero no acaba de morir.

 

 

LOS FALSOS TESTIGOS

 

danzar al compás de la escasez

falsos testigos de la misericordia

dormir con el estómago vacío

como pequeños salvajes

listos para saltar al​​ cuello

a la yugular

morder y sacudir

como dictan las sagradas escrituras

nadie que vele por nosotros

en el momento del eclipse

nadie que pase la mano por el lomo​​ 

astillado del aire y la llovizna

para nosotros el ojo pérfido

la voz rasgada de la noche

el​​ golpe en las costillas

volver sobre nuestros pasos

con el rabo entre las piernas

y la certeza de ser los falsos​​ 

testigos de la conmiseración.​​ 

 

 

ESPACIOS VACÍOS

 

los ojos se llenan de humo​​ 

pasar la mano tiznada por los ojos​​ 

sacarse el humo que no escapa​​ 

yo hago como que creo​​ 

remover los tizones de marabú africano​​ 

verlos arder

esta madera es la misma madera de antes​​ 

cuando también avivábamos las brasas​​ 

para despertar el fuego

nada cambia en esta casa​​ 

detenida entre el monte​​ 

y la memoria​​ 

mi padre​​ arde en el fogón​​ 

despide un humo sepia​​ 

mi padre torcido y lleno de espinas

que crecen hacia adentro

hay que sacarse la espina

toda la luz sobre la aguja de coser a mano​​ 

vemos la punta de la aguja​​ 

tajando la mano de mi padre​​ 

dibujando un camino hasta su corazón de madera​​ 

y el aserrín se acumula sobre la mesa

forma pequeñas montañas entre mi padre y yo​​ 

sacar la espina con cuidado​​ 

para que no se rompa dentro

gigantesca

dan ganas de guardarla en un frasco​​ 

mostrarla a las visitas​​ 

mi padre no soporta mostrar las espinas​​ 

mucho menos a las vistas

la luz de la lámpara brilla en la aguja de coser​​ 

con cuidado clavamos la aguja​​ 

en el corazón de madera de mi padre​​ 

para que con los días se oxide y la herida selle​​ 

un método muy efectivo para llenar espacios.

 

 

DISTINTAS FORMAS DE HABITAR UN CUERPO

 

A veces pienso que mamá murió hace mucho tiempo,​​ 

cuando yo aún no había nacido,​​ 

el día en que la casa de su infancia se desplomó por la lluvia

y todos murieron aplastados.​​ 

O tal vez no fue ella sino su madre,​​ 

que aún era niña,​​ 

y quedó huérfana a cargo de tres hermanos​​ 

que se turnaron para ser masticados educadamente por la fábrica.​​ 

Tal vez mi madre nació del vientre muerto de mi abuela,​​ 

que no se decidía a morir,​​ 

y prefirió entrar en el espejo,

asomarse desde el rostro de mamá,​​ 

hacerla sentir miserable.​​ 

Mi madre aprendió a aparecer y desaparecer​​ 

desde mi rostro en el espejo,​​ 

a decirme, con la voz quebrada,

Ay mija, me estoy muriendo.​​ 

Tal vez, mamá piensa habitar mi cuerpo y mi espejo,​​ 

cuando su cuerpo​​ pese demasiado​​ 

y no pueda seguir articulando lamentos.​​ 

Tal vez ya ha comenzado a hacerlo,​​ 

lleva años en eso, siglos, no sé.

 

 

PAPIROFLEXIA

 

conozco el dolor de los ahogados que se balancean

suplicando la llegada de los silencios fulminantes

la socavada​​ quietud de los peces​​ 

extraviados en la corriente del golfo

donde nos sumergimos con deseos de no regresar

dirán que el agua nos contaminó​​ 

de sus calladas maneras

que la culpa fue del barco de papel

doblado y desdoblado sobre la sábana insomnes

surcando​​ un camino impreciso hasta las horas

de una tarde espesa

en que aprendimos a plegarnos​​ 

en mitades puntiagudas

 

los ahogados se arremolinan inquietos

en este ir y venir de planes que se tejen

en redes engañosas

mientras la vida ocurre

uniformidad de rostros​​ a los que no quiero parecerme

vaivén nauseabundo

matices voraces de la papiroflexia

armar barcos de papel como quien arma grullas.

 

 

CIUDAD DE ESPEJOS

 

en la minúscula piel del camino

fundamos una ciudad de espejos

una abertura cálida donde resguardar el​​ dolor

un altar al que encomendar la angustia

un sitio para ser débiles lejos de las máscaras

sonido para el momento amargo

ahora que te traigo a la memoria

voy a morir de una vez todas mis muertes

 

 

 

Esta muestra es una colaboración​​ bajo la curaduría de Karel Leyva Ferrer 

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