Antonio Ríos (Málaga, 1987) es economista. Publicó Horizontes Verticales (Editorial Algorfa, 2021). Obtuvo el obtener el primer premio en el I Certamen de Poesía en Vivo Manilva Metáfora con el poema “Tan cerca, tan lejos”. Mereció el premio al mejor poema colaborativo con “Hemisferios”, otorgado por la plataforma de literatura Letras & Poesía. Ganó el XI Premio Internacional de Poesía Covibar-Ciudad de Rivas con su segundo libro La ingravidez que somos. Actualmente reside en la localidad de Estepona.
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Y supimos del fuego
A Olalla Castro,
antes de que acabe el mundo
(otra vez).
Chasquido de rocas:
el primer incendio.
Nuestra historia es una herida
que no sabemos cerrar.
Más allá de nuestros ojos,
bajo las prepirenaicas líneas
de nuestras manos,
tras nuestra huella,
el viento observa paciente y mudo.
Pero una tarde cualquiera
se curvarán los abedules,
la niebla pastará
libre
en las costas,
brotarán los juncos en la avenida gris,
será el gorjeo de una alondra
la última canción del mundo.
Orografías
A Javier Gilabert,
generosa la sombra de su árbol.
La belleza
es
la imposibilidad de lo imposible,
me dices
y en tu mano anidan, ligeros,
varios pétalos de jazmín
blancos
como lágrimas de nieve fresca
que aproximas, sin mácula, a mi rostro.
Inhala su aroma fractal,
que repose su sexo invisible en tus labios.
Desnúdate,
me dices
y sé que un poema no es
sino la pira funeraria del lenguaje,
exequias,
la orilla última a la que acuden
—oh, solemnes cetáceos—
a desangrarse y morir
de tanta vida las palabras.
Y ahora, tú, que conoces
de las galaxias su anhelo,
su luz irreversible,
dejaré que me devores,
dejaré que me conviertas
en tu más fiel espejismo,
me dices
y, en silencio,
las montañas
se han comenzado a mover.
A tu (mi) ventura
Ya solo me interesa tu sonrisa,
su esbelta precisión, su curvatura.
No invoco más edén que la mesura
que enjoya de tus labios la cornisa.
Tu dicha me alimenta. La precisa
luciérnaga en tu rostro, la blancura
que robas a los astros. Mi armadura:
tu huella virginal —oreo, brisa—.
Permíteme extirpar cada rugido,
el vértigo abisal de cada pena
que brote, como lava, en tu latido.
Permíteme ser pecio de tu arena,
que muera por vivir en ti embebido.
¡Oh, mares! ¡Oh, naufragios! Luna llena.
I´ve seen the future, brother: It is murder
Mientras buscas aparcamiento piensas
cuándo fue la última vez que viste la nieve,
que tocaste el blancor de ese agua cristalizada.
En la radio del vehículo un señor especula
con la posibilidad, cada vez más violenta,
de que un tsunami sin precedentes anegue
las costas occidentales andaluzas;
no le prestas atención
-como a todo lo que supones ajeno, lejano-
pero en su tono de voz pausado y subterráneo
parecieras oír al mismísimo Leonard Cohen.
Y sonríes
y comienzas a tararear The Future y es entonces,
después de varias decenas de vueltas a la manzana,
cuando adviertes que no tienes coche,
siquiera sabes conducir.
Vivir
es inventar finales
alternativos
a la muerte.
Inescrutables
De esta apostasía en que yergues tus altares
no quedará sino el bostezo
de otra imberbe letanía,
la llaga abierta del crepúsculo
sobre pétalos de jacaranda
y empaladas a su cruz
tus pupilas abisales.
Pero querrías asir el viento,
abarcar su geometría,
su danza incandescente.
Aun entonces
no entenderías que el fuego
es más que un vasto páramo
de luciérnagas disecadas.
Un asombro del que los mapas
no esculpirán su huella tenue.
Y quizás esto sea todo.
Todo aquello cuanto los dioses
convinieron suficiente.