Poesía española: Antonio Ríos

 

 

 

 

 

Antonio Ríos​​ (Málaga, 1987)​​ es economista. Publicó​​ Horizontes Verticales​​ (Editorial Algorfa, 2021). Obtuvo el​​ obtener el primer premio en el I Certamen de Poesía en Vivo Manilva Metáfora con​​ el​​ poema​​ Tan cerca, tan lejos.​​ Mereció el​​ premio al mejor poema colaborativo con​​ Hemisferios, otorgado por la plataforma de literatura Letras & Poesía.​​ Ganó el XI Premio Internacional de Poesía Covibar-Ciudad de Rivas con su segundo libro​​ La ingravidez que somos. Actualmente​​ reside en la localidad de Estepona.  ​​ ​​ ​​​​ 



 

***

 

 

Y supimos del fuego

 

A Olalla Castro,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ antes de que acabe el mundo

(otra vez).

 

Chasquido de rocas:

el primer incendio.

 

Nuestra historia es una herida

que no sabemos cerrar.

 

Más allá de nuestros ojos,

bajo las prepirenaicas líneas

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de nuestras manos,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ tras nuestra huella,

 

el viento observa  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ paciente y mudo.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

Pero una tarde cualquiera

se curvarán los abedules,

la niebla pastará  ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ libre  ​​ ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ en las costas,

brotarán los juncos en la avenida gris,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ será el gorjeo de una alondra​​ 

la última canción del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Orografías

A Javier Gilabert,

generosa la sombra de su árbol.


La belleza​​ 

es

la imposibilidad de lo imposible,

me dices

 

y en tu mano anidan, ligeros,

varios pétalos de jazmín

blancos​​ 

como lágrimas de nieve fresca

que aproximas, sin mácula, a mi rostro.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

Inhala su aroma fractal,

que repose su sexo invisible en tus labios.

Desnúdate,

me dices

 

y sé que un poema no es​​ 

sino la pira funeraria del lenguaje,

exequias,

la orilla última a la que acuden

—oh, solemnes cetáceos—

a desangrarse y morir

de tanta vida las palabras.

 

Y ahora, tú, que conoces​​ 

de las galaxias su anhelo,

su luz irreversible,

dejaré que me devores,

dejaré que me conviertas

en tu más fiel espejismo,

me dices​​ 

 

y, en silencio,​​ 

 

las montañas

 

se han comenzado a mover.

 

 

 

 

 

 

 

A tu (mi) ventura


Ya solo me interesa tu sonrisa,

su esbelta precisión, su curvatura.

No invoco más edén que la mesura

que enjoya de tus labios la cornisa.

 

Tu dicha me alimenta. La precisa

luciérnaga en tu rostro, la blancura

que robas a los astros. Mi armadura:​​ 

tu huella virginal​​ —oreo, brisa—.

 

Permíteme extirpar cada rugido,

el vértigo abisal de cada pena

que brote, como lava, en tu latido.

 

Permíteme ser pecio de tu arena,

que muera por vivir en ti embebido.

¡Oh,​​ mares! ¡Oh,​​ naufragios! Luna llena.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I´ve seen the future, brother: It is murder

 

Mientras buscas aparcamiento piensas

cuándo fue la última vez que viste la nieve,

que tocaste el blancor de ese agua cristalizada.

En la radio del vehículo un señor especula​​ 

con la posibilidad, cada vez más violenta,

de que un tsunami sin precedentes anegue

las costas occidentales andaluzas;

no le prestas atención

-como a todo lo que supones ajeno, lejano-

pero en su tono de voz pausado y subterráneo​​ 

parecieras oír al mismísimo Leonard Cohen.​​ 

Y sonríes

y comienzas a tararear​​ The Future​​ y es entonces,

después de varias decenas de vueltas a la manzana,

cuando adviertes que no tienes coche,

siquiera sabes conducir.


Vivir

es inventar finales

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ alternativos

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ a la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

Inescrutables

 

De esta apostasía en que yergues tus altares

no quedará sino el bostezo​​ 

de otra imberbe letanía,

 

la llaga abierta del crepúsculo​​ 

sobre pétalos de jacaranda

 

y empaladas a su cruz​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ tus pupilas abisales.

 

Pero querrías asir el viento,

abarcar su geometría,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ su danza incandescente.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Aun entonces​​ 

no entenderías que el fuego

es más que un vasto páramo​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

de luciérnagas disecadas.

 

Un asombro del que los mapas  ​​ ​​ ​​​​ 

no esculpirán su huella tenue.

 

Y quizás esto sea todo.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Todo aquello cuanto los dioses  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ convinieron suficiente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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